Lucky Luke, balazos de humor

La reedición de Lucky Luke es una oportunidad histórica para adentrarse en uno de los cómics que subrayaron la hegemonía francófona en el noveno arte europeo desarrollado en la segunda mitad del siglo XX.
Lucky Luke
Viñetas de uno de los tomos de Lucky Luke. Imagen cortesía de Norma Editorial.
3 nov 2025 06:00

Lucky Luke, creado por Morris en 1946, y Blueberry, alumbrado por el guionista Jean-Michel Charlier y el dibujante Jean Giraud en 1963, son los dos cómics más importantes de la historia entre todos los ambientados en el viejo Oeste. Curiosamente, un par de títulos de factura francesa de idiosincrasia totalmente opuesta entre sí. Mientras Blueberry está articulado sobre los cimientos de un cómic crudo, visualmente epatante, desde las viñetas dibujadas por un Giraud (aka Moebius) excelso, Lucky Luke se aparta completamente de cualquier indicio de tono realista en su ejecución gráfica, siendo Morris otro digno heredero de la escuela caricaturesca patentada por el gran Franquin en su momento, de la que fue uno de sus alumnos más aventajados antes de comenzar su gloriosa andadura como responsable gráfico de Lucky Luke.

A diferencia de la intensidad trascendental que subyace en cada arco narrativo de Blueberry, la serie de Morris emerge como una memorable parodia histórica de la Norteamérica mitológica copada por figuras como Billy el niño, Jesse James y Calamity Jane, entre muchos otros. Curtido en base a un memorable trabajo de investigación, en cierta manera Lucky Luke es un claro precedente de lo que sería un título como Papyrus para el viejo Egipto, desde su primera publicación en 1974 en las páginas de la revista Spirou, donde también debutó Lucky Luke.

A través de los diferentes álbumes creados por el tándem conformado por Morris y Goscinny entre 1955 y 1977 somos testigos de la recreación de una época concreta en la que no faltan personajes reales como el falso juez Roy Bean, borrachín y con una muy particular forma de impartir leyes. El álbum titulado “El juez” es anterior al retrato cinematográfico que John Huston hizo de este personaje en El juez de la horca (1972).

Página de un cómic de Lucky Luke
Página de un cómic de Lucky Luke. Imagen cortesía de Norma Editorial.

La entrada de Goscinny en la ecuación creativa de Lucky Luke supuso un salto de calidad, perfectamente cuantificable a partir de “Raíles en la pradera” (1957), su primer álbum con Morris. Con el paso de los álbumes Morris fue añadiendo más recursos a la hora de imprimir un ritmo narrativo más dinámico, fruto de las facilidades que le proporcionaban los guiones de Goscinny.

Muy influenciado por pioneros como Jack Davis y Harvey Kurtzman, los rostros cada vez menos infantiles de Morris se suman a una serie de recursos anteriormente no utilizados por el dibujante belga, como su construcción de gags articulados a página entera, que recuerdan a los momentos más brillantes de Peyo al frente de un título canónico de la bande desinée original como Johan y Pirluit.

La caja de herramientas de Morris no dejaba de ganar en recursos con el paso de los años, con secuencias en las que el montaje parece salir de una adaptación a la viñeta del lenguaje visual aplicado al cine mudo, con toda clase de invenciones, según el tono que quisiera imprimir a cada escena: desde el plano detalle de una mano intentando sujetar de forma absurda una pistola ridículamente pequeña a un tiroteo plasmado desde diferentes perspectivas, incluidos escorzos y toda clase de planos.

Cuando Morris destacaba a la hora de armar su caligrafía cinemática era cuando plasmaba la evolución del Viejo Oeste a través de planos generales tan fabulosos como los dibujados en “La carrera por Oklahoma” (1960), muestra ejemplar a la hora de entender cómo funcionaba el reparto de tierras a la hora de construir una ciudad nueva.

Por su parte, Goscinny proporcionó un significado renovado a lo que se entendía como parodia en el mundo de la viñeta hasta aquel entonces con su fascinante equilibrio entre humor desgarbado y puntilloso trasfondo didáctico. Así como también hizo al frente de los guiones de otra serie superlativa como Astérix el galo, a su manera Goscinny consiguió dotar de vibrante agilidad narrativa a todas las secuencias, ya fuera desde los carteles de las ciudades, siempre con una vis muy cómica, o en su forma de diferenciar radicalmente a cada uno de los personajes que conforman sus relatos, asentados a base de pronunciados contrastes físicos, sociales e incluso con invenciones como el Rantanplán, reconocido como “el perro más estúpido del mundo”.

Que Rantanplán fue un claro precedente de Scooby-Doo explica también los hilos invisibles tendidos por la edad de oro de la bande desinée hacia Hanna Barbera, el equivalente norteamericano a los cómics gestados por Franquin, Peyo, Will y Morris, entre muchos otros grandes titiriteros del trazo paródico.

En este sentido, a lo largo de las páginas dibujadas por Morris desfilan personajes inspirados en Christopher Lee, Groucho Marx, Sean Connery o Serge Gainsbourg, entre muchos otros, como el propio Goscinny, en un acto de alter ego ya utilizado por Franquin previamente, y cómo no por Alfred Hitchcock, el gran maestro del cameo, aquí también caricaturizado en el universo Lucky Luke.

Página del cómic ‘Lucky Luke’ con los hermanos Dalton en prisión
Los hermanos Dalton, en prisión. Imagen cortesía de Norma Editorial.

Pero más allá de Rantanplán y de la pléyade de figuras reales trasladadas al marco de la viñeta, por lo que será siempre recordada esta serie es por haberse sacado de la manga a unos personajes tan delirantes como los hermanos Dalton, que no eran otros que los primos de los originales, cuya historia real acabó tan mal como en el cómic en el que Morris los introdujo, y a los que tuvo que revivir por clamor popular, dando lugar a títulos icónicos, ahora reeditados por Norma Editorial, como “Tras el rastro de los Dalton” (1962), seguramente la cumbre de las colaboraciones entre Morris y Goscinny.

Con las reediciones de Norma podemos disfrutar por primera vez en nuestro mercado de la edición de los álbumes de la serie por orden cronológico. Un hito subrayado en los completísimos tomos editados con toda clase de información extra que enriquecen y dotan de unidad contextual a unos cómics que son tan atemporales como la era mitológica en la que se sumergen para hacernos vivir los ejemplos más brillantes de lo que Goscinny consiguó sublimar bajo la etiqueta de wéstern cómico. Sin duda, el más relevante e influyente de dicho género, aparte de un pilar irreductible del gran repóquer del cómic francófono, junto” a Las aventuras de Tintín, Astérix, Spirou y Fantasio y Blueberry. Ahí es nada.

Literatura
Literatura del Oeste: cómo leer la historia con ojos de piel roja
Convertido en transmisor de una visión simplista del origen de Estados Unidos, el wéstern es, sin embargo, un terreno fértil para narraciones que escapan de ese discurso maniqueo de indios salvajes y vaqueros justicieros.
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