Movimiento obrero
Trabajo de base en el socialismo español

En España, la vertiente socialista del movimiento obrero desarrolló un intenso y constante trabajo de base.
Arija
Militantes socialistas construyendo la Casa del Pueblo de Arija


Enfermero, militante del sindicato TERE - Trabajadores en Red La Paz - Área Norte
25 oct 2023 07:00

Conceptos como sindicalismo de base o el término inglés organizing están ganando relevancia debido al resurgimiento el sindicalismo combativo en Estados Unidos, que empieza a extenderse a otros países. Sin embargo, el movimiento obrero ha empleado prácticas muy similares desde sus inicios.

Conceptos nuevos y no tan nuevos

En España, la vertiente socialista del movimiento obrero desarrolló un intenso y constante trabajo de base. Muchas de estas actividades requerían un espacio en el que llevarse a cabo, por lo que antes de la fundación de PSOE y UGT en 1888 ya existían Centros Obreros. Los socialistas continuaron este trabajo fundando nuevos espacios con distintas denominaciones, ya fuesen Centros Obreros o Casas del Pueblo, inspirándose en las Maisons du peuple del movimiento obrero francés. Las primeras fueron las de Alzira (Valencia) y Montijo (Badajoz) en 1903, seguidas por Centro Obrero Ilicitano de Elche (Alicante) en 1905.

Casas del Pueblo

Las Casas del Pueblo jugaron un papel básico y fundamental en el movimiento socialista. En aquellos años el proletariado se enfrentaba a graves lacras que dificultaban la mejora de las condiciones de vida de los trabajadores. En el año 1900, en España sólo sabía leer y escribir el 41% de la población. La ignorancia y la incultura facilitaban la explotación. Para quienes habían recibido una educación básica, esta era impartida por el Estado o la Iglesia, dirigida a perpetuar el sometimiento de las clases oprimidas. Por otra parte, las posibilidades de entretenimiento eran muy reducidas. El alcoholismo suponía una lacra social de primer orden, hasta el punto de que a finales del siglo XIX se fundó la Liga Antialcohólica Española. Los viernes, día de paga, muchas mujeres esperaban a sus maridos a la puerta de la fábrica para conseguir algo de dinero con el que afrontar los gastos familiares antes de que llegaran a la taberna y se gastaran todo el sueldo. Se sufrían frecuentes abusos y especulación con los precios de alimentos básicos como el pan, que suponían una gran proporción del presupuesto familiar. Los alquileres eran a menudo abusivos y el estado de las viviendas, lamentable. Los primeros sindicatos, que entonces se llamaban sociedades de resistencia, no encontraban caseros que les alquilasen locales en los que reunirse.

“Aquí está nuestra base física de propaganda socialista”

Por esa razón se puso tanto énfasis en fundar y mantener en funcionamiento las Casas del Pueblo. En palabras de Tomás Meabe, fundador de las Juventudes Socialistas, “aquí está nuestra base física de propaganda socialista”. Algunas eran enormes, de hecho se procuraba construirlas en zonas céntricas para que fueran bien visibles. Cuando los recursos lo permitían eran edificios elegantes, diseñados para transmitir la enseñanza de que mediante el esfuerzo colectivo se podían alcanzar metas grandiosas. Cuando faltaba el dinero, su construcción suponía años de ahorro organizado entre varias sociedades, y en ocasiones los futuros socios (albañiles, carpinteros, fontaneros) aportaban su trabajo directamente en la obra como en el caso de Arija (Burgos). Las más humildes se limitaban a organizar actos sindicales y políticos y albergaban pocas organizaciones, llegando a ser solamente siete como en Llano del Real, o incluso dos como en el caso de Villaluenga de la Sagra. Sin embargo, esto no es un síntoma de su debilidad sino de la gran extensión del movimiento, que mantenía en funcionamiento casas del pueblo incluso en pequeños municipios rurales.

Las grandes Casas del Pueblo eran importantes centros neurálgicos del movimiento socialista. En la de Vigo convivían 48 organizaciones que sumaban 3500 asociados. Contaba con tres trabajadores, un periódico mensual llamado S.O.S, un cuadro artístico con cuatro secciones, una biblioteca con 1750 volúmenes, fábrica de pan y un salón de actos con capacidad para 2000 personas. La mayor de todas fue la de Madrid: 160 organizaciones, 25 trabajadores, cooperativa de consumo, mutualidad obrera, cuadro artístico, grupo deportivo, biblioteca con 8000 volúmenes, teatro con 4000 localidades, salón-café y varias salas de reuniones y conferencias. Llegaron a celebrarse allí 226 congresos en un año.

Muchas casas del pueblo contaban con bibliotecas e incluso teatros, con los correspondientes grupos de teatro, orquestas y coros. Representaban obras de temática social de Galdós, Echegaray, Valle-Inclán, Joaquín Dicenta o Ángel Guimerá.

Contaban también con un salón café, en el que estaba prohibido el consumo de alcohol y los juegos de azar. Frecuentemente contaban con escuelas para niños y adultos, dirigidas a la alfabetización pero también a impartir una educación racional, científica y laica, incluyendo la formación profesional. Muchas publicaban sus propios periódicos, como Ávila (Justicia), Antequera (La Razón) o Ceuta (Avance).

Cooperativismo

Para luchar contra la especulación se fundaron cooperativas, tanto de producción como de consumo, que merecen dedicarles un espacio aparte debido a la importancia que tuvo el cooperativismo para el socialismo español.

Un caso de éxito fue la cooperativa Alfa. Se fundó en Eibar en 1920, durante una larga huelga en la que los obreros del Sindicato de Obreros Pistoleros, afiliado a la UGT, decidieron darse empleo a sí mismos. Dedicada inicialmente a la producción de armas, pronto pasaron a fabricar máquinas de coser, con gran éxito. Antes de la Guerra Civil, Alfa llegó a tener 1500 trabajadores. Contaba con economato, viviendas, escuelas y centro médico propio.

La Cooperativa de Casas Baratas Pablo Iglesias, fundada en 1926 en Pueblonuevo del Terrible (Córdoba), se fue extendiendo al resto del país, llegando a tener 70.000 afiliados y editar su propia revista, Hogar Obrero. En Barakaldo se construyeron más de 300 viviendas mediante seis cooperativas distintas. Castellón, Sueca, Alzira o Madrid contaron también con iniciativas de este tipo.

La Cooperativa Socialista Madrileña de consumo llegó a gestionar cinco tiendas de comestibles, una zapatería, un despacho de vinos, dos bodegas y una papelería con 32 empleados fijos. Muchas casas del pueblo, incluso en municipios pequeños, contaban con un economato e incluso un obrador en el que producían pan.

Mutualidades

Estuvieron también muy extendidas las mutualidades para enfermedad, accidente laboral y decesos. Éibar, Crevillente, Tolosa o Ferrol contaban con iniciativas de este tipo. La de Éibar llegó a tener 1800 socios, la Sociedad de Socorros Mutuos de Crevillente contaba incluso con caja de ahorros y la Mutualidad Obrera Médico-Farmacéutica de Tolosa incluía acceso a medicinas a un precio reducido.

Como hemos visto, ninguna de estas actividades parece estar directamente relacionada con la lucha por condiciones laborales como pueden ser el aumento de sueldos o la disminución de la jornada. Sin embargo, fueron fundamentales para fortalecer el movimiento obrero y que este pudiera conquistar mejoras laborales. Las escuelas, economatos, mutuas, grupos culturales y deportivos preparaban a los obreros y obreras. Les liberaban de las ataduras del analfabetismo, la ignorancia, el hambre y el alcoholismo y les permitían adquirir experiencia como militantes y organizadores. Todo esto no era casual: se estaban preparando para llevar las riendas de la sociedad cuando el capitalismo fuese derrotado.

Sobre este blog
En las luchas sociales en la que vivimos, la desorganización es sinónimo de fracaso. Y, el fracaso, es sinónimo de pérdida de derechos. De calidad de vida. De dignidad. Este blog explora, a través de las experiencias y reflexiones de distintos colectivos y sindicatos, alternativas a la mera canalización del descontento social y distintas metodologías para organizar realmente a las personas y construir poder popular.
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