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En tiempos de coronavirus, el cuidado colectivo de las personas vulnerables es imprescindible. Marta González

Coronavirus
La crisis del coronavirus es política

Durante la crisis financiera se dijo que esta no debía ser politizada, a lo que siguió una década de políticas de austeridad. Está claro que la crisis del coronavirus traerá consigo efectos inesperados en la economía, por lo que ahora más que nunca es importante intentar darle una respuesta social.

Traducción: David Yanes Pinillos
23 abr 2020 03:10

La última vez que nos vimos confrontados con una crisis económica de envergadura similar a la que tenemos por delante fue en 2008, cuando el sistema bancario global colapsó debido a sus propios excesos.

Tras la decisión por parte del gobierno de Estados Unidos de dejar caer al banco de inversiones Lehman Brothers, empujando así a que los mercados financieros se precipitasen en picado, los gobiernos mundiales reconocieron que había llegado la hora de actuar. Seguidamente, se puso a disposición de los grandes bancos préstamos a corto plazo por valor de billones de dólares, asegurando así la liquidez de estos. Sin embargo, seguramente se habrán tenido que dar cuenta rápidamente que los bancos no solamente estaban faltos de liquidez (no disponían de dinero en efectivo), sino que eran insolventes (es decir, que eran incapaces de pagar las deudas contraídas). Como resultado, rescataron a los sistemas financieros recurriendo a los Estados, convirtiendo a su vez a sus principales accionistas en las instituciones financieras más grandes del mundo.

En los años siguientes, una serie de países fueron tomando medidas fiscales para que los efectos de la crisis financiera quedasen acotados a la economía real. Esto se tradujo en grandes programas de estímulo, promovidos por Estados Unidos y Gran Bretaña, para frenar la destrucción de empleo e impedir una espiral descendente keynesiana en la demanda. De esta manera, se intentó prevenir que se repitiesen los errores que en su momento nos habían llevado a las grandes crisis, como el Crack del 29, con la Gran Depresión de los años treinta. Pero, en realidad fue China quien salvó la economía mundial de una nueva depresión con un programa de estímulo por valor del 20% de su PIB. Estas masivas inversiones públicas rescataron tanto a la economía china como a la de su principal socio comercial.

No obstante, pronto cambió el panorama para varios gobiernos en el mundo. En Europa, en el año 2010 Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España se encontraban al borde de una crisis de deuda soberana —una consecuencia de la crisis financiera— que hizo que su política monetaria se viera restringida por pertenecer al euro. La política de la Troika, promovida por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional, exigió como contrapartida por los programas de ayuda medidas de ahorro en países como Grecia. Gran Bretaña siguió el ejemplo de estos países y adoptó un drástico programa de ahorro, aunque no existían signos de ninguna crisis de deuda soberana inminente en este país.

Si nos queremos ahorrar una nueva lección por parte de la derecha sobre el capitalismo del desastre, debemos analizar qué posibles efectos podría tener esta crisis para nuestra economía y prepararnos en consecuencia

¿Y de dónde este cambio repentino? La interpretación de los sucesos de 2008 ha sido desde el principio motivo de disputa ideológica entre izquierda y derecha. Una gran parte de la izquierda presume complacientemente que esta crisis financiera evidencia que sus advertencias sobre la insostenibilidad del capitalismo financiero eran ciertas. La derecha, inicialmente intimidada ante la crisis financiera global, pronto desarrolló su propia narrativa: lo que sucedió en 2008 no es simplemente una crisis del sistema financiero internacional, sino que fue provocada por la irresponsabilidad de gobiernos derrochadores, que habrían gastado más de lo que debían en servicios públicos.

El common sense impuesto por el tatcherismo nos dice que un Estado solo puede gastar tanto como ingresa a través de los impuestos. Siguiendo estos postulados, el partido conservador británico impuso fuertes medidas de ahorro y lograron ganar con esta narrativa de la austeridad las elecciones de 2010. Desde entonces, han muerto 120.000 personas de manera directa o indirecta como consecuencias de estas políticas de ahorro del gobierno. La economía británica —y con ella también el salario y la productividad— lleva diez años estancada y el endeudamiento del Estado se encuentra hoy en un porcentaje del Producto Interior Bruto mucho mayor al de 2010. Por tanto, la política de la austeridad —vista desde sus propias reglas— ha fracasado.

En plena crisis financiera, los conservadores se encargaron de difundir mensajes deliberadamente falsos para sacar rédito político de una de las peores crisis económicas de la historia. El partido laborista no lo hizo mucho mejor: ya que la estrategia de los tories tenía éxito, ellos se apuntaron también a la austeridad —aunque algo suavizada— y a controlar la inmigración. Así pues, ya se había establecido la respuesta hegemónica a la crisis.

La crisis del coronavirus se origina en un momento en el que la derecha se encuentra en el poder. Se insta a los ciudadanos, a los medios e incluso a los sistemas sanitarios a respaldar de manera unánime la narrativa del gobierno. El cuestionamiento de la política del gobierno —ya sea esta en materia de políticas de sanidad, monetaria o social—, se transforma en una inexcusable “politización” de la crisis sanitaria.

La presunción de que la crisis del coronavirus pueda ser “politizada” deja entrever que no es una crisis inherentemente política. Evidentemente, la aparición del virus fue un suceso natural —y predecible, según la investigación de la fundación Gates—. Pero la pregunta por su impacto económico y, en concreto, ver cómo se asume los costes que resulten de ella, no podría ser más política. Si nos queremos ahorrar una nueva lección por parte de la derecha sobre el capitalismo del desastre, debemos analizar qué posibles efectos podría tener esta crisis para nuestra economía y prepararnos en consecuencia.

Con el precio de los alquileres por las nubes, el elevado coste del transporte y los salarios estancados, Gran Bretaña ya se encontraba en una crisis del coste de vida antes de golpear la crisis del coronavirus

El pánico por el coronavirus ya está causando efecto en los mercados financieros: entre otros, la agencia de calificación norteamericana S&P, el Dow Jones y también la británica FTSE han registrado pérdidas mayores a las de 2008. El derrumbe del precio de las acciones refleja que la percepción de los inversores es que la economía mundial está al borde de una profunda recesión como consecuencia del cierre de fronteras, del confinamiento de la población —que los trabajadores tengan que quedarse en casa— y del colapso tanto del consumo como de la inversión. Después de una década de endeudamiento creciente por parte de las empresas, existe una gran preocupación por que el descenso en la facturación desencadene una cascada de empresas que se declaren insolventes, lo que también podría llegar a ser peligroso para algunas de las grandes instituciones financieras.

Hasta aquí, la crisis del coronavirus parece similar a una recesión cualquiera. Sin embargo, existe una serie de diferencias muy importantes entre esta crisis a la que nos enfrentamos ahora y la que siguió al colapso de 2008. Después del año 2008, hubo mucha gente que perdió su hogar y otros muchos su puesto de trabajo. Significó un gran sufrimiento que no solo afectó a la capa más pobre de la sociedad. En contraste, los riesgos económicos que conlleva la recesión del coronavirus son mucho más individuales y —en especial para Gran Bretaña— mucho más graves.

Sobre todo en Londres, donde el virus se está propagando más rápido, mucha gente no podrá pagar su alquiler y sus facturas con las 94.25 libras semanales estipuladas legalmente como ayuda por enfermedad, disponible para aquellos que se vean obligados a auto confinarse. En el caso de los autónomos, empleados de la gig economy y personas con contratos de trabajo en los que no se establece un mínimo de horas, podrían ni tan siquiera tener derecho a estas ayudas.

El creciente número de personas sin un empleo estable se enfrenta a una dramática pérdida de ingresos, debido a que las empresas dejan de comerciar, las personas limitan su consumo y los espacios públicos se van cerrando gradualmente. Incluso cuando el auto confinamiento no sea obligado, quien no disponga de un ingreso regular —y eso incluye también, además de los grupos que ya se ha nombrado, a las pequeñas empresas así como a personas cuyos salarios van en base a provisiones— debe contar con una pérdida inmediata y permanente de sus ingresos.

Los gobiernos deben apoyar decididamente a las familias que, como consecuencia de la crisis del coronavirus, sufrirán pérdidas en sus ingresos

Luego de una década de austeridad, el ahorro de los hogares es preocupantemente bajo. En 2017, los hogares gastaron más de lo que habían ingresado por primera vez desde 1987, por lo que tuvieron que hacer uso de sus ahorros o asumir nuevas deudas para equilibrar la diferencia. En Gran Bretaña más de ocho millones de hogares deben lidiar con problemas derivados de las deudas.

Con el precio de los alquileres por las nubes, el elevado coste del transporte y los salarios estancados, Gran Bretaña ya se encontraba en una crisis del coste de vida antes de golpear la crisis del coronavirus. ¿Cómo deben afrontar entonces las familias las pérdidas salariales si los bancos siguen reclamando la devolución de los préstamos, los propietarios continúan exigiendo el pago de los alquileres y los servicios públicos no dejan de cobrar las facturas?

También los bancos centrales hoy en día están más limitados en su capacidad de reacción que en 2008. La política monetaria ya es extremadamente flexible —se han bajado los tipos de interés todo lo posible, sin entrar en el terreno peligroso de las tasas de interés negativo, aunque bien es verdad que todavía se podría flexibilizar más—, desde luego, ya antes de la crisis había señales que crear más dinero se está volviendo cada vez menos rentable. La Reserva Federal de Estados Unidos ya ha ofrecido al sector financiero créditos a corto plazo por valor de 1,5 billones de dólares, pero incluso esto no ha podido detener el pánico.

Cada una de estas preguntas es política, ya que cada uno de estos problemas —desde los bajos salarios, pasando por las altas tasas de endeudamiento, hasta el hecho de que ya se han quemado todos los cartuchos de la política monetaria— es el resultado de medidas tomadas por gobiernos anteriores. Y solo los gobiernos de hoy pueden afrontarlos. No bastará con programas de estímulo general o una mayor flexibilización de la política monetaria.

Los gobiernos deben apoyar decididamente a las familias que, como consecuencia de la crisis del coronavirus, sufrirán pérdidas en sus ingresos. De lo contrario, tendremos que ver o bien cómo la gente desobedece el confinamiento decretado por el Gobierno y se propaga el virus, o bien como lo acata a costa de perder en pocos meses su hogar y declararse en banca rota. No es casualidad que los que se quejan por la “politización” de la crisis, no se vean obligados a hacer esta elección.

jacobin

Artículo publicado en Jacobin (versión alemana) el 5 de abril de 2020. Traducción al alemán por Thomas Zimmermann. Artículo original de Grace Blakeley, The coronavirus crisis is political , publicado el 19 de abril en Jacobin (versión estadounidense). Traducción del alemán al castellano David Yanes Pinillos.
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HOY Y MAÑANA DE LA PRIMERA PANDEMIA
DE LA HIPERMODERNIDAD
Fue un día como hoy
Muchas personas recordarán estos aciagos días. Pero es igualmente cierto que el sujeto creado por el Otro político, desde hace décadas por el discurso capitalista, es desmemoriado. Jacques Lacan, el 16 de junio de 1975, en el gran Anfiteatro de la Sorbona, y como Apertura del V Symposium International James Joyce, conocido como Joyce, el síntoma I, decía: «Las casualidades nos empujan a diestra y siniestra, y con ellas construimos nuestro destino, porque somos nosotros quienes lo trenzamos como tal. Hacemos de ellas nuestro destino porque hablamos. Creemos que decimos lo que queremos, pero es lo que han querido los otros, más específicamente nuestra familia, que nos habla. Este ‘nos’ debe entenderse como un complemento directo. Somos hablados y, debido a esto, hacemos de las casualidades que nos empujan algo tramado. Hay, en efecto, una trama, nosotros la llamamos nuestro destino.»

La transformación del sujeto hipermoderno por los nuevos procedimientos tecnológicos, introduce en el campo de las ideas políticas uno de los asuntos esenciales de este siglo. El hecho incuestionable es que esa supuesta transformación ha venido de la mano del llamado coronavirus de Wuhan.

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Tras esta cruel pandemia cabe esperar un debate pormenorizado desde el conocimiento de lo que nos determina para lo bueno y para lo que no lo es tanto. (Me refiero al genial descubrimiento que hizo Sigmund Freud en el recodo de los siglos). Puede ser así, aunque, en realidad, todo está dispuesto en el universo para que persista el narcisismo, acunado como está por el imperativo superyoico hipermoderno: ¡goza, goza, sin demora!

En resumen, el COVID-19, según entiendo, operará un cambio sin precedentes en nuestras vidas. Pero de ser así, esa transformación la acusarán los de siempre, pues, como es conocido, no hay buena noticia si el sujeto humano no se reinventa.

¿Qué ha hecho fructificar la primera pandemia hipermoderna?
El coronavirus ha promovido la incertidumbre, la desconfianza, el sentimiento de irrealidad, la angustia expectante, mas también ha dado lugar a la indignación y la rabia y, claro está, a la muerte. (Más 700000 personas infectadas y también más 60000 muertos en todo el mundo. Los contagiados en Italia y España superan, a mediados de marzo, -momento en que escribo este pequeño comentario- a China, y también en fallecidos. En nuestro país, en esa fecha dieron positivo más de 200000 personas, de ellas unos 4000 sanitarios, y los muertos ya superan los 29000, entre los cuales hay médicos y miembros de las fuerzas de seguridad del Estado, sin contrar los fallecidos en las residencias de ancianos; la cifra esperanzadora corresponde a las personas curadas, más de 60000 en este momento, aunque eso no implica, por los datos que conocemos, que estén inmunizadas. Solo en la Comunidad de Madrid el número de muertos, según nos dicen, superan, también a mediados de marzo, los 8000. No hay que ser un oráculo para saber que habrá «colas del hambre», que el desescalonamiento tendrá que ser gradual y por zonas, tanto más si el coronavirus se transmite por el aire, que la inmunidad, como acabo de señalar, no por estar curado, será absoluta, y que la transformación de la delincuencia expondrá a muchas personas. En New York suenan cantos de apocalipsis, y todo indica que se extenderán, con más de 13000 infectados al día, al resto de EE.UU.

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Científicos chinos afirman que el pangolín, un mamífero folidoto de la familia Manidae, muy usado en la medicina tradicional china, puede ser el transmisor intermedio entre el murciélago Rhinolophus affines y las personas afectadas por coronavirus. (Estaríamos, por tanto, ante una zoonosis, sin duda ligada a la gran movilidad de las personas en las sociedades avanzadas).

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El efecto mariposa de este virus ha logrado lo que ni siquiera ha conseguido el terrorismo islámico. Similar al MERS-CoV, síndrome respiratorio detectado por primera vez el año 2012 en Arabia Saudita, el coronavirus es una forma grave de neumonía que, del mismo modo que ha colonizado la política, ha sacado a la luz sonoros silencios y argumentos imaginativos cargados de ideología. ¿Por qué se llevo a cabo, el 8 de marzo, la conmemoración del Día Internacional de la Mujer (8-M), y la Euroliga de baloncesto? Que no nos vengan ahora con el cuento de que los expertos en sanidad habían dado luz verde a estos eventos. ¿Qué se habría dicho y aun hecho con el que hubiera prohibido, o simplemente aconsejase, suspenderlos?

Discretas son también algunas personas respecto a las «intenciones» de este virus, que, por lo que conocemos, no se fija en los niños y parece cebarse en los varones más que en las mujeres, y casi siempre en personas de edad longeva. (Falta de energía-metabólica, por consiguiente, fallos o degradación del sistema inmunológico). Siendo así, no comparto la creencia de Isidoro de Munciar, quien, en el siglo XI, sentenciaba «Todo lo que le quitas a la naturaleza, ella te lo reclama después con creces.»

La socióloga Marina Subirats afirmaba recién que nos encontrábamos ante una situación inédita. A esta profesora parece que le ha pasado por alto que en el mundo hubo epidemias análogas a la actual y, confunde, además, ‘inédito’ con ‘imprevisible’. Contrariamente, pues, a lo que aseveran algunos profesores, nada hay de inédito en la primera epidemia global del siglo XXI, salvo la fecha: era conocido que podía ocurrir.

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Tampoco comparto la atrevida idea de que una mano negra se dispuso acabar con los jubilados. No lo entiendo así. Pero no deja de preocuparme que el vicegobernador de Texas, Dan Patrick, afirme que «Los abuelos deberían sacrificarse y dejarse morir para salvar la economía». Hasta ese extremo llega el espíritu patriótico de algunos norteamericanos. El FMI (Fondo Monetario Internacional), a juzgar por un Informe reciente, tampoco se anda con chiquitas: «Los ancianos son una amenaza para la economía». Menos incluso considero que el coronavirus sea darwiniano por aquello de la selección natural, y que la supuesta mano negra quiso terminar con el exceso de población, que, según los partidarios de las teorías del clérigo anglicano Thomas Robert Malthus, soporta nuestro planeta.

Como en casos semejantes, siempre habrá gente inclinada al Carpe diem -más de 100000 denuncias y ya superamos los 1000 detenidos en España por no haber respetado el Estado de Alarma-; mientras que algunos hacker, no todos de manera individual, pretenden intervenir la red sanitaria y otras instituciones.

El coronavirus renueva la denuncia de otras catástrofes naturales: la falta de previsión de los gobiernos, la futilidad de la fama y el dinero, lo absurdo de la guerra y, por supuesto, la inutilidad de las creencias.

Recuerdos, tiempo libre y entretenimientos

A semejanza de los divorciados respecto a sus exparejas, a no ser por aquello de los hijos en común, la manutención y/o la hipoteca, ¿quién recordará, ya no digo maldecirá, a los políticos que estaba en sus manos evitar esta funesta pandemia, o al menos minimizarla mediante medidas que previeran el desconsolado lamento de las personas que han perdido a sus familiares y amigos!

El coronavirus de Wuhan | China registra 6.000 infectados, más que ...
El drama del coronavirus estará para siempre presente en los que ya no verán a sus seres queridos. Para otros, empero, la desalmada pandemia no pasará de ser una anécdota de café, una historieta más para los mayores en la plaza del pueblo. Los más afortunados comentarán el estado de sitio que introdujo otro estado, el de alarma. Quizá discutirán las medidas adoptadas por los gobiernos, y junto al todos a una contra un virus tan silencioso y rápido como asesino, la guerra sin cuartel contra el coronavirus con las únicas armas de la higiene de manos con jabón para romper las espigas del virus e impedir así que penetre por las mucosas del cuerpo, y quedarse en casa, o sea, aislamiento social para impedir también el contagio.

Todo se paró -España decretó el Estado de Alarma el 14 de marzo, cuatro días después que la OMS anunciara la pandemia-, todo se paró, como es bien conocido, las aguas venecianas adquirieron su color original y se esfumó la polución de nuestras ciudades. ¿Acaso esto último no se sabía, por qué se dejaba malvivir e incluso morir a la gente a causa del aire contaminado!.

Neo)capitalismo y sufrimiento psíquico - EcuadorToday %
Cómo no ser hoy corresponsables, cómo no cumplir la prescripción de estar separados y juntos al mismo tiempo, cómo no lavarse las manos siguiendo el sabio consejo del médico húngaro del siglo XIX Ingnaz Semmelweis, si en ello nos va la vida. (La bolsa y la vida). Sitiados en casa, habrá quien coja peso y/o trate de matar el aburrimiento y el sentimiento de irrealidad con Rakuten, HBO, Movistar+ o Amazon Prime Video, Netflix y otros canales de streaming, también con el móvil e internet, y tal vez con un poco de gimnasia o spinning. (No me imagino que, en estos azarosos días, aunque todo puede ser, a alguien se le ocurra leer un libro de autoayuda). John Maynard Keynes se preguntaba en Madrid, el año 1930, ¿qué harán las personas con tanto tiempo libre, no se aburrirán como las esposas de las clases adineradas, no será el ocio un problema mayor que la ocupación?

En cuanto a los muertos, tal vez puedan vivir la experiencia de Lázaro de Betania. Pero del mismo modo que el sentido es de la ciencia, en ocasiones, y de la religión, casi siempre para el abnegado creyente, solo un ser infinitamente maligno desearía que los muertos sufrieran los tormentos que contempla la fe.

La muerte llama a la puerta.
Unos dicen que de Dios.
Otros dicen no lo creo
Mira Maruxina
Mira como vengo yo.

Existe unanimidad, como no podía ser de otra manera, respecto a que el impenitente SARS-CoV2 mute a su dimensión más noble y, con ello, la curva epidemiológica se aplane. (De los respiradores, aparatos médicos que salvan vidas, no se desea menos que estén donde se los espera. Pero la previsión es parecida a la del material imprescindible para evitar el contagio y la muerte. En cuanto a la vacuna, se nos dice que puede tardar al menos un año).

¿Déjà vu?

Siempre habrá algún político que denuncie que hubo un tiempo en el que se recortaban medios a la salud, la educación y la investigación. Y, en realidad, sería de ingenuos pensar que vivíamos con altos niveles de seguridad sanitaria.

La reducción del gasto público, de ser desproporcionada, tiene, como ha demostrado esta pandemia, indeseables consecuencias. Hace más de una década, la razón ilustrada postulaba que las prioridades eran otras. Convergència Democràtica de Catalunya, partido político de Artur Mas, dejó la sanidad pública en la osamenta. Se entiende que el expresidente de la Generalitat de Catalunya no se prodigue en estos días. Las políticas de austeridad crearon enfermeras/os mileuristas, y doctoras/es a los que se recortó más del 30 por ciento del sueldo, y quienes podían se iban a trabajar al extranjero. Se comprende ahora la diferencia de camas de UCI entre Alemania y España sea de aproximadamente 3 a 1 y, por consiguiente, la dramática situación de nuestros hospitales.

Que Europa va tarde e incluso mal en esta pandemia, como denuncia la insuficiencia de testing, lo sabe todo el mundo. Incluso los que se creían fuera del viejo continente no escapan del coronavirus, entre ellos el primer ministro inglés Boris Johnson. Pero no procede hoy insistir en las desacertadas medidas políticas.

Deseo plantear, eso sí, una cuestión general, que también creo esencial, y que, del mismo modo que dura demasiado, interesa sobremanera al momento actual: ¿qué quiere el poder de nosotros?

• Los amos de los medios de producción anhelan la plusvalía del trabajo, que, como decía Lacan, es la sonrisa del capitalista. (Donald Trump es claro en este punto: «Hay que volver al trabajo»).


El reclamo de recompensa más insólito por "descubrir" a Bin Laden | TN
• Y desean también que seamos consumidores natos. Por consiguiente, nada de enamorarse de un objeto, sino desear uno nuevo porque el que acabamos de comprar ya se ha vuelto obsoleto. (Las ventas masivas irán bien solo para unos pocos, tal vez para los mismos que ampliarán su cartera con títulos de bolsa despreciados por la indolente pandemia. Rockefeller sacó partido en el crack del 29, y en el 11S, fueron los inversores a corto, entre los que se presume que estaba Osama Bin Laden, los que se llenaron escandalosamente los bolsillos).

Los instrumentos básicos de los que se sirve el poder para conseguir sus objetivos, esto es, para crear personas a la medida de sus deseos, son los medios de comunicación, plagados de reality shows y de concursos a lo ¿Quiere usted ganar dinero, desea ser millonario y/o famoso? No ocurre de forma distinta en algunos noticieros y programas llamados de debate. Tampoco faltan, y no solo ahora, face news. Hay razones para convenir que la infodemia, como la del Dióxido de cloruro, no es la única. Lo lamentable de este asunto es que la postverdad suele tener consecuencias verdaderas.

No hay que olvidar que todos, absolutamente todos, hemos hecho del delirio algo normal y, por no haber tenido presente lo que algunas personas con acertado criterio decían, nos encontramos con las trágicas circunstancias actuales. Monos sordos, ciegos de trompazo en las farolas, y discutidores de futilezas, así se ha descrito en ocasiones al sujeto hipermoderno.

La biopolítica, clave del poder

Lo que antecede indica que nada, absolutamente nada, queda al margen de lo que Michel Foucault denominó biopolítica. No andaba errado el sociólogo francés cuando advertía que toda la existencia humana, desde el nacimiento a la muerte, había sido intervenida por el neocapitalismo. Entiendo, a diferencia de algún ilustrado pensador, que en el comunismo, en cualquiera de sus formas hipermodermos, no nos iría mejor. Pesimismo, se dirá. Mas de lo que se trata es de conocer que es el deseo humano, algo que conoce desde aquel metarrelato, incluso antes, que se encuentra en el primer libro de Antiguo Testamento, el Génesis.

Foucault en su último libro • Semanario Universidad

A la ingeniosa idea del filósofo francés, añadiré que el intervencionismo respecto al cuerpo y la mente, así como del alma, si fuese el caso, no ocurre menos, como he indicado, en el comunismo puro, de existir hoy algo parecido en alguna parte del planeta. Cierto es que en el nacionalsocialismo y en el comunismo, así como en todo régimen absolutista, las garantías jurídicas están abolidas.

Cierto es que el neocapitalismo se ha apropiado de las subjetividades, que es tanto como decir que ha construido con el mayor sigilo (coronavirus - coronocapitalismo) personas, que, por esa razón superior, son individualistas, deseosos de fama y/o dinero, egoístas, insolidarias, y tampoco desechan cuanto tenga relación con el narcisismo.

Pero conocemos que el sujeto humano se aplica a lo peor tanto como a su contrario. Esta es una de las paradojas fundamentales del sujeto hipermoderno. Ciudadanos que, en ocasiones, rebosan solidaridad y altruismo, como se constata hoy en nuestro país. (Son las personas de las que poco o nada se habla y menos aún se les recuerda y recompensa su desinteresada entrega).

Resumiendo, los agentes de la biopolítica han creado a personas que en todo se asemejan a sus constructores. Pero es conocido como acabó lo de Adán y Eva por deseo de su intratable Hacedor.

El discurso ideológico en época de tragedia

La fábrica del mundo que es China, exótica no solo por sus gustos culinarios y la combinación de lo tradicional con la más avanzada tecnología, salió en ayuda de algunas las administraciones, algunas de las cuales eluden hoy la palabra desbordamiento y huyen de otra expresión que no les concierne menos: falta de previsión.

Cierto es que China y Corea del Sur, del mismo modo que aprendieron, a diferencia de otros países, del SARS1, han puesto a trabajar para todos sus empresas. La multinacional taiwanesa Foxconn, el mayor fabricante de productos electrónicos del mundo, ha puesto algunas de sus plantas a fabricar mascarillas quirúrgicas, mientras que en España lo está haciendo Amancio Ortega, y muchos otros ciudadanos de forma desinteresada. Por cierto, Ana Botín y otras personas del mundo empresarial se han reducido el sueldo, pero hasta la fecha, que se sepa, no lo han hecho así los políticos.

El país de Leonardo da Vinci fue diligente a la hora de demandar el imprescindible auxilio, tanto es así que brigadas rusas recorren hoy Italia desinfectando sus calles. Bien distinto al espectáculo que ofrecen algunos prohombres en las comunidades autónomas de nuestro país. Pese a la incerteza generalizada, todo lo que no sea independentismo le huele a cuerno quemado a Joaquim Torra, presidente (entre comillas) de la Generalitat de Catalunya. Entendería que este recalcitrante político se congratulase con el insidioso lema «España nos contagia»; no menos con la salida de tono del concejal de la CUP, de la ciudad de Vic, que animaba a toser en la cara de los militares (UME: Unidad Militar de Emergencias) para echarlos del que, en exclusividad, cree su país. Tampoco me chocaría que algunos secesionistas aplaudiesen a Mark Serra Parès, militante del PDECAT y amigo íntimo de Carles Puigdemont, por haber dicho «si me contagio… no me quedará saliva… y si les pasa algo a mi familia no descansaré hasta que lo paguen por cómplices del asesinato», en alusión al gobierno de España. Algunos políticos catalanes animarán las caceroladas que se preparan en Catalunya contra las fuerzas armadas que trabajan sin descanso en favor de la salud de todos. Y menos aún me sorprendería que no pocos de ellos estuviesen de parte de la fugada de la justicia española, la también independentista y miembro de la Asamblea Nacional Catalana (ANC), Clara Ponsatí, que se burlaba de los muertos de la capital de España con el clásico dicho «De Madrid al cielo». Otra fiel seguidora del fugado de la justicia Carles Puigdemont, la expresidenta del Parlament de Catalunya, Nuria de Gispert, proponía una curiosa teoría sobre el coronavirus, «Lo cierto es que si fuésemos ya República -decía- y pudiésemos cerrar Catalunya y gestionar nuestros recursos, morirían menos catalanes». Los independentistas catalanes tampoco dejarán de felicitar al Consejo Federal de Suiza, refugio de las también fugadas de la justicia Marta Rovira y Anna Gabriel, por haber movilizado a 8000 militares contra la pandemia. No siendo una fanática separatista, quién ha podido olvidar que la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, dijo a los mandos militares, a los mismos que hoy cuidan de su salud, que se acercaron a saludarla en el Salón de la Enseñanza, en Barcelona, hace varios años, que sería «preferible» que no tuvieran un estand en el recinto, para «separar espacios.»

Europa es sinónimo de garantías jurídicas, pero la ideología es algo más que terca, por tanto, no solo por sus deshumanizadas proclamas.

Tiempos para la reflexión
Las pulsiones del padre de la horda primitiva (urvater) no nos han abandonado, y menos aún el malestar que la cultura conlleva. También por estas razones, no basta con que la fuerza política cree su propia temporalidad, como afirma el profesor de política y estética Jacques Rancière. La temporalidad sería vana sin la transformación de cuantos conforman los sistemas democráticos.

En estos días es dable mencionar también al sociólogo Zygmunt Bauman, al menos porque no intuyó siquiera la posibilidad de que existiese algo parecido al COV-2, dedicándose a hacer de un significante, «sociedad líquida», el comodín para escribir libros de una sola idea.

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Mención aparte merece el ideólogo por antonomasia del capitalismo postmoderno, el famoso politicólogo norteamericano Francis Fukuyama. Cierto es que su optimismo neoliberal es semejante al espiritual del historiador israelí Yuval Noah Harari, tanto o más que al del neocomunista Slavoj Zĭzĕk.
Entendería que Fukuyama redujera su euforia hegemónica al ver como los agentes de las democracias liberales no aprenden de los errores, evidencia de lo cual es la falta de previsión ante el primo hermano del enemigo invisible del SARS (Severe Acute Respiratory Syndrome) que hoy tiene sin descanso a los crematorios. (Los afectados solo tienen, en el momento de la muerte, el consuelo de los abnegados profesionales de la salud, pues el coronavirus ha abolido de la manera más inhumana el ritual de la última despedida).

La pandemia del 2020 no es comparable a la llamada Gripe Española, que entre 1918 y 1920 mató a más de 40 millones de personas en todo el mundo. Eran otros tiempos. Aquella gripe corría a lomos de caballo, el mortífero COVID-19 se transmite y replica a velocidad de vértigo, y con una definida ley que impide asemejarlo a lo que lo psicoanalistas conocemos como lo Real, por ser éste sin ley. Y cómo no recordar, hablando de ley, que la neoliberal dejará fuera de este mundo a 300.000 personas al día, simplemente por no tener algo que echarse a la boca.

Cuántos casos hubo y cuántas personas murieron por la gripe española

Nada ni nadie puede hacer que olvidemos que los siniestros acontecimientos de estos días demandan un análisis detallado del origen de la idiosincrasia del sujeto hipermoderno, pero también de la depredación ambiental, de las causas de la producción-consumo desenfrenados, y tampoco hay que olvidar los miles de millones de euros que han robado los corruptos.
Podemos analizar estas y otras cuestiones desde la denominada French Theory, esto es, con la lupa de quienes denunciaron al Otro político, el mismo gran Otro que cultivó la manera de ser del sujeto hipermoderno. Así, junto a Jacques Lacan, podemos releer estos días a autores como Jean-François Lyotard, Jacques Derrida, Gilles Lipovetsky, Jean Baudillard, Fredric Jameson, tanto más por los temerarios Corona-Partys y, en otro plano, revisar las ideas de Jason F. Brennan y de la activista canadiense Naomi Klein. Indico así que si algo sobra en esta infausta época son asesores de pacotilla, comentaristas que descubren la sopa de ajo, e impenitentes demagogos.

The party is over. El timing hoy es distinto. La extraordinaria crisis sanitaria nos conmina al retiro, a la distancia preventiva, a cambiar tomar el sol por tomar precauciones, circunstancias bien conocidas por el fundador y editor de Wikileaks, Julian Assange. Pero de ninguna manera podemos dejar de recrear el pasado y el porvenir. Tanto más es así porque una vez resuelto el problema sanitario alguien tendrá que abonar los platos rotos. (Casi todo se ha hecho mal y se pagará. Pero la cuestión es quién será el pagano, amén de los muertos y, con ellos, sus familiares y amigos, que ya lo han hecho).


¿Qué quedará del capitalismo y de nosotros tras el coronavirus?

Slavoj Zĭzĕk, crítico feroz del neoliberalismo capitalista y de cuanto lo sostiene y promueve, es de los que creen en la «lección de la historia». Es decir, Zĭzĕk cree que esa antiquísima disciplina puede operar un cambio radical en la idiosincrasia del sujeto hipermoderno. Se pueden plantear los tiempos: 1º) infección-muerte, 2º) confinamiento y muerte, 3º) descalonamiento progresivo y por zonas, 4º) vuelta a la normalidad-otra, 5º) rebrote y vacuna, 6º) nuevo sistema de relaciones socioeconómicas y, por tanto, de valores: el neocomunismo.

Nada nuevo presenta el filósofo esloveno. Imagina, eso sí, que el coronavirus tendrá un efecto positivo secundario, pues opina que al mismo tiempo que esta pandemia destapará el insostenible capitalismo, ese golpe mortal contra el actual sistema económico actualizará el comunismo como sociedad alternativa. Es dable concluir que el coronavirus, según Zĭzĕk, vencerá al capitalismo.

El peculiar lacaniano de izquierdas y amante del séptimo arte ha leído de manera sesgada la máxima concluyente de Jacques Lacan, «el capitalismo es un sistema a reventar». Zĭzĕk parece conocer poco al sujeto que a principios del siglo XX descubre Freud, y que las infaustas consecuencias de esta pandemia -que se originó, según informan, en Wuhan, la ciudad más poblada en la zona central de la República Popular China, capital de una provincia, Hubei, de 60 millones de habitantes- tiene entre sus causas la amnesia de los ideales de la Revolución francesa por parte del sujeto postmoderno. Tan significativa desmemoria muestra a las claras un deseo que se aviene bien, paradójicamente, con otro deseo, el del capitalista, aspecto que tampoco parece reconocer Zĭzĕk. Ni siquiera hace falta recordar a este elocuente filósofo que el «Mayo del 68» no giró en el sentido que algunos esperaban, y que dio alas a la euforia neoliberal, con sus claros, pero también a la corrupción en sus abyectas formas de presentación.


G7 | Coronavirus: Un golpe a lo Kill Bill al sistema capitalista

Contrariamente a las opiniones de Zĭzĕk, otro filósofo, en esta ocasión el surcoreano, residente en Berlín, marxista y amante también del cine, Byung-Chul Han, afirma que ningún virus vencerá al capitalismo, por consiguiente, que Zĭzĕk se equivoca.
Por otra parte, el autor de La sociedad del cansancio, 2010, considera que China, -y no solo esta gran potencia mundial-, querrá exportar a Europa su modelo de control policial, un sistema que se verá apoyado por la vigilancia digital que tan buenos resultados ha dado en aquella república popular contra el coronavirus.
El COVID-19, inigualable en maldad a lo que Albert Camus relataba en La peste, 1947, quizá logre la ciudad perfectamente gobernada. Pero de lo que no hay duda es de que el pretendido sistema de vigilancia superaría en mucho al panóptico ideado por el filósofo británico y padre del utilitarismo, hacia finales del siglo XVIII, Jeremy Bentham.

VELOZ QUIETUD: BYUNG-CHUL HAN, filósofo

En esa misma línea argumental, el historiador israelí Yuval Noah Harari, autor de Spiens. De animales y dioses. Breve historia de la humanidad, 2011, más allá del deseable y obvio plan que ha diseñado para poner freno a la pandemia actual: (1º. Compartir información fiable. 2º. Coordinar la producción y distribución de equipos médicos. 3º. Distribución asimismo de personal sanitario. 4º. Creación de una red de seguridad mundial. 5º. Y, preselección de viajeros), advierte del peligro de lo que llama la «vigilancia subcutánea». Harari ve en este tipo de vigilancia una tentación de los gobiernos, con fines de control social, a partir de lo que han puesto en práctica algunos países para controlar el coronavirus. (De ocurrir tal cosa, entonces sí que habrá «algún adulto en la habitación», como a Harari le gusta decir, y el optimismo evolutivo de este escritor israelí, que conjuga el activismo político con los retiros espirituales, quedará en entredicho). La «vigilancia subcutánea» es una suerte de técnica veterinaria en el sentido de que todos podríamos alojar debajo de la piel un chip que pasaría información a una computadora central, una especie de Gran hermano, en tiempo real, de nuestro estado de salud.

Yuval Noah Harari: “Nos enfrentamos a esta crisis desprovista de ...

De hecho, mientras que China ha frenado el coronavirus con estrictas cuarentenas físicas, Corea del Sur y Singapur han apostado por el ciber control. Esta tecnología de motorización de las personas a gran escala, como el reconocimiento dactilar, el facial, e incluso mediante el móvil, podrían convertirse en técnicas de control de nuestros comportamientos, deseos y emociones.
De hecho, algo similar a la «vigilancia subcutánea» ya está en marcha, pues el llamado big data indica que los datos que introducimos en internet y en el móvil, pese a la existencia de la Ley de Protección de Datos, es utilizado para crear nuevos servicios. Un análogo control es el que demostró, en esta ocasión en los toros, quien fue el pionero de pararlos en seco, el neurofisiólogo español, natural de Ronda, la bella ciudad malagueña donde está enterrado Orson Wells, José Manuel Rodríguez Delgado.

Ocurre que en favor de la «vigilancia subcutánea», un proceso histórico en fast forward, juega la evidencia de que acabar con la pandemia requiere medidas sanitarias globales y, por lo mismo, soslayar toda actuación en términos nacionalistas. (Este es un buen momento algunos entienden que, si los países del norte de Europa no quieren cooperar con los del sur, les falta tiempo para tomar la vía de los ingleses). Por otra parte, el coronavirus, como apunta Yuval Noah, ha desempolvado varios dilemas. El primero entre la vigilancia totalitaria y el empoderamiento ciudadano, el segundo entre el egoísmo individual y la solidaridad global y, por último, pero no por esto menos importante, el dilema asimismo ético entre la ciencia y los poderes públicos.

Si la «vigilancia subcutánea» se convirtiera en un protocolo universal, la preocupación no solo sería de Yuval Noah Harari. El mundo dejaría de ser el que es: los partidarios del transhumanismo verían sorprendidos por lo que puede llegar a hacer el ser humano, la libertad individual estaría seriamente comprometida, y las particularidades nacionales quedarían abolidas al quedar todo, absolutamente todo, supeditado a la fuerza del protocolo político global.

El zorro en el gallinero

Rusia y Asia, la primera en vías de ser capitalista y la segunda sumida en un comunismo disfrazado, pueden estar expectantes de lo que ocurra en Europa tras la crisis política, económica y social que producirá un virus que ha venido para quedarse. Sin necesidad de tensar la analogía, la peste negra, allá por el siglo XIV, estuvo en el origen de otros reinos, los feudales. Con todo, un nuevo y muy importante capítulo de geopolítica parece estar a la vuelta de la esquina.

Desearía haberme equivocado sobre lo que apunté al principio. (Fue un día como hoy)

Existen razones suficientes para convocar al poeta romano Publio Ovidio Nasón, célebre por ser el autor de Las metamorfosis y más aún por el Arte de amar, ya que puso en boca de Medea, Uideo meliora proboque deteriora sequor (Veo el bien y lo apruebo; sin embargo, es el mal lo que persigo).

Habrá quien albergue la esperanza de que ese lema no es el de las generaciones futuras, y que, contra las enfermedades, las catástrofes naturales y el dolor que habitualmente nos producen algunas personas, entre ellas no pocos políticos, hay algo mejor, como acertadamente decía Freud en El malestar en la cultura 1929 [1930], que hacer oídos sordos, las diversiones banales, el sentido imaginario de las creencias, y la química de la tranquilidad y de la euforia.
Mediados de marzo del 2020
José Miguel Pueyo

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#58406
25/4/2020 12:12

Los progres y el recambio son unos traidores. No necesitamos savadores como estos.

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