Policía en el barrio de Exarchia
Policía en el barrio de Exarchia. Foto: Jose Márner

Disfraz de crisis

Durante una época, muchos nos encontramos mirando hacia Grecia, ese país que parece estar siempre escurriéndose del continente. Fantaseábamos con una gran coalición mediterránea de buen vivir, buena mesa y buena piel contra la mezquindad.
Policía en el barrio de Exarchia. Foto: Jose Márner

Hace unos años, el amigo de un amigo al que llamaremos Guillermo visitó Grecia. Le trajo de regalo una camiseta de la selección. Llevaba por entonces Guillermo greña. Pelo dejado crecer a su aire, sin hacer caso a ese tropo que marca la decisión de criar oficialmente melena: “Para llevarlo largo, antes tienes que ir a que te lo arreglen”. Sentíamos que perdía gracia con esa rebeldía calculada. Hablamos, aunque mi amigo ya no era un adolescente, de cultivar una longitud que mandase un mensaje de advertencia para los pares y de atracción para las deseadas. A nivel capilar valía casi todo, hasta Fernando Redondo o el de las galletas Príncipe, menos parecer un jevi. Se podía vivir en alerta o pillado, no tanto manso. Piñas, pipas, pibas pero no penas en la ecuación. Crecimos así y no hay máquina del tiempo que valga pero sí reeducación. Cuidado con quien idealice el ayer con todo lo que el pasado dejó por barrer y hacer para hoy y para el día de mañana.

El dichoso “¿te lo vas a dejar largo?” disuadía a muchos pero no a mi amigo. Así que allá iba Guillermo por Malasaña vestido de internacional griego. Siempre ha sido mejor camiseta que selección. Blanco y azul cielo combinable con vaqueros. No para una boda aunque los pioneros siempre son incomprendidos. Decididamente, sí un outfit para salir a apurar los años de una zona ya inundada de los primeros apartamentos turísticos y pizzas tiesas que ya hacía tiempo que surtía de pop a estudiantes de ADE. Motivos fuera de lo estético había para lucir la chamarra de la ethniki y uno es justamente ese. Lo bien que suena un efharisto poli a un amigo. Un oxi a la Troika. Durante más o menos la época en que Guillermo llevó esa camiseta, muchos nos encontramos mirando hacia ese país que parece estar siempre escurriéndose del continente. Fantaseábamos con una gran coalición mediterránea de buen vivir, buena mesa y buena piel contra la mezquindad. Uno entiende el arrebatamiento que le entró a Lord Byron, que se fue allí con lo puesto y volvió casi drenado a Inglaterra.

Entre alcoholes malasañeros un desconocido se le acercó y se lo soltó. “Tío, vas vestido de crisis”. Nos reímos, claro. Allí nadie dijo tonterías como que una crisis es una oportunidad ni apareció un espontáneo asegurando que se había hecho rico gracias al esfuerzo

La greña de Guille no tapaba ningún nombre escrito a su espalda. Podía haber sido el de Charisteas o el de Zagorakis, campeones de Europa en 2004. La mayor gesta histórica a nivel de selecciones, que a nadie se le olvide. A buena pasta, poca salsa. La barba de Guille seguramente ni siquiera pudiera llamarse así. No era cerrada ni homogénea, crecía libre por la cara viendo a lo sumo una cuchilla mensual. Y entre alcoholes malasañeros un desconocido se le acercó y se lo soltó. “Tío, vas vestido de crisis”. Nos reímos, claro. Allí nadie dijo tonterías como que una crisis es una oportunidad ni apareció un espontáneo asegurando que se había hecho rico gracias al esfuerzo. Bien por él, porque entonces tendríamos que haberle preguntado que al esfuerzo de quién se estaba refiriendo. Pero no, nuestro repentino acompañante no sintió la fiesta aguada ni era de Recursos Humanos ni un secreta de la policía del optimismo. El tipo vino para dejar constancia de un reconocimiento conciudadano entre habitantes de una permanente crisis. Hoy, una hecha de crisis superpuestas. Múltiples frentes. “Parece que el infierno está vacío y todos los diablos andan aquí”, chico. Pero a esas horas tampoco estábamos para citar a Shakespeare, así que no recuerdo quién invitó a un tercio a quién.

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