Huelga feminista
Un 8 de marzo abundante: muchos titulares, mucha celebración

Hemos conseguido, por segundo año consecutivo, que la guerra de cifras frente a la huelga o a la magnitud de la manifestación sea inexistente… no importa, como no importa decir que llueve cuando está lloviendo.

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La protesta, en Madrid. David F. Sabadell

Feminista, corista y profesora de derecho del trabajo (UCLM).

11 mar 2019 10:29

Hoy estoy un poco cansada. Pero poco. Me duelen los pies y las caderas de tanto bailar, de bailar mi revolución. Una revolución singular y masiva donde no hay líderes, hay seres. Seres en relación unas con otras. El 8 de marzo fue una toma de pulso inmensa, llena de besos, abrazos, encuentros, rabia justiciera, creatividad, colores, variedad… una manifestación de amor, de toma de conciencia, que claramente desborda el desorden. Nunca vi plazas más llenas y más limpias. Las papeleras —en una hermosa metáfora— estaban desbordadas pero diligentemente ordenadas. Así hacemos nosotras.

Es pronto todavía para decantar lo vivido, pero me parece que confluyeron dos expresiones políticas que conviven sin ser excluyentes. Por un lado, el uso indecente de los partidos políticos y los medios de comunicación partidistas del 8 de marzo como la fiesta de la miseria femenina, algo bastante útil al poder que sitúa entonces a las mujeres —en relación dialéctica— en una posición subordinada, como subalterna es una víctima del opresor. Que se dirime también en el uso de la huelga y la manifestación por nuestra parte como posibles formas de lucha que, si no son resignificadas, siguen siendo herramientas del amo que no consiguen salirse de “un plantar cara” al monstruo. Eso no es poco, pero se alimenta la rabia y la herida mutua sin dar verdaderamente salidas políticas al conflicto sexual.

Por otro lado, el trabajo, la fuerza, la sabiduría y la unión de muchas mujeres desbordó y con creces el relato clásico de la lucha. Hemos conseguido, por segundo año consecutivo, que la guerra de cifras frente a la huelga o a la magnitud de la manifestación sea inexistente….no importa, como no importa decir que llueve cuando está lloviendo. Una huelga reapropiada en formas nuevas no solo laborales sino de consumo y, especialmente, de cuidados. Era hermoso ver en las calles a tantos padres con sus hijos e hijas. Ese desbordamiento de las formas y el fondo es lo que hace que el 8 de marzo haya sido un día tan importante.

Porque no solo demuestra su fuerza en el número de la masa, que paradójicamente no es nuestro latir corriente ya que muchas mujeres nos organizamos en distancias cortas; sino en la fuente de esa cantidad y es que hemos conseguido que todo esto resulte a lo grande pero a nuestro modo: con modestia, organizadas en comisiones, coros, vecindades, amistades, batucadas, relaciones de madres e hijas y nietas, hermanas, sobrinas…

Podría entonces resultar paradójico que el 8 de marzo sea una celebración. ¿La celebración de la miseria femenina, de tanta injusticia? ¿O la celebración de la miseria patriarcal que se muestra esperpéntica y la pasean autobuses, parlamentarios y maridos que se creen héroes cuando cambian un pañal?

El día 8 de marzo, como en un ritual concertado en tantos lugares del planeta, muchas vivimos una felicidad, un aprendizaje, la disolución quizás de un nudo. Cada una a su manera

Creo que el 8 de marzo, en esa dualidad, tiene mucho de las dos miserias, pero eso no es lo que celebramos. Nosotras, cuando hacemos una fiesta, es porque hay algo que celebrar. No estamos tan tontas. Celebramos la vida por encima de la muerte y la violencia. Celebramos el estar juntas. Celebramos el haber recobrado la voz, que ya no solo nos sirve para gritar sino para cantar y recitar poesías que hablan de mujeres libres. Celebramos que estamos avanzando en el mundo entero. Que nos escuchamos unas a otras aunque nos cueste. Que nos emocionamos cuando vemos la libertad en la otra porque sabemos que somos Una. Que muchas jóvenes están preciosas, listas e imparables. Que nos intentamos sanar la herida. Celebramos que algunos hombres ya están empezando a tener voz propia. Celebramos nuestros cuerpos capaces de tanto placer. Celebramos el destello de conciencia de un sentido libre y autónomo de ser mujer.

El día 8 de marzo, como en un ritual concertado en tantos lugares del planeta, muchas vivimos una felicidad, un aprendizaje, la disolución quizás de un nudo. Cada una a su manera. Soltamos mucha porquería, es cierto, y chupamos fuerza de estar juntas. Y, sin nadie que nos marque el ritmo, sentimos el placer de ser miles latiendo con nuestros soberanos úteros al compás. Al compás. Ahora, nos volvemos a replegar en lo cotidiano, que es la vida. A seguir aprendiendo y trabajando la política que no es del amo. A seguir construyendo para que podamos resistir frente a la violencia y podamos celebrar cada acto colectivo y singular de amor.

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