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Culturas
Deseos encarnados: un contacto estrecho entre el feminismo y el anticapacitismo
La socióloga y antropóloga Andrea García-Santesmases Fernández acaba de publicar un nexo de unión entre las nuevas corrientes feministas y su cuenta pendiente: el anticapacitismo. En su reciente ensayo El cuerpo deseado: la conversación pendiente entre feminismo y anticapacitismo (Kaótica, 2023) desarrolla de una forma asertiva y de lectura fácil cómo pensar soluciones conjuntas entre ambas corrientes, con el espectro de la queerness siempre presente. Aborda las experiencias de las personas con DF (diversidad funcional) como vidas con un potencial político, pero apetecibles de ser vividas, movidas por la lucha por los derechos pero también por la potencia del deseo y del placer.
Se trata de un análisis crítico repleto de ejemplos reales y material pop para desarticular peligrosos estereotipos. Hablamos con la autora para ver cómo la lucha antipatriarcal y las alternativas al capitalismo pueden aprender muchísimo de las conversaciones y prácticas ya iniciadas por el sector anticapacitista. El ensayo, además, se presenta el 6 de mayo en La Pantera Rossa de Zaragoza, el 8 de mayo en la Biblioteca Padre Isla de León, el 11 de mayo en el Ateneo La Maliciosa de Madrid y el 11 de junio en La Raposa de Barcelona.
Las personas cuidadas y las cuidadoras no son colectivos enfrentados, con intereses contrapuestos, sino sujetos interdependientes. Solo entendiendo que el problema no son los cuidados en sí —sino su articulación actual: patriarcal, capacitista y capitalista—podremos llegar a propuestas conjuntas, más justas y vivibles
El anticapacitismo es una de las intersecciones pendientes del feminismo en las alianzas y tu ensayo explora qué luchas tienen en común. Por ejemplo, a la hora de buscar soluciones a la ‘crisis de los cuidados’. ¿Qué preguntas conjuntas plantean?
El libro plantea cinco conversaciones pendientes, y urgentes, entre feminismo y anticapacitismo: el género, los cuidados, las violencias, la sexualidad y la politización de la diferencia. En relación con los cuidados, está pendiente porque se han teorizado hasta la extenuación desde el feminismo, pero no en su intersección con el capacitismo. En los foros feministas, tanto académicos como activistas, las personas catalogadas como discapacitadas tienden a pensarse como una “carga”, un fardo que recae sobre las cuidadoras —es decir, las mujeres—, o, en el mejor de los casos, un objeto sin agencia sobre el que hay que decidir. Asimismo, el anticapacitismo ha puesto en el centro la vivencia y necesidades de las personas con diversidad funcional, relegando a un segundo plano la discusión sobre las condiciones de las personas que cuidan. Por ello, considero que hay una conversación pendiente, y urgente, que parta de que las personas cuidadas y las cuidadoras no son colectivos enfrentados, con intereses contrapuestos, sino sujetos interdependientes. Solo entendiendo que el problema no son los cuidados en sí —sino su articulación actual: patriarcal, capacitista y capitalista—podremos llegar a propuestas conjuntas, más justas y vivibles.
A nivel histórico, ¿cuándo se empieza a proyectar la capacidad como la condición neutra, esperable y definitoria de la especie humana?
Dicha proyección es consustancial al capacitismo. Y el capacitismo actual bebe de dos fuentes sociohistóricas fundamentales: el discurso biomédico, que entiende la discapacidad como enfermedad, y el capitalismo industrial, que vincula la capacidad con el potencial productivo de un cuerpo. Es decir, son el hospital y la fábrica las que marcan qué cuerpos se consideran, aún hoy en día, capacitados y cuáles discapacitados. No obstante, en el texto planteo que capacitismo y patriarcado están estrechamente ligados, de hecho, se retroalimentan. Y, por ello, se deben pensar conjuntamente. Y así lo muestra una de las historias recogidas en el libro, la de Martin Pistorius, “el niño invisible”, que sufrió una violencia espeluznante, fruto de un sistema capacitista y patriarcal que le marcó como un cuerpo desechable.
Háblame del concepto de “divertad” (mix entre dignidad y libertad) que conjura una vida apetecible de ser vivida. Filósofas como Marina Garcés apuestan cada vez más por la despatologización de nuestras relaciones (cuidados, toxicidad, etc.) en pos de construir a través del deseo o lo que Paul B. Preciado llama la “potentia gaudendi”.
Me parece muy interesante que conectes el concepto de “divertad”, que proviene del Movimiento de Vida Independiente, con propuestas filosóficas feministas y queer. Precisamente, ese es el tipo de diálogo que me interesa porque creo que desde los márgenes se llega a ideas afines y cómplices. El concepto de divertad está estrechamente vinculado con la defensa del uso de “diversidad funcional” —en contraposición a términos peyorativos como “discapacidad” o “minusvalía” que reproducen la dicotomía entre cuerpos válidos e inválidos—. Puede parecer un concepto buenista o, incluso, despolitizado si entendemos que propone que “todos funcionamos de manera diferente, todos somos iguales bla bla bla”. Sin embargo, si nos paramos a pensar, la propuesta es radical: plantear en términos de diferencia funcional, de diversidad humana, la denominada discapacidad, conlleva no solo respetar su existencia, sino aventurar que pueda ser una opción deseable. De ahí el título de mi libro, El cuerpo deseado, que juega con la provocación de qué pasa cuando el cuerpo discapacitado es deseado, no solo a nivel erótico —lo que se denomina devotee— sino a nivel de identificación y encarnación —personas wannabes o transabled—. Me adentro en esos deseos abyectos porque cuestionan los cimientos del capacitismo.
Las experiencias de las personas con DF solo interesan de una forma totalmente utilitarista para el resto de la sociedad. En dos ámbitos que son todo contraste: por un lado “una vida que no vale la pena ser vivida” porque no se considera productiva para el sistema neoliberal y, por otro lado, como fuente de falso optimismo y de “porno inspiracional” capacitista de si yo puedo —siendo una persona con DF— tú puedes. ¿Qué nos estamos perdiendo?
¡Nos estamos perdiendo la realidad! Esa dicotomía, entre la tragedia y el heroísmo, parte de una mirada ajena, capacitada, y capacitista. Por ello es tan importante que las personas con diversidad funcional empiecen a contar sus propias historias y muestren que sus vidas pueden ser tan excepcionales, placenteras, decepcionantes o anodinas como las de cualquiera. Una parte del libro, a través de diferentes metodologías cualitativas y participativas, intenta dar cuenta de esa encarnación plural y compleja que es la vida humana.
¿Qué hay entre medias del discurso de la necesidad y del discurso del derecho, cuando posicionan a las personas con DF como sujetos carentes?
Lo que denomino en el libro “el discurso de la necesidad” sitúa la sexualidad de las personas con diversidad funcional como algo esencialmente diferente a la sexualidad legítima, la capacitada. Es un discurso muy extendido, que se mueve entre la biología y la filantropía, y que resulta peligroso porque produce una profecía autocumplida: “Hay personas y cuerpos que no son deseables, amables, y nunca lo serán”. En consecuencia, se plantea que necesitan apoyos afectivos y sexuales profesionales, muchas veces de corte terapéutico.
Por otro lado, “el discurso del derecho” es diferente, porque sitúa el problema en términos colectivos denunciando la carencia de derechos sexuales y reproductivos. Esta segunda visión, más propia del Modelo Social de la Discapacidad, me parece más interesante porque abre opción a la politización de la vivencia y la alianza con otros colectivos.
Y, entre medias, están las vidas afectivas y sexuales que acontecen, muchas veces, fuera del radar capacitado. En el libro me pregunto, como un guiño al armario de la homosexualidad, qué deseos y placeres se estarán gestando tras las puertas de las residencias…
La sexualidad de las personas con diversidad funcional pone en cuestión asunciones sobre, por ejemplo, qué es la intimidad de pareja o cuál debe ser el ritmo de la relación sexual
En ese sentido, ¿qué podemos aprender como feministas de las luchas de las personas con DF para politizar sus sexualidades?
Podemos aprender mucho sobre cómo el capacitismo coloniza nuestros deseos y nuestras prácticas, imponiéndonos estándares invivibles de perfección corporal y funcionalidad estándar. La sexualidad de las personas con diversidad funcional pone en cuestión asunciones sobre, por ejemplo, qué es la intimidad de pareja o cuál debe ser el ritmo de la relación sexual. Y desvela los propios roles de género naturalizados en la performance sexual. Creo que proyectos como Yes, we fuck!, el documental en el que colaboré, permiten mostrar ese potencial disidente. Asimismo, considero fundamental que el anticapacitismo tome en cuenta la reflexión feminista y generice sus demandas ya que, en ocasiones, se despolitiza la reivindicación de la sexualidad y se defiende un “derecho al sexo” simplón, de carácter androcéntrico. En el diálogo entre feminismo y anticapacitismo es donde veo el potencial de cuestionar y enriquecer nuestros deseos.
Es muy interesante cómo se les niegan las características de género a las personas con DF. En el caso de las mujeres quedan fuera de las áreas asignadas a la feminidad (apariencia física, capacidad reproductora, los cuidados y el desarrollo profesional) y en el caso de los hombres se les feminiza provocando que, en algunos casos, tengan conductas para reafirmar su masculinidad. ¿Qué herramientas podemos desarrollar para desactivar conjuntamente estos roles?
Creo que lo primero, y este ha sido el objetivo de mi libro, es entender cómo interseccionan patriarcado y capacitismo. Concretamente, en relación con los roles de género, cómo la norma de género se retroalimenta con la norma de capacidad ya que la “heterosexualidad obligatoria” requiere (y viceversa) performar una “capacidad obligatoria”. El caso de la modelo con síndrome de Down, Madeleine Stuart, con el que comienza el primer capítulo, es representativo en este sentido. Este y muchos otros ejemplos del libro permiten evidenciar que la “discapacidad” no está totalmente desgenerizada, es decir, los hombres y mujeres con diversidad funcional no están fuera de las categorías de masculinidad y feminidad, sino que su generización está en entredicho. Y esta posición liminal, aunque muchas veces dolorosa, tiene un potencial político al articular otras feminidades, otras masculinidades e, incluso, difuminar estas categorías.
Pienso en la alianza queer-crip como un hackeo en el diseño de personajes. Para poner un ejemplo, si a la hora de construir nuestros avatares en los videojuegos pudiéramos elegir además de características de expresión de géneros, opciones corporales despaired y, luego, otras extremidades y genitales con más libertad. ¿Entenderíamos más fácilmente que IRL también podemos vivir o ‘jugar’ con otras categorías corporales posibles?
Pues no lo había pensado, pero creo que la ficción, sea en el ámbito que sea, tiene potencial a la hora desestabilizar el capacitismo. En este sentido, plantear marcas corporales que se consideran propias de la discapacidad como una encarnación posible, incluso deseable —en tanto que potencialmente elegible— puede contribuir a imaginar “futuros crip”. Así lo muestra el videoclip de corte futurista de la modelo y cantante Viktoria Modesta. En el último capítulo del libro se analiza su performance biónica y cómo su uso de prótesis, desafiante y sexualizado, abre brechas en torno a la indeseabilidad, presente y futura, de estas corporalidades.
Tu ensayo tiene muchos momentos de análisis pop sobre cómo la cultura replica los clichés alrededor de la diversidad funcional. Para concluir dejando un poco más de investigación pendiente, ¿qué referencias cinematográficas, literarias —o culturales en general— nos recomendarías para continuar con este acercamiento a las realidades de las personas con DF?
Sí, como se ve en el libro, me parece clave analizar los productos culturales y de entretenimiento porque generan una serie de estereotipos que se enquistan en el imaginario colectivo y que, difícilmente, los textos pueden extirpar. A día de hoy, en nuestro país lo primero que viene a la cabeza cuando se piensa en una persona tetrapléjica es la imagen de Ramón Sampedro, en la cama, pidiendo la eutanasia. Para hackear esta profecía trágica, algunas recomendaciones bastante punkis: la novela Amor de monstruo de Katherine Dunn, porque te vuela la cabeza; la obra de teatro Supernormales porque, al mismo tiempo que te hace reír, te incomoda hasta las glándulas; el documental Yes, we fuck! para abrir el apetito; y la película Margarita with a Straw porque aunque hace cripface —la protagoniza una actriz capacitada— cuenta una historia muy queer y muy crip. Y en el libro ¡encontraréis muchos más ejemplos!
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Es muy interesante la visión del cine sobre la DF, especialmente útil para esa intersección entre capacitismo y feminismo es el género cinematográfico de superhéroes y supervillanos.