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Estados Unidos
Ilusión y desilusión en la etapa pre-electoral de los Estados Unidos
Como millones de personas en los Estados Unidos, yo ya he votado, y ahora es cuestión de esperar y desesperar y de continuar este ciclo hasta que sepamos quién va a ser el próximo presidente de esta nación dolorida que tanto dolor ha infligido.
Todas/es/os lo recordamos demasiado bien. La ilusión que nos hacía ir a votar por la primera presidenta de los Estados Unidos. Habíamos experimentado algo parecido al votar por Barack Obama en 2008. En esa ocasión, mi hijo de ocho años me acompañó al centro de votación a las seis de la mañana, cuando ya había una cola medio larga en nuestro pequeño pueblito. Me vio votar por el primer presidente africanoamericano de los Estados Unidos. Mi hijo entendió la significancia del momento, de la posibilidad de instalar por primera vez en la Casa Blanca a una persona Negra. Y yo entendí el trabajo que le esperaba a este presidente, el tener que deshacer toda la política egoísta y nacionalista de los ocho años anteriores bajo George W. Bush. Ahora, después de cuatro años de Trump, veo a Bush como un presidente moderado, no tan malo, aún a veces de habla coherente.
En 2016, por la ilusión de votar por la primera presidenta mujer de los Estados Unidos, mis amigas se vistieron de traje pantalón. Mi hija de once años me acompañó al centro de votación a las seis de la mañana para atestiguar que sí había nombre de mujer en la papeleta, que sí podríamos instalar a la primera mujer en la Casa Blanca (yo la llamo “la Casa cis-hetero-patriarcal de supremacía Blanca”). Unas 16 horas más tarde, mi hija observó mis lágrimas de frustración y de opresión y se puso a llorar también. Nuestro gozo en un pozo. Mi marido y yo nos miramos con caras de temor, sabiendo que no era hipérbole anticipar un creciente fascismo y los comienzos de una guerra civil social.
Este año, entre pandemia y política, no existe la ilusión. Nos hemos conformado con la candidatura de un hombre aceptable, y posiblemente, “elegible” del Partido Demócrata, Joe Biden
Este año, entre pandemia y política, no existe la ilusión. Nos hemos conformado con la candidatura de un hombre aceptable, y posiblemente, “elegible” del Partido Demócrata, Joe Biden. Un lado esperanzador nos da una pequeña chispa de optimismo—la candidatura a la vicepresidencia de la brillante Kamala Harris. Como millones de personas en los Estados Unidos, yo ya he votado, y ahora es cuestión de esperar y desesperar y de continuar este ciclo hasta que sepamos quién va a ser el próximo presidente de esta nación dolorida que tanto dolor ha infligido. ¿Cómo podemos sentirnos optimistas cuando se acaba de confirmar a Amy Coney Barrett, humilde sierva a los derechos civiles de los hombres blancos, para la Corte Suprema? Esta mujer retrógrada reemplaza a la inolvidable Ruth Bader Ginsburg, gran defensora de los derechos civiles de todas/es/os.
Estamos cansadas/es/os después de cuatro años de luchar contra los actos monstruosos de esta Casa Blanca: las múltiples órdenes ejecutivas para limitarles a las personas de otros países la humanidad y el acceso a las necesidades; las numerosos separaciones de familias en la frontera entre México y los EE.UU., separaciones todavía no solucionadas en más de 500 casos; las alianzas con grupos abogando por la supremacía blanca; la hipoteca de los derechos civiles de las mujeres; y un largo etcétera. Este “presidente” fascista tomó la decisión de dejar morir a más de 225.000 estadounidenses en la pandemia global más feroz de nuestra época y de declarar de manera sumamente desdeñosa que nadie necesitaba tenerle miedo al coronavirus. Este hombre y sus compinches billonarios no se dan cuenta del hambre, los desahucios, la desigual distribución de WiFi y de tecnología, la falta de cuidados y de acceso a clínicas y hospitales ni la decadente salud mental de las personas más dramáticamente afectadas por estos ocho meses de pandemia.
Anoche di una vuelta por mi barrio de un pueblo rural del suroeste del estado de Virginia en los Estados Unidos. Pensaba en estos cuatro años y en sus efectos duraderos. Pensaba en un hombre local, dueño de un campo de tiro e inspirado por Trump y los trumpistas, quien ha formado su propia milicia, compuesta de personas locales pro-Trump, pro-policía y, por ende, muy anti-Black Lives Matter. Este hombre graba vídeos en los que habla de sus opiniones políticas. Dice vagamente, “Gente, esto está pasando. No quieren que lo sepamos, pero esto está pasando”. Nunca define lo que es “esto”, pero podemos intuir que “esto” es el tomar la plaza para hablar públicamente de los derechos civiles de todas/os/es, y que “esto” les da mucho miedo a la gente que ha logrado mantener el control del país durante siglos, gente envalentonada por las constantes declaraciones clasistas, machistas y racistas de su presidente. Este miliciano, jefe de los “Patriotas” de nuestra zona, menciona con frecuencia a mi marido (maestro de latín en nuestra única escuela secundaria y consejero al grupo de alianza gay/straight) como el blanco ejemplar que debe sufrir a manos de los verdaderos patriotas. Quiere armar a la gente para limitar la definición de “estadounidense”, recordándonos del canto de los blancos de Charlottesville, “Tú…no…nos…reemplazarás”. El miedo del otro lado se traduce en invectivas, armas, violencia, muerte.
Esta temporada siempre nos revela sus hojas brillantes de oro, esmeralda y rubíes, sus adornos de Halloween y sus señales políticas. Mientras andaba por mi barrio, vi que casa tras casa lucía su voto electoral con señales tipo “Black Lives Matter”, “Biden/Harris”, “Unity over Division” (La unidad en vez de la división) y aun una “Bienvenidas/os/es” general y muy optimista. Al dar la vuelta a la esquina, de repente vi, además de la Parca gigantesca de Halloween que se mecía con el viento, señales “del otro lado”—“Trump/Pence 2020” y “Defend Police 2020”. Como canta Hamilton en la obra musical, “cada acción tiene su reacción,” y las señales de nuestro barrio obedecen esta ley.
Lo que sentimos es el miedo a la Parca si hay otra presidencia de Trump, combinado con la anticipación de muchos años de reconstrucción si gana Biden
Pero, claro, las señales podrían señalar mucho más, sobre todo en un país y en un mundo cada vez más maniqueo. Sus lemas partidarios no reconocen la labor de resistencia de millones de personas durante cuatro años. No reconocen el deseo de muchas personas del país de seguir hablando y apoyando. No revelan los miles de horas de trabajo en apoyo mutuo, en las que personas de ambos partidos políticos han creado despensas de alimentos, redes de transporte y teléfonos de urgencia. De hecho, yo, el otro día, en la línea de ayuda de nuestro grupo de apoyo mutuo, ayudé a una votante Trump a votar. Lo hice porque ella no sabía hacerlo y porque creo en el voto universal. Ayudé a Trump a conseguir un voto porque, para mí, no hacerlo habría sido convertirme en trumpista. Al mismo tiempo, celebro el hecho de que un amigo mío vaya a conducir desde Virginia hasta Tejas (25 horas) solo para votar por Biden en Tejas, un estado menos decidido que Virginia.
Lo que sentimos por aquí no es la ilusión, porque aprendimos en 2016 que no nos la podemos permitir. Lo que sentimos es el miedo a la Parca si hay otra presidencia de Trump, combinado con la anticipación de muchos años de reconstrucción si gana Biden.
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Un relato condescendiente, como la mayoría... Pero la realidad es que la 'suerte' se libra entre una moneda con dos caras prácticamente similares y a estas alturas de la ficción lo más interesante que nos puede pasar desde las periferias es que el imperio implosione y nos pille con palomitas para disfrutarlo.
El maíz lo cultivan los americanos principalmente, así que igual las palomitas se nos van de precio si explota todo. Habrá que inventar nuevos ritos expiatorios.