Los sindicatos franceses toman el relevo en la lucha contra la austeridad

Más de un millón de personas hacen huelga y se manifiestan en Francia contra los recortes del presidente Emmanuel Macron y del primer ministro, Sébastien Lecornu, que difícilmente resistirá en el cargo sin hacer concesiones a la izquierda sindical y política.

“Los motivos para protestar son infinitos”. Habían pasado pocos minutos de las dos de la tarde del jueves cuando una marea humana desfilaba por la Plaza de la Bastilla en París. En una de las esquinas de ese mítico lugar, vestigio del pasado revolucionario de la capital francesa, Rémi, de 45 años, reconocía que tenía “una lista larga de razones” para manifestarse en contra del presidente Emmanuel Macron y su acólito Sébastien Lecornu, al que nombró primer ministro la semana pasada. Ese profesor de secundaria fue uno de los centenares de miles que salieron a la calle en la mayor jornada de huelgas en Francia desde el 1 de mayo de 2023.

Huelga general contra los recortes en Francia septiembre 2025 - 2

Más de un millón de personas, según la CGT, y 506.000, según el Ministerio del Interior, se manifestaron en el conjunto del territorio galo. Tras la primera chispa que supusieron las protestas del movimiento ciudadano “Bloquearlo todo”, las organizaciones de trabajadores tomaron el relevo en esta rentrée de altos decibelios en el país vecino. Fue una jornada contestataria más clásica que la del 10 de septiembre, pero también más multitudinaria. Una demostración de fuerza por parte de la coalición unitaria de los sindicatos —compuesta desde la moderada CFDT hasta las más combativas CGT y Sud Solidaires—, las únicas estructuras capaces ahora mismo de movilizar a más de un millón de personas en Francia.

Los sindicatos temen que el próximo gabinete gubernamental reproduzca las medidas del agresivo plan de austeridad que Bayrou, predecesor de Lecornu y destituido el 8 de septiembre, presentó a mediados de julio

Sin ser una movilización histórica, el éxito de esta huelga general reflejó que la indignación social no ha decaído a pesar de la incertidumbre política. Tras diez días en el cargo, Lecornu, de 39 años, aún no ha compuesto su Gobierno. Consistirá probablemente en una repetición de la alianza entre los partidos afines a Macron y la derecha tradicional de Los Republicanos (LR).

Los sindicatos temen que el próximo gabinete gubernamental reproduzca la mayoría de las medidas del agresivo plan de austeridad (valorado en cerca de 44.000 millones de euros) que François Bayrou, predecesor de Lecornu y destituido por el Parlamento el 8 de septiembre, presentó a mediados de julio. Y no les faltan motivos para ello. La legislación gala estipula que los presupuestos del año siguiente deben ser presentados como muy tarde el primer martes de octubre, término que puede retrasarse algunos días en circunstancias excepcionales como las actuales.

“Stop a la austeridad”

“Esta movilización es una advertencia y una última alerta. El Gobierno debe entender que hay un hartazgo ante esta situación donde siempre son los mismos los que trabajan y pagan”, avisó Laurent Escure, secretario general de UNSA, en la cabecera de la manifestación en París. “Stop a la austeridad, unidos por una justicia social, fiscal y medioambiental”, clamaba la pancarta al frente de ese cortejo. Entre 240.000 (sindicatos) y 55.000 personas (Ministerio del Interior) protestaron por las grandes avenidas del este de la capital, siendo ese desfile el más multitudinario en el país. 

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El seguimiento de la huelga general fue importante en el sector ferroviario, de los transportes metropolitanos —especialmente en el metro de la región parisina, donde numerosas estaciones quedaron cerradas— y en la educación pública. Los porcentajes de huelguistas llegaron al 33% en la primaria y el 45% en la secundaria, según los sindicatos. Los datos austeros del Gobierno rebajaron ese apoyo a un 10% del funcionariado. También contó con un gran respaldo por parte de los farmacéuticos, que protestaron por la disminución, por parte del Estado, de la financiación de los medicamentos genéricos. 

 “Stop a la austeridad, unidos por una justicia social, fiscal y medioambiental”, clamaba la pancarta al frente de ese cortejo

“Nos oponemos a la orientación general de estos presupuestos. No han parado de hacer regalos fiscales a las empresas —reciben ayudas estatales por un total de 211.000 millones de euros, según un informe reciente del Senado— y a los más ricos y ahora quieren que asuman la totalidad de estos recortes aquellos que viven peor”, defendía Naeva Aubert, de 37 años y que trabaja en un instituto en el norte de la región de París. Ella protestaba junto con dos compañeras de trabajo. Todas ellas consideraban claramente insuficiente la única concesión hecha hasta ahora por Lecornu: la renuncia a la supresión de dos de los 11 días festivos en el calendario laboral.

“Esa medida era el árbol que escondía el bosque. Sabíamos desde un inicio que la iban a quitar”, sostenía su compañera Sophie Gravelines. Los manifestantes se referían en sus pancartas al “museo de los horrores” que representa el plan de austeridad de Bayrou. El texto congela las pensiones, ayudas sociales y salarios de los funcionarios. Además, exige un recorte de 5.000 millones en la partida de sanidad, el despido de 3.000 funcionarios y el no reemplazo de uno de cada tres trabajadores estatales que se jubilen. También abre la puerta a que los trabajadores renuncien a la quinta semana de vacaciones a cambio de una subida salarial.

Masivo despliegue policial

“Me temo que el proyecto de ley presupuestario de Lecornu será una copia del plan de Bayrou”, asegura Nicolas, representante de la CGT. Este técnico quirúrgico fue uno de los sindicalistas que organizaron un piquete delante del hospital Tenon, en París. Resultó una de las numerosas acciones organizadas desde la madrugada en la capital y el resto del país. Siguiendo los métodos de lucha que ya se vieron el 10 de septiembre, hubo cortes de carretera, barricadas en las entradas de institutos (al menos 75 cerraron) y universidades, operaciones para ralentizar el tránsito (en coche o bicicleta en el caso de la “bicirevolución” en Chambéry) o invasiones de vías en estaciones de trenes, siendo la más eficaz de ellas en Marsella.

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Muchas de esas acciones se vieron abortadas por el despliegue de 80.000 policías y gendarmes en el conjunto del territorio galo. Los antidisturbios no dudaron en gasear y aporrear a los manifestantes poco después de que hubieran empezado esas acciones. Pese a la represión policial, el ministro del Interior en funciones, el conservador Bruno Retailleau, está gestionando estas protestas con algo más de inteligencia que sus predecesores. Según datos gubernamentales, hubo diez manifestantes y periodistas heridos, un balance menos escalofriante que en otros precedentes como la revuelta de los chalecos amarillos en 2018.

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“Quieren aterrorizar a la gente y que esta tenga miedo de manifestarse. Me parece una estrategia más bien propia de la extrema derecha”, se quejaba Sabrina, de 32 años, una ingeniera que llevaba en la marcha en París una pancarta en la que alertaba de que “el capitalismo alimenta al fascismo”. Pese a la retórica tenebrista del Ejecutivo, focalizada en el 1% de participantes que se decantan por la violencia material, predominó un ambiente festivo. En total, hubo cerca de 600 manifestaciones y acciones.

La tasa Zucman, tema de moda en Francia

Esta amplia movilización no solo se explica por la indignación por los recortes, sino también por el menosprecio del presidente hacia los sindicatos y la izquierda —terminó primera en las últimas elecciones y ni siquiera tuvo la posibilidad de intentar gobernar—, el aumento de la pobreza y las desigualdades y la precarización del Estado del bienestar galo. El fracaso del neoliberalismo a la francesa de Macron se ve reflejado con que, por un lado, ha empeorado el funcionamiento de la educación y la sanidad públicas y, por el otro, ha aumentado un 47% la deuda estatal desde 2017. Desde entonces, y sin embargo, se ha incrementado cerca del doble desde entonces el gasto militar.

“Un auxiliar sanitario debe hacer el trabajo equivalente a dos o tres. Es algo que sucede en este centro (Tenon), pero también en el resto de los hospitales de París”, denuncia Nicolas, quien recordaba como anécdota sintomática que una compañera enfermera había tenido que lavar a un enfermo con un estropajo ante la falta de medios. “El Ejecutivo reconoce que faltan 2.500 profesores, pero en realidad son muchos más. En uno de cada dos centros educativos hay escasez de docentes”, recuerda Isabelle Pezi, de 59 años, liberada sindical en la rama educativa de la CFDT.

El fracaso del neoliberalismo a la francesa de Macron se ve reflejado con que, por un lado, ha empeorado el funcionamiento de la educación y la sanidad públicas y, por el otro, ha aumentado un 47% la deuda estatal desde 2017

“Tengo la esperanza de que esta movilización sea el inicio de un movimiento más potente. Lo que me hace creer en ello es que en Francia hay un consenso en la defensa de los servicios públicos”, afirma Tim Hartmann, de 44 años y que trabaja en una asociación que ayuda a personas mayores en situación de gran precariedad. “No pedimos la guillotina, sino una medida técnica, como un nuevo impuesto para los ultrarricos”, añade este manifestante.

De la lista “infinita de razones” que hay para protestar, Rémi escribió una de ellas en su pancarta. Y su elección no resulta para nada anodina: la tasa Zucman. Diseñado por el reputado economista Gabriel Zucman, este impuesto especial comportaría que cada año los 1.800 franceses más ricos paguen al Estado el 2% de su patrimonio. Ese pequeño porcentaje permitiría recaudar cada año unos 20.000 millones. Esa medida no solo es una de las exigencias del Partido Socialista para suavizar su oposición ante Lecornu —difícilmente Macron la aceptará, como mucho propondrá otro tributo con un impacto más cosmético—, sino también el tema de moda de debate en Francia.

Desde que Bayrou anunciara su plan de recortes y decidiera suicidarse políticamente sometiéndose a un voto de confianza que iba a perder, en el país vecino se habla de servicios públicos, desigualdades sociales e injusticia fiscal. Esos temas han sustituido las recurrentes polémicas sobre la inmigración y el islam. Solo por eso las protestas ya son una victoria para la izquierda política y sindical. Representan una oportunidad para que avancen sus peones en la batalla ideológica contra el macronismo y la extrema derecha.

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