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Machismo gafapasta

Se cuestiona con frecuencia y motivos evidentes el machismo en géneros musicales como el blues, el hip hop y el reguetón. Pero en la escena ‘indie’ también abunda un sexismo que rara vez se visibiliza.
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Este reportaje es el resultado de un extenso diálogo entre María Bilbao, Nando Cruz, Lidia Damunt, Andrea Díaz, Roberto Herreros, Marta G. Franco, Irene G. Rubio, Víctor Lenore, Leire López y Laura Sales.
8 ene 2013 16:48

Un videoclip por el que desfilan tetas (Bom­bay, de El Guin­cho), un festival que regala entradas a quien se imagine cubriendo de “leche” a alguien (Monkey Week), músicas que se hacen las fotos de promoción en paños menores (Anni B. Sweet), una lista de lo mejor del año en el blog musical más leído que mezcla comentarios sobre canciones y estilismo (“Hot hot hot chicas 2012”, en Jenesaispop)... parece que elecciones estéticas que en la mayoría de los ámbitos culturales serían descartadas por sexistas tienen cabida en la escena musical independiente.

Cuando hablamos de ‘indie’ nos referimos a la música que suele aparecer en la revista Rock­delux o en Radio3, la que se caricaturiza como ‘gafapasta’ o hipster y que se ha configurado como la norma hegemónica del buen gusto, frente a la música comercial o mainstream. La periodista Patricia Godes comenta que “el machismo en la música es general, debe ser lo único que refleja la realidad social dentro del mundo de fantasía y mentiras que es la música popular”. Y el indie no escapa de esta tendencia.

Puntos de vista masculinos

Al género indie se le suelen atribuir valores tradicionalmente asociados con lo femenino (dulzura, sensibilidad, debilidad) y refleja una masculinidad en apariencia distinta a la que retratan el hip hop, el rock, el reguetón y otros géneros recurrentemente tachados de machistas. Los músicos indies pueden mostrarse inseguros y tiernos. De hecho, las críticas más zafias a este género se ceban con la languidez. Pero esta tolerancia a los sentimientos masculinos no tiene por qué traducirse en relaciones más igualitarias entre hombres y mujeres.

Por ejemplo, la mayoría de las letras de Los Planetas, grupo emblema del indie estatal desde los ‘90, están dedicadas al despecho amoroso y en ellas cabe todo tipo de revanchismo hacia mujeres crueles que producen dolor y merecen recibirlo. En los últimos años, el letrista más celebrado es Francisco Nixon, que abunda en canciones de amor a chicas guapas –no se les suele conocer ninguna otra cualidad– a las que admira de manera aparentemente ingenua. Y, más allá de las sutilezas, tenemos a Antonna (el proyecto en solitario de un miembro de Los Punsetes), incapaz de acatar el rechazo dignamente: “Era una gilipollas y además bastante fea, aun así le pedí el teléfono, para que veas (...); la tía puta ni siquiera quiso”. Como resume la periodista Elena Cabrera, “el indie es un imaginario masculino donde los hombres cantan sobre qué es ser un hombre joven en los ‘90 y los conflictos propios de hacerse mayor en el siglo XXI”.

En general, las letras, como en toda música popular, se centran en reproducir los estereotipos del amor romántico: monógamo, posesivo, incondicional y doloroso. A esto no escapan las mujeres letristas, como es el caso de La Bien Querida y su abundancia en amores tormentosos, celos y crisis que se resuelven con una boda. De hecho, la contrapartida a los “chicos sensibles” son feminidades misteriosas y melancólicas. Escuchando indie es complicado encontrar a alguna mujer que haga algo que no sea recibir sentimientos afectivos y que tenga voz propia. En palabras de Elena Cabrera, “las mujeres somos amantes, espectadoras, madres, juezas, antagonistas, compañeras, cómplices, musas, ángeles, amigas, pero no solemos ser narradoras”. 

Aun así, quedarse sólo en las letras es terreno peligroso, hay que conocer más sobre la forma y el resto de la obra del artista para poder decir con seguridad si se pretende transmitir una visión del mundo sexista. Un ejemplo: la canción Mi Marilyn particular, de Nacho Vegas, que relata una violación, aparece en una guía de prevención de la violencia de género del Instituto Canario de la Mujer porque potencia “sumisión, miedo y desprotección de las mujeres”. Preguntado por esta interpretación, el músico dice sentirse avergonzado: “Tuve un dilema al escribirla, pero creí que quedaba claro que la primera persona es la de un personaje que sería el villano”. Vegas aclara que “en ningún caso pretendía que causara empatía, sino repulsión”.

Detalles no tan sutiles

Elena Cabrera tiene muy claro que la escena indie no se libra de los estereotipos de género: “Los viejos patrones del rock and roll no nos quedan tan lejos, con esa asignación de roles donde encima del escenario tenemos a chicos guapos, satánicas majestades o niños buenos con flequillo y, abajo, cientos de consumidoras que chillan acariciando el sueño de liarse con una estrella”. Lucía Flores, otra periodista musical, cree que el machismo va a menos desde los ‘90, pero se ha sentido tratada “con condescendencia” en muchas ocasiones en la escena de Barcelona. Carla García, de la madrileña Sala Nasti, no duda de que es un mundo “muy salvaje y rancio, como de Feria de Abril”. Pone como ejemplo su experiencia al frente de la sala: “Con los artistas y promotores de fuera de España, bien. Los de aquí prefieren hablar con el dueño, el encargado o incluso con uno de los porteros de la sala”, aunque es ella la responsable de programación.

Encima del escenario las cosas tampoco son sencillas. Miriam García, del grupo Aias, apunta que “la mayoría de comentarios negativos que se hacían sobre nosotras tenían que ver con nuestra apariencia física o nuestra supuesta incapacidad de tocar correctamente los instrumentos. Cuando eres una chica notas esas actitudes desde el principio. Insinuaciones del tipo ‘con quién estará liada’ o ‘se les permite todo porque son chicas’ están a la orden del día. Creo que existe cierta condescendencia y sobreprotección con las mujeres que forman parte de esa escena, pero es un arma de doble filo”. Cova de Silva, de Nosoträsh, añade: “Sobre el escenario alguien se pone a explicarte cómo afinar o cómo usar un pedal, sin que se lo hayas pedido. El paternalismo es una forma de machismo muy sutil y elegante que aparece en cuanto te das la vuelta”.

No es intención de este reportaje hacer números, pero cualquier muestra aleatoria (el cartel de un festival, una reunión de sellos independientes, etc.) dará un porcentaje de hombres mucho mayor. Silvia Grumaches, del sello de música electrónica spa.RK, es reticente a hablar de machismo, pero admite: “Es un mundo muy de tíos y parece que las pocas chicas que hay son pura excepción: hay pocas chicas que hagan música, pocas DJ, periodistas, promotoras”.

Los valores de la industria

La prensa musical parece un terreno abonado con micromachismos, tanto en los contenidos de los medios como en su composición interna. Lucía Flores apunta que “en un medio de comunicación, las chicas raramente acceden a puestos de responsabilidad real y siempre tienen un jefe hombre por encima”. Montse Virgili, periodista musical, recuerda: “Durante un año, compartí la locución del programa con un periodista (hombre). Los colegas de profesión siempre pensaban que era él quien tomaba las decisiones, que él tenía más conocimientos musicales que yo o que sus opiniones eran más valiosas que las mías”.

Hacer crítica musical implica cualidades que no se suelen potenciar en la educación tradicional de las mujeres, como la asertividad y cierta vehemencia. “El lenguaje de la difusión musical es el de la autoafirmación, acumulación de datos acríticos, proteccionismo paternalista y dictatorial (esto debes oír porque te lo digo yo)...”, señala Godes. “La música considerada buena es la que cuesta digerir y también descubrir, la exclusiva, que sirve para demostrar al oyente su fortaleza y aguante y otorga poder como jefe de la manada. Sólo el hombre de mediana edad tiene acceso a la autoridad”.

Especialmente cutre ha sido el papel de los medios culturales más especializados, donde el intento de crítica feminista es ignorado o tachado de desfasado y falto de sentido del humor. Se usan categorías esencialistas como “el factor femenino” y hasta se habla de “gayer” como adjetivo válido para describir música remilgada (ejemplos sacados de Rockdelux y de GoMag, la otra revista de referencia). Para Patricia Godes está claro: “Si las mujeres que escribimos de música hablásemos de los físicos de los artistas, presumiésemos de la excitación o conquistas sexuales, o simplemente nos centrásemos en los artistas con sex appeal (como hacen algunas de las firmas masculinas más respetadas), nos tacharían de frívolas y seríamos el hazmerreír”.

Quizás la clave está en que, como dice Elena Cabrera, “los valores que transmite el pop independiente son bastante conservadores”. La ausencia de reflexión sobre el sexismo va de la mano de un despiste general sobre cualquier cosa que huela a conciencia política o a cuestionamiento de la industria cultural en un entorno que en los últimos años se ha llenado de logos de marcas de cerveza. Hasta que el “clima 15M” comenzó a problematizar el conflicto, era muy raro hablar de política en un género que asimiló los sonidos del indie anglosajón pero no su carga ideológica (en los ‘80, muchos grupos se alineaban claramente en contra de Thatcher).

¿Cómo abordar este machismo cultural? Señalarlo es un primer paso. Otro, como propone Cova de Nosoträsh, es visibilizar las aportaciones de las mujeres, pues “sigue habiendo un gran desconocimiento de su presencia en la música”. “Cuando el número de músicos y críticos mujeres aumente puede que las cosas cambien bastante”, añade Montse Virgili, y Elena Cabrera advierte: “Las mujeres dentro o son asimiladas o tienen la fuerza de subvertir eso y crean movimientos que son como virus, como las riot grrrls”, que llevan ya 20 años combatiendo el patriarcado en el underground.

Sonrojos del indie patrio
Valgan estos tres botones como muestra de por qué al indie en el Estado español le queda mucho por mejorar para ser ‘girl-friendly’.

EN LA INDUSTRIA. Repartiéndose el pastel y la guinda Diciembre de 2012. El festival Primavera Sound publica en redes sociales una foto de una merienda con promotores, sellos y periodistas. Se ve a más de veinte de personas, no caben todas alrededor de la mesa central. En ella sólo se sientan hombres. Al fondo, cinco mujeres que les miran desde sus taburetes, en segunda fila. “This is a man’s world”, comenta alguien.

EN LAS LETRAS. Patán himno generacional #90s Del catálogo de letras misóginas y vengativas de Los Planetas se pueden extraer perlas como “Puede que uno de estos días amanezcas muerta / pero si se pasan prometo enviar unas flores caras el día de tu funeral” o “Espero que acabes pegándote un tiro / cuando veas lo imbécil que has sido” o “Y si esto te hace daño / si te puedo hacer sufrir / ha servido para algo / al menos para mí”.

EN LAS SALAS. El Heliogàbal, un lugar ‘acogedor’ Marzo de 2011. La Fundación Miró invita al grupo Mishima a diseñar una instalación. Hacen una reproducción exacta del Heliogàbal, un bar que “responde a tres fuentes de felicidad: música, amor y alcohol”, según el vocalista David Carabén (que, por cierto, sale en un anuncio del Banco Sabadell). Sólo añaden un detalle extra: al fondo, en el patio trasero, el cadáver violentado de una mujer.

 


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