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Elecciones Madrid 4M
Trazas de fascismo
Yo, por poder comer, como de todo. Me libré de la alergia al cacahuete, a la lactosa, al gluten y al marisco. Sin embargo, tengo una severa intolerancia al fascismo y a sus derivados. Tal vez por eso lo detecto rápido, aunque venga edulcorado y entre líneas, o mezclado con el resto de ingredientes. No lo puedo evitar, se me atraganta. Pero hay quien, de tanto tragar, ya no lo nota. Y, claro, luego vienen los pobres inocentes, los sorprendidos demócratas: “¿Eran fascistas? ¿Cómo? No sabíamos… Qué impredecible, ¿quién iba a pensarlo? Si no iban vestidos de Hugo Boss ni habían nacido todos en 1925”. En el espacio de lo tolerable no hay un “yo no soy fascista, pero”. Hay solo un “yo no soy fascista” y punto.
La derecha de puro y carajillo va a votar al fascismo chocarrero, porque se siente bien representada. La otra, la que come con cubiertos, votará a Alianza, como siempre, pero al menos sin sentir vergüenza ajena
Pero permitidme que me ponga en situación, a base de tanta traza de fascismo hemos llegado a un momento interesante. La actual presidencia de la Comunidad de Madrid se había escorado tanto a la derecha que los partidos de extrema derecha eran ya una redundancia. Cuando se sacó las elecciones de la manga para evitar la moción de censura necesaria, los que ya sabían que no iban a ganar aceptaron suavizarla por contraste. Es normal, saben ya que si ella gana siempre tendrán espacio en su cortijo. Podemos dio un golpe de efecto y acaparó las cámaras y en su pataleta infantil, el partido de Abascal decidió hacer campaña de la provocación y el victimismo, buscando en los barrios proletarios la foto que justificase su existencia. El resto ha sido una escalada vergonzosa y bestial de desvergüenza amparada en una impunidad flagrante, hasta llegar al objeto del deseo: acabar con el espacio de debate. Y esto es muy bueno para sus votantes. La derecha de puro y carajillo va a votar al fascismo chocarrero, porque se siente bien representada. La otra, la que come con cubiertos, votará a Alianza, como siempre, pero al menos sin sentir vergüenza ajena.
La campaña de Ayuso es no existir, presenta propaganda con su foto y su nombre como único argumento. Y hace bien: para una vez que estuvo ni siquiera supo contener la risa floja mientras le hablaban de los fallecimientos en las residencias que no medicalizó. Le viene bien, así no sale que Domus V cobra comisión por cada muerto, o las prisas que ha tenido en cerrar contactos y licitaciones con empresas afines.
Pero la escalada de histrionismo es una bomba en las ruedas del PSOE, que presentaba un proyecto liberal con rostro de señor civilizado y se podía haber comido la merienda del autónomo que votaba a Ciudadanos. Gabilondo, en el ultimo momento, tuvo que tirar de freno de mano para marcarse un “giro escandinavo” antes de que se lo llevara la corriente.
Más Madrid se aferra a los cuidados usando el feminismo de estandarte y con Podemos la cosa está muy seria, algunos medios andan desubicados, titubean entre ir de democráticos o seguir con la cháchara franquista del extremo centro que predica que aquí eran y son iguales los dos bando.
Cosas que antes estaban reducidas a un grupúsculo de perfiles muy concretos empiezan a aflorar entre nosotros, llamando “dictadura de lo progre” al mínimo exigible para poder vivir con otra gente
Sin embargo, lo preocupante no será televisado y el trabajo sucio no lo hacen quienes tienen nombre, una S.L. y el carnet del partido. Lo hace la gente de a pie, y este problema, que hace unos años era más minoritario, se les está yendo de las manos. Bromas con violar, chistes racistas que se convierten en amenazas, ataques y agresiones. Cosas que antes estaban reducidas a un grupúsculo de perfiles muy concretos empiezan a aflorar entre nosotros, llamando “dictadura de lo progre” al mínimo exigible para poder vivir con otra gente.
Por mucho tiempo, “partiditos” como ese lo intentaron y jamás consiguieron un escaño porque cualquiera entendía su desvarío. Pero desde hace tiempo se alimenta desde arriba, por debajo de la mesa, a escondidas como quien da pan al perro sin permiso, la idea que el odio es aceptable, comestible y que se puede consumir todo o por partes. Mientras, nos quitaban los lugares comunes, los espacios de encuentro y de diálogo.
Han pasado diez años desde aquel mes de agosto en que decretaron en Madrid el Estado de Excepción y una Ley Mordaza irrevocable nos vigiló en las canciones y las redes, impidiéndonos incluso la metáfora. Porque era evidente que, al juntarnos y al hablar, llegábamos a acuerdos, y eso era un delito inadmisible. Pusieron a funcionar la rotativa de sus lacayos, desde periodistas a youtubers, pasando por bots y trolls con contrato de becario, normalizando el discurso despreciable que, como las canciones del verano, a base de repeticiones se te graba y hay hasta quien, sin querer, la tararea.
Y, copiándonos algunas estrategias, nos sustituyeron en las redes, crearon centros sociales ocupados o no mientras cerraban los espacios donde hablábamos de apoyo, de igualdad, de ayuda mutua, en fin, de lo bueno y lo decente…
Y fueron secuestrando los discursos, sustituyendo por monólogo el diálogo, con propaganda feroz y esas falacias de que los extremos se tocan y de que condenan todo tipo de violencia. Vaya chiste… En fin, bromas aparte, quienes condenan todo tipo de violencia (si es de rabieta de pobre, claro está) normalizan la violencia del desahucio, de la existencia de CIE, de Raíces, de la reforma laboral, de los recortes en servicios socio-sanitarios, del machismo imperante, del racismo de estado, de la especulación con la vida y la vivienda… Pero nada de esto fue fascismo. Tenía trazas, claro, pero bueno, por un poquito no te va a hacer daño. ¿Verdad? Es bien sabido que con la ingesta de porciones muy pequeñas se acaba desarrollando tolerancia.
La frontera de lo aceptable es muy estrecha, es esa paradoja de que para merecer respeto y escucha tienes que soportar las injurias en silencio
No es accidental, no es un despiste. Para garantizar que siempre gane un bando juegan con dos reglamentos diferentes. Para quien defiende lo humano, la norma es clara, tajante y cristalina: se prohíbe todo tipo de violencia, física, verbal y hasta simbólica. Para que se acepte su proclama es imprescindible que no hiera, que no manche, que no ofenda, que no interrumpa el trafico, que salvaguarde el mobiliario urbano, que no cobre, que no grite, que no llore, que no haga feo, que no enseñe las cicatrices que es muy desagradable... La frontera de lo aceptable es muy estrecha, es esa paradoja de que para merecer respeto y escucha tienes que soportar las injurias en silencio.
Para el otro contrincante, el que se posiciona a favor de los intereses financieros, es algo más flexible, mas abierta. Puede usar todo el armamento disponible: propagandístico, burocrático, jurídico, económico, policial y hasta militar si se le presta. El fascismo milita en este bando, por eso hay quien lo trata en connivencia. Porque nunca molesta a los mayores. Es un secreto a voces, en los barrios obreros está claro. La aciaga tarde de las cargas en Vallecas recuerdo a un muchacho que interrumpió a unos periodistas con un “¡Eso que dices es una mentira!”. No sé qué estaba diciendo el reportero pero rápidamente un agente se acercó al chaval para calmarlo, y no tuvo otra idea que apelar al relativismo solipsista: “Bueno, hay muchas verdades. Tú tienes la tuya y él, la suya”. A lo que el chico respondió: “Si, si verdades seguramente hay muchas pero las hostias siempre caen para la nuestra”.
Se empieza ilegalizando un referéndum y hay quien acaba convencido de que el voto por correo consiste en enviar balas de Cetme
Al margen de la anécdota, lo cierto es que esa táctica ha sido usada por muchos porque a muchos ha garantizado puestos, plazas, comodidades y hasta simpatías. Pero el problema de tanta postverdad y tanto odio en la dieta de la gente es que acaba provocando anafilaxia. Nadie ha sido inocente en todo esto. Se empieza ilegalizando un referéndum y hay quien acaba convencido de que el voto por correo consiste en enviar balas de Cetme.
El caso es que, llegados a esta parte, algo habrá que hacer para evitar, que mirando al lobo se nos coma el tigre. Y en vez de desarrollar más tolerancia deberíamos empezar a hacer análisis para evitar más intoxicaciones. que ya estamos en pandemia y con la vírica parece que tenemos suficiente. Votar es una opción, pero no basta. Será duro pero hay que reapropiarse del discurso, el marco y la palabra y tomar los espacios otra vez para ocuparlos sin trazas de fascismo, para pisar las calles nuevamente.