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Coordinador de la sección de economía
El sistema económico predominante impregna todos los aspectos de nuestra vida, desde el ámbito doméstico hasta la geopolítica mundial, pasando por la industria cultural. Todas las áreas de la realidad que nos rodea, tanto en lo individual como en lo colectivo, se guían por la premisa capitalista de obtener el máximo beneficio por encima de cualquier otro factor, incluso de los derechos humanos o el respeto al planeta.
Las tarjetas de crédito, los impuestos —que tienden a presionar más a las rentas bajas—, el sistema educativo hegemónico o la mercantilización de los bienes comunes, como el agua o la energía solar, son herramientas que usa el sistema para tejer una red que nos atrapa y elimina casi toda posibilidad de experimentar formas de vida diferentes. Todo está impregnado por un sistema socioeconómico cada vez más concentrado en unas pocas manos, cuyos tentáculos imposibilitan la elección de otras formas de relación económica.
Pero existen personas que desafían el modelo social actual. Proyectos autogestionados se abren camino como aldeas galas resistiendo al Imperio Romano, generando ecosistemas que retan los paradigmas capitalistas.
Desde comunidades autogestionadas aisladas que viven de manera autosuficiente en lugares remotos hasta redes de intercambio y cooperación que se expanden por todo el globo gracias a las nuevas tecnologías, existe una amplia gama de proyectos que demuestran que otros tipos de relaciones son posibles, basadas en otros valores y objetivos.
Las personas que conforman y promueven estas iniciativas “no solo pretenden salirse de la sociedad capitalista, sino que estos proyectos son laboratorios donde se prueban nuevas estructuras sociales y económicas para demostrar que es posible salirse y vivir de una manera distinta”, nos relata Toni Marín, de la Red Ibérica de Ecoaldeas. “El capitalismo abarca mucho más allá de lo económico, nos ha metido un virus social que ha impregnado todo. En las ecoaldeas se desarrollan nuevos sistemas sociales, culturales, de aprendizaje y de relación”, explica Marín.
Ante las sociedades y las relaciones de poder verticales a las que estamos acostumbrados, estos proyectos rescatan las teorías libertarias anarquistas y de autogestión para crear sistemas horizontales y democráticos, que descentralizan el poder de la toma de decisiones para construir sociedades más justas. “Estratégicamente siempre me ha preocupado encontrar la forma de desarrollar ecosistemas sin depender de instituciones o agentes privados”, nos explica Enric Durán, impulsor de proyectos como la Cooperativa Integral Catalana (CIC) o la FairCoop y que saltó a la fama en 2008 por estafar —o expropiar, como el propio Durán dice— cerca de medio millón de euros a varios bancos. En este sentido, Marín nos cuenta que en las ecoaldeas “se utilizan modelos de organización que absorben mucho de las culturas tribales, pero también estamos experimentando y desarrollando nuevas teorías, como el Dragon Dreaming o la Sociocracia”.
Otra lógica, otras reglas
La relación entre los proyectos también se aleja de la lógica de competencia capitalista. Frente a la encarnizada lucha por cuotas de mercado que protagonizan las empresas o los países, estas iniciativas crean redes de cooperación e intercambio de productos y servicios basadas en el apoyo mutuo y la confianza. “Es necesario salir de la lógica de competición entre proyectos y generar un ecosistema en el cual la propia existencia de los proyectos sostenga la red”, matiza Durán. En este sentido, Cecilia Hecht, impulsora de Bioecon, un proyecto de intercambio de bienes y servicios sin dinero, explica que este tipo de proyectos sirven para “repensar y experimentar activamente qué formas de relaciones sociales buscamos, qué relaciones con la naturaleza queremos, a qué valores aspiramos, en la creencia de que es posible construir colectivamente una economía distinta a la que hemos heredado y que en ese intento además es posible convertirnos a nosotros mismos en mejores personas”.
Las tarjetas de crédito y otros medios de pago controlados por pocas empresas, los teléfonos móviles geolocalizados o redes sociales que ponen nuestra información personal en la mano del mejor postor son herramientas de un mundo tecnológico centralizado y propiedad de unas pocas personas. Ante esta realidad, que dificulta nuestra libertad de acción, muchos de estos proyectos han desarrollado sus propios medios descentralizados y horizontales que conviven, sin hacer mucho ruido de momento, con las opciones predominantes del sistema. Monedas locales que intentan desplazar a la moneda de curso legal, sistemas de pago electrónicos democráticos, bancos comunitarios que usan monedas alternativas y hasta criptomonedas “justas” son algunas de las herramientas desarrolladas por estos proyectos con la intención de poner la tecnología al servicio de las personas y de estas nuevas maneras de organización social.
DISIDENCIAS ECONÓMICAS: DE LA ALDEA AL PLANETA
El grado de disidencia o desconexión del sistema varía mucho según el tipo de proyecto, su desarrollo o su dimensión geográfica. Existen proyectos de carácter más global y que se sustentan en las nuevas tecnologías, como la red argentina Bioecon o la FairCoop, que comparten filosofías muy similares con iniciativas de carácter local, como la Cooperativa Integral Catalana (CIC) o las ecoaldeas.
Desde hace más de 30 años existe el movimiento de recuperación de pueblos o aldeas abandonadas en el Estado español, compuesto por grupos de personas que deciden rehabilitar entornos rurales abandonados debido al éxodo que sufrieron los pueblos durante el periodo de fuerte industrialización. Aunque muchas de estas ecoaldeas, como se autodenominan la mayoría de ellas, persiguen la completa desconexión del sistema capitalista, se encuentran con muchas dificultades para lograrlo. “La autosuficiencia total es casi una utopía —afirma Marín—, pero hay muchas ecoaldeas que son autosuficientes energéticamente, otras lo son en su alimentación y existen otras que tienen sus propias escuelas y practican la autosuficiencia educativa”.
Una de las iniciativas locales de mayor éxito han sido las cooperativas integrales, con la catalana como su ejemplo más representativo y desarrollado. Según se puede leer en su página web, la CIC es “una herramienta para construir contrapoder desde la base, partiendo de la autogestión, la autoorganización y la democracia directa”. Durán, uno de sus promotores, dice que van “produciendo todos los ámbitos de la sociedad progresivamente, desde producción, sistema monetario, consumo o ámbitos del sistema público como puedan ser educación, salud o vivienda”.
La CIC no solo es disidente del sistema económico, también lo es del sistema fiscal impuesto por el Estado. Esta red de personas practica la insumisión fiscal en el IVA y el IRPF, reinvirtiendo lo ahorrado en el proyecto para “que esos impuestos sirvan para construir esa nueva sociedad”, explica Durán, que enfatiza que para generar iniciativas de autogestión la parte económica es clave a la hora de desarrollarse de manera sostenida y para tener la capacidad de crear nuevos proyectos y nuevas redes.
Otras iniciativas, aunque no tan despegadas del sistema ni autosuficientes, plantan cara de manera frontal al uso del dinero como única forma de valorar la relación entre las personas. El proyecto argentino Bioecon toma la filosofía de intercambio de bienes y servicios sin dinero de los bancos de tiempo, pero desarrollado globalmente mediante una web muy similar a cualquier red social. “Bioecon aporta todas las herramientas para que las personas puedan realizar acuerdos multirrecíprocos por sus ofertas de productos y servicios a escala local, regional y global sin necesidad de utilizar dinero”, explica a este medio Cecilia Hecht, promotora de este proyecto. En esta red de intercambio las personas se convierten en “prosumidores” —productores y consumidores—, ponderando lo que pueden ofrecer a la red con un sistema de puntos oxidables, o sea que pierden su valor si no se hace uso de ellos. “En Bioecon se pueden realizar intercambios multirrecíprocos, practicar el trueque directo, el uso compartido de bienes y servicios o incluso la economía del don”, matiza Hecht.
Faircoop
Pero sin duda uno de los proyectos que más expectativas han creado es el desarrollado por algunos de los impulsores de la CIC junto con otros activistas, la FairCoop. Este sistema de unión de personas y organizaciones está desarrollando un ecosistema global cooperativo de construcción de alternativas al capitalismo, que fomenta las iniciativas locales y regionales, donde la CIC es un miembro más. Esta red ha creado herramientas tecnológicas innovadoras que sirven como herramientas para dar soporte a iniciativas locales que son apoyadas a escala global por el resto de la red. De préstamos (como un sistema de crédito mutuo entre miembros de la red) a métodos de ahorro (billetera digital y que puede ser utilizada para inversiones en la FairCoop), financiación para la comunidad (que debe seguir el objetivo específico propuesto por los iniciadores del fondo), sistemas de pago (FairPay) y moneda alternativa (FairCoin), mercados locales y online para adquirir bienes y servicios e incluso una red de incubadoras para desarrollar proyectos transnacionales.
Gracias a su esfuerzo por promover la creación y expansión de estas redes, y a las nuevas tecnologías, la forma de organización de la FairCoop se ha reproducido a escala global, evitando los límites y controles de los Estados. Actualmente hay nodos activos de esta red en lugares tan distantes como Jura (Suiza), Rojava (Kurdistán sirio), Vancouver (Canadá) o Madrid (España), lo que genera un ecosistema global de creación de alternativas colectivas y desobediencia económica.
En Brasil, el Banco Palmas, un banco comunitario controlado por la población de una favela y que es uno de los primeros bancos del mundo que utilizan su propia moneda, ha creado el e-dinheiro. El e-dinheiro es una plataforma de dinero electrónico que permite hacer pagos, cobros, transferencias y depósitos sin la necesidad de un banco tradicional, lo que no es una cuestión menor teniendo en cuenta que el 48% de la población brasileña no posee cuenta bancaria. Un sistema de pago a través de móvil que “supone una excelente oportunidad para ganar independencia del sistema financiero tradicional al poder ofrecer servicios propios donde marcamos nosotros las normas”, afirma Asier Ansorena, director del laboratorio de finanzas éticas Palmaslab. “Es más un banco comunitario digital que una moneda electrónica, ya que ofrece muchos servicios como la emisión de pagos y cobros o la posibilidad de obtener microseguros”, matiza Ansorena. Pero Brasil no es la única experiencia a este respecto; en la FairCoop han lanzado en 2017 el FairPay, una tarjeta en FairCoins que se puede usar en todo el mundo.
Monedas sociales
Una de las propuestas más populares ha sido el conocido Bitcoin, la criptomoneda más usada a escala global. Pero esta exitosa moneda electrónica ha sufrido críticas debido al alto consumo energético que se necesita para su emisión —necesita ordenadores potentes que resuelven un complejo algoritmo— y por ser altamente especulativa. Frente a esto, ha surgido una alternativa justa, ecológica y cooperativa, el FairCoin. Esta criptomoneda “justa”, que se usa en el ecosistema FairCoop, es producida de manera descentralizada pero necesita pocos recursos energéticos. No se basa en la especulación, sino en el ahorro, ya que su valor aumenta cuando se guarda cierta cantidad de ellas durante un tiempo.
La clave del éxito de todas estas iniciativas reside en la base social que las apoye, en que haya personas que tomen la decisión de dar el salto a opciones basadas en la cooperación, la horizontalidad y la descentralización. Las opciones existen, en nuestras manos está aprovecharlas o no.
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Excelente articulo que nos muestra formas alternativas a esta sociedad tan consumista