Elecciones
12M en Catalunya: la resaca del Procés llega a las urnas

El final de las ambiciones de los partidos independentistas y el retorno del bipartidismo sociovergente marcan los comicios de este domingo.
Miquel Roca i Junyent Salvador Illa
Salvador Illa junto a Miquel Roca i Junyent en una imagen compartida por el candidato socialista en sus redes.

Quizás no han sido los más mediáticos, pero dos episodios resumen la campaña de las elecciones catalanas de este domingo. El primero de ellos tuvo lugar el 25 de abril en Martorell. “Votaré Junts. Ahora toca Junts. Y votaré a Puigdemont”, aseguró ese día en un mitin de la derecha catalana Jordi Pujol, de 94 años y al frente de la Generalitat entre 1980 y 2003, cuyas investigaciones judiciales se han eternizado y parecen haber quedado en el olvido. El segundo ocurrió el martes con la resurrección de otro de los dinosaurios de la política catalana. El conservador Miquel Roca Junyent, uno de los padres de la Constitución, expresó su apoyo a Salvador Illa, candidato del PSC y favorito en estos comicios.

Estas elecciones representan un viaje al pasado. Más bien dicho a los pasados, en plural. Son unos pasados que ya no existen, pero los anhelan partes significativas de la ciudadanía catalana. Por un lado, el retorno de Convergencia, es decir, de un nacionalismo catalán de centroderecha de claro corte personalista y que apueste por “la negociación” y “el camino del buen gobierno” —exactamente la misma fórmula de Pujol y que hasta hace pocos años vilipendiaban los independentistas—, según palabras del mismo Carles Puigdemont, candidato de Junts. Por el otro, el retorno de la Catalunya anterior al fallido proceso independentista, del orden, “la prosperidad” y del desarrollismo económico de la Barcelona olímpica del 92. Es la opción que defiende el PSC.

“Illa aparece como favorito para ganar estas elecciones con un discurso de vuelta al statu quo, de corte conservador y más de derechas que el de Pedro Sánchez”, explica a El Salto el periodista y politólogo Pablo Castaño, profesor en la Universidad Autónoma de Barcelona. “Hay un contexto de agotamiento” en Catalunya, añade. “Se nota mucho que la sociedad catalana ha pasado página del proceso independentista”, afirma el analista político Alejandro Pérez Polo. Este domingo, de hecho, se visibilizará en las urnas la resaca del Procés.

Retorno de la sociovergencia

El final de ese periodo de irresponsabilidad de las élites catalanas, teatralización de la política y movilización multitudinaria de la ciudadanía por una causa imposible —independizarse de España “sin tirar ni un papel al suelo”, como dijo Artur Mas— se vislumbró con el choque con la realidad que supuso la experiencia de muerte colectiva del covid-19. Luego vinieron las acusaciones de “traidores” a ERC por apostar por la negociación con el PSOE y lograr los indultos. Tras haber criticado esa vía del diálogo, Puigdemont se sumó a ella después de que le tocara la lotería a su desorientado partido en los comicios del 23 de julio del año pasado, en que la derecha catalana obtuvo las llaves de la investidura de Pedro Sánchez. 

La ley de amnistía, que probablemente entrará en vigor en junio, certificará el final de ese periodo. Podría ser la puntilla final la investidura del socialista Illa, quien representaría el primer presidente catalán no independentista desde que en 2012 Mas se subió a la montaña rusa del independentismo tras la manifestación multitudinaria ese 11 de septiembre en Barcelona. Pero ni siquiera hace falta un Illa presidente para certificar el final del Procés. Puigdemont habla cada vez menos de una muy hipotética separación de Catalunya del resto de España.

“La hora de volver ya ha llegado y será este domingo”, prometió el expresidente catalán en su mitin de cierre de campaña desde Elna, en la llamada Catalunya Norte, en el sudeste de Francia. Allí mismo Puigdemont había anunciado en marzo su candidatura en estos comicios. Su partido ha jugado al máximo la carta personalista de su líder obligado a hacer campaña desde el extranjero ante el probable encarcelamiento y la represión judicial que sufriría si regresa a España antes de la entrada en vigor de la ley de amnistía. “Necesitamos una Catalunya con liderazgo y buen gobierno ante el mundo”, añadió el candidato de Junts, que combina los tópicos de la Convergencia de Pujol con frases de corte épico, victimista y populista. 

De manera significativa, los estudios de opinión esbozan un paisaje político parecido al que había en Catalunya antes de la crisis de 2008. Como ha sucedido con la española, la política catalana vive su retorno del bipartidismo

Es una fórmula simplista, pero aparentemente eficaz y adobada por el “gen convergente”. Según los últimos sondeos, que se deben coger con pinzas, Junts se habría consolidado en la segunda posición (22% en intención de voto) tras hacerle el sorpasso a ERC (18-15%). Poco a poco, se ha ido acercando al favorito PSC (27%), sobre todo en las estimaciones en el número de diputados. 

De manera significativa, los estudios de opinión esbozan un paisaje político parecido al que había en Catalunya antes de la crisis de 2008. Como ha sucedido con la española, la política catalana vive su retorno del bipartidismo. “En muchos aspectos los discursos de Junts y del PSC son imposibles de distinguir”, recuerda Castaño. Ambas formaciones comparten su defensa de infraestructuras más bien propias de un modelo de finales del siglo XX, como el Hard Rock o la ampliación del Aeropuerto del Prat. “Será un lugar de entretenimiento familiar”, dijo Josep Rull, número tres de Junts sobre el macrocasino. E Illa se puso chulo para defender el crecimiento de la infraestructura aérea: “¿Cómo va a venir la gente? ¿En patinete?”.

La amenaza de la ultraderecha independentista

Ante el personalismo y la épica de Puigdemont, los socialistas catalanes respondieron con otra épica y otro personalismo: el de Sánchez. La campaña arrancó a finales de abril con la decisión del presidente del Gobierno de tomarse “cinco días de reflexión” y hacer un amago de dimitir después de que la justicia abriera una investigación preliminar sobre su mujer Begoña Gómez. Esa maniobra extraña reforzó las perspectivas del PSC. Illa se ha dedicado a surfear sobre esa ola con una campaña bastante conservadora, con guiños a los exvotantes de Ciudadanos y del centroderecha convergente, como su foto con Roca Junyent o la posible designación de Josep Lluís Trapero —el jefe de los Mossos durante el 1 de octubre— como director general de la Policía catalana.

“Se están presentando más partidos ultraderechistas que nunca a estas elecciones en Catalunya”, dijo el jueves Sánchez, muy presente a lo largo de la campaña, en el penúltimo mitin de su partido. El líder del PSOE ha recurrido a su clásica estrategia del miedo a la ultraderecha para movilizar a aquellos que apuestan por los socialistas en las generales, pero se abstienen en las autonómicas. Para ello, se ha beneficiado del hecho que en el próximo Parlament no solo podría estar presente Vox, sino también Aliança Catalana.

El analista Pérez Polo advierte del crecimiento de la audiencia en las redes sociales de Sílvia Orriols, que amenaza con irrumpir con fuerza

La alcaldesa de Ripoll, Sílvia Orriols, apenas obtuvo 1.400 votos en las municipales del año pasado. Eso no ha evitado que su personalista formación atrajera el interés de los medios y los otros partidos, hasta convertirse en una de las principales novedades de esta campaña. “Representa el último reducto de los catalanes puros y de aquellos rebotados del Procés que consideran que los dirigentes de los otros partidos independentistas los traicionaron”, explica Pérez Polo, autor del ensayo Tú no eres especial. Este analista advierte del crecimiento de la audiencia en las redes sociales de Orriols, que amenaza con irrumpir con fuerza como hizo Vox en las autonómicas andaluzas del 2018.

Aunque ambos partidos comparten su racismo e islamofobia, el partido de Abascal no parece sufrir por la aparición de otra formación ultra. Vox ha ido de menos a más en esta campaña y los últimos sondeos le dan opciones de quedar cuarto, por delante del PP. Si eso sucediera, resultaría una mala noticia para Alberto Núñez Feijóo. El líder de la derecha española ha estado muy presente esta campaña en Catalunya, donde pretendía engullir a Vox y beneficiarse de la casi desaparición de Ciudadanos. Así reforzar su relato de cara a las europeas, en que aspira a una clara victoria. 

La oportunidad desperdiciada de las izquierdas

Los de Abascal parecen resistir, sin embargo, a la competencia del PP. Han intentado llevar su demagogia que vincula la inseguridad con la inmigración al cinturón periférico de Barcelona. Fueron protagonistas del último día de campaña con un polémico anuncio en la portada de El Periódico, el segundo diario con un mayor número de lectores en esa comunidad y en principio con una línea editorial progresista. Tanto Vox como Alianza Catalana quieren reflejar en las urnas las pasiones tristes y los resentimientos xenófobos que han suscitado en una parte de la sociedad la transformación demográfica de Catalunya. En apenas 20 años ha pasado de seis a ocho millones de habitantes. 

Curiosamente, estas elecciones marcadas por el retorno del viejo bipartidismo catalán tienen lugar en una de las comunidades autónomas en que se visibilizan de manera más cristalina fenómenos del presente, como la multiculturalidad, la urgencia climática a través de la sequía, el hartazgo por el turismo, la crisis de la vivienda… Estas cuestiones han estado presentes en los debates —menos marcados por el monotema Catalunya-España—, pero eso no ha impedido el probable declive de las tres formaciones más de izquierdas: ERC, Comuns Sumar y la CUP.

El partido de Pere Aragonés podría sufrir un duro revés electoral. Los sondeos apuntan que bajaría del 21% al 15% y obtendría su resultado más modesto en unas autonómicas desde 2012

Pese haber llevado en solitario las riendas de la Generalitat desde el otoño de 2022, el partido de Pere Aragonés podría sufrir un duro revés electoral. Los sondeos apuntan que bajaría del 21% al 15% y obtendría su resultado más modesto en unas autonómicas desde 2012. “Tiene que ver con la incapacidad de ERC para vender su acción gubernamental, que no ha sido brillante, pero tampoco desastrosa”, sostiene Castaño sobre el Ejecutivo republicano. Su balance cuenta con algunos aspectos positivos, como la contratación de 20.000 sanitarios y 9.000 profesores y haber incrementado un 4,4% el PIB industrial, además de haber iniciado la vía de la desjudicialización y del diálogo con el Gobierno central que luego abrazó Puigdemont.

Tanto la CUP como Comuns afrontan los comicios con unas perspectivas modestas (6-4%). En el caso del partido de Jéssica Albiach y Ada Colau, según Castaño, esta pérdida de peso electoral se debe “a que muchos los ven como una muleta del PSC”. Algo parecido sucede con la CUP respecto a Junts. Una de las peculiaridades del Procés fue que, pese a tratarse de un fenómeno más bien de corte nacionalista y populista, supuso un giro a la izquierda del electorado catalán, básicamente por la voluntad de todo ese bloque soberanista de presentarse como la antítesis de la España del PP. 

Eso se vio reflejado en que ERC, Comuns y la CUP consiguieron hasta 50 diputados en las catalanas del 2021. Entonces, representaban el principal bloque ideológico en el Parlament, pero no lograron aliarse ni impulsar medidas transformadoras. Y ahora podrían pagarlo con un paisaje político más derechizado, independientemente de quién gobierne y de los inciertos pactos poselectorales.

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