Centros sociales
Centros Sociales Autogestionados: ¿Unidos?
La pregunta, más bien, podría ser: ¿solo unidos por lo que los separa? Como un archipiélago. Y no es el mar aquí: lo que nos separa es la ciudad capitalista. No solo: también la ciudad patriarcal, racista, ecocida, violenta, acelerada, alienante. Pero, sobre todo, capitalista. Porque todo se compra y se vende, porque el capital marca la pauta, porque todo es trabajo asalariado: limpiando casas, arreglando tuberías, poniendo ladrillos, vendiendo al por menor, enfrente de una pantalla, repartiendo en bicicleta. Todo es apropiación privada y acumulación de beneficios en unas pocas manos: desigualdades económicas colosales que colonizan todas nuestras relaciones sociales.
¿Y si en lugar de hacer frente al capitalismo urbano desde cada isla de autogestión, se tendieran puentes entre ellas? Puentes sólidos más que redes, coordinadoras, plataformas o encuentros ocasionales. Puentes con vocación de permanencia. Para que la clase obrera global e interseccional se pasee, jubilosa, por encima de los tiburones del capital. La pregunta surgió hace unos días en Madrid, en un coloquio a raíz de la publicación del libro Centros Sociales Autogestionados: Por una reapropiación colectiva de la ciudad. En evento congregó a los anfitriones, el CSA La Villana de Vallekas y su librería Malaletra, y a activistas de La Enredadera, La Rosa, La Piluka y El Eko.
Porque a muchos CSAs los anima un fuego de revolución, de cambiar la vida, de ponerle barricadas a la extorsión del capital y del fascismo.
La pregunta sobre los vínculos entre los CSAs no era nueva. Ya hubo intentos de responderla en el pasado. Por oleadas. El ímpetu no llegaba nunca a poner muchas piedras del puente. Los nombres y modelos generaban desacuerdos y en muchas ciudades, después, llegaba el reflujo. La vocación de isla, de barrio, de pequeña centralidad, suele ganar la partida. Pero siempre hay ganas de nuevos intentos. Porque a muchos CSAs los anima un fuego de revolución, de cambiar la vida, de ponerle barricadas a la extorsión del capital y del fascismo.
Porque los CSAs no son recién llegados a las ciudades. Un viento lejano desde el fondo de la historia sopla a su favor: antes hubo ateneos libertarios, casas del pueblo, centros vecinales, centros de inmigrantes, casas de mujeres, huertos comunitarios, imprescindibles espacios de resistencia y creación de poder popular. No se los denominaba comunes urbanos, como hoy, pero muchos lo fueron más plenos que algunos espacios de agregación política actuales.
En el coloquio alguien dijo: no deberíamos distinguir los CSAs por su régimen de propiedad (centros comprados, hipotecados, alquilados, cedidos u okupados) sino entre activos, estancados y autodestructivos. Fue casi un manifiesto: unamos a los activos, que se reanimen los estancados y prescindamos de los autodestructivos. En otras palabras: construyamos puentes solo entre los CSAs afines, aceptando una amplia gama de comunes urbanos, poniendo límites allí donde no hay aportaciones fructíferas a la obra de consolidar vínculos.
Alguien sugirió otro concepto alternativo: una confederación de luchas.
En realidad, durante las últimas décadas, lo que más ha unido y desunido a la vez ha sido un magma de relaciones informales. Afinidades casuales, amistades políticas, colaboraciones puntuales, reconocerse en luchas concretas. Son muy valiosas porque preservan la autonomía de cada CSA y ayudan a respetar una diversidad militante casi orgánica. Pero las informalidades son también frágiles y efímeras a largo plazo. Diluyen la fuerza antagonista del conjunto de CSAs: como movimiento social, como bloque de contrapoderes. Alguien sugirió otro concepto alternativo: una confederación de luchas.
En todo caso, cuantos más lazos informales, aunque sean fuertes en el breve lapso de lo cotidiano, más se disuelve la identidad, la visibilidad y el valor para toda la sociedad de los CSAs, como un azucarillo en el mar salado. De hecho, es paradójico: ¿por qué unir a los CSAs entre sí cuando cada uno de ellos ya une a todo lo que está en su entorno inmediato?
Rara vez se ha logrado la centralidad de un movimiento de CSAs, pero cada experiencia activa, no convaleciente, suele constituir una centralidad local. Infraestructuras para quien carece de espacios colectivos donde juntarse y organizarse. Lugares de encuentro para los átomos urbanos que trabajan, se desplazan, cuidan, se resisten al oprobio, sobreviven. Lugares de conspiración, de rebelión, de diversión, de invención, de ayuda mutua. Lugares gratuitos, baratos, de trabajo activista y alegre. De cooperación entre quienes viven de su trabajo sin explotación de terceros. De insumisión a cooperar con la clase expropiadora y especuladora, de resistencia a consumir lo inútil, a mendigar lo necesario.
Los CSAs ya son centralidades urbanas beneficiosas para la clase trabajadora, incluso aunque se ubiquen en las periferias urbanas. ¿Para qué ir más allá? Lo que más cuesta es llegar al corazón de la bestia, o permanecer en él cuando erupciona una nueva isla de autogestión entre sus venas de tráfico y dinero. En el centro de los negocios y de la dominación, entre los edificios del lujo y el turismo, es donde las brechas del contrapoder obrero adquieren más visibilidad. Interfieren de forma más alarmante la circulación del capital.
Y su alianza más allá de lo local es siempre fuente de inspiración, aprendizaje y solidaridad.
Un movimiento o confederación de CSAs, por lo tanto, proporcionaría una identidad, un frente de luchas para defender, reforzar y expandir esos espacios colectivos, aceptando sus diferencias mutuas. Y no tendría por qué restringirse a una sola ciudad o área metropolitana. En algunas ciudades pequeñas solo hay uno o unos pocos CSAs afines. Y su alianza más allá de lo local es siempre fuente de inspiración, aprendizaje y solidaridad.
Otra voz del coloquio: solo necesitamos acordar unos principios básicos para la unidad. La lista de antis- (anticapitalista, antirracista, antipatriarcal, antifascista, etc.) es obvia pero insuficiente. La unidad ante la represión también es crucial, pero solo proyecta una imagen de carácter defensivo y beligerante. Si se busca la apertura de los CSAs a un amplio rango de edades, condiciones culturales, situaciones económicas e iniciativas políticas, los CSAs deben desplegar múltiples ofensivas: no solo campañas conjuntas contra sus enemigos interseccionales de clase, también poniendo en valor su modo de crear comunidad, reivindicando los espacios no comerciales ni lucrativos, el encuentro prolífico y seguro.
Al igual que las federaciones de empresas cooperativas y los mercados sociales: los CSAs empoderan, democratizan, satisfacen necesidades sociales y se reapropian de la riqueza colectiva. Al igual que las federaciones sindicales y los movimientos de vivienda: los CSAs pueden dejar de ser un bloque invisible cuando caminan al lado de las luchas obreras por el salario directo e indirecto, por los servicios sociales universales, por los derechos a migrar, al aborto, a la diversidad funcional, al trabajo digno, a la vivienda digna, a resistir el desahucio.
No menos que alineándose con las luchas contra los CIEs y las deportaciones, con los movimientos de mujeres y LGTBIQ+, con la solidaridad con Palestina: el conjunto de CSAs suele ofrecerse como hogar para abundantes banderas emancipadoras, además de hospedar en sus espacios concretos esas y otras luchas. En algunas ciudades, incluso algunos centros vecinales, cívicos o artísticos, no anquilosados burocráticamente ni manipulados por las fuerzas y partidos del capital, podrían unirse al bloque, frente, confederación o movimiento de CSAs. La denominación más precisa surgirá sobre la marcha.
Hay mucho por hacer desde todos los extremos implicados.
Por último, se planteó: ni siquiera intercambiamos información o recursos entre nosotros. Las redes sociales virtuales, difusas y agotadoras, extractivas y divisivas, se añaden a las aguas turbulentas del capitalismo mediático. En muchos lugares han reemplazado y ahogado iniciativas pasadas como las agendas mensuales de los CSAs en forma de poster o página web. En Madrid, por ejemplo, continúa saliendo en papel MadridEnAcción, pero no lleva una agenda de las actividades en los CSAs vigentes. Hay mucho por hacer desde todos los extremos implicados.
¿Cómo van a saber los jóvenes sin privilegios, por ejemplo, que hay conciertos, salas de ensayo, bibliotecas, lugares de estudio, ordenadores, despensas y comedores populares a su disposición en los intersticios de la ciudad vampírica? ¿Seguiremos pasivamente dejándolos que solo se expongan a la catarata de imágenes y relatos de odio contra el semejante y el de más abajo? O hemos encontrado límites o hemos dado pasos atrás en la contrainformación necesaria. Y es hora de recuperar el terreno perdido.
Los CSAs son nodos esenciales en esa tarea. Para cortocircuitar la espiral de autoritarismo que está devolviéndonos a los abismos del pasado no basta con abrir espacios de autonomía. Hay que propagar, desde las prácticas y la cotidianidad, imágenes y relatos de subversión y de liberación del capitalismo urbano. A los fondos buitre, a los empresarios que aprietan la soga al cuello de cada currela, a la clase política que solo busca rebajar los impuestos y regalar la sanidad y la educación a sus amistades mafiosas, les viene al pelo toda ausencia de contrahegemonía.
Las fuerzas oscuras avanzan rápido. Aunque los CSAs no hayan estado muy unidos formalmente o de forma duradera hasta la fecha, es justo reconocer que esas fuerzas no los han vencido. La unidad más tangible y constructiva de los CSAs quizá pueda cortarles el paso.
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