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Grecia
La cuestión militar griega
Cumplir los 18 años es emocionante. Una edad que abre paso a tantas libertades y aspiraciones. Una edad con la que fantaseamos desde que somos pequeños: un despojo final de la infancia. Sin embargo, la libertad de los ciudadanos griegos se interrumpe al cumplir la mayoría de edad, pues son obligados a realizar el servicio militar obligatorio —stratiotiki thiteia— o como comúnmente es conocido en España: la mili.
Los jóvenes deben someterse a un entrenamiento militar durante un período de tiempo que varía de los nueve a los doce meses, dependiendo del destino y el rango. Así lo incluye la Constitución griega, en el párrafo 6 del artículo 4 —aunque esta obligación ya existía desde 1909— “Todo griego capaz de portar armas está obligado a contribuir a la defensa de la Patria según lo dispuesto por la ley”.
Grecia, junto con Austria, Estonia, Dinamarca, Finlandia, Letonia, Lituania, Suecia y Chipre, es uno de los países miembros de la Unión Europea que conserva el servicio militar obligatorio, a pesar de que muchas naciones lo abolieran tras la Guerra Fría. En el resto del territorio europeo Noruega, Suiza, Moldavia y Ucrania, por su parte, también lo mantienen. No obstante, recientemente, varios líderes de la Europa Occidental, especialmente en Francia, Alemania y Reino Unido, han vuelto a replantearse medidas para crear un ejército mejor preparado. La escalada de la guerra ruso-ucraniana en 2022 y la guerra contra Gaza han supuesto un momento de inflexión en la defensa nacional. Ante la escalada bélica, muchos líderes europeos empezaron a mostrar un creciente interés en volver a instaurar un modelo que asegurase tener una reserva de soldados.
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Una solución para los problemas económicos puesta en duda
La instauración de la obligatoriedad del servicio militar marcó un antes y un después en la sociedad griega. Históricamente el país ha estado envuelto en conflictos tanto internos como externos, especialmente con sus países vecinos, Turquía y Chipre. Grecia aprendió pronto la importancia de tener un sistema de conscripción estructurado, tener un flujo continuo de soldados y un plan de militarización actualizado.
La relación entre Grecia y Turquía ha sido en tiempos pasados cuanto menos tensa, especialmente tras la independencia del Imperio otomano y la apertura de sus fronteras en la región balcánica. Hoy en día aún esto es palpable por las disputas que existen en territorios del Mediterráneo oriental para la explotación de hidrocarburos y por los continuos desafíos migratorios. Aunque ambos forman parte de la OTAN, por lo que son obligados a colaborar conjuntamente.
Sobre el papel, la mili griega ha sido una forma de mostrar mayores tasas de empleo y proporcionar formación y alojamiento
El servicio militar se presentaba como una oportunidad de paliar los estragos económicos del país. La crisis financiera y el rescate por la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional, allá en 2009, dejó una tasa de desempleo que llegó a superar el 50%. Sobre el papel, la mili griega ha sido una forma de mostrar mayores tasas de empleo y proporcionar formación y alojamiento.
Sin embargo, la perpetuación de este reclutamiento ha sido motivo de crítica en los últimos años en el panorama sociopolítico. Las condiciones a las que se someten los tsolias, es decir, los conscriptos, ha puesto en duda su utilidad real. Las fuerzas de la izquierda política han sido más críticas con la prolongación de este sistema. SYRIZA, KKE (partido comunista) o MeRA25, partido fundado por Yanis Varoufakis, han sugerido hacer una revisión con medidas como reducirlo, hacerlo voluntario o incluso eliminarlo.
Los ciudadanos helenos deben poner su vida en pausa e invertir su tiempo y su energía en asegurar su lealtad y eficacia militar en caso de que haya una escalada bélica. A cambio, durante este período, reciben un salario simbólico de unos 600 euros mensuales, de los cuales solo perciben alrededor de 8 euros, ya que el resto es excluido para invertirlo en la mejora de las instalaciones, la manutención y la vestimenta. “Sobrevives como puedes”, cuenta Giannis*, quien realizó su servicio en 2020. Son eximidos de su DNI y reciben un carné de identidad militar con el que gozan de algunas ventajas fiscales y beneficios, como descuentos en el transporte público.
Aunque la edad máxima de servir forzosamente en el ejército es hasta los 45 años, de forma general, los conscriptos inician su servicio militar a los 19, 23 o 28, edades en las que han terminado su etapa educativa. Se trata de edades decisivas en la inmersión laboral. Esta situación provoca que la búsqueda de empleo se convierta en una problemática para los jóvenes.
Haber cumplido tu deber con el ejército o no, se ha convertido en un requisito importantísimo para las empresas griegas. Podrías ser el perfil que más se adecúa a lo que buscan, pero el simple hecho de no haber pasado por la mili es una razón suficiente para ser descartado en el primer paso. Esto causa un retraso en la formación profesional de los jóvenes en un país, que durante años, se ha situado a la cabeza de los países europeos con mayor tasa de desempleo juvenil, siendo el segundo en 2023, por detrás de España, con un 26,7%.
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“No se aprende nada en realidad”
Giannis estaba aún en el instituto cuando recibió la primera notificación de su debida entrada en el ejército. Recuerda su primer día perfectamente: “depresivo y desagradable”. Lo resume en esperar en “una cola todo el día. Esperas aquí, esperas allá. Te miden todo el cuerpo, la cabeza, los hombros, los brazos para darte el uniforme que mejor se ajuste a ti. Pero la ropa nunca te queda bien”.
Para Konstantinos* su experiencia estuvo marcada por la personalidad extremista de su entorno. “Eran gente muy nacionalista, sexista y racista”. Explica que tuvo que “fingir que quería cosas que no quería. Era otra persona en la mili”. El joven, como los demás que han prestado su testimonio para este artículo, asegura que experimentó un profundo nacionalismo en la base donde fue enviado. “Cuando estábamos corriendo, uno de los cánticos que nos hacían gritar para mantener el ritmo eran cosas como ‘Macedonia es griega’, ‘Constantinopla es griega y la vamos a recuperar’ y cosas así. Se hacía mucha propaganda contra los turcos, te decían que tenías que vigilar bien”.
Panagiotis* coincide sobre estas líneas. El hecho de que centenares de hombres convivan forzadamente con ciertas presiones y bajo el mismo techo tiene, por consiguiente, diversas consecuencias. Por ejemplo, recuerda a su amigo, proveniente de Albania, pero con pasaporte griego: “Al principio, estaba emocionado de ir al ejército porque le gustaba. El problema es que le enviaron a las Fuerzas Especiales”, comenta.
El joven opina que “las Fuerzas Especiales son el punto álgido en lo que respecta al nacionalismo en el ejercito griego. Era albanés y dado que estaba rindiendo mejor que el resto, los rangos a menudo lo utilizaban como ejemplo de gran elogio, lo que terminó afectando a mi amigo porque los demás se molestaron y sintieron envidia de que un albanés estuviera haciéndolo mejor que ellos”.
Todos coinciden en que este servicio no se sostiene en unos valores básicos y el entrenamiento es muy inconsistente. “El objetivo real es estar preparado para la guerra”, comenta Konstantinos. “Pero en caso de que haya una guerra, todo lo que hayamos aprendido en la mili no sirve para nada. No se aprende nada en realidad. Lo hacemos por las apariencias, para que se vea que hacemos algo por si hay ataque”.
La rutina diaria de estos jóvenes se basa en objetivos poco firmes. Giannis cuenta que las dos actividades que más se realizaba durante su entrenamiento era sencillamente vigilar la base en la que te encuentras y control del material. “Patrullar es lo que más se hace. Caminar alrededor de la base 24 horas. Chequear si todos los vehículos y todas las puertas están cerradas. Vas caminando o conduciendo alrededor con alguien de un rango superior. Lo hacíamos especialmente cuando había fuegos, y por parejas”.
Grecia se ha colocado entre los primeros países miembros en destinar más gasto militar: según un informe de la OTAN en 2022 dedicó cerca del 3.54% de su PIB, siendo un 2% la recomendación de la OTAN a sus miembros. Los jóvenes que han realizado su servicio militar coinciden en que las instalaciones y las condiciones en las que tenían que vivir dejaban mucho que desear.
“Había ratas muertas en las bandejas de pollo y cucarachas en las cajas de pan. Después de un día en el que tuve que ayudar en la cocina, no volví a comer allí”
Konstantinos relata que “las instalaciones eran sacadas de los años 80. Los baños estaban sucísimos. Los edificios tenían moho y mugre en las paredes. Eran muchas camas en la misma sala, podíamos dormir como 20 personas en una sala que podía ser de unos 30 a 40 metros cuadrados”. No solo esto, sino que también “el agua escaseaba, teníamos que ducharnos en tiempo récord. Sentía una falta total de recursos.”
Según Giannis, “el estado de las cosas depende realmente de dónde estés y de lo estricta que sea la base del ejército”. Su experiencia fue algo distinta, ya que se desarrolló durante el Covid, “con todas las normas, había mucho espacio, y una habitación en la que cabían 25 personas si te lo proponías, pero yo tenía un máximo de 12, lo cual fue genial, tuve suerte”. Sin embargo, “no tener aire acondicionado era un horror, porque cerca de la frontera con Turquía, donde estuve durante cuatro meses, junto al río Evros, es extremadamente húmedo, alcanzando el 100% de humedad y temperaturas cercanas a 40 grados”. También recuerda las condiciones insalubres que le rodeaban. “Había ratas muertas en las bandejas de pollo y cucarachas en las cajas de pan. Después de un día en el que tuve que ayudar en la cocina, no volví a comer allí”, explica.
Un desafío emocional y psicológico
Incorporarse al ejército puede ser un gran reto para los jóvenes a todos los niveles. Para Panagiotis fue de todo menos agradable: el joven fue víctima de bullying durante su experiencia. A pesar de su insistencia en lo que le estaba ocurriendo y la repercusión psicológica que esto tuvo en él, tuvo que seguir con su servicio militar después de haberlo notificado. “Una vez este tipo (el bully) dijo que se mearía en mi cama. Y por lo que dijo otra gente, sé que ya lo había hecho anteriormente con otro chaval que estaba en mi misma situación”, relata.
“La primera vez que fui a la mili, digamos que acabé rodeado de mala gente. En esencia, todos eran conscriptos como yo, pero estaban haciendo el servicio en su ciudad. En mi experiencia, la gente de la misma ciudad suele no comportarse muy bien. Ellos están como, ya sabes, ‘este es mi territorio, conozco esta zona, tú eres un extraño.’ Y si eres una persona introvertida, un poco diferente, te eligen”, explica.
Panagiotis tuvo que enfrentarse diariamente a situaciones humillantes y la inacción de sus compañeros y superiores de rango más alto. “Todo llegó a un punto en el que ya la gente no me escuchaba, solo me decía que esperara y esperara. Ya no pude más y un día pensé en asesinarlo mientras dormía. Así de mala llegó a ser esta experiencia.”
“Traté de ser más avispado que ellos, pero era difícil, ellos eran muchos”, recuerda. “El hombre que hacía los programas me colocaba en horarios en los que solo se me permitía dormir tres horas. Fui a hablar con alguien y me dijeron que estaba bien, que no me preocupara. El bully se enteró que fui a hablar sobre esto con mi superior y dijo que se mearía en mi cama y lo quemaría todo después”.
Para incorporarte a este servicio es necesario realizar un test psicológico, físico y cognitivo previo que evalúe la idoneidad de tu perfil, el cual se divide en cinco niveles. En el primer y segundo nivel, el conscripto es apto para hacer cualquier tipo de tarea. En el tercer y cuarto nivel, el estado del individuo le dificulta poder desempeñar gran mayoría de tareas, en estos niveles por ejemplo no se les otorga armas. Finalmente, el quinto nivel determina que no eres apto.
Existen escasos informes públicos sobre el impacto social y psicológico de los doce meses que tienen que pasar dentro de su servicio, al igual que transparencia sobre protocolos
Cuando esto le ocurrió a Panagiotis, a los cinco meses de su ingreso, inmediatamente le mandaron de vuelta a su casa. “Cuando me echaron, no me dieron más explicaciones.” Igualmente, al no completar el total del tiempo correspondido tuvo que ser llamado para terminar el tiempo que le quedaba. La segunda vez que fue, tuvo que pasar esta prueba psicológica, en el test dijo que “si volvía dispararía a todo el mundo”. Entones, “el psicólogo me miró y me dijo que no me iba a volver a mandar al ejército. Adivina qué: al día siguiente recibí la notificación de que volvía”. Le mandaron a la misma ciudad, aunque no a la misma base. Esta segunda experiencia fue mejor, recuerda, “había más gente diferente”.
Lo cierto es que existen escasos informes públicos sobre el impacto social y psicológico de los doce meses que tienen que pasar dentro de su servicio, al igual que transparencia sobre protocolos. “El ejercito griego hará lo posible por esconder todo como sea”, opina Panagiotis. En relación con su caso, “no hay ninguna investigación o reporte de lo que me pasó. Cada unidad tiene una persona responsable a quien reportar este tipo de cosas. No hay ninguna ayuda emocional o psicológica para los conscriptos”.
Giannis cuenta que años atrás las actividades y las rutinas se solían hacer individualmente, pero para salvaguardar la integridad de todos los hombres y evitar cualquier incidente —y susto—, empezaron a organizarlas de dos en dos. Además, recuerda que sus superiores les instaban a todos a llamar a sus padres cada noche para asegurarles que se encontraban bien.
Un informe de EUROMIL, El suicidio en el ejército, esclarece un poco mejor la situación sobre suicidios dentro de las Fuerzas Armadas en Grecia: “Según el manual del jefe sobre ‘Suicidio’ publicado por el Estado Mayor de las Fuerzas Armadas Helénicas, el índice común de suicidios de las tres ramas de las Fuerzas Armadas parece ligeramente aumentado en comparación con el índice oficial de la población general de Grecia. Es probable que este último sea significativamente superior, ya que no incluye el número de suicidios ocultos por diversas razones. Hay diferencias significativas entre las ramas; en la marina hay la mitad de los suicidios que entre los ciudadanos varones del país. En el ejército del aire, la tasa de suicidios es aproximadamente la misma que la de los ciudadanos varones. Por último, el Ejército de Tierra, siguiendo la tendencia observada en otros ejércitos de la OTAN, es la rama más castigada. Se calcula que, a cada suicidio cometido, corresponden entre 10 y 15 intentos de suicidio”. Aunque este informe no recoge el número específico de suicidios dentro del servicio militar obligatorio, sí ayuda a tener una imagen de lo que sucede internamente.
El caso de Panagiotis es, desgraciadamente, bastante usual. La conscripción busca reforzar la adaptación de fuertes aptitudes y capacidades en la población para asegurar un flujo de soldados capaces de defender los intereses de su nación. Sin embargo, son muchas las voces que cuestionan la utilidad de esta política, afectada también por la escasez de recursos.
El derecho a decir que no
La Ley 3421/2005 regula el derecho a la objeción de conciencia, que se reconoció por primera vez en 1997 con la Ley 2510/1997 y entró en vigor el 1 de enero de 1998. Durante la vida de este precepto, se han ido revisando claúsulas y párrafos sobre la duración del servicio o edad de los conscriptos, por ejemplo. Esta regulación planteaba conceder la condición de objetor de conciencia a “quienes invoquen sus convicciones religiosas o ideológicas para no cumplir con sus obligaciones por motivos de conciencia”. Sin embargo, en la práctica es mucho más difícil atenerse a este derecho.
En 2006, Amnistía Internacional denunció la persecución de cinco objetores de conciencia por parte de la Administración y la posibilidad de la detención de uno de ellos. Olga Demetriou, investigadora de Amnistía Internacional, manifestó en su día que “el derecho a negarse a realizar el servicio militar es un ejercicio legítimo del derecho a la libertad de pensamiento, conciencia y religión, derechos que Grecia tiene la obligación de respetar”.
Como alternativa, los conscriptos deben realizar un servicio civil alternativo de 15 meses que a menudo presenta una “naturaleza punitiva” y cuyas “decisiones sobre objeción de conciencia y la administración del servicio civil alternativo no dependen del todo de las autoridades civiles”. En caso de no realizarla, serán percibidos como “insumisos” y tendrían que pagar una multa que puede ascender a los 6.000 euros por período no realizado, además de enfrentarse a otras consecuencias administrativas.
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Un informe de la Internacional de Resistentes a la Guerra menciona que “en 2016, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos encontró una violación del artículo 9 del Convenio Europeo de Derechos Humanos en el caso de un objetor de conciencia cuya solicitud había sido rechazada por el Ministro de Defensa Nacional tras la recomendación del comité en una sesión con una mayoría de oficiales militares”.
Lejos de querer abolir el servicio militar obligatorio, Nikos Dendias, Ministro de Defensa griego, visitó hace unos meses Helsinki en un intento de aproximarse al modelo finlandés, algo a lo que se están acercando el resto de los países europeos. “La idea principal es que el servicio militar pase de ser una obligación a una oportunidad, permitiendo que nuestros jóvenes, cuando dejen el ejército, conserven ciertas habilidades que les serán útiles en su vida profesional”, mencionó el diputado Yannis Kefalogiannis. Aunque por ahora no se espera ningún cambio dentro del sistema, sí se ha expresado un deseo por ampliar la formación militar a otros campos que se puedan utilizar en la vida civil, como socorrista, paramédico y técnico.
La clase política conservadora helena piensa que este sistema de conscripción es la panacea a la seguridad nacional. Hasta ahora la única función que parece cumplir es cuantitativa, al procurar muchos efectivos disponibles, pero no garantizaría su cualificación y capacidad en caso de conflicto. El testimonio de los jóvenes ex reclutas y los informes, apuntan a fallas organizativas en el entrenamiento, una precariedad latente en las condiciones de vida diaria y una carencia de valores en los doce meses que invierten de su vida, que ponen en duda su utilidad real. Se trata de una ley de más de un siglo de antigüedad, que ha sido ligeramente revisada a lo largo de los años, pero que tiene un impacto real en los más jóvenes. El gasto económico y el esfuerzo burocrático hacen difícil entender cómo esta ley ha podido sobrevivir por tanto tiempo.