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Energía nuclear
La madurez solar: el contrato de la energía social
Al calor del rodaje del cortometraje La fuga, su director reflexiona acerca de la necesidad de la ciudadanía de reconsiderar su propio potencial para trenzar redes de solidaridad, tanto sociales como energéticas. De esta manera, se puede confrontar el poder de las grandes corporaciones y del oligopolio.
Cuando me decidí a escribir el guión y embarcarme en la procelosa aventura de La fuga, me impulsaban dos razones poderosas. La primera, una clara conciencia de que la industria de la energía nuclear no había conseguido resolver el insondable y dispendioso problema de sus residuos, y en el colmo de su mezquindad se negaba a sí misma ese fiasco científico al tiempo que cargaba con jactancioso desprecio la solución de su problema a los que no obtenían el beneficio de su dislate, es decir, al pueblo. Y dos, la seguridad de que nos encontrábamos por fin en medio de esa transición energética con la que llevaba soñando desde que cayó en mis manos el primer libro sobre energías renovables a principios de los años 80.
La película de La fuga, que todavía estamos rodando, contiene una suma de contenidos pedagógicos sobre el riesgo que asume la ciudadanía que acepta mansamente que un cementerio nuclear como el ATC lo construyan a 40 km de la capital de Cuenca. A la hora de escribir estas líneas, el Ministerio de Transición Energética ha puesto en entredicho su realización. Lo que no imaginaba entonces, y sin embargo ahora ocupa mi mente con poderosos tirones a los faldones de mi camisa, es que esta transición energética constituye a su vez un singular puente para reorganizar el descalabrado contrato social. Esta visión optimista no aparece en La fuga, que concluye con la necesaria advertencia pesimista. Amigo de los futuribles en positivo, déjenme fabular sobre la energía social.
Van a abrirse opciones claras para iniciativas de autoproducción de energía gestionada desde colectivos sociales coherentes. Esta autogeneración energética brinda una poderosa oportunidad para la reorganización ciudadana. Loables como son los intentos de la democracia horizontal por lograr la participación ciudadana, se enlodan con dos problemas descomunales que la educación no logra revertir: la pasividad y el absentismo. La participación exige motivación, tiempo y esfuerzo, habilidades de pensamiento crítico y sobre todo capacidad y competencias para el diálogo y su consenso, y su recompensa es más que dudosa, sobre todo si se espera de una sociedad en la que domina la desconfianza en el sistema y una ciudadanía que a fuerza de corrupción arrumba o ensombrece sin pestañear la verosímil honestidad del ser humano. Tristemente, no parece que ni siquiera las herramientas digitales ayuden demasiado.
La energía social nace libre de servidumbres asociadas al color político, a la genealogía o a la filiación que a cada cual por su barrio le otorga la historia. El nuevo paradigma energético nos da una oportunidad de reorganizar las interrelaciones humanas empleando la arcilla básica para la participación: la motivación. Aquí el impulso está definido por proyectos concretos, consensuados, no por ideas abstractas susceptibles de evaporarse. La energía social reúne a los ciudadanos en células funcionales, interesadas en fines enumerados, delimitados y prácticos que, digámoslo pronto, les benefician de manera real, en su bolsillo, en su tiempo, en su salud. Esas células son coherentes, realistas, locales, cohesivas, con objetivos de los que todos y cada uno de sus integrantes cuelgan un interés que es, a su modo, un anhelo, un acicate y un compromiso, y del que esperan obtener un beneficio.
El nuevo paradigma energético nos da una oportunidad de reorganizar las interrelaciones humanas empleando la arcilla básica para la participación: la motivación.
Las civilizaciones orbitan alrededor de la energía; cuando cambia la fuente de su energía se altera el diseño de sus redes de influencia. Con la Ilustración, en el siglo XVIII, Kant nos sacó de la autoculpable minoría de edad, nos dijo que ya no nos valía quejarnos, que ni la pereza ni la cobardía eran excusas, que ahora disponíamos de libertad suficiente para hacer siempre y en todo lugar un uso público de la propia razón. Ahora que tenemos veintiuno puede que nos llegue el momento de la madurez solar, otra vida. El ciudadano se hace responsable de la luz del sol que cae sobre su casa y su municipio, incluso de la que baña su cuerpo (pronto habrá ropa solar que genere energía). La producción individualizada le libera de muchas de las servidumbres e impuestos que hasta ahora ha aceptado como irremediables. Cabe incluso que esta forma de libertad y de no dependencia de amorfos e impersonales monopolios regenere al individuo en su concepción de la autosuficiencia y de la autoeficacia, que lo lleve hacia actitudes menos competitivas, menos suspicaces. Puede que ello admita un tejido social más parejo, mejor trenzado, quizá agraciado y presumiblemente agradable.
Nos toca decidir si queremos seguir siendo cautivos de los dosificadores de energía o elevar nuestra capacidad para una corresponsabilidad, una gestión social mancomunada que asiente las bases de un futuro menos opaco, más sosegado. Una readaptación en los órganos de la sociedad que sirva para equilibrar la relación de fuerzas entre el desmesurado poder de los herederos, con sus corporaciones, y la mermada soberanía de los ciudadanos. Esta madurez solar podría constituir los cimientos que lleguen a tiempo para concatenar nuestra necesaria evolución social hacia un mundo más consciente de su globalidad, más responsable con los límites ecológicos del planeta y consecuentemente más equilibrado.
Esta compuerta formidable está a punto de abrirse, ya se está abriendo de hecho, y tenemos la obligación de atravesarla antes de que la reconviertan de nuevo en una minúscula gatera que se ha de seguir cruzando de uno en uno, pagando un exorbitante tributo.
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Gracias por el optimismo.
Pero primero hay que derogar el impuesto al Sol del PP, y desmontar el oligopolio-eléctrico-mafioso-español.
No es imposible si gobiernan quienes tengan voluntad de cambiarlo.
Excelente. Es una mucha apasionada por recuperar nuestra libertad energetica. La energia del sol es nuestra. Que el gobierno anterior y Los Oligopolios electricos lo hubieran prohibido demustran que necesitamos defender nuestra libertad energetica. Los Oligopolios electricos del poder politico tienen que see denunciados y combatidos