Desokupa
Okupas, televisión y una mirada al futuro
En un año secuestrado por una epidemia mundial, la cobertura mediática se ha centrado en el desarrollo de la enfermedad, en los avances científicos relacionados con la vacuna y en las medidas que se van tomando para frenar la expansión del virus. La política, con su afán protagonista de siempre, consiguió colarse entre los titulares. El desastre económico, la crispación social, el drama de las residencias y la vuelta al cole también coparon, durante muchas horas, las principales cadenas de televisión. Contra todo pronóstico, la COVID-19 encontró un rival mediático inesperado: los okupas.

MIEDO DE UNA MAÑANA DE VERANO
Las tertulias de los canales generalistas son programas de televisión capaces de todo. Desde políticos hasta toreros, pasando por expertos en materias concretas o personajes que aparentan saber de todo, su plató se convierte en un escenario que alberga desde el análisis de la actualidad económica hasta una discusión entre vecinos en algún rincón de la geografía nacional. Una mezcla a veces ridícula pero con una fórmula que no falla: el temor constante que sienten sus espectadores a que les suceda aquello que aparece en pantalla.
La presentación de la teórica avalancha okupa sigue un patrón. Una entrevista al dueño del apartamento o chalé usurpado, un puñado de comentarios sobre las dificultades que existen para superar la situación y un clamor de indignación, en el que participan todos, por la baja actuación política ante este incipiente crecimiento de las ocupaciones ilegales. Se desliza, a veces en boca de los entrevistados, a veces en la de los propios periodistas, posibilidades tan disparatadas como que las casas de los espectadores pueden ser allanadas en lo que se tarda en tomar un café o en hacer la compra diaria en el mercado del barrio. La puntilla final la ponen las apariciones estelares de medidas políticas como el teléfono antiokupas de la Comunidad de Madrid, una idea de la propia Díaz Ayuso para atender consultas de los propietarios y para permitir que cualquier ciudadano denuncia una supuesta ocupación ilegal. Todo preparado para que la sociedad intérprete como propio y principal un problema que no lo es tanto.
El clima convierte una teórica pieza informativa, con presencia periodística en el lugar del suceso, en una llamada de socorro capitaneada por los presentadores y alentada por los tertulianos. La información desaparece progresivamente dando paso a un debate donde todos defienden la misma postura: cualquiera puede perder su casa si se descuida unos minutos.

En ocasiones, aunque son las justas, aparecen periodistas que argumentan con datos o plantean visiones contrarias a las habituales. Críticas de sus compañeros de mesa y un potente rechazo en redes sociales callan este tipo de declaraciones y minimizan su impacto en la televisión.
Como ejemplo de la injustificada cobertura masiva de los allanamientos de morada encontramos, por ejemplo, la ausencia de datos en los últimos meses sobre el problema de la ocupación ilegal. También, desde el Ministerio del Interior, se muestra que respecto al mismo plazo de 2019 (entre enero y junio), las denuncias por este tipo de delitos han disminuido en diez comunidades autónomas, mientras que solo han aumentado en cinco. Por último, y quizá el dato más revelador para la audiencia, es el de los propietarios de los pisos usurpados: el 75% de estos inmuebles pertenecen a las entidades bancarias y no a particulares. Una realidad que los medios de comunicación no ejemplifican y que en contadas ocasiones explican al espectador: no es lo mismo una usurpación (ocupación de pisos vacíos, propiedad de un banco) que un allanamiento de morada (ocupación de la vivienda de un particular).
La tergiversación complementa a la información ocultada por los medios, culpando de todos los delitos sobre la vivienda a los okupas. Este movimiento, como demuestran las estadísticas, entran en edificios de bancos o fondos buitre, en la inmensa mayoría de los casos. Además de que, por definición, el colectivo okupa “propugna la ocupación de viviendas y locales deshabitados”. Es decir: un okupa (con k) nunca entrará en la casa habitada de un particular.
Los grandes matinales siguen defendiendo el aumento de las ocupaciones ilegales y muestran como víctimas a familias que se quedan en la calle. Los datos demuestran que el crecimiento no difiere al de los últimos años -incluso se reduce- y que los pisos que se ocupan pertenecen en su gran mayoría a los bancos, empresas que no atienden al teórico problema y en ocasiones desconocen la situación de sus posesiones.
ANUNCIOS, DINERO Y TEMOR SOCIAL: UN NEGOCIO REDONDO
El cóctel alcanza la perfección en las pausas publicitarias. En una ejecución perfecta del efecto Kuleshov, el caos de los platós y de las entrevistas a pie de calle es seguido por anuncios de alarmas para los hogares. Primero el problema, luego la solución. La televisión le ofrece al espectador el paquete completo. El susto y el abrazo, la herida y la tirita, la sed y el agua.
Una exhibición con dos claros ganadores. La televisión, consumida en enormes cantidades durante la pandemia, veía como sus ingresos crecían disparatadamente gracias a la fuerte inversión que las compañías de alarmas hacían en sus espacios matinales. Estas, las empresas de seguridad, con Securitas Direct -compañía que ya fue condenada por publicidad engañosa- a la cabeza, vieron aumentar sus contrataciones en más de un 60%. Como dos socios, presentadores y vendedores de alarmas formaban una sinergia sustentada en el miedo.
Porque, como por arte de magia, los casos de okupación cayeron con la vuelta a la rutina. Como en años anteriores, mientras que en verano, según los medios, España se ahogaba en una ola de allanamientos de morada, septiembre y octubre trajeron una marea baja de casos contados. Por decencia, para que la exageración veraniega no se notase.
DESPRESTIGIO PARA EL MOVIMIENTO OKUPA
Si nunca había sido visto con cariño, la cobertura mediática en 2020 ha convertido al colectivo okupa en uno de los principales enemigos para la opinión pública española. Aparte de lo visto en medios de comunicación, este grupo es utilizado casi a diario por varios partidos políticos, como arma contra sus rivales, como justificación de su lenguaje ultra y razón fundamental para su voto.
Usurpaciones y allanamientos de morada, realizados por individuos ajenos a cualquier asociación o movimiento, condenan a un colectivo que piensa en la mejora de la calidad de vida de los ciudadanos. Un grupo que lucha contra un ideal capitalista que ahoga el centro de nuestras ciudades y convierte a los barrios populares en las nuevas mesas de juego de promotores inmobiliarios, propietarios adinerados o especuladores. Con las peores cartas, los residentes siempre pierden: o pagan más o abandonan sus hogares.
La vuelta a la rutina con la llegada de septiembre ha traído de vuelta los desahucios, de una forma aún más agresiva, por su paralización durante el estado de alarma. Una medida que también afecta a los centros okupados, como a la Casa Buenos Aires, en Barcelona, cuyo desalojo evitaron en primera instancia los vecinos y simpatizantes del centro, o como a La Ingobernable, icono de resistencia okupa en Madrid que fue desalojado a mediados del pasado mes de abril.

Los que se mantienen en la lucha ofrecen actividades y talleres para dinamizar los barrios. Madrid, con su recién estrenada REMA, cuenta con despensas solidarias como las del Espacio Sociocultural Liberado Autogestionado EKO, con charlas y talleres antirracistas en La Quimera de Lavapiés o con los mercadillos de La Enredadera. En Zaragoza, en el CSC Luis Buñuel se imparten clases de danza y el CSO Kike Mur celebra conciertos y presume de un huerto urbano. Estos son solo unos pocos ejemplos de los cientos de centros que pelean por alternativas reales que ofrecer a sus entornos.
El colectivo okupa es un símbolo de rebeldía en un sistema que ha demostrado sus carencias y se enfrenta a una crisis -la enésima- que quizá significa un final. O, al menos, un punto seguido en el que replantearse cómo debe ser el mañana.

Los medios de comunicación podemos esgrimir la bandera del miedo y criminalizar al movimiento okupa como el demonio de nuestra sociedad. Por el contrario, podemos verlo como una advertencia, un golpe que nos muestre que los recursos deben ser gestionados de otra forma. Pensemos, huyamos de los gritos en las tertulias y de las noticias espectaculares. Es momento para reflexionar. Hay un futuro que construir.
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