Opinión
No quieras ir al cine (y que encima esté en tu barrio)
¿De qué sirve que el ayuntamiento trate de impulsar ahora la revitalización de los ejes comerciales de la ciudad si eran los propios ayuntamientos de todas las ciudades del Estado los que firmaban su sentencia de muerte?

A Guillermo del Toro le debo el gusto por los filmes de fantasías. Ahora, además, también le debo haberme descubierto el Parc Vallès —el centro comercial de la ciudad en la que vivo, Terrassa—. Y es que este lunes me apetecía ir a ver su oscarizada La forma del agua. Pero en la tercera mayor ciudad en población de Catalunya resulta que solo existen dos cines. Y uno es tan humilde —el Catalunya— que los lunes y martes está cerrado —el fin de semana de la plantilla—.
Así que me tocó desplazarme hasta el típico centro comercial de las afueras de la ciudad. Corría 1998 cuando se inauguraban sus 24 flamantes salas de cine. Tan solo dos años más tarde, en noviembre de 2000, cerraba el Cine La Rambla. Así mismo, el Cine Catalunya, en crisis, pasaría a manos municipales en 2007. Son, en mi opinión, las dos caras de la misma moneda.
El boom de los cines en centros comerciales fue generalizado en todo el Estado. Y consecuentemente, el cierre de los cines urbanos en todas aquellas ciudades
Hablo hoy de una ciudad en concreta, pero el boom de los cines en centros comerciales fue generalizado en todo el Estado. Y consecuentemente, el cierre de los cines urbanos en todas aquellas ciudades.
¿Qué hubiera pasado si el ayuntamiento de turno hubiera tratado de impedir la construcción de dicho centro comercial, haciendo uso de sus competencias en materia urbanística? ¿Qué hubiera pasado si el POUM de la ciudad —aquel mapa que viene a ser un tablero de juego donde se estipula qué se puede hacer y qué no en cada parcela— hubiera puesto obstáculos a la construcción de grandes superficies? Probablemente tendríamos más servicios en nuestros barrios. Culturales, de ocio, de alimentación... Y cerquita de casa.
También es cierto que la asistencia a los cines está en decadencia. ¿Los motivos? La digitalización: desde aquella “piratería” de la década de los 2000, pasando por las descargas de internet, hasta llegar a plataformas online como Netflix. La gente se queda en el sofá. Y el precio de la entrada. Y el IVA al 21%, vale. Pero en 1998, cuando se inauguran los cines de mi ciudad y las de tantas otras urbes, todavía no estábamos en dicho momento de digitalización. Y el modelo de negocio —aunque flojo— sobrevivía. Pero, sobre todo, los aficionados al cine no son ilimitados: si fomentas que vayan a los centros comerciales de las afueras, dejarán de ir a los cines en trama urbana.
Pues resulta que en Terrassa acaban de construir el segundo centro comercial. Sin duda, el enésimo paso en la destrucción de la ciudad. Y si en su momento la apertura del Parc Vallès propulsó el hundimiento del comercio del centro —pon aquí el nombre de tu ciudad— y el cierre de su cine, ahora es cuando veremos las consecuencias de la inauguración de esta segunda gran superficie. Que nadie lo dude: tendrá víctimas. Pasado poco más de medio año de su estreno, quizá todavía es demasiado temprano para percibir quién pagará los daños.
¿De qué sirve que el ayuntamiento trate de impulsar ahora la revitalización de los ejes comerciales de la ciudad si eran los propios ayuntamientos de todas las ciudades del Estado los que firmaban su sentencia de muerte?
Pero no hay dudas sobre quién es el verdugo. Y desgraciadamente, la mayor parte de la ciudadanía contempla impasible el auge de los macro-comercios. Digámoslo claro, para cuando nos demos cuenta, ya será tarde. Y las lágrimas serán de cocodrilo. ¿De qué sirve que el ayuntamiento trate de impulsar ahora la revitalización de los ejes comerciales de la ciudad si eran los propios ayuntamientos de todas las ciudades del Estado los que firmaban su sentencia de muerte? Sí, fue a mediados de los años 90 cuando fomentaron de forma generalizada la apertura de centros comerciales para lograr ingresos con la venta de terreno público y la supuesta generación de puestos de trabajo.
¿Más ejemplos? Otro flagrante error y que también está de moda: ¿de qué sirve que los ayuntamientos traten ahora de fomentar que la población compre en los mercados municipales y de abastos —incluso con reformas urbanísticas gentrificadoras y que cuestan un dineral a las arcas públicas— cuando han sido los mismos consistorios los que han permitido la construcción masiva de nuevos centros comerciales? ¿O es que vuestra ciudad no cuenta en el último año con nuevos y flamantes Mercadonas, Aldis, Lidls, Dias, Carrefours, Condis, Eroskis, Caprabos... y así ad eternum?
El modelo de ciudad —y el de comercio— necesita una coherencia global. Puesto que apostar por “todo” equivale a apostar por “nada”. No se pueden impulsar centros comerciales, pequeño comercio, economía social, mercados y franquicias... En un revolutum sin sentido. Porque la capacidad de gasto de la ciudadanía no es infinita: si favoreces que gasten en el centro comercial, dejarán de gastar en el comercio local.
Así que el centro comercial replica la ciudad, pero en pequeño. De cartón-piedra. ¡Bravo! El único problema es que ciudades ya tenemos: las de verdad. Incluso muchas de ellas se enorgullecen ahora —otra moda— de tener festivales de cine o ser plató de rodajes. Pero, de qué me sirve a mí si para ir al cine tengo que coger el coche. Todo postureo, que se nos da muy bien.
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