Opinión
Pacificación
Una portería queda ligada a una de las imágenes que tenemos del lugar en que mataron a Pier Paolo Pasolini. La escena de Caro diario tras los cinco minutos —de fondo el concierto de Colonia de Keith Jarrett— en que Nanni Moretti va hacia ese descampado en Ostia. Sin turistas cerca en aquella madrugada de hace ahora medio siglo, todos durmiendo, sus carretes atrapainstantes en alguna mesa de hotel del centro romano. ¿A quién se le había perdido nada en aquel idroscalo, el hidropuerto ya entonces abandonado donde se unen Tíber y Tirreno?
Suena bien auténtica la localización, pero lo más cerca que de allí están las 50 millones de personas al año que hoy visitan Roma es a su llegada y salida desde el aeropuerto de Fiumicino. La actual gentrificación resumida en el Pacto Carbonara, que insta a las osterie a no cobrar más de 12 euros por un plato popular que no debe superar los ocho, pero que, mediante el chantaje del aquí y ahora al viajero cansado y hambriento, se dispara hasta los 16. Quizá a Pasolini —corazón estallado, apuntó un perito— sí se le había perdido algo entre la arena, los hierbajos, los desperdicios. Puede que parte de su obra. No es un decir.
Sigue viva la hipótesis de que la última cita del director fue una emboscada en la que buscaba recuperar los rollos de película de Saló o los 120 días de Sodoma robados en verano, meses después de uno de los partidos de fútbol más simbólicos de los que tengamos noticia.
Ocurrió que, hacia la primavera del 75, los rodajes de la última cinta de Pasolini y de Novecento coincidieron en la región de Emilia-Romaña. La pachanga que disputaron ambas crews habita el terreno de la leyenda. Bernardo Bertolucci respondía al pesimismo existencial pasoliniano con una ópera marxista de cinco horas a campo abierto. Y con alguna artimaña para ganarle el partidillo, como hacer pasar por atrecista a un canterano del Parma de nombre Carlo Ancelotti. Aunque Pasolini amaba el fútbol y una de sus últimas entrevistas fue para la revista Guerin Sportivo, la definitiva, para La Stampa, contenía una sentencia: “Todos estamos en peligro”. Allí habló de quien “nunca bloqueó la maquinaria”, como el nazi Adolf Eichmann. Quien forja la Historia, afirmaba el italiano, es quien dice no, y el rechazo, para ser eficiente, debe ser grande y absoluto. Formuló, además, tres cuestiones. Cuál es la situación, por qué se la debería parar o destruir y cómo.
Esa última palabra nos resuena, condenados al rol de espectadores consumidores de un presente eterno que agota el futuro. Es relativo el malestar si hay un peorestar. Identificamos que el camino más corto a la decepción es esperar algo. Perder la cabeza no es nada romántico, por mucho que el arte lleve siglos aplicándole barniz. La estructura productiva boicotea una acción colectiva sostenida. Cada nómina pacifica el mundo. Es posible hablar de bombas tomando una caña. No hay mañana aunque el mañana está domiciliado en el banco el mismo día de cada mes. Escribimos insoportable soportando. Se marchita la compasión que no se riega con acciones, como supo Susan Sontag. La culpa gana terreno a la responsabilidad, el lamento a la rabia, avanza el síndrome del superviviente. Suenan solo canciones tristes y festivas. Arcaica la ira. En el cómo pasoliniano vive hoy el interrogante con que se moviliza a una sociedad desconfiada de sus fuerzas o, más difícil todavía, consciente de ellas. Una que impugna el lema de que la gente no se da cuenta de su propio poder porque hacer palanca abre, se nos inculca, metabolizamos, un escenario más oscuro. El nudo está en cómo se detiene a un sistema que nos ha convencido de que su fin es el nuestro. Cómplices de la abolición de la noche, se la ofrendamos a la luz que nunca se apaga. Nuestros ojos se desacostumbran así a la oscuridad, escenario de riesgo pero condición de posibilidad. Se desentrena la retina, nueva rica saciada que olvida el hambre de contornos y movimientos que dan las sombras, mirada prepotente que descarta el misterio e ignora lo obvio. Por ejemplo, tal como advirtió el poeta boloñés, la desaparición de las luciérnagas.
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