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Residuos
Residuos: sin lugar adonde ir
De entrada, dejemos una cosa clara: los residuos radiactivos no desaparecen. Los cementerios nucleares, en ocasiones poco adecuados, cerrados o sus proyectos cancelados (aunque no del todo), como el de Yucca Mountain, en los EEUU, no hacen desaparecer los residuos por arte de magia.
Artículo publicado originalmente en Beyond Nuclear International.
El lodo radiactivo que se extrae del suelo marítimo cerca de la central Hinkley C británica no va a desaparecer por depositarlo en el cementerio Cardiff Grounds, a una milla de la costa galesa. Cuando Alemania arrojó bidones de residuos en las minas de sal de Asse, los residuos no desaparecieron. Por abandonar los residuos en ciudades fronterizas de Texas y Nuevo México de manera indefinida, el problema no se va a ninguna parte.
La idea de enterrar, gestionar o solucionar el problema de los residuos es simplemente deshonesta, ingenua en el mejor de los casos. En el peor, una gran mentira a sabiendas.
En la Bahía de Cardiff, se espera ‘dispersar’ los residuos. En Asse, los residuos se filtraron, pasando de concentrarse en los barriles a ‘dispersarse’ en el agua que ha inundado las minas.
En Yucca Mountain, de recibir el proyecto luz verde una vez más, el agua terminará por arrastrar algunas partículas radiactivas, acabando en las aguas subterráneas y, de ahí, a la del grifo.
“Una vez se generan residuos radiactivos, solo se puede pensar en aislarlos a largo plazo. Es un problema que no se va a solucionar”, dice Paul Gunter, de Beyond Nuclear. “Y también hay que pensar en su coste. Y si crees que es fácil responsabilizarse de lo que pueda pasar, mejor que no te involucres”.
La idea de enterrar, gestionar o solucionar el problema de los residuos es simplemente deshonesta, ingenua en el mejor de los casos. En el peor, una gran mentira a sabiendas.
Los residuos radiactivos no desaparecen, solo se pueden gestionar de manera indefinida. Como dice Gunter, “no hay alquimia para el detritus radiactivo”. Una vez hecho, nos va a acompañar de por vida.
Las agencias federales y empresas nucleares siguen chocando sobre qué hacer con las decenas de miles de toneladas de residuos radiactivos de alto nivel (90.000 la última vez que se informó de ellos) generados por las centrales nucleares comerciales estadounidenses. Sin lugar al que llevarlas. La inmensa mayoría sigue en las piscinas de sus propias centrales. Porque, ante la ausencia de la alquimia, esos residuos van a estar siempre en algún lugar, aunque no lo vayamos a ver.
Hubo una vez que la opinión pública comprendía la magnitud de este problema. En 1986, el Departamento de Energía de los EEUU consideraba un cementerio subterráneo para los residuos nucleares comerciales. Se consideró con seriedad el “Estado granito” de Nuevo Hampshire.
Pronto protestaron varios pueblos de Nuevo Hampshire, ante la amenaza de que se hubiera desahuciado a sus poblaciones y destruido sus edificios para iniciar la construcción del almacén nuclear. En total, 100 poblaciones firmaron una resolución que no solo se oponía al enterramiento, almacenamiento y transporte de residuos radiactivos de alto nivel en Nuevo Hampshire, sino también a su mera producción.
La inmensa mayoría de los residuos sigue en las piscinas de sus propias centrales. Porque, ante la ausencia de la alquimia, esos residuos van a estar siempre en algún lugar, aunque no lo vayamos a ver.
Finalmente, se aprobó una ley estatal que prohibía que se construyera ningún cementerio nuclear dentro de su territorio, aunque no ilegalizaba su generación. Se llevó a cabo la construcción de la central Seabrook en la costa de Nuevo Hampshire, y una de las dos unidades planeadas ya genera residuos dentro del Estado. Todavía sin ningún lugar al que llevarlos.
De hecho, la ley en contra de un cementerio fue revocada por un juzgado estatal en 2011, un hecho que se dio a conocer en 2016, por el congresista estatal Renny Cushing. Cushing es el fundador del primer grupo antinuclear del país, la Clamshell Alliance, que se opuso frontalmente a la construcción de Seabrook.
Sigilosamente, la Comisión Reguladora Nuclear ha asegurado que no se repetirá el desafío que presentó Nuevo Hampshire en su momento. A dia de hoy existe una intervención conocida como “Almacenamiento continuado de residuos de alto nivel” (y otrora como “Decisión de confianza de los residuos nucleares”, imaginamos que se cambió el nombre porque ya nadie tiene ‘confianza’ sobre solucionar el problema), que deroga cualquier decisión de no renovar la licencia de una central por no existir solución para sus residuos.
Esto significa que nuestra envejecida flota de centrales nucleares tienen plena libertad para generar más residuos. Algunas, durante 20 o hasta 40 años más. Aunque aún no hayamos encontrado un lugar seguro para su gestión a largo plazo, o se haya llevado a cabo plan alguno en esta dirección.
La industria nuclear sigue ebria de poder. Aunque se les pudiera perdonar, a regañadientes, la procrastinación inicial fruto del optimismo (cuando Fermi consiguió la primera reacción en cadena en 1942) acerca de gestionar los residuos, 80 años después esto ya resulta inadmisible. Ha pasado tiempo de sobra para comprender que continuar generando esta sustancia letal, que no se va a ninguna parte, es reprobable científica y moralmente.
Los residuos radiactivos no van a desaparecer nunca. Pero podemos hacer desaparecer la energía nuclear. Deberíamos dejar de dudar y ponernos a ello.
Traducción de Raúl Sánchez Saura.