Opinión
Una guerrilla pedagógica contra el fascismo
El domingo 7 de octubre en la Plaza de Toros de Vistalegre miles de personas se dieron cita para escuchar a VOX. Más allá del espacio que acabe ocupando este partido de ultraderecha se nutre de un sentido común racista, autoritario y machista en expansión. Es urgente entenderlo y combatirlo.

Ondeaban las banderas. La cámara planeaba sobre sus rostros, algunos entusiasmados, otros solemnes. No hay nada que genere mayor sensación de hacer historia que saberse observado. Ver cómo tus mensajes se desparraman por los noticieros nocturnos, asistir al meticuloso análisis de tus proclamas en las tertulias radiofónicas, intuir la ansiedad de los tuiteros ante la pantalla: quieren hablar de ti. Eso emociona, y también te hace sujeto político. Y acordemos que hay sujetos políticos que dan mucho miedo.
Así, entre vivas a España, y proclamas contra la inmigración, llamadas a la mano dura y alabanzas a la familia y a la tradición, Vox pasó una agradable mañana de domingo el 7 de octubre, en la Plaza de Toros de Vistalegre. Conscientes de que remaban con la corriente a su favor, sus militantes se sintieron el epicentro de algo, de un terremoto por venir, la réplica autóctona de temblores que agitan simultáneamente las tierras europeas y las americanas.
Santiago Abascal y los suyos hablaron dos horas, y ofrecieron lo de siempre: un mapa simple para moverse en la incertidumbre. Dibujaron un sendero recto, más hacia atrás que hacia adelante. Un paisaje bélico habitado de trincheras, rodeado de hordas de invasores, atenazado por variopintos peligros. Parapetados tras simbólicas barricadas: los traidores que quieren romper la unidad de España, atacar la herencia cristiana de la nación, degradar el santo pilar de la familia. Afuera, pujando por entrar, las invasiones bárbaras de negros pobres, potenciales delincuentes que preparan su asalto desde la frontera sur. Pero también huestes musulmanas, dispuestas a reeditar la conquista e islamizar todo el continente.
Favorecido por un clima de época, avalado por una épica de la revolución reaccionaria, Vox siente que ha llegado su momento.
El peligro de que invadan tu casa, de que tu barrio se convierta en un narcoparaíso, un sindios venezolano, un suburbio del Cairo es una concatenación de miedos reales y presentes para mucha gente. Cualquier que lea los comentarios de los periódicos, acuda a los bares de su barrio, haga de vez en cuando la cola del INEM, aguarde en la sala de espera del centro de salud, trabaje en una oficina, no debió sorprenderse con nada de lo que se dijo el domingo en Vistalegre. Favorecido por un clima de época, avalado por una épica de la revolución reaccionaria, Vox siente que ha llegado su momento.
Desde el escenario de aquel mitin de Vistalegre se entretejieron todos los malestares sociales. Conectaron la inmigración al paro. La izquierda a la miseria. El feminismo a la deriva de valores. El miedo a perderlo todo a una presunta creciente inseguridad. La precariedad con el “despilfarro” del Estado de las autonomías. La debilidad de estado de bienestar y el amplio abanico de “prebendas” al que accederían los inmigrantes.
Una maraña de sentidos donde todo se explica entre sí, un relato emancipado de la historia, de las estructuras de poder, de las estadísticas, de la realidad toda. Y así, enredados en una apariencia de lógica que es una lógica excluyente y autoritaria, abrazados a un sentido común racista, avalado por la percepción de las cosas, vemos a nuestras vecinas o cuñados, nuestros amigos de infancia y compañeras de trabajo, aún lejos de los mítines de Vox, pero ya hablando algún dialecto del fascismo.
Hay más, había en el acto del domingo una ilusión hacia la ruptura ante un ciclo de degradación, un compromiso común para buscar un nuevo rumbo. Allí había un Vistalegre a la Vox. La promesa era simple: Ante un globalismo que acomuna lo moderno y lo foráneo, vuelve con nosotros al hogar, a “las cosas buenas y normales que nos enseñaron nuestros padres y abuelas”, resumió el líder. “La defensa del legado de nuestros padres y el patrimonio que corresponde a nuestros hijos”, se repitió a lo largo de la mañana. Si se trata de generar hegemonía, defender a tu familia en medio de la incertidumbre es una apuesta segura. Un cuestión de dignidad, como repetían a cada rato los presentes.
Era tentador titular este artículo como “El día del Orgullo Facha”. Daban ganas de ironizar sobre esa foto final de ponentes tan desacomplejadamente masculina
Era tentador titular este artículo como “El día del Orgullo Facha”. Por todas las veces que bajo la batuta de su líder los presentes repitieron la palabra “¡Facha!” Daban ganas de ironizar sobre esa foto final de ponentes tan desacomplejadamente masculina, con esas pocas mujeres tan desacomplejadamente antifeministas, repartidas entra machos alfas. Alguna aguda observación se podría haber hecho ante ese truco tan manido de la ultraderecha de acoger a personas de piel oscura para exponer con convicción las posturas del partido. Daban ganas también de preguntarse, después de oír 50 veces mentar a la España que madruga, qué tiene VOX contra quienes trabajan en turno de tarde. Pero el caricaturismo de derechas, ya hace tiempo que da más miedo que gracia.
Algunas críticas que impugnan el rol de la izquierda, atribuyéndole la responsabilidad toda del auge del fascismo, sobredimensionan sus capacidades, subestiman la inteligencia de las derechas, pero sobre todo la magnitud de los recursos y herramientas que tienen en su poder por estar del lado de quienes salen siempre ganando. Además, invisibilizan la agencia de la gente, como si en los barrios y en las calles habitasen seres volubles, esperando al encantador de serpientes que les guíen. Como si en los barrios no hubiera también gente de izquierdas, personas antirracistas, ensayando estrategias en la cotidianidad.
Las bravuconadas, los comentarios racistas, los oscuros consensos que culpan al más saqueado del saqueo global, no son travesuras para conseguir votos y retuits, ni aportaciones de gente ruda para el debate político y el análisis sociológico. De esas palabras están hechas las concertinas y las balas que matan en la frontera sur. Esos comentarios que cuestionan el derecho al aborto o la violencia de género, ya están escribiendo el guión de futuras pesadillas.
Urge diezmar las crecientes filas del fascismo. No es nada fácil. Hay que romper los hilos del relato, descalabrar el marco fascista. Y hay que hacerlo convenciendo. A la gente que aplaudía en Vistalegre, a quienes asienten cada vez con menos reparo, cada vez con más convencimiento, de estar del lado justo de la historia, un lado que es un precipicio. Hay que aportar otras herramientas contra el abismo. Una guerrilla pedagógica que dispute las oficinas y las colas del paro, que se adentre en los callejones del racismo y siembre salidas.
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