Opinión
Los movimientos sociales que anulan a la ultraderecha en la crisis del coronavirus

La ultraderecha ha escondido la cabeza ante la emergencia social que ha traído el covid19, incapaz de dar respuestas a las necesidades de esa comunidad a la que suele apelar. El tejido asociativo creado durante años en los barrios populares ha dejado en evidencia, una vez más, las miserias del neoliberalismo y las mentiras de la extrema derecha.
Coronavirus comercio catalán
Frutería en el barrio de Benimaclet, València. Foto: Julia Reoyo - Caixa Fosca
18 mar 2020 11:21

La crisis del covid19 está sirviendo para visibilizar los ríos subterráneos que corren bajo tierra firme, allá donde no llega el Estado ni las administraciones públicas pero donde siempre hubo agua. En estos pocos días que llevamos confinados en nuestras casas pegados a la televisión y a las redes sociales hemos podido ver numerosas muestras de solidaridad, gestos entrañables de vecinos, aplausos coordinados en los balcones y ocurrencias con grandes dosis de humor para sortear el aburrimiento. Pero, sobre todo, mucha preocupación por lo que pueda venir después, especialmente a nivel económico y social.

Para muchas personas, la precariedad que viene y la inseguridad que viven no es nada nuevo. Viven inmersas en la incertidumbre constante, en la ansiedad eterna que les provoca no encontrar trabajo o saber cuánto les va a durar el que tienen. En la tensión de afrontar un desahucio, el corte de la luz o la nevera vacía el día que no les llegue para el pago correspondiente. O de ser parados por la policía yendo a trabajar sin contrato y par acabar en un Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) o directamente deportados a sus países de origen. A veces incluso cuando su vida corre peligro allí o cuando no tienen nada ni nadie que les haga sentir que vuelven a su casa.
Estos días, toda esa maquinaria curtida también a base de palos, ninguneos de la administración o criminalizaciones en la prensa está dando una lección

Esta crisis que se está incubando no augura nada bueno para los más vulnerables a pesar de las medidas que ha anunciado el Gobierno. La precariedad ya existía antes que el virus y casi nadie se preocupó por ellos. Casi nadie. Desde luego, las instituciones no han sido capaces, por mucha voluntad que manifestaran a menudo de atenderla. Ni siquiera de amortiguarla. Siempre había un culpable externo que se lo impedía, según su relato. O simplemente eran las reglas del juego. Del neoliberalismo. La dichosa manita invisible que todo lo regula tan bien pero que hoy, ante esta emergencia, se ha demostrado inútil y ha acabado al servicio de lo común. Y todos lo han aplaudido.

Digo casi nadie porque como dije al principio, existen ríos que corren bajo el asfalto, y estos días están siendo imprescindibles para muchísima gente. Incluso para quien pensó que se salvaría sola comprando hace una semana dos toneladas de papel higiénico y veinte kilos de carne. Estos ríos son los movimientos sociales. Han estado siempre y han realizado una enorme labor en los barrios, por lo que saben perfectamente lo que es la precariedad, la soledad, la necesidad. En la mayoría de ciudades hace años que desde los colectivos de barrio se paran desahucios, se organizan campeonatos deportivos en barrios obreros o se ofrecen clases particulares y actividades gratuitas para los más jóvenes que no pueden pagarse la academia de inglés o apuntarse a tenis.

Esta crisis que se está incubando no augura nada bueno para los más vulnerables a pesar de las medidas que ha anunciado el Gobierno. La precariedad ya existía antes que el virus y casi nadie se preocupó por ellos
Estos días, toda esa maquinaria curtida también a base de palos, ninguneos de la administración o criminalizaciones en la prensa está dando una lección. Desde el primer día, sus grupos de Telegram empezaron a ofrecer todo tipo de apoyo ante la presente crisis: asesoramiento laboral contra los abusos empresariales, compras a las personas mayores que no deben salir de casa, e incluso una red de voluntarios de apoyo mutuo para organizar la solidaridad ante la avalancha de voluntarios.

Pero yo quería hablar de la extrema derecha. De aquellos patriotas que se envuelven en la bandera o que muestran una enorme preocupación por la precariedad en Venezuela. Aquellos a los que convencieron de que la unidad de España era lo más importante y que las feministas, los inmigrantes y el colectivo LGTBI eran su principal problema. Esta extrema derecha global que invoca a la comunidad y a la unidad, pero cuando realmente toca defenderla, nunca está. Esta que, desde que se empezó a ver la magnitud del problema del coronavirus, se dedicó a tratar de buscar rédito político por la más que evidente mala gestión del Gobierno en materia de prevención y reacción. Esta extrema derecha que primero negó la magnitud del problema, como la mayoría, y que acabaría infectada precisamente por estas mismas imprudencias que achacan a los responsables políticos.
Esta extrema derecha global que invoca a la comunidad y a la unidad, pero cuando realmente toca defenderla, nunca está

Si algo caracteriza a la extrema derecha desde siempre ha sido su apelación a la comunidad. A lo que ellos entienden como tal, claro. Jerarquizada, vertical, autoritaria. La que ante esta situación y las necesidades que se manifiestan se demuestra que es un fraude. Porque lo común no pasa por sus intereses más allá del marco nacionalista y excluyente que plantean. Porque son egoístas. Porque la solidaridad les molesta, sobretodo cuando es de clase y destapa las miserias del modelo que defiende la ultraderecha.

El contagio de los dos principales lideres de Vox, primero Ortega Smith y después Santiago Abascal, ha alterado su frenética y habitual sobreexposición en las redes sociales, su terreno más sembrado. A Smith le recordaron sus discursos xenófobos de hace un año, cuando acusaba a los migrantes de traer enfermedades el mismo día que se conoció su infección. Días después publicó un vídeo en sus redes haciendo deporte en su casa tildando de 'virus chino' al covid19 y reivindicando sus 'anticuerpos españoles'. A pesar de hacerse viral, sobre todo por sus detractores (que es lo que pretendía), el tuit fue borrado tras publicarse una advertencia de la embajada china en España acusándolo de racista. La ultraderechita cobarde.

A pesar de hacerse viral el tuit de Ortega Smith, sobre todo por sus detractores (que es lo que pretendía), el tuit fue borrado tras publicarse una advertencia de la embajada china en España acusándolo de racista. La ultraderechita cobarde

Abascal, por su parte, felicitó al Gobierno de Pedro Sánchez cuando este propuso finalmente el cierre de fronteras, atribuyéndose el mérito. La ultraderecha ha basado siempre gran parte de su discurso en el Estado-fortaleza, blindado ante la amenaza del sur, de pobres con tez oscura. Hasta calificaron de hermosas las imágenes de la policía griega gaseando y golpeando a los refugiados en Grecia semanas atrás.

Aunque el Estado español no pueda presumir de nada respetuoso en derechos humanos en esta materia, este cierre de fronteras no fue por los motivos que abanderaba siempre la ultraderecha, cerrando el paso a miles de personas que entran también de manera regular y autorizada en España, sino por la emergencia sanitaria evidente.

No quería hablar de partidos ni de instituciones sino de movimientos sociales. Publiqué un tuit en el que advertía de la ausencia de la extrema derecha en las redes de apoyo comunitario que estamos viendo estos días y de las que hablaba al principio. Y es que aquí es donde ellos nunca han estado, y donde la izquierda siempre ha sido fuerte. Por una razón muy sencilla: la extrema derecha es el doberman del neoliberalismo. El poli malo del sistema. El perrito faldero de las élites y de los señoritos de toda la vida. Son darwinistas sociales. Piensan que quien tiene una situación precaria es porque no se lo ha trabajado suficiente. Porque el sistema funciona y el Estado es un lastre, sobretodo los servicios públicos. Así lo manifestaba el diputado de Vox Ignacio Garriga en una entrevista a la revista Reacción Médica: “La sanidad universal y gratuita es una lacra”.

La extrema derecha es el doberman del neoliberalismo. El poli malo del sistema. El perrito faldero de las élites y de los señoritos de toda la vida

Las respuestas al tuit por parte de los ultraderechistas que lo vieron hablaban de “la extrema izquierda” para referirse al Gobierno y reprochando sus errores en la gestión de la crisis. Si hablamos de extrema izquierda o de izquierda radical, yo la situaría a la izquierda del Gobierno. No le regalo esa etiqueta a Nadia Calviño ni a Grande Marlaska. Creo que nadie de izquierdas de verdad lo cree así. La izquierda radical (que no suele tener problemas con autodefinirse así, no como la derecha, que siempre busca eufemismos) sería la que no ha dejado de criticar, constructivamente o no, la gestión del gobierno en esta crisis y en muchos otros asuntos desde el principio.

No hay bandera ni proclama patriótica que domestique a esta izquierda, incluso a la que también vota a los que hoy gobiernan. Siempre ha sido crítica y no se esperaría otra cosa de ella, aunque gobiernen los menos malos. Mientras la mayoría de la ciudadanía pedía el aplauso diario al personal sanitario y contra los recortes, la ultraderecha fracasaba en su convocatoria de sacar banderas y poner el himno de España en los balcones. Quizás por esto, tardaron al menos dos días en exhibir mensajes de apoyo a los profesionales que trabajaban frenéticamente estos días por la salud de todos y todas. También en los servicios públicos que ellos detestan y que eliminarían si gobernaran.

Mientras la mayoría de la ciudadanía pedía el aplauso diario al personal sanitario y contra los recortes, la ultraderecha fracasaba en su convocatoria de sacar banderas y poner el himno de España en los balcones

Esta izquierda que no gobierna, que critica al gobierno y que saca las vergüenzas constantemente a la extrema derecha y al neoliberalismo es precisamente la que está estos días dando ejemplo de sentido comunitario, de solidaridad y de empatía. Son los ríos subterráneos que siempre estuvieron y que hoy brollan y se visibilizan como nunca. Son ese tejido social alternativo, ajeno a las instituciones, crítico con estas siempre, el que hoy también ha demostrado estar combatiendo en primera línea las carencias del Estado y las administraciones y la ley del más fuerte del neoliberalismo.

Es la que pide más recursos para la sanidad pública, más medidas para evitar la explotación y los abusos a los trabajadores en estos tiempos revueltos; la que para desahucios y la que denuncia las políticas de extranjería que vulnerabilizan aún más las personas migrantes.

Mientras, la extrema derecha sigue en su búnker. Casualmente, a las seis horas de publicar mi tuit remarcando la ausencia de la extrema derecha en esta crisis, la cuenta oficial de una delegación de Vox publicaba el anuncio de un servicio de “atención telefónica” para gente que esté sola y quiera hablar con ellos. O para hacer la compra. Varios días después de que esto lo lleve haciendo esa “extrema izquierda” que amenaza a España.

Y es que la ultraderecha no tiene movimientos sociales capaces de realizar la labor de la que hablamos. Porque su misión es perpetuar las desigualdades. De género, de raza, de clase. Esto es el neoliberalismo. Y ellos sus guardianes. Por mucho que ahora, bajo esa pátina de caridad pretendan hacernos creer que se preocupan por el pueblo.

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