Opinión
El síndrome de La Moncloa

Sánchez confirma su giro a la derecha en un debate que sirve para recolocar al PP en el centro. Los candidatos autodenominados constitucionalistas optan por aislar las propuestas de Unidas Podemos e integrar a Vox.

Debate electoral 04 de noviembre
Dani Gago Los candidatos instantes antes de comenzar el debate.

La campaña electoral es corta. Poca mecha para no desgastar más a un electorado que discurrirá en mayor medida hacia la abstención. La población que se autoubica en el centro es la que menos ganas muestra de votar. Ese era el voto que había que buscar ayer. Por eso Sánchez dejó que Iglesias ocupase la izquierda durante todo el debate —con la excepción de la memoria histórica— y por eso Rivera estaba nervioso otra vez. 

La alerta antifascista que lanzó el PSOE en diciembre se traduce en una bienvenida a las ideas de ultraderecha en el menú del día. Y por mucho tiempo. Santiago Abascal se reivindicó como un médium contra los “poderes”, las “élites” y la “dictadura progre”. No hubo réplicas. Si la consigna era aislarle, solo Iglesias la siguió durante la mayor parte del debate. Quizá porque Iglesias fue el único realmente aislado; especialmente en el bloque de Catalunya, pero también en cuanto a las medidas económicas contracíclicas.

Imprudencia del presidente en funciones. Lo más grave es que seguramente calculada. Sánchez habló en varias ocasiones de la “derecha cobarde” para referirse a Ciudadanos y el Partido Popular. Es poco frecuente que un candidato compre los lemas de otro —ningún otro partido habló de la “casta” en 2015—, es aún más infrecuente que lo haga no para criticarlos sino para presentar un escenario en el que Vox —un partido de élite— es una formación outsider.

Consternación en la jornada de después del debate ante el hecho de que Abascal campó a sus anchas entre los partidos del poder. El PSOE le regaló el marco —“Hemos limitado un 50% la entrada de inmigrantes ilegales pero a diferencia de Vox lo hemos hecho con un discurso progresista y humanista”— y Casado lo trató como lo que es… una escisión del PP, de momento, subalternizada. El PP disputaba el centro tras su corta etapa nacional-populista. El PSOE disputaba el nacionalismo español a los nacionalistas. Todo lo que podía salir mal, salió mal.

Incluso, tristemente, la reivindicación por parte de Sánchez del pasado republicano y la aplicación de la memoria histórica. La instrumentalización de la verdad, la justicia y la reparación ayuda poco a la consecución de la verdad, la justicia y la reparación. Sánchez fuerza la nota en un tema que se debe tratar con respeto y rigor: ya lo hizo en su visita a la tumba de las 13 Rosas el día de la exhumación, ya lo hizo el Gobierno con la autorización, llena de lagunas, de la publicación del nombre de las víctimas españolas de Mauthausen.

Iglesias procedió a desmontar el mito de la “guerra entre hermanos” que ejerce como salvoconducto de los fascistas. Cabe la duda de si el candidato de Unidas Podemos destinó demasiado tiempo en el lance con Abascal. Desde luego, evitó disputar a Sánchez el único movimiento que se permitió para sostener a su base izquierdista.

Zona Sánchez

El protagonismo de Abascal situó el debate en una zona propicia para Pedro Sánchez, que se fue recuperando tras un pésimo inicio, en parte gracias, de nuevo, a la sobreactuación del “inspector Gadget” Rivera. En el bloque de Catalunya, el presidente en funciones perdió su traje de hombre de Estado y planteó tres medidas punitivistas en términos de represalia contra el pueblo catalán. La lectura en clave demoscópica es clara. Mano dura contra Catalunya para obtener réditos en el campo que debe dejar vacante Ciudadanos. El problema para Sánchez es que sus hechuras de hombre de Estado son solo un poco más consistentes que las de Pablo Casado, que dejó sin palabras al candidato socialista en ese bloque y en cuanto a las prestaciones que el PP tiene de cara a la Unión Europea. En 2020 se cumplirán nueve años con presupuestos made in Montoro. Y, como dijeron los candidatos, “se prevé desaceleración”.

Los guantes de Iglesias —“no hay que achicarse ante la derecha agresiva e ignorante— fueron despreciados sistemáticamente por el candidato socialista. El candidato de Unidas Podemos cerró el primer bloque con tono grave, expresando su convencimiento de que un posible acuerdo con Sánchez está más lejos incluso que en julio. Da la impresión de que ni siquiera se plantea hoy un gobierno a la portuguesa.

La gran cooperación

Escribía hace poco Guillermo López que, en lugar de la gran coalición, Sánchez ofrecerá a Casado un gobierno de “gran cooperación”. Ayer, PP y PSOE —especialmente Sánchez— negaron rotundamente que haya posibilidad de gran coalición. Nada se dijo de los apoyos para la investidura. Ni del siguiente paso tras un hipotético “desbloqueo”, que deberían ser los primeros presupuestos D.M (después de Montoro). El debate a siete del pasado viernes fue más claro en ese sentido. La ontológica Cayetana Álvarez de Toledo explicó que la condición del PP será que el PSOE no pacte con los partidos separatistas. Una medida asequible.

Hoy, el PP asegura que Sánchez no rechazó ese posible pacto con ERC y PNV. Pero es que el candidato solo se mantuvo durante el debate en el ensueño de una noche de mayo de conseguir una investidura sin contrapartidas. El ensueño de transformar un sistema parlamentario en un sistema presidencialista.

En la época más convulsa del mandato de Adolfo Suárez se acuñó el concepto del “síndrome de La Moncloa” para atacar y cuestionar la presidencia del elegido del rey Juan Carlos I. Se habló de la soberbia de Suárez pero, sobre todo, de su alejamiento acelerado de la realidad. Se dijo que se había vuelto desconfiado y que, como el jugador de póquer que fue, era imposible hasta para sus personas de confianza advertir en qué estaba pensando. La figura metafórica se recuperó en torno al año 1988, cuando Felipe González sufrió la peor derrota de su larga etapa como presidente a manos de los sindicatos. El presidente socialista había caído en el “síndrome de La Moncloa”. Ya no atendía, ya no escuchaba. Veía la política nacional como un bonsái. 

En poco más de un año y medio, Sánchez parece haber pasado por todas las fases del síndrome. No tiene mayoría absoluta, no es un dique de contención contra el fascismo —de hecho, está siendo coadyuvante a la hora de abrir esa puerta— y nunca se ha planteado ceder nada para facilitar el famoso “desbloqueo”. Quiso ganar unas elecciones por agotamiento y ha terminado agotado, pidiendo la hora ante unos sondeos que le alejan más y más del horizonte del 30%. Todo lo que podía salir mal está saliendo peor.

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