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Desigualdad
Las mujeres realizan el doble de trabajo no remunerado que los hombres
“Nuestro modo de vida es ambientalmente insostenible y aumenta la desigualdad, la precarización y la pobreza”. Cuando una investigación afronta el desafío de ahondar sobre un asunto tan poliédrico como la calidad de vida en España desde diferentes enfoques resulta natural que las conclusiones arrojen frases como esta. Es precisamente lo que ha hecho la fundación Fuhem con la publicación este 12 de junio del Informe ecosocial sobre calidad de vida en España.
Se trata del primer estudio de este tipo que realiza esta organización, un punto de vista novedoso que pretende ofrecer herramientas y datos que sirvan para “diseñar políticas que persigan una vida buena”.
En esta caracterización del modo de vida de la sociedad española, la alimentación supone el primer gasto de las familias, nada menos que el 18%, un presupuesto que no ha dejado de aumentar en los últimos años, especialmente desde 2016 y más aún desde 2020, año en el que el gasto de las familias en la alimentación aumentó un 15%, según la Encuesta de Presupuesto Familiares del INE.
Desde 2016 y más aún desde 2020, el porcentaje de los gastos que los hogares dedican a la alimentación no ha dejado de aumentar. Y eso sin consumir más productos alimentarios, sino más bien lo contrario
Según detalla el informe, este aumento de presupuesto no se ha traducido en una mayor compra de productos o en una mejora de la calidad, sino más bien lo contrario: desde 2009, la tendencia en la adquisición de productos alimentarios ha sido descendente, con algún pico de subida anual aislado. El aumento de consumo de alimentos alcanzó su máximo en 2008 y a día de hoy no se ha conseguido recuperar los niveles previos a la gran recesión.
Las consecuencias del aumento desde 2016 en el gasto alimentario de las familias han sido “especialmente relevantes en las familias más pobres, que cada vez pueden permitirse una dieta menos variada y de menor calidad”, señala el informe.
La movilidad es el segundo mayor gasto de las familias, con un 18%. Según el trabajo realizado por Fuhem, la crisis iniciada en 2008 supuso una reducción en la movilidad del 13%, unos niveles que no se consiguieron recuperar hasta 2018. Pese a la preponderancia del coche como medio de transporte, con un parque móvil que se duplicó entre 1990 y 2019 hasta alcanzar los 24 millones de vehículos, la mitad de los desplazamientos cotidianos se realizan en pie o en bicicleta.
Junto con la alimentación y la vivienda, este es el mayor gasto de las familias. Concretamente los hogares gastan anualmente 1.561 euros de media por persona en transporte. La mayor parte de ese dinero se va en combustible (854 euros), el 9% del gasto total de las familias, y 531 euros por persona en la compra de vehículos. “El proceso inflacionario provocado con la guerra de Ucrania ha acelerado esta tendencia, tras el parón provocado por la pandemia”, afirma el estudio.
Casi el 40% de los arrendatarios tienen que dedicar el 40% de sus ingresos al alquiler. Y el quintil más pobre de los inquilinos tiene que destinar hasta el 60% al pago del alquiler
El tercer pilar del gasto familiar es la vivienda, una realidad que varía sustancialmente en función del régimen de tenencia y supone, de media, un 16% del presupuesto familiar. Tres de cada cuatro hogares viven en viviendas de su propiedad y dedican como mucho un 9% de sus ingresos a pagos vinculados con la vivienda. En el caso de las viviendas en alquiler, una modalidad que no ha dejado de crecer en la última década, la situación es muy diferente: el 40% de los arrendatarios tienen que dedicar casi el 40% de sus ingresos al alquiler. Y el quintil más pobre de los inquilinos tiene que destinar hasta el 60% al pago de su vivienda.
Según el informe, la vivienda “se ha convertido en el determinante social más importante para explicar los procesos de exclusión social, incluso tanto o más que el empleo”.
Precariedad y desigualdad
Esta radiografía sobre los modos de vida de la sociedad española ratifica la pervivencia de un desigual reparto del trabajo no remunerado y de cuidados en los hogares entre hombres y mujeres. Las mujeres realizan el doble de trabajo no remunerado que los hombres: dedican a estas tareas un 20% del tiempo total del que disponen frente al 10% de los varones. En los trabajos rutinarios del hogar, los hombres dedican el 4% de su tiempo frente al 11% del tiempo femenino. Esta diferencia se mantiene en los cuidados —2% frente al 4% del tiempo total de las personas— y en las compras —1,4% frente al 2,2% del tiempo total del que disponen—. Este “fenómeno de doble jornada” se ha ampliado durante la crisis inmobiliario y “se ha agudizado en el marco de la pandemia”.
Cuando el trabajo de investigación de Fuhem vuelve la vista al trabajo remunerado, uno de los principales rasgos es la estacionalidad del mercado laboral y “una considerable sensibilidad al ciclo económico”.
Las mujeres dedican a las tareas no remuneradas un 20% de su tiempo frente al 10% de los varones. En los trabajos rutinarios del hogar, los hombres dedican el 4% de su tiempo frente al 11% del tiempo de las mujeres
El informe confirma las altas tasas de precariedad —señaladas en diversos estudios recientes— en la que vive una tercera parte de los hogares españoles. Y la pobreza no es exclusiva de las personas sin trabajo: hasta el 15% de toda la población ocupada en 2020 se correspondía con trabajos en riesgo de pobreza o exclusión social. “Bajo el actual modelo económico, disponer de un empleo ni siquiera asegura a día de hoy poder eludir la pobreza y la exclusión social al no garantizar los ingresos suficientes con los que cubrir las necesidades más elementales”, sostiene el estudio. Según los datos recogidos por Fuhem, el 36,2% de los hogares cuyo sustentador principal estaba empleado se han visto obligados a reducir gastos en vestimenta, alimentación o suministros, y un 17,1% de los mismos han tenido que recurrir a ayudas económicas externas, ya sean de familiares o de instituciones. Un 5% no ha podido pagar las facturas o suministros de agua o luz.
Tendencias
Las grandes líneas identificadas por el informe de Fuhem para los siguientes años y décadas incluyen una concentración de la población en la costa y alrededor de las grandes ciudades, llevando a las zonas rurales “a un futuro incierto”. Unas zonas rurales que expulsan población y “quedan especializadas en la extracción de recursos y el vertido de residuos”, unas zonas que contrastan con las áreas urbanas especializadas en la “acumulación y el consumo”.
“Bajo el actual modelo económico, disponer de un empleo ni siquiera asegura a día de hoy poder eludir la pobreza y la exclusión social al no garantizar los ingresos suficientes con los que cubrir las necesidades más elementales”
La “calidad de vida”, al menos tal como la entiende el informe de Fuhem, tiene mucho que ver con la calidad medioambiental. Y esta no ha dejado de degradarse en la última década. El aumento de los procesos erosivos y de desertificación, la sobreexplotación de los ecosistemas y la contaminación del aire, el agua y el suelo, los efectos del cambio climático y los eventos extremos impactan en el día a día de la población y dicen mucho más de cómo vive la sociedad que índices tradicionales como el PIB.
Las condiciones de vida de la población van mucho más allá de los indicadores macroeconómicos y está atravesada por el modelo alimentario, las precariedades y dificultades de acceder al mercado de trabajo y de la vivienda en condiciones dignas y estables. También está atravesado por el clima y los eventos extremos, concluyen los autores del informe: “Nuestras vidas se vuelven más inseguras ante la amenaza de eventos climáticos extremos, la expansión de enfermedades infecciosas o el incremento de crisis alimentarias”.
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Mi madre y mi padre salían temprano al campo, donde trabajaban a la par. Una vez terminada la faena, él se iba un rato al bar o se echaba la siesta, mientras que ella se ponía a preparar el almuerzo y no podía descansar hasta haber terminado de fregar los platos y demás. El caso es que, si le preguntabas a mi padre, en su opinión él había trabajado más y más duro que mi madre toda la vida. No es que fuera malo o que quisiera ver a mi madre explotada, sino que era incapaz de ver la realidad frente a sus ojos.
Ahora que mi madre es viuda podría pensarse: por fin es su momento de disfrutar, de centrarse en sí misma. Pero no. Ahora tiene que cuidar a su madre, porque sus hermanos son hombres y no entienden de esas cosas.
¡Vaya existencia tan desgraciada! Al servicio de otr@s desde el momento en que pudo caminar, trabajando de sol a sol y sin una palabra de agradecimiento, ya que lo hace porque es su deber.