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Coronavirus
Clase obrera
La fuerza de trabajo sigue siendo el eje fundamental, por eso la clase obrera sigue siendo el motor de todo. Como no hay reconstrucción sin el obrero, esta vez hay que exigir que se cuente de verdad con la clase obrera.
Hemos pasado un Primero de Mayo atípico. La pandemia del coronavirus ha provocado la cancelación de todas las manifestaciones y actos públicos que las diferentes fuerzas sindicales realizan todos los años. Ha sido un 1 de Mayo en casa, donde algunas de esas centrales, como la CNT, ha realizado actos online que han servido para que no olvidásemos en qué fecha estábamos. Sin embargo, a pesar de los inconvenientes y de la excepcionalidad, este Primero de Mayo ha podido ser reflexivo sobre el sujeto en el que pivota la fecha en cuestión: la clase obrera.
No quiero realizar un análisis sobre la posición o lugar de la clase obrera en la actualidad. No quiero entrar en las valoraciones de un liberalismo que durante décadas lleva negando su existencia a pesar de la explotación abusiva. Aunque las condiciones materiales en occidente hayan cambiado respecto a 1800, la base de explotadores y explotados sigue existiendo, por lo que los obreros, como clase, también. Si el análisis del neoliberalismo lo llevamos a otros rincones del mundo —África, Asia o gran parte de América Latina—, todo el discurso de un modelo que pretende vivir de la explotación ajena cae por su propio peso.
Sin embargo, ya pasado este Primero de Mayo y azotados por la pandemia que padecemos, la revalorización de la clase obrera es otra. Hay que poner en valor lo que de verdad lo tiene y darnos cuenta dónde esta el motor de una sociedad, a pesar de que desde las altas estancias nos hablen de macroeconomía y de números donde parecen que son otros y en otros lugares los que generan la riqueza. Por eso vamos a mirar un poco a nuestro alrededor y vamos a ver dónde está el banquero, la patronal y todos aquellos que reclaman mucho y aportan nada.
Cada mañana nos levantamos en este confinamiento y, cuando vamos a comprar, vemos en el súper de nuestro barrio a cajeros y cajeras y a los reponedores trabajando sin descanso para colocar los productos que necesitamos. Todo ello con sus medidas de protección precarias, solo conseguidas cuando las circunstancias se han tornado difíciles.
En las residencias de ancianos la política del neoliberalismo se ha mostrado como lo que es: nuestros mayores, para ellos, no son personas, sino clientes de un sistema donde quieren sacar el mejor rédito al menor coste. Se llama capitalismo y siempre fue criminal.
Encomiables los dependientes y trabajadores de los pequeños comercios de proximidad (carnicerías, pescaderías, fruterías, etcétera) que también han mantenido el tipo, han reorganizado sus horarios laborales, los han adaptados a unas circunstancias complicadas y han sabido estar cercanos a sus vecinos, trabajadores también como ellos.
Magnífica labor del personal de limpieza de las calles y recogidas de basuras, que han trabajado sin descanso, muy cerca de los focos infecciosos, para que las calles tuvieran el mejor aspecto posible y esta pandemia no se convirtiera en algo peor.
Qué vamos a decir de los sanitarios. Su labor ha salvado vidas y han estado cerca de los nuestros cuando no han podido superar la epidemia. Han redoblado sus esfuerzos, se ha jugado el tipo con equipo de seguridad precarios, en muchas ocasiones, y han estado ahí siempre. Se han prestado voluntarios a doblar turnos. Otros han aceptado contratos de miseria solo por seguir un código deontológico, llevado hasta sus últimas consecuencias. Sanitarios contratados en condiciones ínfimas y exprés que, en la Comunidad de Madrid —esa gran triturada de nuestros derechos— no han dudado en despedir a las primeras de cambio.
La política de recortes del liberalismo ha sido el mejor aliado de una pandemia que ha mostrado la cara más terrible de un sistema que solo se sustenta sobre las bases del egoísmo y del enriquecimiento. Un factor que ha llegado al paroxismo con la situación de las residencias de ancianos, donde la política del neoliberalismo se ha mostrado como lo que es: nuestros mayores, para ellos, no son personas, sino clientes de un sistema donde quieren sacar el mejor rédito al menor coste. Se llama capitalismo y siempre fue criminal.
Ha sido realmente extraordinario ver cómo miles de profesores han adaptado su día a día en el aula al ámbito online, bajo diversas fórmulas, para que el alumnado no perdiese materia. Una conversión en tiempo récord. Mientras el profesorado de todos los niveles se esforzaba y se adaptada a la situación, las estancias educativas jugaban con fechas y con la salud pública. Han permitido que miles de alumnos y alumnas no puedan seguir las clases al no dotarles de medios necesarios para su seguimiento (Internet, ordenadores...), lo que ha servido para destapar, una vez más, las vergüenzas de nuestro sistema educativo.
Comunidades como la de Madrid, que llevan años nutriendo de dinero público y prebendas a la educación concertada y privada, han negado la misma a la pública precarizándola. Los gobernantes defensores del liberalismo no solo han esquilmado el sistema público, sino que durante años han montado una campaña de desprestigio contra el profesorado, presentándolo como demasiado caro, con demasiados derechos y que aportaba poco. Algo que, a través de sus voceros, al final ha calado en la sociedad en la idea del profesor que no hace nada y vive muy bien. Sin embargo, hace falta una crisis como la actual para darse cuenta y poner en valor esta profesión frente a aquellos que lo único que han hecho es favorecer a unos pocos amigos para beneficiarse de lo que es de todos.
Una vez más, en los momentos de adversidad, ha sido la clase trabajadora, los obreros y obreras, los productores y productoras, lo que han estado a la altura de las circunstancias.
Hay que poner en valor, y en primer lugar, a la gran cantidad de repartidores que, en las condiciones más precarias, se han jugado la vida por salarios míseros. Todo ello añadiendo que en muchas ocasiones sus repartos eran cosas insustanciales que no tenían nada que ver con las primeras necesidades que podríamos tener. Lejos de darles unas condiciones dignas de trabajo, han seguido teniendo condiciones precarias y agudizadas por las circunstancias.
También Multitud de trabajadores de la empresa privada que, a regañadientes, debido a sus jefes y bajo la sospecha, han seguido cumpliendo su jornada laboral con el teletrabajo bajo todas las presiones, medidas ilógicas y sospechas, dando palos de ciego en un modelo que sobrepasa a una patronal española y formado bajo unos cánones anticuados de modelo productivo.
Todos los sectores laborales han tenido un protagonismo de la clase trabajadora y por eso hay que poner en valor el cometido que ha tenido. Sin ellos la producción no habría salido adelante. Sin ellos nuestra atención no habría existido. Sin ellos la educación no se habría reordenado en estas circunstancias de excepcionalidad. Son muchos, pues aquí solo se ha consignado unos pocos. En realidad, esto es extensivo a todas y todos.
Lo peor de todo es que, cuando esto pase, serán los primeros olvidados, volverán a sufrir los recortes y la precariedad, las críticas abusivas y sin sentido. Pero se ha demostrado lo que ya algunos decían hace siglo y medio: sin la clase obrera no hay producción posible por muchos los créditos y macroeconomía que nos quieran vender.
La fuerza de trabajo sigue siendo el eje fundamental y por eso la clase obrera sigue siendo el motor de todo. Y, como no hay reconstrucción sin el obrero, esta vez hay que exigir que se cuente de verdad con la clase obrera. Cuando se hablan de nuevos Pactos de la Moncloa, sin entrar a analizar lo que aquellos de 1977 significaron para los trabajadores y para algunas organizaciones sindicales que se opusieron al mismo, lo cierto es que si se vuelven a hacer bajo el prisma de la patronal y del acuerdo interparlamentario van a carecer de lo mismo que aquellos: del concurso principal de la clase trabajadora.
Sin embargo, la clase patronal no solo se ha acogido a una política de ERTE, sino que en medio de todo este lodazal quiere aprovechar para abaratar el despido, precarizando nuestras condiciones de trabajo. La banca quiere volver a hacerse con el crédito y presentándose como “perjudicada” en una situación en la que van a buscar sacar partido. Como decía hace poco un famoso comunicador de televisión, quien quiera sacar “partido” y “oportunidad” de una situación extrema no es más que un miserable.
Y una vez más, en los momentos de adversidad, ha sido la clase trabajadora, los obreros y obreras, los productores y productoras, lo que han estado a la altura de las circunstancias. Una vez más, lo mejor de la sociedad.
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