Guerra en Ucrania
De calvos y rusos: no a la guerra

Cuando el pacifismo se criminaliza y los tambores de guerra monopolizan todos los discursos.

«Si son más que tú, no seas bravo y corre:
detrás de un mártir siempre hay llorando una madre».
Eric Hervé

Podría empezar este artículo diciendo que la guerra no empezó la semana pasada como se nos ha hecho creer, que empieza en 2014. Podría seguir enumerando las inenarrables atrocidades que el ejército ucraniano, en absoluta sinergia con las milicias paramilitares de corte neonazi, hicieron en el este de Ucrania, en la conocida como región del Donbass, desde crucifixiones de seres humanos (sí, como a Jesucristo) a violaciones masivas de mujeres pro-rusas, pasando por cuerpos decapitados y desmembrados. En internet y al alcance de cualquiera, se pueden encontrar las imágenes de una mujer embarazada estrangulada por los nazis con un cable de teléfono mientras el resto de la turba grita enfurecida: ¡muerte a los rusos!

Quizá la más famosa de todas estas salvajadas fue cuando las milicias nazis, en connivencia y estrecha colaboración con los servicios secretos ucranianos, quemaron vivas a cerca de 50 personas en el incendio de La Casa de los Sindicatos de Odessa, la mayoría adolescentes y jubilados. Mientras todo esto ocurría, nuestros grandes medios lo silenciaban. En el mejor de los casos lo despachaban con titulares perversamente equidistantes del tipo “Más de 50 muertos en choques con los separatistas rusos”. Pedro Vallín no bromeaba haciendo llamamientos al magnicidio contra el presidente Ucraniano, el diputado de Mas Madrid Hugo Martínez Abarca no movía el rabito a cuatro patas con el discurso de Borrell —porque ni de Borrell ni de la UE hubo discurso—, ni Antonio Maestre proponía expropiar a todos los ucranianos millonarios residentes en España. Y desde luego el carnicero de Belgrado y ex secretario general de la OTAN, Javier Solana, no soltaba machadas en Twitter ni hacía llamamientos a las armas alimentando la psicosis belicista. Era una de esas tantas guerras que se producen en el mundo que no merecía especial atención: no hubo periodistas de la BBC que se rompieran en lágrimas al relatar las penurias de los niños del Donbass porque, sencillamente, no relataron absolutamente nada.

Podría seguir el artículo preguntándome por qué un manifestante con un cóctel molotov en Venezuela o la Plaza Maidan es un luchador por la libertad y el mismo manifestante con el mismo cóctel molotov, pero en Hernani o Vallekas, es un peligroso terrorista que pagará con años de cárcel su osadía. O por qué una miss ucraniana —los cuñados pajilleros no descansan ni en las guerras— posando con un Kalashnikov es una heroína y una luchadora que defiende su país, pero, en cambio, la palestina Leyla Khaled es una terrorista.

Y no estaría de más preguntarnos por qué al futbolista Kanouté se le señaló, se le criticó y además se le sancionó económicamente con 3.000 euros por enseñar una camiseta que rezaba “Palestina”, mientras hoy todas las competiciones e instituciones deportivas se vuelcan con Ucrania. O por qué Israel participa en competiciones europeas deportivas o Eurovisión cuando no pertenece geográficamente a Europa y sostiene un régimen de apartheid y terror que viola sistemáticamente los derechos humanos.

La misma UE que pagó a Turquía para apalear a los refugiados sirios y ha convertido el Mediterráneo en un matadero, activa por primera vez la norma de acogida ilimitada de refugiados

En última instancia deberíamos preguntarnos por qué, en el mismo país de las devoluciones en caliente, los CIE’s y los “menas”, el mismo país cuyas fuerzas y cuerpos de seguridad hundieron con balas de goma a 15 personas en la playa de Tarajal hasta darles muerte y se reprime a los manteros a tiros en Lavapiés, se ha anunciado la regularización de todos los ucranianos. A su vez, la misma UE que pagó a Turquía para apalear a los refugiados sirios y ha convertido el Mediterráneo en un matadero, activa por primera vez la norma de acogida ilimitada de refugiados, marcándose un “Blonde Refugees Welcome” que ya es historia. Y vergüenza. Ayer mismo veíamos en las páginas del muy progresista y paladín de la diversidad New York Times que si un ucraniano huye a la Unión Europea por ataques de Rusia es un REFUGIADO, pero si huye a Rusia por ataques de Ucrania al Donbass es un EMIGRANTE. Estremecedor.

El cinismo y la hipocresía occidentales son legendarias, no estamos descubriendo la pólvora, pero la histeria colectiva de corte belicista, el ardor guerrero y la rusofobia están alcanzando cotas ciertamente preocupantes: la Academia de Cine Europeo llama al boicot de las películas rusas y las excluye de sus premios. Porque como todo el mundo sabe los cineastas rusos son culpables de las políticas de su presidente. ¿Se imaginan que hubieran expulsado a Luis Buñuel del Festival de Cannes en pleno Franquismo? (Truffaut y Godard se hubieran colgado de la pantalla y no lo hubieran permitido). Pero siempre se puede ir más allá con la psicosis: descubro estupefacto que la Federación Felina Internacional ha prohibido participar y registrar a gatos rusos. Parecen juguetones y entrañables gatitos pero en realidad pueden ser peligrosos agentes encubiertos a las órdenes del Kremlin. La anécdota —veremos muchas más de este tipo en los próximos días— puede resultar graciosa, pero cuando la espiral de histeria y odio se desata y comienza a girar, los resultados pueden ser imprevisibles. Y dramáticos: ayer vimos cómo en Alemania se atacaban negocios y tiendas regentadas por personas rusas. Pone los pelos de punta.

Llegados a este punto toca aclarar —por enésima vez— que no tengo ninguna simpatía por Putin ni por el Gobierno ruso, un gobierno autoritario, de derechas y al servicio de los grandes oligarcas rusos (Florentino Pérez, Amancio Ortega o Paco Roig no son oligarcas, son emprendedores). Un Gobierno que encarcela y reprime a los antifascistas así como a la comunidad LGTBI y que, aunque los medios españoles guarden espectral silencio al respecto, financia a organizaciones de extrema derecha por todo el globo: en nuestro país sus vínculos con Vox y la organización de extrema derecha Hazte oír están más que probados. Es una verdadera lástima que Ana Rosa Quintana, Antonio García Ferreras o Susana Griso no profundicen en esta cuestión.

Ni Putin es antifascista ni la invasión responde a solidarios y altruistas fines: como la OTAN, el mandatario ruso defiende sus intereses

Por otro lado, también conviene matizar que todas las atrocidades cometidas por el gobierno ucraniano no justifican la guerra y la invasión rusa. Algunos ya peinamos canas y no nos creemos el cuento de las guerras por altos ideales y no por intereses económicos y geoestratégicos. Es absolutamente vergonzoso e hipócrita que Putin hable de “desnazificación” mientras financia a la extrema derecha europea. El término puede seducir a cuatro niños rata ávidos de épica belicista de corte antifascista, pero nada más lejos de la realidad. Si Putin quisiera desnazificar el país, con una serie de operaciones encubiertas vía los servicios secretos rusos, descabezaría y eliminaría de un plumazo a las principales organizaciones de corte neofascista ucranianas. Trabajó en la KGB, puede y sabe cómo hacerlo. Pero ni Putin es antifascista ni la invasión responde a solidarios y altruistas fines: como la OTAN, el mandatario ruso defiende sus intereses. Y como la OTAN, lo hace a cualquier precio. Y cuento todo esto también no fuere a ser que, velando por la libertad de expresión, mi muy progresista gobierno —el que más de la toda la historia— me eliminara fulminantemente del espectro mediático como se ha hecho con Rusia Today o Sputnik.

Llegados a este punto también, conviene poner sobre la mesa si todos esos columnistas, políticos a izquierda y derecha, tuiteros y opinadores de toda índole que estos días claman de manera histérica por el envío de armas a Ucrania y por la guerra, están dispuestos a asumir las consecuencias de lo que supondría un conflicto a gran escala con Rusia. ¿Cuál es la meta última de enviar armamento letal a Ucrania? Cualquier experto —me refiero a expertos de verdad no a Risto Mejide, Marta Flich o Miguel Ángel Revilla— sabe que el envío de armas a Ucrania lo único que va a hacer es prolongar la agonía, en ningún caso puede equiparar las fuerzas entre los dos ejércitos. Cualquier experto sabe también que, ahora mismo, la única posibilidad de frenar la invasión rusa es con una intervención abierta y a gran escala de la OTAN con EE UU a la cabeza. Dicho lo cual, no nos hagamos trampas al solitario: ¿queremos una guerra a gran escala con Rusia o sería preferible exprimir las opciones diplomáticas y buscar una salida negociada?

Me ha sorprendido que, incluso desde la izquierda, se opte por la primera opción, una guerra a gran escala contra Rusia. Así, nos encontramos ante cientos de voces —políticos, periodistas, analistas y todo tipo de todólogos y opinadores profesionales— que claman por la confrontación directa. Esta semana nos recordaba Pablo Iglesias, con toda la razón del mundo, que esas llamadas a las armas y ese belicismo de salón se producen desde el confort de una redacción o desde Twitter a miles de kilómetros de las bombas y las trincheras. Yo lo tengo claro: ¿por qué narices mi país debería entrar en guerra para defender a Ucrania? ¿Son mis hermanos? ¿Mis camaradas? ¿Qué tipo de vínculos de clase o lazos históricos o sentimentales me unen con un ucraniano para jugarme la vida por él? No hice la mili en España voy a luchar ahora por Ucrania. Pero vayamos más allá. ¿Por qué debería luchar por un país que ilegaliza y encarcela a los comunistas, persigue y extermina a sus minorías nacionales, no es precisamente un paraíso LGTBI y ha regularizado la explotación reproductiva de las mujeres y disparado la proliferación de macrogranjas humanas? ¿Por qué luchar por un país que siempre votó en contra —junto a EE UU, casualidad— de la resolución de la ONU que condena la glorificación del nazismo? Por si fuera poco, Ucrania acaba de nombrar como gobernador de Odessa a un conocido neonazi denunciado por Amnistía Internacional por crímenes de guerra y de lesa humanidad. ¡Pero cómo va a ser eso posible si Zelenski es judío! Pues porque la geopolítica produce monstruos. Y extraños compañeros de alcoba. Yo lucharía por Ucrania lo mismo que por Rusia o Luxemburgo: NADA.

Los comunistas, los que son reprimidos e ilegalizados en Ucrania y detenidos en masa en las manifestaciones contra la guerra en Rusia, abrazamos la máxima que reza “ni guerra entre pueblos, ni paz entre clases”

Los comunistas, los que son reprimidos e ilegalizados en Ucrania y detenidos en masa en las manifestaciones contra la guerra en Rusia, abrazamos la máxima que reza “ni guerra entre pueblos, ni paz entre clases”, por tanto rechazamos y condenamos de manera rotunda una guerra de carácter netamente inter-imperialista en la que los trabajadores y trabajadoras de ambos bandos son víctimas del expansionismo de la OTAN y la violación de los tratados de Minsk por un lado y el autoritarismo reaccionario de carácter oligárquico del gobierno ruso, por otro. Algunos nos llamarán cobardes, pero estoy convencido de que, ahora mismo, no existe posición más radical y revolucionaria que rechazar abiertamente el conflicto y gritar no a la guerra con todas nuestras fuerzas. No nos asusta el clima bélico, el ardor guerrero y la auténtica caza de brujas que se ha desatado contra aquellos que optamos por insistir en las vías diplomáticas. Como recordaba ayer el periodista Miquel Ramos —de los pocos en un gremio en horas muy bajas que no se ha puesto a tocar tambores de guerra de manera psicótica y orgiástica—: “Después de tantos conflictos armados que hemos visto estos últimos años, nunca había visto tanto odio contra quienes piden vías diplomáticas y frenar la escalada bélica en vez de participar en ella”. Y ese odio tiene culpables y responsables directos: todos esos cretinos que hacen llamamientos a la guerra, esa banda de castrados emocionales, de analfabetos políticos y toda suerte de correveidiles de las oligarquías nacionales europeas y la OTAN que, sin valorar las consecuencias que tendría una guerra abierta contra Rusia, gritan guerra sin el menor de los pudores, desde el confort sus hogares, desde la comodidad de una redacción o desde Twitter. No en vano, Jonathan Martínez, otro de esos periodistas valientes que no se ha puesto a tocar los tambores de guerra, nos recordaba que: “Equidistancia no es pedir el fin de la guerra. Equidistancia es pedir armas para que sean otros quienes las empuñen”.

Y por ello, Yolanda Díaz apoya el envío de armamento letal por puro cálculo electoral: si a su hijo lo mandaran a la otra parte del mundo con un petate y el riesgo de que regresara en una caja de madera con una bandera, su posición no sería tan servil ni se sumaría de forma acrítica a toda esta histeria colectiva que apuesta por los cañones. De la misma forma y por el mismo motivo, eunucos intelectuales de la talla de Sergio de Molino, se suman al carnaval militarista con jolgorio. ¿Os imagináis al bueno de Sergio dando barrigazos por la estepa rusa agarrando un Cetme? Gritan guerra desde el privilegio del que no va a morir en ella. Gritan ruido de fusiles y trincheras porque ellos no van a pisarla: a la guerra van los pobres. Ni los columnistas de La Vanguardia, ni los ministros, ni los escritores de tres al cuarto con carguito en Prisa. A la guerra van los pobres. Para morir por los ricos.

Gritan guerra desde el privilegio del que no va a morir en ella. Gritan ruido de fusiles y trincheras porque ellos no van a pisarla: a la guerra van los pobres

No nos dan miedo vuestras bravatas, ni vuestro odio ni vuestras traiciones, que son ya perversas tradiciones: la socialdemocracia lleva traicionando a los pueblos desde 1914. Y no nos da miedo la paz porque nos guían las mejores. Porque somos los herederos directos de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, de Clara Zetkin. De aquellos espartaquistas que gritaron “No a la guerra” mientras el mundo entero perdía la chaveta. Y no tenemos miedo porque somos los vástagos, no del calvo ruso que terminó anunciando Pizza Hut y que de forma un tanto pueril reivindicaba Enric Juliana esta semana, sino de ese otro calvo —también ruso— que gritó “paz, pan y tierra”, y sacó a Rusia de la guerra y puso a temblar a todos los oligarcas de este perro mundo.

En memoria de Vadim Papura.

La semana política
De repente, la guerra
La invasión de Ucrania por parte de Putin da lugar en España a una discusión surrealista sobre la vigencia del “no a la guerra”.
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Fonso Marañón
4/3/2022 20:11

Ese calvo que entregó primero Ucrania a los alemanes y después aplastó a lis ucranianos que luchaban por expulsar al ejército blanco. Entiendo parte del artículo, pero el final tiene un tufo lamentable.

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Tunigu
4/3/2022 19:11

https://ctxt.es/es/20220301/Firmas/38871/Diana-Johnstone-politica-exterior-EEUU-Rusia-matonismo-Crimea-agresion.htm

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delgado
4/3/2022 18:04

Entonces, lo que defiende Nega es que el pueblo ucranio permita a Putin invadir su país sin oponer resistencia, y que el resto del mundo no haga nada para detener la agresión ni para ayudar a los ucranios. No a la guerra, y punto.

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zabainaki
4/3/2022 22:09

Yo creo que no defiende nada de eso... más bien crítica la corriente general de belicismo en los medios y recuerda otras atrocidades y el vergonzoso sesgo sobre los refugiados...no defiende para nada ni la invasión ni al oligarca ruso

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AC
AC
4/3/2022 13:06

Bravo. Necesitamos más voces así. Es espantoso la polarización y censura mediática.

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