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Coronavirus
Mediterráneo Central: crónica de una Semana Santa en el naufragio
Hace un año, el 12 de abril, estaba mirando el horizonte marítimo desde el puente del buque de rescate Alan Kurdi, a 24 millas náuticas de Malta. Con unos setenta supervivientes a bordo, éramos el único barco humanitario en toda la zona de búsqueda y rescate, ya que todos los demás estaban en puerto, detenidos bajo diferentes excusas administrativas y legales. Ningún puerto nos permitía atracar.
Los barcos de la operación Sophia de la UE habían sido retirados sólo unas semanas antes, y la misión militar había sido reducida a la mera vigilancia aérea. Las autoridades europeas, en un nuevo intento de distanciarse de la crisis humanitaria en el Mediterráneo, estaban tomando decisiones que han resultado mortales para innumerables personas en la buscada de seguridad al otro lado del mar.
Hoy, un año después, las mismas autoridades han decidido volver a la mar: pero no con el objetivo de salvar vidas humanas. Con la nueva operación Irini, las fuerzas europeas han sido trasladadas al otro lado de las costas libias, lejos del este, desde donde zarpan las pateras de los migrantes. Se pone así la mayor distancia posible entre las fuerzas europeas y los migrantes que mueren polémicamente en el mar.
Un año después, el 12 de Abril, el barco Alan Kurdi es, otra vez, el único barco de rescate que queda en el mar, ya que los otros barcos de la ONG están retenidos en el puerto a causa de la emergencia motivada por el covid-19. Hoy, abril de 2020, la tripulación del barco y los rescatados están, una vez más, enfrentados a una espera con desenlace incierto: no hay ningún puerto seguro que los autorice a desembarcar.
El barco Alan Kurdi es, otra vez, el único barco de rescate que queda en el mar, ya que los otros barcos de la ONG están retenidos en el puerto a causa de la emergencia motivada por el covid-19
Sin embargo, sin barcos de rescate en el mar, la gente sigue huyendo de Libia.
Esta que sigue es la crónica de una semana en la zona de búsqueda y rescate donde decenas de pateras repletas de personas que huían de la guerra han sido dejadas solas, sin ayuda, a la deriva.
5 de abril, Dominica en Ramis Palmarum
Es la tarde del cinco de abril, cuando el buque humanitario Alan Kurdi anuncia su llegada a la zona SAR. Es la única nave de rescate presente en el Mediterráneo central.6 de abril, Megale Deutera
No lleva ni un día en el área y el Alan Kurdi rescata a 150 personas que viajaban en dos embarcaciones de madera diferentes.Durante el primer rescate, el buque rápido de la llamada Unidad de Seguridad Costera del puerto libio de Zuwara —ya conocida por la tripulación alemana— irrumpe en la escena, disparando al aire y provocando pánico entre los refugiados que saltan por la borda en un intento de llegar a las lanchas humanitarias. En cambio, el segundo rescate se lleva a cabo con un telón de fondo pintado por la perezosa indiferencia de varios buques mercantes ocupados cada uno en sus actividades rutinarias.Este día, se lanza una tercera llamada de socorro. Pero nadie responde.
7 de abril, Megali Triti
Es madrugada cuando la patera, con ochenta personas hacinadas a bordo, llega a las aguas bajo responsabilidad de las autoridades maltesas y a menos de 70 millas náuticas de las costas italianas. Pero todavía las autoridades europeas no responden. Las 80 personas siguen a la deriva durante todo el día, bajo la sombra indiferente de la avioneta británica Eagle1 de la agencia europea Frontex. Y siguen a la deriva durante toda la noche, sin comida ni agua.La mañana del 8 de abril, después de dos días y tres noches a la deriva sin ningún tipo de ayuda, los sesenta y siete sobrevivientes llegaron a las costas de Lampedusa.Ese mismo día, Italia cierra sus puertos.
8 de abril, Tenebrae
“Italia ya no es un lugar seguro”, dice el nuevo decreto, firmado en Roma el 8 de abril, bajo la excusa del brote de covid-19. La pandemia estalló con consecuencias dramáticas en las regiones septentrionales del país y provocó un bloqueo estrictamente impuesto en toda la península, incluida Sicilia, cuyos puertos se declaran ahora inseguros.Siendo una pandemia, parece que cualquier país puede usar potencialmente la misma excusa para cerrar sus puertas a los refugiados del mar. Lo cual es probablemente lo que pensaron las autoridades de Malta, cuando cerraron sus puertos al día siguiente.
Mientras tanto, mas pateras zarpan desde Libia.
9 de abril, Eucaristía
Las reticencias de Malta y Italia —y de toda Europa— en salvar las vidas de quienes huyen de Libia ya no son noticia. Pero esta vez va acompañada de una novedad total: por primera vez, el nueve de abril, Trípoli se declara “puerto no seguro”.La razón de la declaración, a este lado del mar, no es el brote viral sino los bombardeos ordenados por el general Haftar. Bombardeos que en Libia son la norma desde mayo de 2014. El gobierno Al-Sarraj, que la comunidad internacional reconoce y apoya desde 2017, cierra sin embargo solo ahora sus puertos a sus mismas patrulleras libias, dejando doscientas ochenta personas en sus cubiertas, según reporta la Organización Internacional de las Migraciones.
Mientras todos los puertos se declaran inseguros, a unas quince millas de las costas de la isla un barco de las Fuerzas Armadas de Malta se acerca a una patera de refugiados. Sin embargo, el militar que aborda el barco no tiene ninguna intención de rescatarles: al contrario, corta los cables del motor y afirma que los migrantes “tienen que morir en el mar; nunca llegarán a Malta”.
La patera, con sesenta y seis personas a bordo, ha estado a la deriva durante más de cuarenta horas a unas decenas de kilómetros de la isla. La marina maltesa los rescatara solo en la noche, después de cinco días en el mar, más de cuarenta horas después de recibir la llamada de auxilio.
10 de abril, Via Crucis
Sin ningún buque de rescate operando, los únicos testigos de la horrible escena del mar mortal son los aviones: Ofpray3 y Eagle1 de la agencia fronteriza europea Frontex dibujan durante el día varias órbitas con sus trayectorias, revelando las coordenadas de las pateras a la deriva en la superficie de las aguas internacionales entre Europa y Libia. Más barcos están en camino. Pero no se hace público ningún caso de socorro, y no se lanza ninguna respuesta.“¿Cómo es ver a la gente morir lentamente desde arriba?”, pregunta Alarm Phone, cuya lucha para evitar muertos en el mar se ha topado con el más cínico muro de silencio por parte de las autoridades.
11 de abril, Sabbatum Sanctum
Los hallazgos de las misiones aéreas de Frontex han sido revelados sólo al día siguiente por Alarm Phone, que al detectar los casos de peligro, lanza progresivamente cuatro llamadas de socorro: 120 personas en dos barcos diferentes se encuentran ahora en la zona de SAR maltés, 55 personas están a la deriva en aguas internacionales y otras 85 en posición desconocida entre Libia y Lampedusa.“Los imperativos humanitarios deben prevalecer al tiempo que se protege a las comunidades de acogida”, dice Vincent Cochetel, enviado especial de ACNUR para el Mediterráneo central. Pero, una vez más, la declaración de la ONU sigue siendo ignorada.
12 de abril, Anastasis
Los aviones de Frontex orbitan otra vez sobre las pateras, que siguen en el mar, cruelmente ignoradas. Los ciento cincuenta náufragos a bordo del Alan Kurdi siguen hacinados en los pocos metros cuadrados de cubierta del buque sin autorización a desembarcar.Algunas ONG temen un naufragio.Sin embargo las autoridades permanecen quietas, y silentes.A la noche en las aguas del Mediterráneo central aparece el buque vasco Aita Mari. Y con él, la esperanza de volver a ver humanidad en este desierto acuático de indeferencia.
En sólo una semana más de mil personas han escapado de Libia en más de veinte barcos. Huyen de una guerra que ha obligado a cerrar hasta el puerto de Trípoli
En sólo una semana más de mil personas han escapado de Libia en más de veinte barcos. Huyen de una guerra que ha obligado a cerrar hasta el puerto de Trípoli. Cientos de personas han sido abandonadas en el mar, a la deriva, sin ayuda. Se desconoce el numero de desaparecidos.
El brote de covid-19 se ha convertido en un pretexto para normalizar la práctica de no asistencia en el mar. Durante una semana, las autoridades europeas se negaron a cumplir con la obligación legal y moral de salvar vidas humanas, utilizando la crisis sanitaria como la última de una larga lista de razones para cerrar las fronteras, y dar la espalda a los invisibles en búsqueda de protección.
A pesar de cualquier decreto, y a pesar de cualquier pandemia, las víctimas del conflicto libio siguen huyendo, cínicamente abandonadas a su suerte, siguen dejando una mancha indeleble en los principios fundamentales de nuestras sociedades.