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Coronavirus
El confinamiento 'saludable': ¿un privilegio de clase?
En tiempos como estos, es necesario recordar cuan afortunados somos los que gozamos de privilegios
Doctor en Antropología Social
Terapeuta Ocupacional
Los mensajes de autoayuda orientados a “mantener la salud emocional” y el “equilibrio ocupacional” durante el confinamiento se han multiplicado estas últimas semanas. Sugieren que si las circunstancias son difíciles para todos, disponemos de la libertad de elegir como queremos vivirlas.
El encierro como una oportunidad para reconectar con valores y ocupaciones significativas para el individuo constituye un privilegio de clase. Para muchos, es más bien un recordatorio de la valía social que le atribuye la sociedad, un cara a cara con la soledad, la vejez, la escasez, la enfermedad o la dependencia…
En realidad, la emergencia sanitaria del covid-19 opera como un amplificador, un revelador radical de las desigualdades existentes.
Si unos exploran nuevas posibilidades (para leer, escribir, estar juntos…), otros descubren formas inéditas de reclusión. La riqueza ocupacional no solo es una elección, como sugieren la proliferación de “consejos para un confinamiento saludable”. Es una situación de la que gozan algunos y de la que muchos carecen. Transformar el cotidiano en oportunidades ocupacionales requiere recursos materiales, espaciales, sociales y culturales, distribuidos de manera muy desigual. En tiempos como estos, es necesario recordar cuan afortunados somos los que gozamos de privilegios.
El encierro no es una realidad compartida
Algunos disponen de espacios amplios y diferenciados, para los niños y los adultos, para el trabajo y el ocio, para la actividad y el descanso. Gozan incluso de terraza o jardín.
Para otros, el confinamiento es la reclusión de cinco o seis personas en espacios diminutos. Experimentan la superposición de espacios y actividades, incrementando notablemente las posibilidades de roces que alteran la convivencia.
El encierro no es una realidad compartida. Algunos gozan de libertad en su vivienda, mientras otros están recluidos en su hogar. Hay quienes incluso están encerrados fuera, al no tener hogar.
Recorrer el mundo desde su casa
La tecnología abre otra fractura. Hay quienes pueden trabajar sin ir a trabajar; hay quienes están atados al espacio de su trabajo, asegurando los servicios vitales de la sociedad; y quienes, sin trabajo están atados a su casa.
Las posibilidades de trascender las barreras espaciales, reducidas por el confinamiento, de interactuar con el mundo, y actuar sobre el mismo, constituyen una posibilidad que no está al alcance de todos. Mientras unos recorren el mundo desde su casa, otros solo recorren su casa. Unos están dentro y fuera, mientras otros, solo dentro, desconectados, desempleados, desocupados…
Uniformización engañosa
La necesidad política de disciplinar la población requiere cohesionar la sociedad frente al “enemigo”. La idea de un frente común, sugiere una experimentación compartida del confinamiento. Bajo el lema “quédate en casa”, parecería que el confinamiento no tiene clase, como si afectase a todos por igual.
La uniformización de los mensajes disciplinarios y de las prescripciones ocupacionales (lee, haz yoga, cocina, un paseo por los museos del mundo, conecta con tu yo interior…) traducen una uniformidad engañosa, construida sobre el modelo de la clase media. Son actividades conformes con los roles de una minoría de la población.
Para muchos hombres, el hogar no es un espacio en el que se puedan llevar a cabo ocupaciones conformes con su identidad social. La riqueza es también la posibilidad de encontrar dentro lo que ya no podemos lograr fuera. Es inseparable del lugar que se ocupa en la estructura social.
“Entretener” a los niños
Reinventar el cotidiano de los niños constituye otro desafío. La privación de recursos comunitarios (la escuela, el parque, el polideportivo, actividades extraescolares…) es compartida. Pero todos los contextos familiares no disponen de las mismas capacidades para acumular, entre cuatro paredes, las funciones de educador, animador y supervisor de estudios. Ni todos los niños disponen de un espacio propio para estudiar, una conexión internet operativa, recursos ofimáticos suficientes, de padres con tiempo y capacidad para supervisar... Mientras unos se plantean la continuidad pedagógica, otros solo pueden aspirar a mantener los niños entretenidos.
El daño del confinamiento es probablemente inocuo para algunos, e incalculable para otros.
Cuando el confinamiento no cambia rutinas, solo pone espectadores
A la luz del confinamiento, se acentúan también las desigualdades en el propio ámbito doméstico. Las mujeres asumen con frecuencia la mayor parte del reparto ocupacional ligado a la gestión del hogar, a la realización de tareas domésticas y a los cuidados.
En muchos hogares, son las que menos necesidad tienen de “ocupar el tiempo”. La saturación ocupacional a la que están expuestas, contrasta con la exención de responsabilidades de cuidados de la que gozan todavía con frecuencia los hombres y los jóvenes.
Personas “no esenciales”
Se ha discutido estos últimos días, sobre la definición de los trabajos no esenciales. Mucho menos discusión ha generado el de las personas “no esenciales”. Revela un consenso tácito ampliamente compartido. La sobrecarga del sistema sanitario opera una selección social en cuanto al acceso a los cuidados, que discrimina a las personas mayores y con discapacidad. En situación de desbordamiento, merecerían menos ser atendidas por ser “potencialmente menos recuperables”. Si para algunos el confinamiento ha supuesto una ruptura con la rutina, para otros ha supuesto una ruptura con derechos adquiridos.
Por motivos terapéuticos ciertas personas con diversidad funcional gozan del derecho a salir a la calle a pasear acompañados si fuera necesario. La escasa tolerancia de la sociedad no permite hacer efectivo este derecho legítimo. Son insultados e increpados desde las ventanas, como si la posibilidad de pisar la calle abriese una desigualdad insoportable, mucho más insoportable que aquellas desigualdades sociales que marcan la vida cotidiana y que el confinamiento intensifica. Algunas personas con enfermedad mental son incluso detenidas a palos…
Impera la voluntad de medir a todos con el mismo rasero. Y, sin embargo, ni somos iguales, ni el confinamiento nos afecta del mismo modo.
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Por supuesto... ¿quién puede teletrabajar?, ¿quién vivía al día o en economía de supervivencia?, ¿quién tenía espacio y tiempo?, etc, etc, etc...
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Efectivamente. Los del SUV y el adosado, los del jardín y piscinita, las élites anteriormente autodesconectadas y asociales (show-deportistas, casta diversa, parásitos burgueses, aristócratas de pandereta rojigüalda, patriarcas con sotana y cruzifijo)