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Fronteras
Ignacio Mendiola: “No hay caza de personas sin el desprecio hacia el otro amenazante”
Doctor en Sociología y profesor en la Universidad del País Vasco, Ignacio Mendiola cuenta con una larga trayectoria centrada en el análisis de la biopolítica y la necropolítica. Interesado en cómo las relaciones de poder operan sobre las subjetividades y los espacios, el investigador ha publicado recientemente El poder y la caza de personas (Bellaterra, 2022), un ensayo en el que aborda las políticas migratorias desplegadas en la Europa fortaleza desde el prisma de la caza. En este marco, Mendiola aporta un enfoque que permite discernir cómo se configuran las relaciones de poder en un régimen que justifica la caza de personas a través de su deshumanización.
Antes de empezar tu ensayo, hablas en la dedicatoria de pensamiento indisciplinado. Buscar nuevas formas de entender las políticas migratorias, ¿qué permite en términos políticos y de conocimiento?
La alusión a un pensamiento indisciplinado parte de una forma de cómo intento concebir el conocimiento, hacerlo fundamentalmente en términos de cruce de caminos. En el sentido de que cuando se intenta pensar un fenómeno social concreto, creo que lo importante sería, más que quedar encorsetado dentro de una disciplina, pensar la heterogeneidad que hay dentro de cada fenómeno. Y eso yo creo que exige transitar por diferentes ámbitos como lo histórico, lo político, lo económico, lo jurídico, lo ecológico, lo geográfico, o lo cultural. Y desde ahí pensar en ese cruce de caminos, en esa amalgama, pensar la heterogeneidad de lo social respetando esa propia heterogeneidad. Y esto también supone repensar cómo pensamos lo social.
En este repensar cómo pensamos lo social, enfocas las políticas migratorias en el marco de un régimen de poder definido por la caza de personas, ¿en qué consiste?
El régimen de poder que caza personas no posee una única modalidad, es plástico, se amolda a circunstancias cambiantes. Se podrían distinguir tres modalidades principales que pasan por la detención, por el ahuyentamiento, por la eliminación. A veces esas modalidades son claramente distinguibles, a veces se solapan. Pero a todas ellas les recorre un fondo común que las conecta. El desprecio por la persona que ha quedado definida como presa. No hay caza de personas sin el
desprecio hacia el otro amenazante. Eso posibilita la caza e impulsa el deseo de cazar.
Pensar esta modalidad de poder es pensar desde la imposibilidad ético-política de asumir el sufrimiento que comporta, es nombrar la violencia banalizada incrustada en una cotidianidad impregnada de lo securitario.
Justamente hace poco tiempo la prensa se llenó de titulares sobre los “premios a la caza de migrantes” por parte de la policía de Irún. ¿De qué manera ilustra este hecho la relación entre caza y poder que desarrollas en tu libro? ¿conforman dinámicas de caza las redadas?
Tengo clara la imagen de la caza para nombrar prácticas policiales o tácticas punitivas. El caso al que aludes de Irún, remite a una práctica común muy concreta, muy visual, de caza de personas migrantes y de redadas. Lo que pasa en Irún es que la propia presencia tan clara de algo que alude a la caza de personas migrantes es lo que hace que se desactive automáticamente la orden que en principio estaba pensada para ejecutarse. Pero lo que me parece también interesante del espacio de Irún es que las propias personas que están trabajando, criticando todo lo que está pasando en el cierre de la frontera para las personas migrantes, aluden a la imagen de la caza para nombrar lo que son las prácticas policiales de esa zona fronteriza, porque del otro lado de la frontera los diferentes cuerpos policiales franceses, lo que están ejercitando es algo que remite, yo creo que de forma muy clara, a una caza de las personas migrantes en términos de vigilancia de ese espacio en las inmediaciones de la frontera. De detectarlos, de detenerles, de llevarlos del otro lado de la frontera a Irún, sin ningún tipo de garantías procesales.
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¿Qué permite partir de esta imagen de la caza?
A mí la imagen de la caza lo que me permite es nombrar un determinado régimen de poder que, lógicamente, no utiliza de forma explícita esta imagen. Aquí habría que hacer un rastreo de la genealogía de la caza en términos de cómo ha operado, de cómo se ha puesto en funcionamiento, de cómo se ha justificado, de qué tipo de tecnologías ha ampliado para realizarla. Lo que aparece como una especie de continuo en la genealogía de la caza es el hecho de que hay personas que son cazables, personas que han quedado ubicadas en una posición de subhumanidad, deshumanizadas y por esa carga simbólica que tienen en términos de personas excluidas, se permite sobre ellas el ejercicio de la caza. Ahí la persona migrante está ubicada en esa genealogía en términos de un otro no reconocible como humano y por tanto susceptible de ser cazado.
Los conceptos que usas tienen una fuerza muy viva, cuando hablas de ‘agarrar’, o de la ‘captura’ como apropiarse del cuerpo y el destino de una presa ‘sobrecogida’, la idea de ‘desamparo’, de quien es ‘cazado’ cuando intentaba moverse por un espacio vigilado, ¿es esta una forma de conjurar un discurso sobe las políticas migratorias frío y deshumanizante que se ampara en la abstracción?
La importancia que intento darle a la caza, al hecho de que haya un poder que caza personas es para nombrar una forma específica de relaciones de poder y de violencia. La caza a mí al menos me permite dos cosas: por una parte, establecer un horizonte más teórico o conceptual en el cual se ponen en relación ejes diversos que remiten a las formas de moverse, el espacio, el poder sobre el espacio, las tecnologías empleadas en la caza, las armas empleadas en la caza, el modo en que se realiza una lectura simbólica de la presa, de la persona que puede ser cazada, lo que pasa con el cuerpo de la persona que ha sido cazada o abatida. La caza me permite conceptualmente leer un determinado tipo de poder y al mismo tiempo me permite establecer una especie de hilo narrativo en el cual ir ubicando diferentes situaciones y acontecimientos que a veces aparecen como de forma un poco dispersa. En ese marco, la caza como horizonte me permite establecer esa relación entre elementos diversos. Así, podríamos decir que me interesa casi todo de la caza: desde el hecho de salir de caza, por qué se establece que hay que salir de caza, DE cómo hay un deseo de cazar sobre las personas que se consideran sujetos amenazantes, a la organización de la caza y a lo que pasa con la caza efectiva cuando tiene lugar y con las huidas de las personas que están sometidas a un régimen que caza personas.
Hay personas que son cazables, personas que han quedado ubicadas en una posición de subhumanidad, deshumanizadas y por esa carga simbólica que tienen en términos de personas excluidas, se permite sobre ellas el ejercicio de la caza
Escuchamos repetidamente hablar sobre la securitización de la Europa fortaleza, ¿qué es el poder securitario y de qué manera se relaciona con la caza?
Lo que habría que decir es que lo securitario tiene modalidades diversas, hay modalidades blandas por así decirlo, que podrían aludir, por ejemplo, a las políticas de proximidad, pero hay más modalidades duras de lo securitario. Y el modelo de un poder que caza personas, yo lo ubicaría en una modalidad dura de lo securitario y en ese sentido, a lo que alude, a mi juicio, es a una reconfiguración de lo bélico en un contexto de neoliberalismo impregnado de legado colonial. El modelo de la caza de personas, puede ser sugerente para pensar el modo en que se ha reconfigurado la guerra en contextos actuales, en los contextos que no pasan tanto —al margen de Ucrania— por lo que es una ocupación efectiva de ese territorio, sino que es un modelo bélico y se proyecta sobre sujetos que lo securitario ha definido como sujetos amenazantes, que en gran parte son el sospechoso de ser terrorista y la persona migrante. Este poder se abalanza sobre esos cuerpos deshumanizados dando lugar a una guerra encarnada y encarnizada. El cazador se mueve por los espacios persiguiendo a esas presas allí donde están.
Vivimos en un contexto en el que el poder sale de caza continuamente y eso da lugar a un saber securitario en el cual se reactualiza este sueño distópico de un poder omnisciente que quiere tener la posibilidad de controlar a las personas
Dentro de las políticas migratorias toman centralidad las tecnologías predictivas, los algoritmos, ¿de qué manera esta vigilancia securitaria es una sofisticación del acecho del cazador?
Vivimos en un contexto en el cual se podría decir que el poder sale de caza continuamente y eso da lugar a un saber securitario en el cual se reactualiza este sueño distópico de un poder omnisciente que quiere saber todo, que quiere erradicar las sombras, que quiere tener la posibilidad de controlar a las personas. Y eso entronca con todo este mundo del big data, de los algoritmos. En ese sentido, yo creo que lo que vemos aquí también es una especie como de tecnificación de la caza, que está subsumida en una racionalidad tecnocientífica que le da un cierto halo de objetividad, de dominio, de control, que la despoja un poco de toda la carga política que tiene la tecnología que quiere establecer un régimen de de control.
¿Cuál es el rol de los drones desde este enfoque de la caza?
Los drones serían una modalidad específica de caza. Si se asume de forma explícita lo que es la imaginería de la caza, me parece muy clarificador el hecho de que en la política migratoria europea lo que se está haciendo es enfatizar el uso del dron como mecanismo de vigilancia fronteriza, y eso supone salirse del espacio europeo, en este caso en el Mar Mediterráneo. Y esto no para llevar a cabo operaciones de rescate, sino para crear una mirada distante, lejana e indiferente que detecta embarcaciones con la premisa de que sean devueltas a los lugares de los que han salido.
Luego están los drones que se usan contra personas del ámbito sospechoso de terrorismo. No se sabe exactamente quién es la persona concreta a la cual se va a cazar, sino que hay todo un análisis de datos y de algoritmos a través de los cuales esa persona queda definida como una amenaza. Entonces, esta sería una modalidad de los drones, en la cual el ataque se despliega frente a un sujeto amenazante sin saber la identidad concreta de esa persona. Eso es lo que algunos han llamado una muerte por metadatos. Una muerte decidida por un análisis algorítmico de una serie de datos.
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¿Qué derivas necropolíticas implica que la caza deba de ser cada vez más segura para el cazador? ¿cómo se traduce este blindaje del cazador en la violencia ejercida contra la presa?
Me parece muy interesante todo lo que ha sucedido en torno al uso de drones militares, en el sentido de que supone una redefinición de lo bélico en la actualidad, una redefinición de lo bélico, y esto es lo que me parece más grave, que hemos asumido, que hemos analizado, que hemos dado por buena. Es un tipo de guerra, que no diría que está silenciada, pero que sí que tiene una muy baja presencia mediática. Y es una guerra que lógicamente asume todo el discurso securitario y que en ese sentido se establece como una guerra necesaria, inmunitaria, de defensa a unas supuestas amenazas que están en geografías dispares y que no se sabe muy bien cuándo y cómo pueden irrumpir en el espacio concreto que habitamos.
Es una guerra que se justifica también en términos de una presencia, de una racionalidad tecnocientífica de precisión, una guerra limpia, una guerra quirúrgica en la cual no cabe el riesgo para el cazador, para las personas que ejercen esa modalidad de caza. Al ser una guerra inmunitaria es una guerra fría en el sentido de que es absolutamente inmune al sufrimiento que comporta, porque es una guerra que al margen de esta supuesta idea de precisión quirúrgica, produce miles de muertes. Y es una guerra que produce espacios en los cuales las personas habitan lugares en los que cabe la posibilidad de un ataque indiscriminado, sin saber cuándo y cómo va a operar ese ataque.
¿Cómo se construye la presa? Ante las dinámicas de deshumanización, animalización o invisibilidad, ¿qué lugar juega el reconocimiento?
Creo que para hablar de una practica efectiva de caza y un poder que caza personas, antes casi tendríamos que hablar de cómo se construye la subjetividad de la persona cazada, de la misma forma que cuando hay prácticas de tortura, antes tiene que haber una narrativa que permita el uso de la tortura hacia personas que han quedado ya previamente definidas como personas torturables. En el sentido de que hay personas que por lo que son, han quedado ubicadas en una narrativa simbólica deshumanizante.
También es importante no asumir un discurso humanitario que ayuda a un sujeto victimizado, sino que es necesaria una lectura crítica de cómo lo humanitario está en gran parte supeditado a lo securitario. Lo humanitario tendría que hacer un análisis histórico, político en el que habría que aludir a toda la carga colonial de cómo las personas habitan unos lugares que crecientemente han quedado inhabitables o difícilmente habitables. Entonces, la migración supone un ejercicio de de repensar colectivamente cómo se producen los espacios y como habitamos esos espacios.
La semana pasada asistimos a un naufragio en el que desaparecieron cientos de personas en el mar Egeo. En tu libro hablas de la pieza como la presa cazada, abatida, ¿qué puedes decirnos de la importancia del reconocimiento también de la muerte bajo esta mirada?
Me resulta de hecho interesante que a veces hay un cierto reconocimiento de la presa cuando ha muerto, pero no tanto cuando aparece como sujeto en vida que se mueve y que encarna supuestamente una amenaza y un peligro que activa el ejercicio de la caza. El reconocimiento a veces irrumpe cuando la presa ha sido abatida, eliminada de formas diversas. En ese sentido el acontecimiento al que aludes, yo creo que es, aparte de toda la tragedia y crueldad que tiene detrás, la muestra de que esas personas migrantes, en tanto que sujetas a una lectura simbólica que las deshumaniza, que las convierten en sujetos amenazantes, etcétera y por tanto, cazables, están subsumidas en una especie de lógica de indiferencia radical, al margen de lo que son las vivencias concretas de cada persona que está ahí ubicada. Lo llamativo es que esta indiferencia en parte se revierte cuando esas personas mueren.
De todas formas, creo que es muy revelador el hecho de que la última tragedia en Grecia no ha tenido la repercusión que tuvieron hace años otro naufragio en Lampedusa, en el cual también murieron cientos de personas. Es revelador de cómo este discurso en el cual estamos inmersos introduce también una lógica de insensibilidad con respecto al sufrimiento de las personas que se consideran amenazantes. La poca repercusión política que ha tenido este naufragio con cientos de personas fallecidas o abatidas muestra también la insensibilidad de lo securitario, y cómo activa todo un conjunto complejo de dispositivos de control y de vigilancia para rastrear, para abatir a personas cazables. Pero, al mismo tiempo, cómo descuida luego a la presa abatida, que queda completamente desatendida.
Se habla poco de tortura cuando hablamos del ámbito de la migración. Lo que vimos el 24J son prácticas de tortura que luego acaban con la muerte de algunas personas
En estos días se cumple un año del 24J, ¿se evidencia la dinámica de caza en la manera en la que fueron acorraladas y dejadas sin salida las personas que murieron en la frontera de Melilla? ¿qué hay de esta dinámica en la muestra de desprecio y crueldad frente a los cuerpos abatidos, amontonados los unos sobre los otros, algunos muertos, que vimos hace un año?
Creo que que lo que sucedió el 24J en parte sí que alude a una técnica de caza específica que es cuando a la presa se la deja ir a un recinto, a un espacio en el cual va a quedar acotada, va a quedar dentro de una especie de coto de caza apresada y ahí se hace posible lo que es el ejercicio mismo de la caza y de abatir. Ejercicio de una violencia irrestricta e inmune al sufrimiento que comporta.
Ahí hay una cuestión que aparece en otros lugares y acontecimientos. Creo que se habla poco de tortura cuando hablamos del ámbito de la migración. Lo que vimos el 24J son prácticas de tortura que luego acaban con la muerte de algunas personas. El hecho de que haya una muerte de alguna persona no borra el hecho de que previamente haya habido un ejercicio de tortura o una práctica de tortura. Es interesante activar una reflexión colectiva en términos de cómo nombramos la violencia contenida en lo securitario, la violencia que despliega y hace efectiva este régimen de poder que caza personas.
Hay una imagen que a mí me parece sugerente y que aparece por ahí de forma dispersa, que es el hecho de los crímenes de lesa humanidad y en qué medida podríamos empezar a hablar de crímenes de lesa humanidad contenidos dentro de ese régimen. Eso introduce un ejercicio reflexivo, que es conceptual, que es jurídico, que es político y no es fácil. Pero al margen de que no tenga un desarrollo efectivo jurídico —que lógicamente hace falta ser muy ingenuo para saber que eso difícilmente va a tener un recorrido jurídico— la alusión a los crímenes de lesa humanidad puede funcionar también como una especie de choque semántico, o de espejo desde el cual repensar o confrontarnos con esa violencia banalizada y fría que asume lo securitario.
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Hablas de la huida como la única forma de sustraerse a la caza, ¿qué margen se abre para la agencia en la huida? ¿de qué forma negarse a ser cazado es una práctica de resistencia?
Planteo la huida, no como la posibilidad de ir a una geografía en la cual no haya una práctica de caza. La huida tiene lugar dentro de lo que es la geografía de la caza. La huida, en ese sentido, alude a las diferentes tácticas que las personas susceptibles de ser cazadas ponen en funcionamiento para evitar la presencia acechante del cazador.
Para las personas migrantes, por ejemplo, el espacio de la caza es un espacio que se proyecta en una multiplicidad de espacios. En ese sentido, la huida supone la activación de mecanismos de resistencia frente a la práctica efectiva de la caza. Es una huida simbólica en el sentido de negarse a quedar definido como un sujeto deshumanizado, como un sujeto victimizado. Una huida que activa un discurso político que nombra la violencia efectiva del régimen que caza personas.
Creo que es una habilidad que también nos compete a todos nosotros, en el sentido de activar mecanismos de problematización del régimen de poder en el cual estamos inmersos, en ese régimen de caza personas, de nombrar la violencia que contiene, de problematizar en el sentido de tornarlo inasumible. Y en ese sentido la huida creo que tiene que ser una práctica colectiva de denuncia, de componer geografías afectivas, de solidaridad y crítica de la violencia que está en los espacios que habitamos.
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