El PSOE gana las elecciones pero sale debilitado de la repetición electoral por la subida de Vox

El partido de Santiago Abascal se configura como la principal amenaza del bipartidismo. Sánchez gana pero tiene que resolver un enigma: o atraer al PP o buscar los votos que despreció en primavera.

10N barra especial RESULTADOS 99
10 nov 2019 22:47

Pedro Sánchez puso a prueba su proverbial suerte y el destino le ha devuelto un acertijo. El PSOE vuelve a ganar las elecciones, la derecha sigue dividida como lo estaba en abril, pero la gobernabilidad del país sigue siendo un enigma. El líder del partido socialista no quería bajo ningún concepto depender de los partidos independentistas, tenía un socio predilecto y quería mantener alejado del Consejo de Ministros a Unidas Podemos.

Los resultados de las elecciones generales dan solo una solución: o Sánchez hace una oferta irrechazable al PP de Pablo Casado o tendrá que buscar a los socios a los que despreció en junio y julio. Ciudadanos se ha hundido y ha sido sustituido por la extrema derecha. El presidente en funciones pierde un posible socio y el país entero ve cómo se consolida la extrema derecha del siglo XXI: xenófoba y demófoba.

La derecha del Partido Popular también recibe un resultado en forma de acertijo. El empeño por la moderación de Pablo Casado —advertido de los vientos de crisis que atizan el frágil entramado de la Unión Europea— no sale derrotado de las elecciones pero tampoco ha fraguado en un renacimiento del PP. Casado tiene delante un dilema de dimensiones estratosféricas: apoyar la gobernanza, el statu quo, en la investidura y previsiblemente en los Presupuestos Generales del Estado, aportaría estabilidad a un sistema en crisis. Pero daría más y más aire a la ultraderecha de Vox, que amenaza con soplar definitivamente la casita que la democracia cristiana ha intentado construir en España en los últimos cuarenta años. Si Casado quiere ser más Vox que Vox, la escalada contra Catalunya y la migración de los próximos meses dejará pequeña años de redadas con perfiles raciales, de competición fiscal contra Catalunya y Euskal Herria y de restricción de las libertades.

El programa neoliberal de los de Abascal solo se sostiene para su público con esas apelaciones a un “otro” pobre y progre. La fórmula de Matteo Salvini ha aterrizado en España. Las campañas de intoxicación en redes y el alegre morbo que ha despertado en ciertos medios de comunicación, aupado por la “equiparación de extremos” con las que han coqueteado los partidos llamados constitucionalistas, hacen de Vox el mejor exponente del pensamiento Banon aplicado a Europa. Sin aparente base hasta 2018, con expectativas de crecimiento en un sistema que ve la desigualdad como algo natural y las fronteras con la misma idea de “seguridad” y “protección” que defienden los de Santiago Abascal.

Hubo un tiempo en que Unidas Podemos podía ser el antídoto contra la desigualdad. Ya no lo es, o al menos no lo es por sí solo. El dulce declinar de la propuesta de Pablo Iglesias vive otro episodio: de 42 a 35 diputados. Tras años de campañas en contra —equiparación de extremos, cloacas, mal periodismo— Unidas Podemos llegaba a la cita otra vez con síntomas de agotamiento. La frustrada negociación con el PSOE se ha revelado como una mala noticia para toda la izquierda. También para Más País, que no consigue capitalizar el cansancio hacia la coalición Unidas Podemos.

El futuro de Unidas Podemos pasará por el acertijo que debe resolver Sánchez. Aún debilitado, el partido de Iglesias no renunciará a participar en un Gobierno de coalición. El PSOE no podrá gobernar solo si no consigue el apoyo del PP para ello. Si Sánchez se decanta por esta opción, volverá a haber un espacio para la impugnación del modelo neoliberal europeo. Uno que no pase por el odio, el racismo y el machismo. Si opta por la aventura, tendrá que entenderse con Esquerra Republicana de Catalunya, y el peaje será más de lo que el Sánchez de antes del 10 de noviembre estaba dispuesto a pagar: la amnistía de los condenados por el juicio del 1 de octubre.

Para el final queda otro fracaso. Albert Rivera leyó mal la situación en abril. Estaba invitado al banquete de las élites europeas. Quiso ser Salvini sin que se le notará el aliento del lobo. Ya no tendrá más oportunidades de ser otra cosa que el político que perdió 47 escaños en siete meses.

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