Coronavirus
La lucha por la vida en la crisis del covid-19 no acaba en un hospital

El modelo sanitario centrado en el hospital esconde la labor que sostiene la salud de la mayoría de la población con patologías relacionadas o no con el covid-19. La atención primaria prevé una nueva crisis sanitaria relacionada con la pobreza postpandemia.

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Una médico del Centro de urgencias de atención primaria Sant Martí de Barcelona se prepara para realizar una consulta de urgencia a una posible paciente de covid-19. Joel Kashila
25 abr 2020 04:24

Cuando el estado de alarma paralizó la vida económica y social de casi toda la población española, ahora ya hace más de un mes, los y las profesionales de la salud pública asumieron la máxima responsabilidad de la lucha por la vida en emergencia por el covid-19. Con este decreto, se ordenó el confinamiento de la población en sus hogares —sin visibilizar al total de las personas que no disponen de vivienda propia y, por lo tanto, más necesitadas de cuidados sanitarios— y se posó el foco sobre la atención hospitalaria y el teléfono 061 en caso de síntomas relacionados con la pandemia. “No se decía: llama a tu médico o a tu médica de familia”, como reivindica el personal sanitario de atención primaria de diferentes centros consultados en la ciudad de Barcelona.

En Catalunya, como en el resto del Estado, el Departamento de Salud de la Generalitat reforzó la asistencia en los hospitales y creó plazas hospitalarias en pabellones y ferias. Centenares de camas para pacientes de urgencia de coronavirus de las cuales algunas, como las del hospital temporal del Vallès en Sabadell, se han montado, pero todavía no funcionan. Imágenes de grandes superficies convertidas en hospitales de campaña que han penetrado en los hogares familiares para incrementar la sensación de emergencia, pero que no son tan fidedignas a la realidad. Sanitarias de atención primaria de distritos tan desiguales de la ciudad como Les Corts, Sant Andreu o el Raval comentan frases como “¿qué sentido tiene poner en marcha hospitales en pabellones cuando hay camas libres en los hospitales?”, “se han montado dispositivos extras en los hospitales que no ha sido necesario utilizar” o “los hospitales de campaña tienen sentido en una situación de guerra, pero no nos encontramos en esta situación en estos momentos”.

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Cola de pacientes a las puertas del CAP Sant Martí el pasado14 de abril. Joel Kashila

En los primeros días de emergencia sanitaria, el Departamento de Salud catalán anunciaba una reorganización de la actividad asistencial para dar apoyo hospitalario que ha afectado al cierre de más del 50% de los Centros de Atención Primaria (CAP) y consultas locales de Catalunya, afectando de forma importante a los consultorios locales y de fuera de la ciudad de Barcelona. Semanas después, las cifras confirman que el sistema hospitalario no ha colapsado por el trabajo de contención, filtraje y seguimiento de casos de coronavirus por parte de la atención primaria y comunitaria.

En Catalunya, según datos del Departamento de Salud, hay confirmadas a través de test rápidos o PCR más de 40.000 personas contagiadas, pero a ellas se suman casi 70.000 con síntomas o un diagnóstico compatible con el covid-19 seguidas por la atención primaria. “Esta crisis evidencia que la atención primaria se ha considerado secundaria en la respuesta sanitaria. Si no ha habido colapso hospitalario es porque hemos hecho una contención de las personas en sus casas. En la atención primaria hace mucho tiempo que vemos casos de posible coronavirus, pero que no cumplían la definición epidemiológica que se dijo inicialmente”, explica la médica del CAP Bon Pastor, en el barrio de Sant Andreu, Anna Vall-Llosera. “Lo correcto habría sido que la puerta de entrada hubiera sido la atención primaria”, coincide la médica Eva Mayor, del CAP Bordeta-Magòria en Hostafrancs.

Las funciones de la atención primaria se han reorganizado para contener el gran peso de la pandemia que representan las personas con síntomas leves a las que se puede hacer seguimiento telefónico o a domicilio y que, según el personal sanitario, representa el 80% de las personas contagiadas. Gente que, sin atención primaria, acudiría directamente a los hospitales y a la que se trata de hacer el máximo seguimiento telefónico si la dolencia no se complica, en cuyo caso se requiere una prueba diagnóstica o enviar al hospital.

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Una médica del CAP de Sant Martí realiza una consulta telefónica. Joel Kashila

Es por eso que el personal sanitario atiende centenares de llamadas al día, con un 90% de los casos por coronavirus. “Antes de la pandemia, la atención telefónica suponía cinco minutos en la agenda. Estos días he hecho visitas telefónicas de 45 minutos. Esta atención requiere tiempo. Nuestro recurso fundamental es el tiempo”, comenta Vall-Llosera. En el CAP de Hostafrancs, según la médica Eva Mayor, han llegado a hacer 500 llamadas en un solo día.

Además del trabajo asociado a los centros, también dan asistencia en los hoteles medicalizados, hoteles a disposición de salud pública donde solo van pacientes dados de alta que habían sido ingresados en el hospital por covid-19 o personas que no pueden hacer el confinamiento en casa; en los hospitales de campaña o en las residencias de mayores, que a principios de abril han pasado a estar a cargo de la atención primaria.

Fotografía incompleta

¿Por qué prevalece, pues, la fotografía generalizada de la Unidad de Cuidados Intensivos, los respiradores y las historias de tragedia que, a pesar de que muestran una triste realidad, esconden la fotografía completa de una lucha por la vida que no acaba en la mayoría de los casos en el hospital? “Se ha dado una respuesta hospital-centrista porque el sistema sanitario que la política tiene en la cabeza es un sistema donde todo pivota alrededor del hospital. Se ha pensado que el sistema hospitalario tenía que dar respuesta a esta situación, pero ni lo tiene que hacer ni tampoco es deseable. La mayoría de personas con síntomas leves no estaban visibilizadas al principio de la crisis y no necesitan un arsenal terapéutico que solo hace daño. Hemos hecho mucha presión política para que se dieran respuestas más adecuadas a una situación que necesita de todo el sistema de salud”, critica Vall-Llosera.

La enfermera Antonia Raya, del CAP Raval Nord, relaciona la falta de visibilidad de la atención primaria a la misma invisibilización del trabajo de curas que existe en nuestra sociedad: “En este modelo hospital centrista salvar vidas es lo que vende. Es lo que da la fotografía. Nuestro trabajo no vende, no llama la atención. Las curas, que están muy feminizadas, no tienen valor en esta sociedad. La asistencia primaria es un nivel de asistencia que no tiene visibilidad porque el cuidado, muchas veces, no se identifica con el curar”. “La relación de acompañar a la población, de igual a igual, que permite la atención primaria no se da en el hospital. Trabajamos en el saber cuidar y no con grandes máquinas. Pero la labor de curas está poco valorada en nuestra sociedad. Estos días, como ya pasaba antes del Covid-19, las que sostenemos la sociedad somos las mujeres cuidadoras. En esencia, hemos hecho la tarea de atender a la población como siempre lo hacemos”, añade.

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Una enfermera realiza el ingreso de un nuevo paciente de covid-19 en un hotel medicalizado gestionado por los profesionales de la atención primaria. Joel Kashila

La fotografía única de la urgencia hospitalaria provoca, además, que personas con otros problemas de salud graves que tendrían que recibir atención hospitalaria —por ejemplo, con peligro de infartos o ictus— no quieran ir al hospital. Vall-Llosera relata una de sus experiencias: “Nos cuesta mucho trabajo y tiempo insistir en la hospitalización por otras patologías que no son coronavirus. Atendía a un paciente con insuficiencia renal que necesitaba hidratación. Tuve que hablar con la familia para convencerlo. Finalmente estuvo cinco días ingresado y salió con un riñón recuperado”.

“Nos preocupa el retraso al hacer la consulta, que ocurre por miedo o prudencia. Nos hemos encontrado con patologías graves que han dejado pasar muchos días”, coincide la médica Eva Mayor.

¿Se ha acabado la guerra?

“'¿Se ha acabado esta guerra?'. La gente mayor se piensa que hay una guerra en el exterior”, relata Antonia Raya, que también trabaja  de enfermera en dos residencias del barrio del Raval, en Barcelona.

“Cuando la gente mayor nos ve llegar a la residencia con el EPI nos dice: ‘Te queda bien este mono’”, continúa. El personal sanitario de la atención primaria, cuando se decretó el Estado de alarma, no contaba con equipos de protección individual. Ahora ya disponen de esta indumentaria imprescindible para atender a cualquier paciente que visitan, pero llega cuando la mayoría de los CAP tienen una persona de baja por contagio o por miedo a estarlo.

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Una médica realiza la primera visita a una posible paciente de covid-19 en el CUAP Sant Martí. Joel Kashila

Las residencias de mayores han pasado a estar cargo de Salud Pública porque la pandemia ha visibilizado la carencia de atención sanitaria en estos centros, desde el año 2008 con los servicios de cuidados progresivamente externalizados a empresas privadas y mutualidades. “Es muy positivo volver a dar atención a residencias, pero igual que se han reforzado los hospitales, la atención primaria necesita más recursos para afrontar las curas que necesitan las personas mayores”, comenta Vall-Llosera.

Raya continúa explicando las historias personales que se encuentra en las residencias en las que presta servicio: “'¿Otra vez estáis aquí?'. No te ven, estás toda tapada. Es muy difícil darte cuenta de la situación cuando no estás fuera. Sabes que llega gente con unos monos que te exploran y, además, no reciben visitas de sus seres queridos. Se asustan porque no reciben las visitas familiares”.

“Hay una mujer que conecta poco con el exterior, no habla”, continúa, “pero su marido la visitaba cada día antes del confinamiento. El otro día habló para decir: ‘hace muchos días que no viene mi marido’”.

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os enfermeras realizan tests de Covid-19 a los usuarios de una residencia de Barcelona. Joel Kashila

La pandemia confina a la gente mayor todavía más de lo habitual dentro de un espacio de aislamiento social como es una residencia: se evita las zonas comunes en el interior y el contacto con la familia en el exterior. “Me produce mucha tristeza cómo se han llevado las residencias, donde ahora nos encontramos con unas carencias de cuidados  muy grandes. No se puede mercantilizar con la gente mayor. El desastre en las residencias responde a la falta de cuidados que la sociedad hemos tenido con nuestra gente mayor”, continúa Raya. En Catalunya, solo en residencias y sin contar las muertes de mayores en los hospitales, han fallecido cerca de 2.400 personas de un total de 7.000 víctimas por coronavirus.

Para la médica, que ahora vuelve a dar servicio en residencia, el covid-19 nos da la oportunidad de repensar si seguimos con un modelo que invisibiliza los cuidados y las personas que más las necesitan, o luchamos para poner la vida en el centro: “Tenemos que repensar el modelo de sanidad privada que parasita la pública y cómo queremos cuidar de nuestra gente mayor. La sociedad refleja cómo tratas a la gente mayor. No tienen espacio en un sistema que solo prima el beneficio”.

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Una enfermera del CAP Sant Martí realiza una visita a domicilio para realizar unas curas. Joel Kashila

Escenario pospandemia: ¿nueva crisis sanitaria de la pobreza?

El covid-19 tampoco paraliza el trabajo de cuidados que siempre caracteriza la atención primaria. Desde esta también hacen seguimiento telefónico y visitas domiciliarias para atender a pacientes con otras patologías, así como acompañamiento al final de la vida en el domicilio, especialmente necesario ahora que la gente está confinada y, en muchos casos, sola.

Pero hay una parte de la pandemia que preocupa a los profesionales de la sanidad y que tampoco aparece en la fotografía general del coronavirus: las consecuencias sobre la salud de quienes ya estaban en situaciones de exclusión social o precariedad laboral y de vivienda, pero que ahora ven agravada su pobreza por la pérdida de ingresos o el confinamiento en espacios compartidos que las expone todavía más al virus, a trastornos emocionales o a otras enfermedades. “Las desigualdades en salud se dan por el impacto directo del coronavirus, como por ejemplo los trabajos poco cualificados que implican contacto social y con más posibilidades de contagio, o el impacto indirecto a nivel de pérdida de trabajo o de ingresos familiares. Ya nos encontramos con gente que no tiene dinero para comer”, alerta Vall-Llosera.

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Una enfermera realiza un test de covid-19 a una usuaria de una residencia de Barcelona. Joel Kashila

La médica Eva Mayor relata muchos episodios de ansiedad, sobre todo de personas confinadas en pisos donde , por ejemplo, comparten lavabo con más de diez personas. Vall-Llosera añade que se están produciendo muchas situaciones de violencia en confinamientos donde las familias se encuentran acinadas.

Si bien la pandemia ha evidenciado la desigualdad de la atención primaria en relación a la hospitalaria, también refleja y agrava las desigualdades económicas preexistentes de nuestra sociedad. “Veremos problemas de salud que se derivarán de la precariedad laboral. Nos encontraremos con pacientes más pobres, que comen peor y tendrán más enfermedades”, afirma la médica Laia Bruna, del CAP Buen Pastor de San Andreu.

Es evidente que es la peor crisis sanitaria de nuestro siglo. Pero también puede ser la que genere más pobreza.

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