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Editorial
Facebook y la realidad real
Los grandes medios de comunicación han aceptado las reglas de esta época. Silenciar la disidencia, ser cómplice de quienes persiguen la protesta o de quienes limitan la libertad de expresión, hurtar la verdad mediante el control de lo que se publica o no se publica.
Durante las últimas semanas, los principales medios anglosajones —tanto los de masas como la prensa independiente— han abierto cada día sus ediciones digitales con el caso Facebook. La capacidad de la red social de Mark Zuckerberg de alterar el inconsciente colectivo con propósitos políticos ha sido denunciada a raíz del descubrimiento de las técnicas de pastoreo digital que la empresa estadounidense Cambridge Analytica utilizó en la elección de Trump y en el referéndum del brexit.
La prensa comercial no ha sido la única en señalar el papel que las redes sociales, y muy especialmente Facebook, tienen sobre nuestras vidas. Recientemente, la ONU ha denunciado el papel de esta multinacional de la información en la matanza de los Roginhya. Naciones Unidas ha probado que la red multiplicó la difusión de mensajes de odio contra la etnia roginhya procedentes del Gobierno de Myanmar.
Hasta el momento, Facebook ha hecho una campaña de imagen para desmarcarse de una percepción cada vez más compartida: que su herramienta está mediatizando la manera en la que los medios de comunicación se comunican con sus usuarios (nótese que cada vez más los medios “necesitan” intermediarios para llegar al público) y que se está usando asimismo para llevar a cabo lo que se entiende como “pucherazos” en la mente de los y las electoras. Facebook está haciendo negocio de la sociabilidad y tiene una capacidad para dirigir la opinión pública fuera del alcance de cualquier otro medio.
Recientemente, la ONU ha denunciado el papel de esta multinacional de la información en la matanza de los Roginhya
Pero la propagación de mentiras y mensajes de odio no se ha inventado con las redes sociales. Ningún medio está exento de publicar inexactitudes. Sin embargo, no es eso lo nocivo. Los grandes medios de comunicación —dramático por la pérdida de recursos que ha supuesto es el caso de la televisión pública— han aceptado las reglas de esta época. Silenciar la disidencia, ser cómplice de quienes persiguen la protesta o de quienes limitan la libertad de expresión, hurtar la verdad mediante el control de lo que se publica o no se publica, escamotear retazos de información que puedan conducir a una toma de conciencia de los hechos, cuando no callar ante los abusos y las muestras de corrupción de un sistema en una desesperada huida hacia adelante.
Quizá sea alarmista pensar que aumentan las formas de manipulación de masas. Sí, eso ha pasado toda la vida. Lo nuevo es el panorama de desfragmentación, la creación de segmentos o burbujas de sentido que ha mostrado el caso Facebook. También es nuevo el valor que nuestros datos crean cada minuto y el coste que tiene para las sociedades la privatización de esos datos.
No sirve pensar en una vuelta atrás, en un abandono de internet. Es más útil empezar a imaginar cómo la vida —aquello que enfáticamente se ha llamado la realidad real— puede imponerse a esa otra capa mediatizada por grandes multinacionales como Facebook.
Mantener la presencia en las plazas, los barrios, las calles, garantiza un tipo de encuentro, una transmisión de la información que nunca pueden sustituir las redes. Si es que queremos escapar de la distopía.