Coronavirus
Los consumidores confinados: reflexiones para un futuro incierto
La situación que vivimos, de crisis sanitaria y confinamiento, puede servir también como reflexión sobre nuestro papel como consumidores y el modelo en el que participamos.

Son días extraños y tristes que han roto con todo lo que creíamos fijo y predecible en nuestra vida cotidiana. En ellos, además de sufrir por un problema tan grave e imprevisto, estamos escuchando los más variados vaticinios y predicciones sobre el futuro que nos espera, cuando –deseamos que sea lo antes posible– esta situación acabe. Estas predicciones van desde lo sombrío a lo apocalíptico.
Sabemos que esta emergencia sanitaria está al margen de cualquier consideración ideológica, y que afecta a todos los países al margen de su sistema económico o político. Por ello, con el máximo respeto a lo que supone esta situación, que todos debemos contribuir a superar, y dejando a un lado las profecías, voy a limitarme a analizar algunos aspectos de nuestro comportamiento como consumidores en una situación tan extraordinaria y cuál puede ser su significación pensando en el momento que la situación se haya superado.
En los días previos a la declaración del estado de alarma, se produjo una reacción colectiva de miedo al desabastecimiento que acabo extendiéndose entre la mayoría de los consumidores. Es fácil de entender, ya que no es nuevo. El miedo hace que algunos consumidores empiecen a acaparar ciertos productos, provocando que el desabastecimiento sea, al menos momentáneamente, real. Las imágenes de las estanterías vacías alarman a los demás consumidores, que se unen al acaparamiento, entrando en un círculo vicioso de acopios y desabastecimientos.
Estas reacciones muestran que, a pesar del espejismo de la abundancia que transmiten la sociedad de consumo, el consumidor, en el fondo, es consciente de su debilidad y desamparo. Vive en ciudades de miles o millones de habitantes, lejos de donde se producen los alimentos y los demás productos que necesita. Depende de que cada día se los traiga un complejísimo sistema de comercio y transporte, que está fuera de su control. Cuando aparecen los problemas y las incertidumbres el consumidor tiene miedo, puesto que intuye la fragilidad de este sistema del que depende.
Por otro lado, el confinamiento ha hecho recordar a todos la radical diferencia entre los necesario y lo superfluo. Esto es importantísimo puesto que la base de la sociedad de consumo es, justamente, hacer que esa diferencia desaparezca. No se trata solamente de hacernos recordar que la salud es el bien esencial. Tampoco de que nos demos cuenta de que los productos realmente básicos son muchos menos de los que creemos. La situación también ha recordado lo absurdo de otro de los pilares de la sociedad de consumo: no es lo que compramos lo que nos hace felices. Incluso las personas más consumistas desean recuperar su vida para poder pasear, moverse libremente, ver a los amigos y hablar con ellos, recuperar, en suma, la vida. No conozco nadie que esté sintiendo ese mismo deseo por volver a pasar tardes encerrados en los grandes centros comerciales o reanudar la insaciable sucesión de gastos y compras innecesarias. Son lecciones que, probablemente, la publicidad y el marketing querrán que los consumidores olviden cuando la situación se normalice.
Finalmente, hay otra lección de realidad que se ha mostrado de forma clara y despiadada. Como efecto de la globalización y la deslocalización de empresas, se ha dejado la producción de los artículos, incluso los más necesarios, a merced de un oscuro entramado internacional de empresas, fuera de cualquier control, y que se mueven sin otros intereses ni otra ética que sus propios beneficios. Cuando han hecho falta, de forma angustiosa, respiradores, mascarillas, medicinas, pruebas médicas, etc, los propios gobiernos de los países que se dicen desarrollados, han tenido que luchar entre ellos en un humillante mercadeo al mejor postor, con esas empresas. Una lección de cómo funciona la economía en nuestra sociedad de consumo globalizada, que nos debe servir como enseñanza de lo que, en el futuro, debemos corregir.
Los problemas que ha producido el actual sistema económico y de consumo, existían antes de esta emergencia sanitaria y seguirán existiendo cuando acabe, puesto que nada tienen que ver con ella. También son, y seguirán siendo, una realidad los daños medioambientales o el cambio climático que ha causado. El futuro está por escribir, pero nadie duda de que, estamos viviendo una experiencia traumática que marcará un antes y un después en muchos aspectos de nuestras vidas. Debemos luchar para que ese “después” sea una sociedad mejor, con valores más humanos y solidarios y con un modelo económico y de consumo más sostenible y ético.Relacionadas
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