Opinión
¿Cuántos puntos del PIB vale una vida?

El Producto Interior Bruto es algo que se puede reconstruir, pero todo el oro del mundo no puede retornar a ninguna de las personas que van a morir innecesariamente.

Si tuviera la oportunidad de formular una única pregunta al presidente de la CEOE sería el encabezado de este artículo. Los empresarios y empresarias son gente de números, acostumbrados a calcular costes y estimar ingresos. Su idiosincrasia les presupone ser expertos, pues, para poner cifras a sus decisiones.  ¿Cuánto dinero calculan que va a generar poner en riesgo a las personas que acudan a trabajos no esenciales?

Entiendo su preocupación por los futuros balances, porque es obvio que no van a recoger los dividendos esperados y que esta crisis ha reventado ya todos los presupuestos anuales. Pero pienso en el valor incalculable que tiene para su familia y amistades Juan, que va a ir a encofrar hoy arriesgandose a dejar una silla vacía en las próximas navidades. O María, que va a ir a coser zapatos y vive con su madre anciana, que es población de riesgo. O Miguel, que va a ir a ensamblar vehículos y deja en casa esposa y dos hijas.

Da miedo la ligereza con la que anteponen la pasta a la vida, cuando la economía es algo material reconstruible y cualquier vida, un bien biológico único e irremplazable

Hemos sabido estos días que la patronal presionó en Bérgamo para que las fábricas no dejasen de mover 100.000 millones de euros. El día que puedan pagar con dinero la vuelta a la vida de la gente, esas presiones no sonarán psicópatas. Da miedo la ligereza con la que anteponen la pasta a la vida, cuando la economía es algo material reconstruible y cualquier vida, un bien biológico único e irremplazable. ¿A cuántos euros dicen que equivale el dolor de esa familia que dejarán atrás cientos, tal vez miles, de Juanes, Marías y Pedros?

Merecemos saberlo porque en la lucha colectiva contra el covid19 estamos pagando como sociedad un alto precio. Miles de personas han tenido que llorar a sus muertos en soledad, sin poder recibir los afectos de sus allegados ni poder hacer los ritos de despedida con normalidad. Se están segando vidas prematuramente, dejando huecos que ya no se podrán rellenar ni con todos los dividendos de la historia. Y tenemos a decenas de miles luchando a vida o muerte contra el bicho ahora mismo.

Además, en ese compromiso que hemos tomado como sociedad de cuidarnos y tratar que sean las menos personas posibles las que nos abandonen, estamos renunciando a muchas de las cosas que dan sentido a nuestras vidas. Estamos sacrificando los abrazos con nuestros seres queridos, la alegría de visitarnos, reunirnos con amistades y compartir risas, confidencias, planes en un mismo espacio. Estamos dejando de extasiarnos y bailarnos juntas a nuestras bandas musicales favoritas. Hemos renunciado a ver a las actrices y a los actores interpretar esas historias que tanto nos aportan en la gran pantalla y los escenarios. Estamos sacrificando viajar y conocer otros lugares o acudir a disfrutar aquellos que son nuestros favoritos.

Hemos dejado de llenar las canchas, los pabellones, los estadios, donde nuestras emociones colectivas se disputan en esos juegos de adultos que llamamos deportes. Hemos cerrado las librerías, las tiendas, los museos, los bares, las bibliotecas, escuelas y universidades. Estamos dejando de pasear acompañados, estamos encerrando a la infancia privándoles de respirar aire libre y de compartir los parques con sus iguales. Tenemos a la adolescencia, a la juventud, retenidas. Hemos renunciado a nuestra libertad de movimiento, a ir a la naturaleza, muchas personas sin pareja o lejos de ellas, al sexo. A las fiestas tradicionales, a expresiones colectivas de profundos sentimientos religiosos. Estamos confinados porque sabemos que nuestro adversario, invisible y minúsculo, se aprovecha y se extiende cuando estamos varias personas juntas. Nos ataca y nos amenaza, y por eso mayoritariamente estamos encerrados en nuestras residencias. Por eso queremos saber: ¿Por cuántos puntos del PIB dicen que nos arriesgan a que sigamos más tiempo pagando este precio?

Estamos ya poniendo en riesgo a nuestras trabajadoras y trabajadores esenciales, esos héroes y heroínas que se juegan sus propias vidas para cuidarnos y curarnos en los hospitales, para limpiarnos y desinfectar los pocos espacios que ahora están siendo utilizados. Se están arriesgando para alimentarnos, transportarnos y servirnos en los supermercados y farmacias los bienes imprescindibles para nuestra supervivencia.

¿No están ustedes dispuestos a renuncias para salvar más vidas? ¿No tienen ustedes familia, amigos, no son parte de la sociedad también? ¿Les importa más tratar de maquillar pérdidas en sus negocios que dejar a familias rotas?

Si la CEOE está dispuesta a inmolar a inocentes para maquillar pérdidas, y usted no lo impide, estará siendo cómplice, señor Sánchez

Aunque dé asco, no sorprende que la CEOE anteponga la pasta a las vidas de otros. Hemos de apelar a nuestros dirigentes. A los que elegimos en las urnas. Sabemos —no somos nuevos ni ingenuos— que en nuestras sociedades, ni siempre ni todo el poder está en el gobierno. Pero señor Sánchez, usted ahora tiene la última palabra y todos los poderes concentrados en su consejo de ministros para poder imponer prioridades. Si la CEOE está dispuesta a inmolar a inocentes para maquillar pérdidas, y usted no lo impide, estará siendo cómplice. Quienes hemos de lavarnos las manos somos nosotros. Ustedes preocúpense de no llenárselas de sangre.

Muy seguros deben ustedes de estar que en dos semanas o menos no vamos a ver un repunte de contagios y muertes para tomar esta medida. Porque hacerlo sin seguridad, mandar a personas que puedan infectarse y tal vez llevar la infección a sus seres queridos será también su responsabilidad. Piense que puede cargar con muchas muertes a sus espaldas y tiene en su mano prevernirlo.

Si sale mal la apuesta, se va a acumular rabia, y no solo irá contra los que le han presionado para que lo haga. Que, además, van a tratar de derribarlo a la mínima. Maquillar pérdidas económicas para arriesgar vidas es un mal negocio para la sociedad. Recapacite, estamos a tiempo de minimizar víctimas y ahorrarnos horrores irreparables. Porque no nos importa que sean tres, cinco o diez décimas del PIB. Nos importa que en nuestras familias, en nuestras amistades, no surjan vacíos irremplazables.

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