Fronteras
La vergüenza de Europa no murió con las llamas

Trasladadas a un nuevo campo bajo la amenaza de ser este el único modo de continuar con sus procedimientos de asilo, las personas que sobrevivieron al incendio de Moria tienen por delante un horizonte duro, privadas de libertad, de bienestar y también de derechos.

Campo de refugiados en Moria - 1
Unas 3.000 se agolpan el viernes 18 de septiembre para acceder al nuevo campo Pablo 'Pampa' Sainz
Lesbos
20 sep 2020 13:05

Lesbos es un ecosistema vivo como pocos. Los hechos que conmovían hace 48 horas, son una postal de la ignominia vivida el viernes, que en nada se corresponde con la de ayer y, posiblemente, tampoco tendrá mayor similitud con la situación de miles de personas hoy. Hay un hilo conductor: las vergüenzas de una Europa empeñada en sus viejas fórmulas de encerrar la vida de miles de personas, y las múltiples historias de resistencias que se cuecen aún donde parece que todo está perdido.

Han bastado solo 10 días para que la mayoría de las más de 13.000 personas que sobrevivían hacinadas en el campo de refugiados de Moria, incendiado en la noche del 9 de septiembre, hayan sido trasladadas al “nuevo campo” o “Kará Tepé 2”, como el Gobierno griego llama a la macro cárcel de tiendas de campaña con el logo de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), montada a orillas del Mar Egeo a unos 5 kilómetros del anterior y creada, según las autoridades, con visos de temporalidad.

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Las ruinas calcinadas del campo de Moria, más de 13.000 personas vivían en un campo con capacidad para 3.000. Pablo 'Pampa' Sainz

El ministro de Protección Civil, Mijalis Jrisojoidis, afirmó el martes 15 que para Navidad la mitad de las personas solicitantes de protección internacional que viven en la Isla serían reubicadas y para la Semana Santa de 2021 no quedaría ninguna. Más allá de las promesas de acogida de diferentes Estados cuando se suceden hechos que conmocionan a la opinión pública, el nuevo plan para la inmigración que presentará en los próximos días la Comisión Europea parece no alentar demasiadas esperanzas.

El nuevo campo está ubicado en un espacio de mucha exposición climatológica, pegado al mar. Este fin de semana se esperaba la llegada del huracán “Mediterráneo” que afortunadamente no llegó. Nadie quiere imaginar lo que va a ser el invierno con vientos helados, temperaturas bajo cero y la humedad extrema del lugar.

Una cárcel

El nuevo campo tiene mucho del viejo y de las políticas de siempre. Es una alternativa a Moria que introduce una disposición represiva no menor: está prohibido salir de él. Está vedado a la prensa, a las organizaciones sociales y a la asistencia legal. ElSalto ingresó al mediodía del viernes 18 acompañando una delegación de europarlamentarios de la Izquierda Plural.

El tour, no propició el contacto con las personas allí encerradas. Su voz no cuenta y cualquier acercamiento altera los ánimos de los policías. La Covid resulta una buena excusa para todo. “No please, no please”, gritan los guardias cuando el acercamiento de las visitas se reduce a distancias audibles con quienes están del otro lado del cerco.

El “paseo” incluye una descripción pormenorizada del puzzle organizativo. “En esta tienda se hacen las pruebas de covid a personas que tengan síntomas”, cuenta uno de los responsables de acompañar la delegación de parlamentarios. A cincuenta metros de la carpa, fuera del perímetro del campo, más de 3.000 personas se agolpan apretujadas, bregando por entrar, sin distancias de seguridad y llevando raídas mascarillas. El sábado ya no habrá colas ni apretujones afuera. Todo cambia en este lugar.

Del recorrido impresiona sobre todo las partes aisladas con concertinas y vallas que hacen imposible cualquier intento de saltar el cerco sin sufrir daños físicos. Son dos zonas covid, una donde se tiene encerradas a 214 personas que han dado positivo de coronavirus, otra donde están sus familiares, supuestos casos asintomáticos.

Campo de refugiados en Moria - 2
Un perímetro de concertinas rodea la zona Covid, donde hay encerradas 214 personas. Pablo 'Pampa' Sainz
“Estamos presas, cuando entramos nadie nos dijo que no podríamos volver a salir”, cuenta Yahaira, una mujer dominicana que, como la mayoría entró engañada por las mentiras del Gobierno 

“Estamos presas, cuando entramos nadie nos dijo que no podríamos volver a salir”, cuenta Yahaira, una mujer dominicana que, como la mayoría entró engañada por las mentiras del Gobierno y resignada, por las amenazas de que nadie podría salir de la isla sin pasar antes por antes por este encierro. Es una joven de 30 años de la que llama la atención su procedencia. La han incluido en una tienda con otras nueve mujeres con las que no comparte ni cultura ni lengua, por cuanto su situación de aislamiento se agudiza.

“No se plantea bajo ningún concepto que un refugiado pueda abandonar la isla si no pasa antes por la nueva estructura en Kará Tepé y sigue los procedimientos de legalización”, afirmó en medios locales el ministro Jrisojoidis. Su estrategia discursiva hizo mella en miles de personas que hasta ese momento se resistían a ser encerradas nuevamente y preferían dormir en las calles.

También ha mermado las fuerzas resistentes el paso de los días de intenso calor durmiendo en las calles bajo estructuras precarias de cañas, cartón y lonas. Es el caso de Pascaline, una joven de República Democrática del Congo que pasa las horas a la sombra de la tienda que le ha tocado y con su beba en brazos. “Es muy duro, no tenemos nada, no nos dan nada”, repite en francés. Está en la zona de familias junto a sus tres hijos y el marido.

En el campamento solo reciben una comida al día. A las 7 de la tarde, “un poco de pepino, algo de pan”, cuentan todos. Sus voces del otro lado de la alambrada se repiten como un eco. “No water, no shower, no electricity”, reiteran y destacan la escasez de baños químicos. Las mujeres bañan a sus peques y lavan sus ropas en las aguas del Egeo, no tienen otra opción.

En el campamento solo reciben una comida al día. A las 7 de la tarde, “un poco de pepino, algo de pan”, cuentan todos. Sus voces del otro lado de la alambrada se repiten como un eco. “No wáter, no shower, no electricity”

Durante varios días la imagen internacional más difundida fue la hilera de cuerpos tendidos a ambos lados de la carretera a Moria. Según nos cuentan el paisaje cambió radicalmente a partir de la noche del miércoles, que empezaron a cargar a la gente en los buses policiales. Al parecer no hubo demasiadas resistencias, la sola sospecha de perder la esperanza de salir alguna vez de la isla hizo el resto.

Desde el Ministerio de Migración y Asilo el bombardeo informativo fue y es constante. Por un canal de la Red Social Viber al que están dadas de alta miles de personas migrantes y refugiadas invitaban a entrar a un campo casi de ensueño, con cuidadas fotografías y una explicación detallada de las supuestas bondades del nuevo campo. “Ninguna ONG, nadie que te amenace, quiere tu bien”, reafirman en sus mensajes. También distribuyen panfletos informativos.

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La amenaza de suspender los procesos de asilo si no entraban al campo nuevo, fue terminante para vaciar las calles. Pablo 'Pampa' Sainz

“Tu centro temporal está listo. Por favor, proceda inmediatamente a su traslado al campo. Su residencia en ese ámbito es obligatoria para garantizar unas condiciones de vida dignas, por motivos de salud pública y personal, y para la reanudación del procedimiento de asilo también. En el campo estarás totalmente a salvo. Se proporciona alojamiento, agua, alimentación, electricidad y artículos de higiene personal. Se dará prioridad a las familias y grupos vulnerables”, se lee en los papeles ministeriales, y otra vez la amenaza: “solo en caso de que llegue al campo, se completarán los trámites del procedimiento de asilo también”.

El viernes, cuando El Salto tuvo oportunidad de recorrer las calles, conmovía la cantidad de cañas y otros materiales esparcidos en el suelo. Solo grupos minúsculos de personas, en su mayoría hombres solos, permanecían deambulando. Ya el sábado casi no había rastro de ellos, ni de algunos asentamientos precarios que quedaban al costado de la carretera en cercanías del quemado campo de Moria. “Anoche vino la policía y se los llevó a la fuerza, con lo puesto”, nos cuentan. Vestigios de comida, y ropas esparcidas, confirman la autenticidad de esos dichos. Solo un espacio alternativo permanecía y bajo amenaza de que tenían 48 horas para trasladarse al campo, ya se habían cumplido las primeras 24.

En todos lados hay rastros de que en esos campos hubo vida. Bandejas de comida sin abrir, utensillos de cocina, ropas, plásticos, jabones, miles de botellas de plástico vacías. Aún quedarían grupos de personas esparcidas entre los olivares de la zona, pero el cerco gubernamental se cierra, se han impuesto sanciones para quienes den ayuda a quienes no han entrado al campo, y se permiten ciertas flexibilidades para asistir a quienes están adentro. Ayer sábado, impresionaba ver llegar a personas pidiendo por favor ingresar al nuevo campo, quizá no crean nada de lo que las autoridades les cuentan, pero es lo único que les han dejado.

Las resistencias

Pese a los estrictos controles policiales y militares, siempre hay resistencias y solidaridades que se cuecen por allí abajo. Pol, un congoleño de sonrisa amplia para el coche de la activista con la que nos movemos y pide ayuda para poder trasladar un colchón y un par de cajas con todas sus pertenencias. Está forzado a ir al campo nuevo. Una hora más tarde lo encontramos a metros de la entrada con todas sus cosas. Alguien lo ha acercado.

Mustaffa, un hombre kurdo cuya mujer e hijos está en Atenas, y él aquí sin posibilidades de salir, se resiste a entrar al campo. Muchas nacionalidades saben que entrar puede significar el encierro en una cárcel hasta un máximo de 36 meses previo a su deportación a Turquía. La sola idea de una separación definitiva de su familia es un freno determinante, pero si no entra no tendrá posibilidades legales de salir de la isla.

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Pese a las restricciones, algunas familias han encontrado la manera de escapar del campamento a hacer compras. Pablo 'Pampa' Sainz

Algunas personas han encontrado la forma de escapar del nuevo campo para ir a comprar al supermercado Lidl cercano, donde hacen uso a la tarjeta en la que les cargan mensualmente 90€ (a partir de este mes 75) para sus gastos. Se ayudan en el traslado en medio de espinos y alambradas. Nadie cree que la policía no lo sepa, quizá una estrategia para descomprimir un poco la situación.

En el campo de Moria, entre el olor a quemado que aún impregna el ambiente, algunas personas de origen romaní se afanan en recolectar decenas de bombonas que quedaron sin explotar y llevar la mucha chatarra que dejó el paso de las llamas. Este sábado era la vista por el juicio a las cinco personas refugiadas acusadas de iniciar el fuego. Nadie sabe a ciencia cierta quiénes fueron, se habla de grupos de extrema derecha, se habla de los propios migrantes. Solo hay una seguridad: mientras Moria existiera no había posibilidades de salir de la isla.

Cuesta diferenciar los denominados casos vulnerables que tendrán prioridad con las tramitaciones de asilo. En rigor de verdad, no hay un solo caso que no pueda considerarse de vulnerabilidad entre personas que llevan meses o años con su proyecto vital coartado.

Cuesta diferenciar los denominados casos vulnerables que tendrán prioridad con las tramitaciones de asilo. En rigor de verdad, no hay un solo caso que no pueda considerarse de vulnerabilidad entre personas que llevan meses o años con su proyecto vital coartado. Miles de niños hoy adolescentes jamás han sido escolarizados, personas con titulación académica, una infancia —como nos cuentan— que en muchos casos se ha visto obligada a la prostitución para sobrevivir. La violencia patriarcal que en estos campos se recrudece en el entrecruzamiento con la violencia y el racismo institucional.

Podrá mejorar el nuevo campo y tener un día las inexistentes asistencias básicas que hoy proclama el gobierno griego para convencer, pero las miles de personas a las que se les ha robado el horizonte necesario para soñar un mañana, necesitan mucho más que agua, electricidad y una pastilla de jabón. Se trata de Derechos. Es de Justicia.

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