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La Xarxa GAM: un ejemplo de autogestión de la salud mental

Tres grupos de personas disconformes con el sistema psiquiátrico integran en Barcelona una red para cuidarse mutuamente y politizar sus malestares.

salud mental
Ilustración de Antonia Santolaya
16 ene 2016 14:51

"Desde hace ya casi dos años nos hemos ido juntando personas disidentes y fugadas del sistema psiquiátrico con el propósito de cuidarnos mutuamente y politizar nuestros ­malestares. Creamos un grupo de apoyo mutuo, sin jerarquías ni profesionales, un grupo de afectadas que querían y queremos hablar en primera persona (del plural) de la salud y de cómo nos desquiciamos y, también de cómo autogestionarla y combatir por nuestras vidas".

Así se presenta en su web la Red de Grupos de Apoyo Mutuo (Xarxa GAM) de Bar­ce­lona, grupos que surgen desde "la necesidad de compartir con pares, con gente a la que le ha pasado algo parecido", señala Germán, uno de sus integrantes, a Diagonal.

La Xarxa GAM se caracteriza por un funcionamiento asambleario, autónomo de las instituciones y alejado de la dirección de "expertos". Los grupos están integrados por personas diagnosticadas y críticas con el sistema de salud mental que, "cansadas de ser el objeto del saber experto de otros, han decidido ser el sujeto de su propia experiencia vivida", explican.

En sus charlas y talleres hacen hincapié, sobre todo, en que lo suyo es apoyo y no ayuda: "Estamos hartos de asistencialismo, porque ya hemos tenido bastante. No es una cuestión de hablar una vez a la semana y sentirnos bien y ya está. Eso no es lo que queremos hacer", relata Germán.

Para él, la diferencia está en politizar ese malestar. "Partimos de la base de que el patriarcado y el capitalismo enferman y quiebran a las personas. Nosotras oponemos al individualismo capitalista y al sexismo, que transforma todo en mercancía y sojuzga, el apoyo mutuo, la solidaridad de los iguales, la alegría de luchar juntas, compartir y cuidarnos", explican.

Un pilar importante de los grupos, junto a la escucha, es el cuidado entre sus miembros. "Si a alguien lo ingresan, vamos e intentamos hablar con los psiquiatras que lo atienden".

Muchos integrantes del grupo han establecido qué quieren hacer si tienen una crisis. "Si yo me pongo mal, llaman a los compas y yo he establecido a quién quiero ver, con quién quiero hablar, de qué manera quiero que se me trate", nos cuenta Germán, indicaciones que previamente ha dado en base a sus propias experiencias. Esa resistencia desde el día a día ya ha dado sus frutos. "La gente ingresa mucho menos que antes", y eso es todo un logro para el colectivo.

Las personas que integran la Xarxa son muy distintas. "Acaba de entrar una mujer que tendrá 70 años", ponen como ejemplo. "Incluso políticamente también. No queremos ser dogmáticos con lo que hacemos. Hay gente que sí tenemos un compromiso más político, de teorizar, y hay gente que va más a su aire. Para mí, uno de los problemas de los movimientos sociales es el de encajonar la lucha. En nuestro caso, luchamos por nuestra salud, y eso es lo más importante", apunta.

Al final, los motivos que llevan a cada persona a acercarse a estos grupos son tan distintos como sus historias. "Unas aspiraban a abandonar el psiquiátrico, otras a no entrar en el mismo a la fuerza, otras a bajar las dosis de drogas psiquiátricas, otras a abandonarlas definitivamente, otras a no caer en la cronicidad y el encierro permanente, otras buscaban apoyo para acompañar su proceso de adaptación a una nueva identidad sexual, otras para superar el estigma de la locura", sostienen.

Además de los tres grupos que integran la Xarxa, ésta también cuenta con el llamado "anillo exterior", formado por personas que dan apoyo a sus integrantes. "Hay un psiquiatra, que es como un asesor en medicación, por decirlo de alguna manera, y vamos hablando con él sobre el tema, y alguna vez él habla con los psiquiatras que nos tratan. También hay un psicólogo de la liberación, muy comprometido políticamente, con el que hicimos un taller para hablar de relaciones íntimas y estigma", cuenta Germán.

Pero lo importante de este grupo es que funcione dentro de la horizontalidad: "Lo que intentamos es que la gente que está en el anillo funcione con nosotras de tú a tú, que no sea desde una experticia".

Ser protagonista

Con el objetivo de adquirir un conocimiento teórico de lo que les está sucediendo y que éste no siempre dependa de un profesional, la Xarxa ha puesto en marcha dos grupos de estudio: uno sobre medicación y otro sobre corrientes de la psiquiatría.

"Estamos hartas de que se nos dirija, de que haya una verticalidad en nuestros procesos. Queremos ser parte activa de nuestra propia vida y tener un conocimiento de lo que estamos tomando para poder jugar con ello, dentro de la adicción que esto provoca", reclaman.

"Incluso inten­tamos desa­rrollar estrategias para hablar con los psiquiatras, que vean que tenemos un conocimiento, poder decirles 'lo que me estoy tomando me hace esto y lo otro, y lo he leído, vamos a probar a bajar la dosis', pero esa estrategia a veces funciona y a veces no. La gran mayoría de los psiquiatras va con la medicación por delante. No se plantean ni que haya alternativas", se lamenta Germán.

Dentro del grupo muchas personas tienen un conocimiento enorme de la medicación, pues llevan tomándola más de 20 años. "Y es increíble el poco caso que se le hace a la persona usuaria y el conocimiento que tiene de sus procesos, y de lo que le ha hecho la medicación en cada momento".

La postura de la Xarxa es claramente crítica con las corrientes psiquiátricas mayoritarias y con la sobremedicalización. "El problema es que te encajan en el sistema para que funciones con él, no te hacen cuestionártelo. Se limitan a decir que esto te pasa porque tu cerebro está mal, y van a regulártelo", dice Germán.

"Hay una dominación de la ciencia biologicista y, al igual que con el 'gen rojo' de Vallejo Nájera, parece que nacemos predeterminados de alguna manera por lo que tenemos en el cuerpo, y que eso no es discutible".

Aprender sobre estas cuestiones les otorga herramientas para tratar su propio malestar y negociar con su psiquiatra: "Cuando vas allí igual estás hecho una mierda. Te agarras a un clavo ardiendo y te crees lo que te están diciendo. Pero dentro de lo susceptible que estás hay que analizar cómo te ayuda lo que te dicen y cómo creas una autonomía en la que tú decidas tu proceso", explica.

Los integrantes del grupo reconocen que su relación con sus psiquiatras es complicada. "Hay una jerarquía muy grande, en la que tú le cuentas todo lo que te pasa y él no te cuenta nada. Y eso ya es una relación de poder de él sobre ti. Además, hay algunos que critican al grupo de apoyo mutuo y le han dicho a gente que no venga. Creen que los estamos convenciendo para dejar la medicación, como si fuera una secta o algo", explican.

Y pone el ejemplo de un compañero que asistía a las reuniones con un permiso del psiquiátrico donde estaba ingresado y al que ahora ya no dejan asistir.

Lo mismo ocurre con las familias, en las que encuentran reacciones de todo tipo. "Hay familias a las que no les gusta nada lo que hacemos. Y otras que nos animan a venir". Refererirse a ellas es un tema complejo. "Si los patrones que tenga la familia te acrecientan el sufrimiento, el estar con ella a veces no ayuda", se lamenta Ger­mán.

Gui­llermo Rendueles, psiquiatra y ensayista, reconoce esta dificultad: "En España, cuando se cierran los manicomios, la única estructura de acogida que sobrevive es la familia. La locura se vive y se contiene hoy en la familia, y por ello nadie se atreve a conjeturar o investigar el papel patogénico de la sagrada institución", explicaba en la revista Viento Sur.

Lucha contra el estigma

Como parte de la estrategia de politizar el malestar, una de las principales actividades de la Xarxa es visibilizar su forma de trabajar, aunque esta tarea se haga difícil. "Es duro cuando das una charla, cuando hablas con la gente, cuando vas a reuniones todas las semanas y vuelves a remover lo que estás pasando". Pero tienen claro que cuanto más se hable de ello, mejor, y que naturalizarlo ayuda a combatir el estigma social que acarrea.

La Xarxa ha dado charlas sobre todo en centros sociales y espacios okupados. "Algunos venimos de experiencias muy dolorosas en el activismo. Y sí que faltan cuidados en general en estos espacios, porque no hay recursos. Cuando una persona se emparanoia mucho con la policía, o por un acoso, o por cualquier cosa, normalmente no hay herramientas. Es muy importante el tema de cómo nos sentimos, es muy importante para hacer lo que hacemos", reconoce Germán.

"En los centros sociales no hablamos de cómo nos sentimos, cómo hacemos las cosas, si estamos a gusto, si alguien tiene una crisis... Cuando damos una charla sí que estamos abriendo un poco eso. Y es ahí cuando la gente te ve, cuando te empieza a contar", concluye.

Ingresos forzosos en hospitales psiquiátricos

El ingreso forzoso en una unidad psiquiátrica es la pesadilla de todas las personas que integran la Xarxa GAM. Sus experiencias son tan traumáticas que han llegado a recogerlas en un fanzine donde narran torturas y vejaciones.

"Me dijeron que me ataban para que no me lastimase, pero justamente el delirio que tenía es que todo el mundo me quería hacer daño, yo mismo no me iba a lastimar. Se fueron de la habitación y la cerraron. Permanecí ahí mismo tres días, solo, atado a la cama, me desataban un brazo cuando me traían la comida y la medicación, lo que agradecía mucho al poder tener movilidad, y alargaba la comida lo máximo posible. Yo no sabía qué me pasaba, desconocía por completo por qué me encontraba así y ningún enfermero ni auxiliar en el momento del ingreso se paró a hablar conmigo para preguntarme qué me pasaba, qué temía, o para ofrecerme una pequeña conversación tranquilizadora, lo que era una gran necesidad", relata Joan.

"Todo el mundo decide por ti, tu voz no vale nada, te hacen mil aberraciones, te atan, te dicen mentiras, te contienen farmacológicamente...", explica Eugenia.

El uso de la contención mecánica, la inmovilización del paciente mediante ataduras, está más que normalizado en las unidades psiquiátricas españolas y apenas se habla de ello, como denuncian desde la web Primera Vocal, que impulsa el debate en torno a temas relacionados con la salud mental. Nadie habla "sobre su relación con la falta de personal, con las propias relaciones de poder que se plantean en los espacios de reclusión, sobre su efecto real y tangible en un contexto que se define terapéutico, sobre la manera en la que se incorporan en el sufrimiento psíquico de la persona atada y cómo afectan a su autoestima y percepción del peligro, sobre su frecuencia, las graves complicaciones que acarrean, las alternativas que existen a su uso o las personas que se han muerto en este país al estar atadas durante largos periodos de tiempo en unidades psiquiátricas...", denuncian.

Lo que esconden estas prácticas es otra realidad, explica el psiquiatra Guillermo Rendueles en declaraciones a Viento Sur. Las estancias tienen que ser breves porque "las camas de los hospitales son disparatadamente caras. Con ello, hoy se administran unas dosis de neurolépticos que multiplican por nueve o por diez las dosis que se daban a los locos que pasaban largas estancias en el manicomio. Aquellas dosis de neurolépticos tradicionales dan risa hoy".

Nos encontramos, según este especialista, con "unidades hospitalarias para salud mental en las que en 15 días tienes que resolver un cuadro imposible de resolver en ese tiempo, y donde los pacientes están encerrados, atados, supervigilados y presionados por todo el mundo", y añade que "las actuales unidades psiquiátricas están siempre cerradas y tienen unas medidas de seguridad que ríete tú del número de pacientes atados de los antiguos manicomios. Hoy hay un número 20 o 30 veces mayor de pacientes atados –atados literalmente– a las camas".

Solu­cio­nes rápidas que vulneran todos los derechos del paciente.

Siguiendo el modelo de Icarus Project
Uno de los primeros ejemplos de grupos de apoyo mutuo en salud mental es el Icarus Project estadounidense: una red de grupos locales autónomos que comparten una misma filosofía y que lleva más de 20 años de actividad. Se definen por ser “anti-autoritarios, inclusivos, y trabajar contra el racismo, clasismo, sexismo, homofobia y otras opresiones”. Los grupos afiliados crean espacios “seguros donde el comportamiento opresivo no es tolerado”, explican en su web.
Otros ejemplos de GAM en el Estado son Ram-a en Andalucía y un naciente grupo en Madrid.

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