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Agroecología
El trasfondo de los mercados agroecológicos
El mayor reto al que nos enfrentamos como consumidores y consumidoras es saber distinguir, entre los muchos productos que se nos ofrecen, aquellos que generen el impacto que buscamos. Mercados como Faro, en Madrid, surgen ante la necesidad de visibilizar iniciativas locales que más allá del beneficio económico, buscan sensibilizar al consumidor sobre aspectos socioambientales.
Hace calor en Madrid para ser una mañana de marzo. Las mesas comienzan a montarse, los puestos se llenan de productos locales elaborados por productores y productoras que, como cada primer domingo de mes, descargan sus productos para mostrarlos en Faro Agroecológico, el mercado campesino organizado por Madrid Agroecológico en el Paseo del Prado.
Si algo caracteriza el sistema actual son, no solo las nuevas formas de consumir, sino la reestructuración y diversificación del sistema capitalista orientada a obtener nuevos nichos de mercado y satisfacer las nuevas demandas. La segmentación de los mercados y la diferenciación de productos y servicios ha servido para fagocitar iniciativas que surgían de la inquietud de saber cómo se ha producido lo que estamos comprando.
Cada vez es más fácil encontrar productos ecológicos. Podemos ir a grandes superficies y encontrar productos BIO en las estanterías, utilizar cremas corporales hechas a partir de productos naturales de muchas marcas convencionales, acceder a una amplia oferta gastronómica orientada a la alimentación sana, ecológica. Se organizan mercados de productores, ferias y festivales dedicados a toda una suerte de productos y servicios para llevar una vida «saludable», pero… ¿Sabemos los consumidores y las consumidoras lo que estamos comprando? ¿Qué motivos tenemos para adquirir este tipo de productos y servicios?
Y es que esta oleada de propuestas, sobre todo aquellas relacionadas con la alimentación, están confundiendo al consumidor. El sistema capitalista y neoliberal en el que vivimos ya se ha encargado de fagocitar iniciativas que lo que realmente buscan es revertir los patrones consumistas actuales. De ahí las nuevas funciones subjetivas del consumo. A diferencia del consumo a la antigua, que visibilizaba el estatus económico y social de las personas, actualmente comprar expresa diferencias de edad, gustos particulares, así como nuestra identidad personal. Buscamos que un producto, más allá de su función utilitarista, genere un impacto positivo en nosotros y en nosotras. Con este propósito, se ha reducido el mensaje de todos estos nuevos productos a un fin meramente antropocéntrico, donde lo único que parece interesar es su impacto sobre nuestra salud y nuestro bienestar.
Las nuevas demandas sociales relacionadas con la trazabilidad de los productos, esto es, con cómo se han producido y cómo han llegado hasta nosotras, así como del impacto que generan, sobre todo en nuestra salud, se han convertido en un nuevo mercado al que orientar las formas de producción.
Un ejemplo de ello es la proliferación de productos ecológicos. Asistimos al cambio de superficies de cultivos convencionales por otros en ecológico, pero que se siguen caracterizando por ser grandes extensiones de monocultivos, altamente mecanizados, que utilizan gran cantidad de insumos externos (agua, fertilizantes y herbicidas orgánicos…), y que no hacen más que perpetuar un sistema de producción basado en el beneficio económico a través de la explotación de los recursos. Además, en este modelo, se siguen beneficiando las grandes explotaciones; aquellos que se pueden permitir abaratar costos al ser una producción a gran escala y normalmente deslocalizada, más rentables por tener mayores ventajas competitivas en el contexto de la economía de mercado actual. El pequeño productor es el que sigue teniendo que asumir las regulaciones como puede, el que sigue teniendo problemas para acceder a la tierra, para emprender una modesta iniciativa, que va más allá del simple beneficio económico, percibiendo precios que apenas sirven para cubrir los costes de producción.
Otro ejemplo serían los mercados de productores, tan de moda en nuestros días, a los que el pequeño productor no puede acceder por las tasas prohibitivas o las dificultades en el transporte de la producción.
Quizás, como consumidores y consumidoras, nos hemos acomodado a acceder a todo tipo de productos, aunque no sean locales ni de temporada, de forma fácil y rápida, y a elegir el precio que mejor se acomoda a nuestro bolsillo. Sin embargo, haría falta preguntarse qué implica, por ejemplo, comer algo que no es de temporada o por qué podemos comprar alimentos tan baratos en comparación con otros cuyo proceso de producción, aunque aparentemente igual, conlleva mayores costos por que la forma en la que se ha obtenido implica la sostenibilidad en sus tres pilares: social, ambiental y económico.
En nuestra inquietud sobre cuestiones relacionadas con la soberanía alimentaria, hemos sido instrumento del sistema para sectorizarnos y ser otro nicho de mercado al que poder vender productos bajo la etiqueta ecológica. Hemos apaciguado nuestra conciencia y hemos dado la espalda, sin querer, a todas aquellas iniciativas que luchan por desarrollar una actividad que, más allá de generar beneficios económicos, genera un impacto social y ambiental positivo.
Muchos de los proyectos agroecológicos buscan fortalecer el sector agroalimentario, sobre todo en un contexto rural, en el que desarrollar una actividad empresarial incide en la dinamización de la economía local. Se trata de abordar cuestiones relativas al sistema agroalimentario de forma que se asegure la inclusión, la equidad y el respeto por la naturaleza y sus tiempos.
En este contexto surge Faro Agroecológico como iniciativa que busca, sobre todo, transmitir la importancia de tomar conciencia sobre lo que implican nuestros actos de consumo. Este mercado promueve la agroecología como máxima, utilizando la alimentación y su base productiva como instrumento de transformación social.
Los productores y productoras que participan en Faro promueven un trato cercano y directo con el consumidor, basado en relaciones de confianza. Es decir, que al adquirir un producto, tengamos la seguridad de saber qué y quién hay detrás de la producción del mismo. Muchos de los productos que compramos como BIO o ecológicos, cumplen con los estándares para certificarse como tal, pero no nos hablan de las condiciones en las que se han producido, envasado y transportado. Sin embargo, cuando compramos en Faro, podemos entender que impacto generamos con nuestra compra: estamos promoviendo economías locales y respetuosas con el entorno, que más allá del beneficio económico, buscan el beneficio ambiental y social.
Mercados campesinos como Faro muestran que es posible generar espacios donde podemos acercarnos a conocer las diferentes propuestas alternativas a los patrones de producción y consumo preponderantes, y poder plantear nuestros interrogantes a aquellas personas que, con sus iniciativas, intentan demostrar que se puede desarrollar una actividad económica desligada del modelo extractivista actual. Informarnos y repensar el motivo por el que accedemos a este tipo de propuestas parece ser prioritario en un contexto en el que cualquier iniciativa alternativa al sistema es aprovechada como oportunidad de venta. Recuperemos nuestro poder de transformación.
Nunca antes consumir había sido tan político.
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Hola, buenas noches. Quisiera saber si ustedes consideran, dado lo que se comenta en el artículo, que la solución a muchos de los problemas que causa nuestra mala alimentación y la contaminación que esta conlleva, es volver a comerciar nuestros alimentos mas parecido al pasado. Muchas gracias
Hola, he leído el artículo y en general me estaba pareciendo bastante directo y conmovedor, hasta que he llegado al final: ¿por qué hablan del modelo extractivista en él? Muchas gracias