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Fernando Fernán Gómez, genio de la cinematografía española, y Pedro Beltrán, bohemio mayor del censo, forjaron una amistad que, para fortuna de nuestro patrimonio audiovisual, originó la creación de tres películas y una serie de televisión.
En estos cuatro proyectos late el pulso literario de ambos creadores, pero también el discurso disidente, el bisturí paródico con que analizan nuestra sociedad y un propósito de denuncia a través del humor, vehículo que siempre ha precisado de más inteligencia que delirio.
El primer trabajo en común fue El extraño viaje (1964), cuyo malditismo la ha convertido en película de culto, pues la propia productora secuestró el material durante casi cinco años.
Grotesca, tremendista, oscura, policíaca, irónica, cóncava, perversa, travestida… La protagonista domina a sus hermanos menores, pero todos sobrepasan una madurez infantiloide, de misa y recato, que oculta entre las paredes del caserón todos los deseos y objetos del placer, la libertad añorada, las ansias de vivir. Pedro Beltrán elaboró el argumento junto a Manuel Ruiz-Castillo, inspirados ambos en una idea de Luis G. Berlanga, que en una de tantas jornadas en el Café Gijón dibujó una suerte de resolución para un asesinato real —muy en boga en aquellos años— y que jamás se ha resuelto: el crimen de Mazarrón.
Luego, en la serie de televisión El pícaro (TVE, 1974), se sumará Emma Cohen al taller de guionistas. Fernán Gómez, Beltrán y Cohen extrajeron de la picaresca española los temas, personajes y arquetipos de un género que trasladaron a la pequeña pantalla en 13 episodios. Fernán Gómez se servirá de esta ardua documentación en su ensayo Historia de la picaresca y en su novela Oro y hambre.
En 1977 verá la luz la siguiente colaboración entre Pedro Beltrán y Fernán Gómez, que esta vez firman al alimón la película Bruja, más que bruja, que podríamos definir como una zarzuela-punk, pues ninguna película como esta representa la contracultura desde el corazón sinfónico de España, del mismo modo que surgió en los garajes la respuesta macarra al rock edulcorado por donde se colaba el pop que hoy nos domina.
La dirección de Fernán Gómez es poderosa, su interpretación también, pero destaca la pareja formada por Francisco Algora y Emma Cohen —probablemente su interpretación de Mariana sea la mejor de su filmografía—, así como Mary Santpere, estupenda alcahueta de posguerra.
Mambrú se fue a la guerra (1986), último guión de Pedro Beltrán, y por el que fue nominado a un Goya de la Academia, es una respuesta a la permisividad de la izquierda durante la Transición y a la confortabilidad burguesa con que esa izquierda saciaba durante el felipismo —periodo en que se rodó la película— las fatigas acumuladas en la clandestinidad. Esta misma denuncia podemos encontrarla, en otra trama y otra dimensión espacio temporal, en la magnífica novela de Emma Cohen Muerte dulce (1993).
Emiliano (interpretado por Fernán Gómez), músico, miembro del Ejército republicano, ha permanecido oculto toda la dictadura en un zulo de su casa, con la única complicidad de su esposa (María Asquerino). Tras la muerte de Franco, el viejo republicano se decide a salir, pero, antes de anunciar en el pueblo su resurrección, la familia prefiere volverlo a esconder hasta poder confirmar si su esposa tiene derecho a una paga de viudedad.
No sería descabellado definir las películas del tándem Fernán Gómez-Beltrán como una trilogía de la opresión, pues esta aparece en El extraño viaje desde el microcosmos familiar; en Bruja, más que bruja inmersa en el ambiente caciquil (la política local), y en Mambrú se fue a la guerra en los albores inciertos del Estado democrático que se avecinaba, cuya sólida base fue el Borbón y cuenta nueva del que surgieron los múltiples daños colaterales que hoy en día están marcando la actualidad.
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Esta semana en historia de nuestro cine estan dando peliculas suyas. Ayer mismamente pusieron Bruja mas que bruja.