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Coronavirus
Y todo se hizo coronavirus
¿Qué está pasando con los tratamientos de otras enfermedades, igual o más graves que el covid-19, en la actual crisis sanitaria. Ana Forcada relata en esta crónica el caso de su marido, enfermo de cáncer.
Hace unos meses el cáncer entró en mi vida como telonero del presente desconcierto general. Muy poco antes de la invasión de la covid-19 en nuestras mentes y en nuestras pantallas, el cangrejo —cáncer en latín— había colonizado secretamente varios órganos vitales de Paul, mi marido. Invasión, colonización, lucha, batalla o guerra sin tregua son términos militares que se usan para hablar de la actitud frente a enfermedades mortales, lo hemos comprobado ahora con la covid-19.
Sin embargo, lo primero que tuve que combatir es la carga del concepto, porque, como muy justamente dijo Susan Sontag en La enfermedad y sus metáforas, en el imaginario colectivo, el cáncer esta irremediablemente ligado a la muerte. Lo comprobé con las preguntas morbosas que todavía me hacen de vez en cuando: “¿Y él, sufre? ¿Cómo le sienta la quimio? ¿Cuáles son sus tiempos?” o con los relatos de casos victoriosos ofrecidos como talismanes curativos, pero a menudo ajenos a la realidad de Paul y que solo sirven para una identificación engañosa. Los humanos somos así, a veces nos gusta regodearnos en la muerte, otras espantarla por temor a que nos salpique.
Contraer cáncer en tiempos de covid parece como romperse una pierna en un tsunami. Algo secundario. Admito que no hubo abandono del sistema pero sí lentitud con consecuencias fatales en el progreso de la enfermedad
Contraer cáncer en tiempos de covid parece cómo romperse una pierna en un tsunami. Algo secundario. Admito que no hubo abandono del sistema pero sí lentitud con consecuencias fatales en el progreso de la enfermedad. Con el paso de los días, como las embarazadas que solo ven embarazadas, me comentaban casos. Un hombre a quien habían quitado un riñón dos días antes de la alerta y dado el alta anticipada, no había vuelto a ver ningún médico ni tener una analítica; a una mujer le cancelaron la operación de un tumor en el seno, programada en la antigua realidad, sumiéndola en una incertidumbre doblemente angustiosa. Todo ello me llevó a preguntarme qué ha pasado con todos aquellos que como Paul han descubierto y convivido con dolencias graves durante la cuarentena. La diversidad de enfermedades no se detiene porque llega una pandemia. Por mucho que el mundo las ignore.
Quise saber algo más de cómo se había resuelto la atención sanitaria en la retaguardia, a la sombra del todo covid. ¿Quién mejor que un médico de familia? Esos profesionales que salen poco en los periódicos, pero hacen mucho por la salud de la población. Entrevisté a M.C., una profesional de largo recorrido que sigue apasionada por su trabajo. M.C. critica el cierre de los numerosos Centros de Atención Primaria y me asegura que no era la única en pensarlo, sus colegas cercanos también y desde la Sociedad Catalana de Médicos de Familia y Comunitaria se han hecho críticas (ver un artículo de Joan Colás). M.C. ha sido generosa en su relato y sospecho que más de un médico reconocerá la problemática. Cuando el covid-19 afloje sus garras podría llegar, con menos bombo y platillo, una pandemia de muertes “banales”, de muertes debidas al aumento de morbilidad por la falta de atención médica a la que ha sido expuesta la ciudadanía. Me explico, o mejor dicho, explico alguna cosa de lo que me explicó M.C.
Cuando el covid-19 afloje sus garras podría llegar, con menos bombo y platillo, una pandemia de muertes “banales”, de muertes debidas al aumento de morbilidad por la falta de atención médica a la que ha sido expuesta la ciudadanía
En España, uno de los trabajos fundamentales del médico de familia es ocuparse de forma activa, visitando periódicamente a los enfermos crónicos para evitar que se “impacten”, que sus enfermedades se compliquen. Si uno no padece una condición de estas características no es tan consciente de esta labor de prevención, sobre todo si, como es mi caso, solo acude puntualmente al médico. M.C. dice que controlar enfermedades crónicas como EPOC, hipertensión arterial o diabetes, por citar algunas, no es un trabajo que brille. Hay algo de enfado en su tono, y me da la sensación que quizás recrimina todos los focos sobre el covid que han monopolizado la atención pública. “Sin embargo, en términos de salud general es muy eficaz para la salud de la población, y barato”, añade con sorna reivindicativa. Primero pienso: “barato” porque usan pocos medios técnicos y es una clínica que previene mayores intervenciones, pero antes de que pida una aclaración ella me la da, en la pública la mayoría de profesionales son mujeres y cobran poco. Aunque lo primero también sea cierto.
¿Y qué pasó durante la pandemia? Pues gran parte de este trabajo de prevención se dejó de hacer. Así de crudo. Muchos lo habrán vivido en sus propias carnes. Como le ha pasado a mi marido. Aunque cuando se declaró el estado de alerta el 14 de marzo ya estaba en manos de especialistas esperando analíticas para decidir un tratamiento específico. En esa fecha se cerraron al público muchos centros de atención primaria, en Cataluña el 75%. Una medida para liberar a los profesionales del día a día y enviarles al frente de la pandemia. Los pacientes que aún acudían a los centros abiertos se quedaban en la calle, donde algún médico generalista, especialista o pediatra hacía un triaje. Al ser una emergencia tan brutal, M.C. dice que todo lo que no fuera corona o agudo era considerado secundario y se enviaba la gente a casa sin atención médica. M.C. piensa que todos entendemos que estábamos viviendo una emergencia. Estoy de acuerdo.
¿Y qué pasó durante la pandemia? Pues gran parte de este trabajo de prevención se dejó de hacer. Así de crudo. Muchos lo habrán vivido en sus propias carnes. Como le ha pasado a mi marido
Otro efecto del cierre de los CAP y de una dedicación casi en exclusiva a la lucha contra la covid es, según M.C., que los médicos durante la pandemia han perdido la iniciativa en la prevención y esta ha recaído exclusivamente en los pacientes, los más activos o a quienes se les complicaba el caso recibían asistencia. Los demás no. M.C. dice que los propios enfermos han rechazado a veces visitas necesarias por miedo.
Pienso en el dilema que muchos han debido vivir ante la necesidad de acudir a urgencias y su miedo a contagiarse de algo peor. Creo que yo misma me lo hubiera pensado mil veces. Pero si uno no acude cuando tiene que hacerlo, también pone en riesgo su salud. El estrés médico también generó problemas, “incidencias”, como llaman a los errores médicos. M.C. piensa que han aumentado durante este período y cuenta el caso de una mujer a la que le diagnosticó por teléfono un trombo en el brazo, algo raro, pero M.C. no tenía dudas. La mandó a urgencias con un informe. Por cansancio o protocolo, el médico de urgencias no lo leyó y solo vio una dolencia benigna. Cuándo M.C. volvió a hablar con su paciente, le costó media hora convencerla de que era imperativo que acudiera a otro hospital. Dos horas más tarde entraba en quirófano. Si no lo hubiera hecho podría haber perdido el brazo o incluso haber muerto. “En tiempos normales creo que no hubiera ocurrido”, dice M.C.
Ella y otros médicos piensan que la falta de experiencia ha impedido una gestión mejor de la crisis, que ha imperado la improvisación. Ahora están preocupados por los próximos meses. Todavía no hay estudios, ni se habla mucho del tema en la prensa, porque nadie sabe lo que pasará, ni cuanto tiempo durará la pandemia, pero las asociaciones de profesionales ya están alertando sobre los efectos de esta desatención. Tiemblo al pensar cómo será la medicina de familia en la nueva realidad y M.C. me confirma que hay cambios que han venido para quedarse. La atención telefónica es uno de ellos, una forma de aligerar las consultas, mucho más complejas y largas debido a todos los protocolos de seguridad. ¿Dónde quedará el contacto con el paciente? La auscultación, la palpación, la valoración de la piel, de la resistencia de las carnes, de la mirada, del comportamiento general, elementos de la alquimia médico-paciente que se desvanecerán en la distancia.
A todo ello se añade una nueva sobrecarga de trabajo que han recibido los centros de atención primaria a raíz del escándalo de las residencias de mayores que la covid ha contribuido a destapar. Los médicos de familia tendrán que supervisar las residencias, sin aumento de personal, claro. Al respecto, M.C. tiene mucho que decir, por supuesto que como ciudadanos los ancianos tienen derecho a ser atendidos por la seguridad social, pero si las residencias son negocios: ¿a quién incumbe el cuidado de su salud? Y si las residencias son consideradas como instituciones, ¿no habría que crear otro tipo de circuito? Mi angustia va subiendo: ¿quién pagará este aumento y complejidad del trabajo de los profesionales? ¿Cuánto tiempo tendremos que esperar para que nos vea un médico? Todos tememos las respuestas.
Nadie niega que el covid-19 es un problema gravísimo, pero si las otras enfermedades no se atienden debidamente también serán mortales. Todo no puede ser coronavirus
M.C. dice que los médicos anticipan también la agudización del ya existente problema económico de los centros de atención primaria. Históricamente, los hospitales suelen llevarse la mayor parte de los presupuestos de sanidad y ahora, más que nunca, debido al covid todos los recursos están centrados en combatir el virus. Incluso muchos ensayos clínicos sobre el cáncer se han detenido para liberar recursos, nos ha dicho la oncóloga de mi marido. Los bailes de cifras me marean, la información del coste de la pandemia tiene muchas vertientes, el cese de actividades o el impacto económico por todos los ERTES, por ejemplo, pero también su coste sanitario puro y duro. A finales de abril, el Banco de España preveía un gasto sanitario de 4.000 millones extra por el coronavirus. Esta sangría económica se suma a una sanidad ya empobrecida que lucha contra los recortes desde hace años. Por eso M.C. me dice que en atención primaria se teme una explosión de pacientes descompensados por no estar seguidos apropiadamente. Nadie niega que el covid-19 es un problema gravísimo, pero si las otras enfermedades no se atienden debidamente también serán mortales. Todo no puede ser coronavirus.
Mi marido “ha tenido suerte”. Al comienzo de la alerta, ya estaba atendido en un hospital, aunque como he dicho, a la espera de la decisión del tratamiento adecuado, tiempo que “solo” dobló lo previsto y luego la atención ha sido y es excelente. Pero si antes del covid-19 su médico del centro de salud tardó casi cinco meses en diagnosticarle el cáncer, me pregunto cuánto tiempo tardará para un caso similar en la nueva realidad.
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Nosotros, todos seremos culpables si lo con sentimos.
A tener en cuenta la mala gestión en una crisis sanitaria con un estado de alerta en el que no se ha intervenido la privada que vive de lo público para atender a la población.
Prefieren dejarnos morir.
El artículo, del que os doy la enhorabuena, se centra en la Atención médica, pero la AP es mucho más. Y existen diferencias por comunidades.Lo he vivido en primera persona como enfermera de Familia en Andalucía y os aseguro q este artículo es solo la punta del iceberg.