El ‘thriller’ español sigue en racha. Si en el último lustro se han parido títulos como Caníbal, La isla mínima, Que Dios nos perdone, Tarde para la ira, El hombre de las mil caras o incluso Las brujas de Zugarramurdi, la tradición continúa ahora con el estreno de Cuando los ángeles duermen. Escrita y dirigida por Gonzalo Bendala, esta película aprovecha la senda de sus predecesoras aunque peca de exceso de forma.
En su segundo largometraje después de Asesinos inocentes (2015), Bendala afronta una historia menos coral y por lo tanto más arriesgada. Él sale bastante bien al paso, pero mantiene un discurso sin alardes con el montaje. A los cortos diálogos, certeros para generar ritmo, les siguen secuencias demasiado largas; así, el vaivén acaba en monotonía y no emula la tensión de la que sí hacen gala, por ejemplo, Que Dios nos perdone o Tarde para la ira.
Pero comparar es odioso y donde el director sevillano acierta de lleno es desligando este filme del concepto de ‘road movie’; porque sí que hay persecuciones en coche y áreas de servicio, pero no entraría en ese subgénero. Germán, interpretado por Julián Villagrán, es un honrado padre de familia que de regreso a casa ve tambalear su mundo cuando se cruza, tras un accidente de carretera nocturno, con dos chicas adolescentes.
Ese lance se convierte en la peor de sus pesadillas, viendo implicadas a su hija Estela (Sira Alonso) y a su esposa Sandra, interpretada por Marian Álvarez. La veinteañera Ester Expósito completa el reparto de protagonistas, muy bien metida en su papel de adolescente problemática capaz de exagerar disgustos de inmediato; egoísta, de barrio pobre, con padres al borde del colapso matrimonial, irresponsable... y, en definitiva, atormentada por sí misma.
Su personaje, Silvia, afronta un marrón que le viene grande y la desborda cuando su mejor amiga tiene ese accidente y se topan con Germán. Las dudas por el ‘shock’ descuadran a todos y el suceso crece cual bola de nieve. El malentendido hace que la irascible Silvia desconfíe de un Germán sobrepasado por las circunstancias, cada vez más alejado de su hogar a cada minuto que transcurre entre volantazos.
El personaje de Sandra, un desliz
El premio al final del túnel es ver a la pequeña Estela en su fiesta de cumpleaños, olvidarse de carreteras comarcales poco iluminadas y reconciliarse con su esposa. Ahí reside quizás el peor descuido de la peli, ya que la trama en lo referente a Sandra es predecible e insulsa; la presencia de Marian Álvarez, una actriz como la copa de un pino, resulta desaprovechada y su personaje se queda arrinconado en casa.
Mientras tanto, el progreso de Julián Villagrán en su rol de Germán es palpable y gradual, suscitando empatía al espectador aunque se meta en una espiral de violencia e incongruencias. Sin pericia para lidiar con el accidente ni con su matrimonio por teléfono, Silvia le pone de los nervios al buscar ayuda en otro lugar o al menos distanciarse de quien ella aún considera sospechoso.
La patrulla de la Guardia Civil que peina la zona es inoperante, a veces una parodia de sí misma, e involucra en el suceso a dos chicos que horas antes habían estado de juerga y de excesos con las adolescentes. Un ‘macguffin’ en toda regla, tanto para el guion como para la intrahistoria de Cuando los ángeles duermen; pero un ‘macguffin’ solo funciona si el público lo descubre cuando ha terminado la peli, no a la mitad.
Bendala, de todos modos, cuaja una obra plena de intriga y muy diligente en su fotografía; sin el estatus de otros ‘thrillers’ con premios y mayor reputación, este filme hace músculo para la industria patria. Se recrea una atmósfera de complot en la que Ester Expósito debuta en un largometraje con solidez, luciendo angustia allá por donde huye. Una actriz joven y hábil ante dos intérpretes ya consagrados a base de goyas (Bajo las estrellas, Grupo 7, La herida, Felices 140, etc.); buena combinación para una historia sinuosa.
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