Elecciones 10N
Enemigos de Vox

Ningún proyecto de convivencia en común puede basarse en la criminalización de quienes soportan los efectos de políticas que les afectan negativamente y a los que se impide que puedan expresar su indignación o articular una resistencia.

Montserrat Galcerán

Catedrática de filosofía.

13 nov 2019 15:03

Entre los múltiples artículos publicados a raíz de las elecciones del 10 de noviembre, hay un punto de análisis que no se menciona y que, a mi parecer, es crucial: la mayor presencia en el próximo Congreso de los Diputados de los partidos de ámbito no estatal. Sube la presencia de los partidos catalanes, de los vascos, entra un diputado del Bloque Nacionalista Galego, se mantiene el Partido Regionalista de Cantabria, entra el diputado de Teruel Existe, se mantiene Compromís —que de no haber optado por su alianza con Mas País tal vez hubiera subido más— y sube Coalición Canaria.

Estos partidos, algunos nacionalistas y otros regionalistas, algunos de derecha y otros de izquierda, inauguran un nuevo eje: los partidos periféricos frente a los partidos de ámbito estatal con su tradicional hegemonía centralista y la subordinación de los otros territorios. Ese eje se superpone al de izquierda/derecha y complejiza la composición de la cámara.

Vox se sitúa en el extremo de los dos ejes: a la extrema derecha y defensora del máximo centralismo. No en balde su discurso durante la campaña se centró en el proyecto centralizador y en la eliminación de las autonomías consideradas lugares de despilfarro. No negaré la corrupción de los gobiernos de las autonomías, ya estuvieran encabezados por partidos nacionalistas o de ámbito estatal, pero no es un componente esencial de su existencia pues corre pareja a la de la administración central y la local. Suprimir las autonomías y suprimir a esos partidos no suprimiría la corrupción política, simplemente la concentraría en estos últimos, incluido Vox, por lo que quizá ésta sea una razón de sus vituperios y de sus esperanzas: aumentar la parte del botín que le correspondería.

Vox combina un discurso neoliberal en lo económico con el mayor autoritarismo político, unido a una dosis considerable de mal “sentido común” que carga las tintas de todos los males sobre los más vulnerables. Con eso consigue un cóctel endemoniado pues no se enfrenta a las clases privilegiadas, cuyos negocios apoya, sino que criminaliza a los más necesitados. En ese sentido comparte posiciones ancestrales según las cuales los pobres tienen la culpa de serlo por no haberse esmerado lo suficiente en dejar de serlo.

Frente al liberalismo más clásico que extiende la defensa de la libertad individual desde lo económico a lo político, el neoliberalismo la restringe a lo económico. Ataca al Estado y defiende la privatización de la economía en todas sus manifestaciones. Basta ver su ataque a las pensiones públicas y su defensa de las pensiones privadas como medida programática. Con la precarización del empleo actual eso supone disminuir las cuotas sociales y empujar a los/as trabajadores/as actuales a la pobreza en su vejez. En caso de haber suscrito una pensión privada el capital acumulado se habrá disipado. Sin pensión pública las personas ancianas no podrán subsistir.

Para que el proyecto de Vox funcione unos tienen que tener las manos completamente libres, los otros completamente atadas

Su receta es potenciar los negocios privados liberándolos de las trabas administrativas con absoluto desprecio de los conjuntos sociales donde esos negocios están enclavados y de sus obligaciones hacia ellos. Pero el neoliberalismo económico a ultranza no se extiende al ámbito de lo político. Es contrario a las libertades individuales y colectivas y aboga por un Estado autoritario que las restrinja. No hay más que ver su propuesta de ilegalización de los partidos independentistas recientemente aprobada en la Asamblea de la Comunidad de Madrid con el apoyo del PP y de Ciudadanos.

Ese cóctel, aunque resulte contradictorio tiene su sentido pues restringe la capacidad de acción de todos aquellos que resulten perjudicados por una acción sin límite de los negocios privados o por actuaciones políticas desproporcionadas. ¡Total libertad para los negocios y total impunidad para la autoridad política, ningún derecho de resistencia frente a los damnificados por ellos! Cuando la experiencia de los últimos años nos enseña que de no haber sido por las mareas de todos los colores que inundaron el país, el afán privatizador nos habría esquilmado hasta no quedar atisbo de lo público.

Como en su distopía de ciencia ficción sigue habiendo conflictos, se busca un chivo expiatorio, aquellos que deberían ser los más sumisos y sin embargo no lo son: las mujeres, especialmente las feministas que rechazamos el lugar que el sistema nos tiene reservado en trabajos peor considerados y pagados, y con las cargas domésticas a cuestas; los migrantes que se niegan a quedarse encerrados en sus países sin futuro y se juegan la vida buscándose uno. Para que el proyecto de Vox funcione unos tienen que tener las manos completamente libres, los otros completamente atadas. Y cuando hay un conflicto el culpable nunca puede ser alguien de arriba, sino alguien todavía de más abajo. En eso mantiene un respeto por la autoridad del “palo y tente tieso” que roza la veneración.

¿Cómo es posible entonces que alguien, aparte de los directamente beneficiados, pueda comulgar con semejantes ruedas de molino? La respuesta es compleja pero tiene un rasgo destacado: los problemas son tan acuciantes que todo el mundo intenta zafarse de ellos echando la culpa al de al lado. En esa carrera nadie quiere ser el último. Parece de sentido común que si las mujeres aceptaran su rol, los migrantes se quedaran en sus países empobrecidos, los viejos se murieran pronto y los jóvenes no armaran jaleo todos, o sea los pocos que quedaran, vivirían mejor.

¿Hay que añadir que el rechazo del “otro” es profundamente antidemocrático? Ningún proyecto de convivencia en común puede basarse en la criminalización de quienes soportan los efectos de políticas que les afectan negativamente y a los que se impide que puedan expresar su indignación o articular una resistencia. Ese es el rasgo fascista del proyecto que entronca muy bien con un pasado que todavía no hemos digerido, lo que en los años 90 se llamaba el “franquismo sociológico” de ese desgraciado país. En él se apoya la distopía de Vox, una auténtica amenaza para la convivencia en común.

La noche de la jornada electoral me impresionó el grito de A por ellos coreado por las personas ahí concentradas sin que los líderes del Partido, el viril Santiago Abascal y la meliflua y sibilina Rocío Monasterio, hicieran nada por acallarles. ¿Quiénes eran o éramos esos “ellos”? ¿Los independentistas catalanes y otros nacionalistas o regionalistas aunque sean de derecha o centro-derecha?, ¿los antifascistas madrileños y madrileñas?, ¿los pensionistas?, ¿las feministas?, ¿los y las migrantes?; ¿acaso ese partido quiere eliminar a una parte considerable de españoles y españolas a los que considera “ciudadanos/as sospechosos/as” indignos de pertenecer a esa Patria imaginada, ensalzada y utopizada que pretenden patrimonializar?

Resulta increíble que tengamos que repetir lo obvio: que en este atormentado país convivimos personas muy diferentes y que la España fascista, “unidad de destino en lo universal” que predicaba la Falange ha sido fuente de mucho dolor y sufrimiento para muchas personas durante muchos años.

Por eso saludo la presencia institucional de “los periféricos”. Espero que pongan sobre la mesa la necesidad de una España federal, capaz de dar un inicio de salida a los problemas territoriales. No se trata del encaje de Catalunya en España. Se trata de la reconfiguración territorial de nuestro país. La voz de todas las personas descontentas con las políticas territoriales y sociales de los últimos años se ve reforzada con su presencia.

El Congreso no es un campo de fútbol donde dos partidos reparten juego y gana uno y pierde el otro. En el Congreso una pluralidad de voces pugna por ser escuchada porque vivamos donde vivamos los españoles y españolas somos profundamente diferentes y queremos que esas diferencias se tengan en cuenta y no sean aniquiladas por el discurso totalitario de unos cuantos iluminados por el espíritu de la Reconquista. Si no nos dieran miedo por lo que ya hicieron y por lo que son capaces de hacer, sería para reírse de esos fantasmas.

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