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Fútbol a este lado
Talismán Battiato
Con 12 o 13 años se pegó un golpe contra el poste de una portería. Él mismo lo contó. Se le puso la nariz de tal manera que su hermano le aconsejó que se fuera a casa y se metiera en la cama. Quien haya sido niño inquieto sabe de ese momento en que salvar el pellejo y evitar disgustos a los adultos se funden en una única decisión.
La huida hacia adelante no suele acabar bien. Al día siguiente su abuela fue a despertarle y gritó del susto. Su madre le miraba aquella nariz rota preocupándose tanto que se le pasó el tiempo volando. Cuando quiso darse cuenta, el médico les estaba diciendo en la consulta, una semana después, que él ya no podía hacer nada con aquella fractura. Que aquella cara era la que había para que, tres décadas después, fuera la portada del disco Fisiognomica y del libro Todos los detectives se llaman Flanagan.
Es de imaginar la escena. La culpa, como pasa con las rodillas desolladas o los cateos, del fútbol. Franco Battiato fue vanguardista hasta para jugar al deporte con peor fama entre intelectualoides de poca jornada y madres de doble o triple. Era líbero, la posición creada por el entrenador austriaco Karl Rappan, a quien le debemos el sistema del verrou o cerrojo, antecedente del catenaccio. El derecho del débil, el derecho a poder intentar ganar con lo que hay. En la mente preclara de Rappan se hizo fuerte la idea de que la defensa era un trabajo colectivo y dinámico, y ese solidario hombre “libre” tenía como paradójica función la de barrer con todo el peligro que hubiera superado a sus compañeros. Si exceptuamos al portero, Battiato era el último hombre responsable de evitar la catástrofe.
Jugaba en el Riposto, el equipo de un pueblo de Catania. En aquellas ligas coincidió nada menos que con otro catanese ilustre, Pietro Anastasi. La llegada de este a la Juventus en 1968 fue seguramente el fichaje más simbólico del ya de por sí sociopolitizado fútbol italiano del siglo pasado. Agnelli, dueño de la FIAT, lo cambió al presidente del Varese por dinero y compresores para producir frigoríficos en su propiedad, la empresa Ignis. El cromo, la foto de Anastasi, entró, como referente, en las casas de muchos obreros de la FIAT que habían llegado de Sicilia, Cerdeña, Campania o Calabria a Turín en busca de un mejor futuro. Allí los llamaban, con acento del norte para marcar distancia, terùn.
En ese país que se preparaba para la larga onda sesentayochista maduró Battiato, que también se había mudado a Milán. Había dejado el fútbol pero el fútbol a él no
En esa Italia post-boom económico, que trataba de parchear con bandera y trabajo las entrelazadas cuestiones meridional y de clase, en ese país que se preparaba para la larga onda sesentayochista maduró Battiato, que también se había mudado a Milán. Había dejado el fútbol pero el fútbol a él no.
Verano del 82, Italia es un país tirando a deprimido. Las apuestas ilegales, el famoso totonero, han hecho que en el patio del colegio los niños coleccionen cromos de estafadores convictos. Uno de ellos, Paolo Rossi. El terrorismo de extrema derecha no es amenaza, sino peligro real. Hace solo dos años de la bomba en la estación de tren de Bolonia y el 30 de abril de aquel 82 el secretario del PCI en Sicilia, Pio La Torre, es asesinado en Palermo por la mafia. En el asfalto de la isla se hierve la sangre de una ola de muerte y calor. Es la gran guerra entre clanes, pero también de estos contra políticos y judicatura hostiles y los pentiti, los arrepentidos. El reportero Attilio Bolzoni recuerda una obsesión con ir mirando los maleteros de los coches aparcados. Si estaban demasiado hundidos, podía haber un cadáver.
Un par de alivios sí había. Uno era La voce del padrone, un disco que había llegado al número 1 de las listas italianas en el mes de mayo para no irse hasta octubre. Lo firmaba Franco Battiato, que había perdido la cuenta de su obra y ahora saboreaba el aplauso popular. “Bandiera bianca” o “Centro di gravità permanente”, pero sobre todo “Cuccurucucù”, inspirada en el clásico del mexicano Tomás Méndez, eran bien conocidas por el italiano medio. La otra fuente de esperanza eran los televisores a color que desde España transmitían el Mundial.
Pero Italia empezó horrible, empatando con Polonia, Perú y Camerún. Un poco en sintonía con la nula conexión de muchos aficionados con aquella selección. Al entrenador Enzo Bearzot le dijeron de todo por haber dejado fuera a Pruzzo y Beccalossi en favor del sancionado y en peor forma Rossi. Nadie daba una lira por que ganaran en la fase final a Brasil y Argentina pero así fue. Y a Polonia, esta vez sí. Carburaron también en la final y ganaron 3-1 a Alemania Federal. Sandro Pertini se levantaba en la grada del Bernabéu, Italia era campeona del mundo.
Antes de cada partido, la selección escuchaba a todo volumen siempre la misma canción: “Cuccurucucù”. Lo ha contado Marco Tardelli, cuyo grito y carrera de gol en éxtasis durante aquella final parece cosa de otro mundo. Como si anticipase alguno de los hipnóticos movimientos corporales de los que Battiato quería hablar en su siguiente hit, “Voglio vederti danzare”.