Carta desde Europa
Medios de destrucción

Por muy terrible que sea para el pueblo ucraniano, la guerra de Ucrania no es más que una cuestión secundaria inserta en una historia de dimensiones mucho mayores.
Cumbre de la OTAN Madrid 2022 Ifema - 14
Jens Stoltenberg (secretario general de la OTAN), el canciller Olaf Scholz y Pedro Sánchez, en la cumbre de la OTAN en Madrid. La Moncloa
Wolfgang Streeck

Director emérito del Max Planck Institute for the Study of Societies de Colonia.

Todos sus artículos en El Salto.

5 jul 2022 05:52

En 2021, el año anterior a su invasión de Ucrania, Rusia gastó 65,9 millardos de dólares (constantes de 2020) en sus fuerzas armadas, lo que equivale al 4,1 por 100 de su PIB. Alemania, con una población de poco más de la mitad de la de Rusia, gastó 56 millardos, o sea, el 1,3 por 100 de su PIB. Las cifras respectivas para el Reino Unido, Francia e Italia fueron 68,4 millardos (2,2 por 100 del PIB), 56,6 millardos (1,9 por 100 del PIB) y 32 millardos (1,5 por 100 del PIB). En conjunto, los cuatro mayores Estados miembros de la UE gastaron algo más de tres veces en defensa que lo gastado por Rusia. El gasto militar de Estados Unidos, equivalente al 38 por 100 del total mundial, superó el gasto ruso por un factor de doce y si lo combinamos con el de los cuatro grandes países europeos de la OTAN por un factor de quince (datos de SIPRI Fact Sheets, abril de 2022).

Las cifras sobre el gasto militar son menos fiables que las relativas, por ejemplo, a las temperaturas medias. Pero aunque los datos proporcionados por el SIPRI, el instituto de investigación más reputado en la materia, sean válidos sólo a medias, la invasión rusa plantea la cuestión de por qué una potencia evidentemente menor se habría arriesgado a una confrontación con un bloque mucho más fuerte como es el liderado por Estados Unidos. El hecho de que Rusia atacara desde una posición de debilidad también queda constatado por el hecho de que, en opinión de los expertos militares, su fuerza de invasión, estimada en 190.000 efectivos en febrero de 2022, era demasiado pequeña para lograr su presunto objetivo, la conquista de Ucrania, un país de 40 millones de personas dotado de una masa terrestre casi el doble que la de Alemania, cuya consecución hubiera exigido, de acuerdo con la estimación mayoritaria, multiplicar por dos el contingente empleado. Y aunque el presupuesto de defensa ucraniano en 2021 ascendió a menos de seis millardos de dólares (o el 3,2 por 100 del PIB de uno de los países más pobres de Europa), ello suponía un impresionante aumento del 142 por 100 del gasto militar ucraniano respecto a 2012, que implicaba, de lejos, la mayor tasa de crecimiento registrada entre los cuarenta países que más invierten en gasto militar en el mundo. Es un secreto sólo para los medios de comunicación europeos dichos de calidad que este aumento se debió a la amplia ayuda militar estadounidense, destinada a la obtención de la “interoperabilidad” del ejército ucraniano con el ejército estadounidense. Según fuentes de la OTAN, la interoperabilidad se logró en 2020, lo cual en realidad convirtió a Ucrania en un miembro de facto, si bien no de iure, de la OTAN.

A pesar de que la invasión rusa tuvo lugar desde una posición de espectacular inferioridad militar (si bien se realizó con las garantías públicas profusamente proporcionadas por Estados Unidos y la OTAN, renovadas casi cada semana hasta el día de hoy, de que nunca enviarían tropas para ayudar a los ucranianos en el campo de batalla), desde el primer día de la guerra Alemania se vio sometida a una insistente presión política y moral por parte de Estados Unidos para que aumentara su gasto militar a fin de cumplir, de un vez por todas, con el objetivo de vieja data de la OTAN de que sus Estados miembros gasten el 2 por 100 de su PIB en lo que se denomina “defensa”.

Ya a finales de la década de 1990, Estados Unidos había instado a los miembros europeos de la OTAN a gastar más en sus fuerzas armadas, como los propios estadounidenses estaban empezando a hacer en ese momento. En la cumbre de la OTAN celebrada en Praga en 2002, se debatió por primera vez el objetivo del 2 por 100 en el contexto del 11-S, la incipiente “Guerra contra el Terror”, la inminente invasión de Iraq, la ampliación del mandato de la Alianza para realizar operaciones fuera de su área de intervención tradicional y la decisión de ampliar la pertenencia a la misma a los países de Europa del Este, empezando por los “Estados de Visegrado”, esto es, Polonia, Hungría y la República Checa. Esta decisión puso fin a anteriores debates sobre la “casa común europea” (Gorbachov) o la “Asociación para la paz” (Bill Clinton), que incluían a Rusia, iniciando un retorno a la frontera de la Guerra Fría existente entre Europa Occidental y Oriental, esta última formada ahora esencialmente solo por Rusia.

El objetivo del 2 por 100 se adoptó formalmente en la cumbre de la OTAN de 2006 celebrada en Riga. En 2008 Merkel y el presidente de Francia, Sarkozy, consiguieron, en el último minuto, bloquear la invitación formal a Ucrania y Georgia para que se unieran a la Alianza, que constituía el tercer y último paso de su expansión en Europa del Este. En 2014, tras la revolución de Maidan que derrocó a un presidente ucraniano prorruso y la posterior anexión de Crimea por parte de Rusia, se renovó el compromiso con el objetivo del 2 por 100. Aunque formalmente la aceptación de este compromiso afectaba por igual a todos los miembros de la OTAN, en realidad se dirigía principalmente a Alemania, dado que era el único país que por su tamaño, si asumiera ese incremento del gasto militar, supondría un aumento absoluto significativo de la fuerza militar de la OTAN. Los otros dos grandes Estados miembros europeos, Francia y el Reino Unido, ya llevaban tiempo gastando el 2 o casi el 2 por 100 de su PIB en defensa: respectivamente, el 2,49 y el 2,10 en 2002; el 2,48 y el 1,90 en 2008, y el 2,17 y el 1,86 en 2014. Alemania, en comparación, sólo gastó el 1,33 por 100 en 2002, el 1,21 en 2008 y el 1,15 entre 2014 y 2018, tras lo cual comenzó un aumento moderado, que alcanzó el 1,34 por 100 en 2021.

Parece que ha habido varias razones por las que los cuatro gobiernos sucesivos de Merkel formados entre 2005 y 2021 no han podido o no han querido dedicar anualmente el 2 por 100 del PIB al gasto militar. A menudo se menciona la existencia de una burocracia encargada de las adquisiciones demasiado puntillosa y un supuesto pacifismo profundamente arraigado del electorado alemán derivado de la derrota de Alemania en las dos guerras mundiales. Desde el comienzo de la guerra en Ucrania, circulan informes de que Merkel creyó en las promesas efectuadas por Putin de respetar lo que Occidente considera el derecho internacional, que si bien permitió a Estados Unidos y a su “coalición de voluntarios”, incluida Ucrania, invadir Iraq, presumiblemente prohíbe a Rusia invadir este último país. Si Putin hizo alguna vez tales promesas, queda en manos de la investigación histórica futura, pero dadas sus advertencias públicas contra la adhesión de Ucrania y Georgia a la OTAN, repetidas incansablemente desde 2002, ello parece dudoso.

Tres días después de la invasión rusa, el 27 de febrero de 2022, Scholz convocó una sesión especial del Bundestag en la que se declaró culpable en nombre de Alemania por haber descuidado sus deberes con la OTAN y con Occidente

Hay otros tres factores que pueden ser más importantes para explicar esta contención del gasto militar alemán: el primero es que Alemania no tiene armas nucleares, las cuales absorben una buena parte del gasto militar del Reino Unido y de Francia, por lo cual las fuerzas convencionales alemanas pueden ser aproximadamente iguales a las de estos países a pesar de tener un presupuesto total de defensa más bajo; el segundo factor es que, a diferencia de otros países, todas las fuerzas alemanas sin excepción están integradas en la OTAN, lo cual significa que cualquier aumento efectuado beneficiaría principalmente a Estados Unidos; y, finalmente, que en relación con todo ello la Alemania posterior a la Segunda Guerra Mundial carece hasta la fecha de doctrina militar alguna y ni siquiera cuenta con un estado mayor para averiguar qué necesitan realmente sus fuerzas armadas. De hecho, cuando el examen de conciencia alemán efectuado tras la invasión de Ucrania trató de encontrar las razones del supuesto abandono de la Bundeswehr por parte de los sucesivos gobiernos alemanes durante las últimas dos décadas, un trabajo periodístico de investigación publicado en el Süddeutsche Zeitung demostró que las políticas de adquisición del ejército alemán habían oscilado durante mucho tiempo de forma indecisa entre la defensa territorial de Alemania y Europa (“Landes- und Bündnisverteidigung”) y las misiones organizadas fuera del área de intervención tradicional de la OTAN, como Afganistán y Mali, emprendidas como cortesía hacia Estados Unidos y Francia, que requerían equipos muy diferentes y que, por otro lado, resultaron ser más caros de lo esperado.

Sin embargo, las opiniones públicas alemana e internacional predominantes se adhirieron rápidamente a la afirmación de que Rusia no habría invadido Ucrania si Alemania hubiera dedicado el 2 por 100 de su PIB a gastos de defensa de acuerdo con lo dictado por la OTAN. De ello se desprendía que Alemania debía enmendar urgentemente su camino, entre otras cosas para evitar que Rusia atacara también a otros países europeos, entre ellos Polonia y los países bálticos, pero también Finlandia y Suecia. El hecho de que Rusia ni siquiera hubiera podido conquistar Kiev, situada a pocos kilómetros de la frontera rusa, desde el inicio del conflicto no ha figurado en absoluto en el “discurso” predominante, que tampoco prestó atención alguna al hecho de que si “Putin” estuviera lo suficientemente loco como para intentar conquistar Finlandia, es probable que también lo estuviese para usar armas nucleares, si se sintiera en peligro.

Las presiones de los medios de comunicación y de la OTAN se ejercieron no sólo a través de la oposición al gobierno de Scholz en el Bundestag (esto es, de la CDU/CSU de Merkel), sino que también se vieron multiplicadas en el seno de la coalición de gobierno en la que el “experto en defensa”, perteneciente al liberal FDP, es un diputado de Düsseldorf, sede de Rheinmetall, el segundo mayor productor de armas alemán después de Airbus, y donde los Verdes se esfuerzan por desprenderse de su imagen pacifista heredada de sus primeros años y que todavía les aqueja a pesar de Joschka Fischer. Tres días después de la invasión rusa, el 27 de febrero de 2022, Scholz convocó una sesión especial del Bundestag en la que se declaró culpable en nombre de Alemania por haber descuidado sus deberes con la OTAN y con Occidente. La invasión, en opinión de Scholz, supuso un Zeitenwende –un punto de inflexión histórico– tras el cual, señaló, ya nada sería igual. Ello exigía que Alemania modernizara su ejército en consonancia con las expectativas de sus aliados, sobre todo cumpliendo por fin su promesa de aumentar su gasto en defensa hasta el 2 por 100 del PIB, es decir, de incrementarlo al menos la mitad, y más cuando la economía alemana comenzaba a crecer de nuevo.

Para cumplir este objetivo Scholz anunció una modificación presupuestaria extraordinaria: la creación de un fondo especial, un Sondervermögen, de 100 millardos de euros, dedicado exclusivamente al gasto militar, enteramente financiado con deuda y, una especialidad alemana, inscrito en la Constitución. Durante los años de la pandemia, Alemania había acumulado una cantidad de deuda pública que, para los estándares alemanes, carecía de precedentes, situándose por encima de lo que permite su “freno de deuda” constitucional instituido en 2011. Para eludir este, el mencionado fondo especial se creó al margen del presupuesto ordinario mediante una enmienda constitucional, lo cual requirió una supermayoría en el Bundestag posible solo con el acuerdo de la oposición. (La Constitución alemana se alarga cada año con enmiendas de este tipo). Para conseguir la adhesión de la CDU/CSU, Scholz tuvo que acordar con los Verdes, tras una larga discusión, la exclusión de las demandas de sus bases de definir la defensa de forma que incluyera también las misiones de paz y la ayuda al desarrollo. Dado que los dirigentes de los Verdes se habían convertido en fervientes creyentes del poderío militar como herramienta para promover el bien común, esto no llevó mucho tiempo. Más difícil fue incorporar a la CDU/CSU, que insistió en que el dinero adicional se gastara exclusivamente en material militar en lugar de en cosas de moda como la ciberseguridad nacional.

En los próximos años se producirá una lucha sin cuartel entre las industrias armamentísticas de Europa y Estados Unidos, que competirán por hacerse con una parte de la bonanza alemana

No está del todo claro cómo se relacionará este fondo especial con el presupuesto ordinario de defensa, en particular con el objetivo de dedicar el 2 por 100 del PIB alemán a gastos de defensa. El plan parece ser que el fondo se gastará a lo largo de varios años, completando cada ejercicio el gasto ordinario hasta llegar al total del 2 por 100, mientras el gasto ordinario aumenta gradualmente de modo que una vez que el fondo especial se agote, aquel habrá alcanzado este porcentaje permaneciendo fijado en este parámetro de gasto. En su discurso del 27 de febrero, Scholz llegó a prometer que Alemania “invertiría año tras año incluso más del 2 por 100 de su PIB en defensa”, una exageración extravagante que posteriormente desapareció de los documentos gubernamentales. Mientras tanto, se determinó que en torno a 40 millardos de euros se destinarían a las fuerzas aéreas alemanas, 19 millardos a su marina y 17 millardos al ejército de tierra, mientras 21 millardos se gastarían en lo que se denomina “capacidad de mando y digitalización”, rúbrica bajo la que se incluyen desde satélites hasta radios digitales para las tropas.

Gastar 100 millardos de euros no es nada fácil. La suma equivale aproximadamente a la mitad de lo que Italia va a recibir en el marco del Next Generation Fund de la UE, que oficialmente debe gastarse durante un periodo de siete años. La primera partida incluida en esta nueva lista de la compra son treinta y cinco cazabombarderos furtivos multipropósito Lockheed Martin F-35, un objeto de deseo favorito de la actual ministra de Asuntos Exteriores de los Verdes, Annalena Baerbock, que durante las conversaciones de la coalición obligó al SPD a hacer de ello una prioridad absoluta para el nuevo gobierno. El F-35 está autorizado por las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos a transportar bombas nucleares de este país en virtud del denominado acuerdo de “participación nuclear” firmado con Alemania, algo altamente valorado por los militares alemanes, aunque la selección de objetivos está, por supuesto, estrictamente reservada al alto mando estadounidense. El avión, que sustituirá al cazabombardero Tornado, incorporado en la década de 1980, es el principal avión de combate de Estados Unidos, que en abril de 2022 operaba 790 de ellos en todo el mundo y que tiene previsto aumentar su flota a 2.456 aparatos para 2040. Se dice que un F-35 cuesta 100 millones de euros, pero seguramente ese precio se incrementará sensiblemente, alcanzando quizá los 150 millones cuando se verifique su entrega en un plazo estimado de tres o cuatro años. También parece decidido que la Luftwaffe recibirá en torno a sesenta helicópteros de transporte Chinook CH47, disponibles como muy pronto dentro de cuatro o cinco años y cuyo coste ascenderá aproximadamente a 5 millardos de euros. También están incluida en la lista de la compra la adquisición de cuarenta drones de combate israelíes Heron TP.

En los próximos años se producirá una lucha sin cuartel entre las industrias armamentísticas de Europa y Estados Unidos, que competirán por hacerse con una parte de la bonanza alemana. Francia considerará el fondo especial como otra oportunidad para acometer una política industrial dirigida por ella misma aplicable a la industria europea de “defensa” y abocada a la fusión de los productores franceses y alemanes para que los nuevos conglomerados se conviertan en actores globales lo suficientemente fuertes como para competir con sus homólogos estadounidenses, todo lo cual será por supuesto, una vez más, en vano. Para mantener contentos a los franceses, Alemania también gastará una parte del dinero fresco en la nueva versión del ECR (Electronic Combat Role) del Eurofighter y probablemente más aún en el FCAS, el Sistema Aéreo de Combate Futuro, un espejismo francés de ciencia ficción, que combina satélites, aviones no tripulados y cazabombarderos en un instrumento irresistible de proyección del poder global franco-europeo. Nada de todo esto se utilizará en la guerra de Ucrania, que habrá terminado de una manera u otra para cuando el nuevo equipo esté operativo, lo cual, sin embargo, no se menciona a la opinión pública alemana, que tiende a asumir como algo natural que los 100 millardos de nuevo gasto militar contribuirán a poner fin al sufrimiento del pueblo ucraniano sometido a las brutalidades del ejército ruso. De hecho, a veces uno tiene la impresión de que este fondo especial de financiación del gasto de defensa alemán funciona como una cortina de humo tras la cual el gobierno de Scholz esconde una peculiar reticencia en lo que respecta a la entrega de armas pesadas a Ucrania, que se verifica a contrapelo de la intensa presión ejercida por el embajador ucraniano en Alemania (que se ha convertido en una autoridad moral en nuestro país al que acusa casi a diario en Twitter de falta de fibra moral y de carencia de “valores europeos”), por los medios de comunicación alemanes e internacionales predominantes y, no faltaba más, por la oposición de la CDU/CSU.

Frowein, especialista en derecho internacional, observó lacónicamente que al suministrar armas a Ucrania, Alemania podría convertirse en “parte de un conflicto armado” independientemente de si Rusia infringía o no el Artículo 2 de la Carta de la ONU

El suministro de armas a Ucrania es mucho más que una cuestión técnica y tiene importantes implicaciones estratégicas. Una de ellas está relacionada con la cuestión de cómo y cuándo un tercer país se convierte en combatiente, esto es, cuando el aliado de un bando puede ser atacado legítimamente, a tenor del derecho internacional, como enemigo por el otro bando combatiente. Evidentemente, existe un umbral, no fácil de definir, en el que el apoyo desde el exterior del campo de batalla se convierte en participación en el conflicto bélico de marras. Los encargados de manufacturar el consentimiento público alemán pretenden que no existe tal línea, dando a entender que Alemania puede entregar a Ucrania cualquier cosa que ésta demande sin convertirse legalmente en un objetivo ruso. (Por supuesto, las mismas fuentes dicen que a lo que se denomina “Putin” le importa un bledo el derecho internacional). Que esto no sea del todo así puede ser una de las razones por las que el gobierno de Scholz, aunque no se atreva a decirlo públicamente, ha tardado más que otros gobiernos en comprometerse a enviar armas pesadas a Ucrania y, una vez comprometido, a entregarlas realmente. Al fin y al cabo, de las principales potencias de la OTAN implicadas, Alemania es la que se encuentra más cerca del escenario bélico y de Rusia. Tampoco cuenta con defensas nucleares y sus unidades de transporte por tierra de tanques y artillería pesada con dirección a Ucrania pueden ser fácilmente interceptadas por “Putin” antes de que lleguen a su destino.

Mientras que la comunidad alemana experta en derecho internacional guarda silencio sobre el tema y este es evitado por completo por los periodistas predominantes, el Frankfurter Algemeine Zeitung, en uno de los momentos de la verdad acaecido el pasado 18 de mayo, no pudo evitar la publicación de una carta al director de uno de los principales expertos alemanes en derecho internacional, Jochen Abraham Frowein, antiguo director del Max Planck Institute. Frowein, un conservador donde los haya, observó lacónicamente que al suministrar armas a Ucrania, Alemania podría convertirse en “parte de un conflicto armado” independientemente de si Rusia infringía o no el Artículo 2 de la Carta de la ONU, que prohíbe las guerras de agresión, lo cual implicaba, en su opinión, que “las fuerzas militares alemanas, incluidas sus posiciones en suelo alemán, podrían ser atacadas por Rusia”. Refiriéndose a lo que la fronde contraria a Scholz considera una falta de resolución moralmente negligente a la hora de acudir en ayuda de un país invadido, Frowein concluía, que “la cautela del gobierno federal sobre su condición de parte [en la guerra] está totalmente justificada”.

Las demandas ucranianas de material militar no son nada modestas. Un asesor del presidente Zelensky hizo saber a mediados de junio que para “ganar” la guerra el país necesitaba al menos mil obuses de 155 milímetros, trescientos lanzacohetes múltiples, quinientos tanques, dos mil vehículos blindados de combate y mil drones. Compárese esto con los siete obuses proporcionados en cooperación con los Países Bajos y los cuatro lanzacohetes que Alemania entregó a Ucrania dos semanas después. Estados Unidos, que mantiene bases militares en ochenta y cinco de los doscientos países del mundo (frente a las ocho bases rusas presentes en países adyacentes a Rusia), habría podido suministrar por sí solo a Ucrania, por supuesto, incluso las enormes cantidades de material que está solicitando, habiendo ya sostenido sin ayuda alguna el aumento del gasto militar ucraniano registrado desde 2014. (Recientemente, el gobierno de Biden consiguió que el Congreso reservara otros 40 millardos de dólares para entregar en concepto de ayuda militar a Ucrania solo en el año en curso). El hecho de que, sin embargo, se estén haciendo esfuerzos para que otros países –en estos momentos en torno a cuarenta, pertenecientes o no a la OTAN, y con la inclusión de algunos muy pequeños como Croacia– colaboren también en el esfuerzo de guerra responde a razones políticas conducentes a demostrar la unidad de “Occidente”, ahora resucitado bajo el liderazgo estadounidense. Además, como en el asesinato de Julio César, en el que cada conspirador tuvo que clavar su cuchillo en la víctima (“¿Tú también Bruto, hijo mío?”), ello servirá para distribuir la responsabilidad de modo que nadie pueda negar después su participación en el conflicto bélico y, si llega el caso, quedar a salvo de los contraataques rusos. La entrega de armas a gran escala, que convierte a un país en cuasi combatiente, también podría impedirle mediar posteriormente entre las partes enfrentadas, lo cual, desde la perspectiva estadounidense, sería especialmente bienvenido en el caso de Alemania y Francia.

Para Estados Unidos armar a Ucrania mientras la guerra se prolonga debe garantizar que el estado de ánimo en el país no cambie a favor de la vuelta a un acuerdo menos ambicioso y “derrotista” como el de Minsk

Otro aspecto estratégico de la entrega de armas a Ucrania tiene que ver con los objetivos bélicos ucranianos y con el grado en que sus aliados pueden influir sobre ellos. Cuanto más hardware reciba Ucrania, más ambiciosos pueden llegar a ser sus objetivos políticos. Bajo la influencia de la extrema derecha del movimiento nacionalista ucraniano, el actual gobierno del país se ha alejado de los Acuerdos de Minsk de 2014 y 2015 y del acuerdo previsto por el denominado “Normandy Format”, el grupo de contacto formado por los jefes de Estado y de Gobierno de Ucrania, Rusia, Alemania y Francia constituido para poner fin a la guerra del Donbas. (Estados Unidos no participó en ninguno de los dos procesos de negociación.) El acuerdo de Normandía preveía la neutralidad ucraniana, la autonomía regional de las provincias rusoparlantes de Ucrania, en particular del Donbas, y negociaciones futuras sobre el estatus de la península de Crimea.

En la actualidad, los objetivos de guerra declarados por Ucrania incluyen la expulsión de todas las fuerzas rusas del país, la devolución incondicional de Crimea, el retorno de las provincias escindidas bajo la autoridad central de Kiev y el ingreso del país, si no en la OTAN, al menos sí en la UE. La OTAN y la UE se han comprometido públicamente a dejar que sea el propio pueblo ucraniano quien decida sus propios objetivos, el momento de las negociaciones y el contenido del acuerdo que zanje las mismas. Con el aplauso del gobierno ucraniano, Estados Unidos y otros países occidentales, incluido el Reino Unido, también han indicado que para ellos el objetivo de la guerra es una “victoria” sobre Rusia que “debilite decisivamente” a su ejército y a su economía, además de que Putin sea juzgado en el Tribunal Penal Internacional de la Haya. (La línea de Scholz al respecto es que Rusia no debe ganar la guerra y Ucrania no debe perderla en lugar de que Ucrania deba ganarla y Rusia perderla). En este contexto, el acceso ucraniano a equipos militares avanzados es importante, ya que afecta al hecho de si Ucrania, luchando por su cuenta sin las fuerzas de Estados Unidos y la OTAN combatiendo materialmente a su lado, puede ser capaz de soportar una guerra, cuya duración puede dilatarse potencialmente varios años, y hacerlo con la posibilidad, por pequeña que sea, de ganarla en última instancia. Para lograrlo, el gobierno ucraniano tendría que pedir a sus ciudadanos la aceptación de pérdidas masivas de vidas y riqueza en aras de objetivos nacionales maximalistas perseguidos en una guerra que, a todos los efectos, equivale a una guerra por delegación librada en nombre de “Occidente” y dirigida a eliminar a Rusia como potencia económica y política independiente.

Al determinar qué y cuántas armas suministran a Ucrania, sus aliados pueden confiar en ejercer su influencia sobre los objetivos, la duración y el resultado de la guerra al condicionar el equilibrio de fuerzas de los contendientes presentes en el campo de batalla respecto a sus respectivos objetivos. Para Estados Unidos armar a Ucrania mientras la guerra se prolonga debe garantizar que el estado de ánimo en el país no cambie a favor de la vuelta a un acuerdo menos ambicioso y “derrotista” como el de Minsk, lo cual no es de interés alguno ni para Alemania ni, desde luego, para Francia, sobre todo porque el riesgo de que Rusia tire del freno de emergencia y utilice su fuerza nuclear puede aumentar con el paso del tiempo. Para Europa, un giro nuclear de la guerra ucraniana sería una catástrofe, mientras que Estados Unidos no se vería muy afectado, si es que lo es de algún modo, por este escenario nuclear. Alemania, en particular, está seguramente menos interesada que Estados Unidos en una guerra larga librada con equipos occidentales puestos abundantemente a disposición de Ucrania. La lentitud en la entrega de armas puede ser un intento, si bien débil, de hacer que el gobierno ucraniano considere la posibilidad de llegar a un acuerdo antes de que Putin sea entregado por su país para ser juzgado en el Tribunal Penal Internacional, siempre y cuando se pueda llegar a un acuerdo como el contemplado por el grupo de contacto de Normandía. (Los intentos de influir sobre los objetivos bélicos ucranianos por parte de un país amenazado por el riesgo de confrontación nuclear podrían caracterizarse por el siguiente eslogan: “No aniquilación sin representación”). La situación puede ser similar en Francia e Italia, mientras que el Reino Unido, más alejado del teatro de la guerra, ha cerrado como siempre filas con Estados Unidos.

Una función importante cumplida por la guerra actual es la consolidación del control de Estados Unidos sobre sus aliados europeos, que son necesarios como respaldo para el “pivote hacia Asia”

¿Qué sucede con el Zeitenwende? Por enorme que parezca, el fondo especial de inversión en gasto militar de 100 millardos creado por el gobierno alemán no hace sino reflejar una tendencia de larga data presente en la política mundial tras agotarse el “dividendo de la paz” y desbaratarse el Nuevo Orden Mundial de George H. W. Bush durante la década de 1990. El gasto militar mundial, en dólares constantes de 2020, comenzó a disminuir en 1989 para alcanzar un mínimo secular diez años después, que lo situó en los dos tercios del nivel alcanzado en 1988. A partir de entonces, y este es el verdadero Zeitenwende, aumentó constantemente, volviendo a alcanzar en 2007 su nivel de 1988, continuando el aumento posteriormente hasta 2010 y, todavía más, después de 2015 para alcanzar un nivel récord en 2020 y 2021, que lo situaba un tercio por encima del volumen alcanzado en 1988, el último año de la Guerra Fría. Las fuerzas motrices de este incremento fueron Estados Unidos y China. Entre 1990 y 2001, el gasto militar estadounidense se redujo en una cuarta parte; luego, en 2002, comenzó a aumentar rápidamente registrando un incremento de casi dos tercios entre 2001 y 2010. En 2016 el gasto militar estadounidense había vuelto a caer al nivel de 2004, para volver a aumentar el 11,3 por 100 entre 2017 y 2021. Paralelamente, Estados Unidos desmanteló paso a paso la arquitectura del control de armas ruso-estadounidenses. En 2002 se retiró formalmente del Tratado de Misiles Antibalísticos (ABM) de 1972, que limitaba los sistemas de defensa contra misiles antibalísticos; en 2009 dejó expirar el Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (START I); en 2000 impidió que el START II, negociado en 1993, entrara en vigor por su retirada del ABM; se negó después a negociar un posible tratado START III sobre la limitación de cabezas nucleares; y en 2019 se retiró, de nuevo unilateralmente, del Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF) para poder empezar a construir sistemas de lanzamiento de defensa antimisiles en países europeos como Rumanía, Polonia y la República Checa. Aunque supuestamente ello se hacía para proteger a Europa de los misiles nucleares iraníes, Estados Unidos también canceló en 2018 el acuerdo de no proliferación nuclear alcanzado con Irán en 2015, negociado junto con las principales potencias europeas.

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Aunque la salida estadounidense del ABM, el START y el INF afectaba sobre todo a Rusia, en un doble sentido supuestamente, China era y será cada vez más el segundo actor principal en la acumulación mundial de medios de destrucción acaecida tras el fin de la historia. Hasta finales de la década de 1990, el gasto militar chino era casi insignificante, pues no superaba el 8 por 100 del gasto estadounidense. Luego se aceleró, creciendo año tras año más rápido incluso que el estadounidense, que crecía a su vez más rápido que nunca. En 2005 había subido al 10 por 100, cinco años después al 15 por 100, en 2015 llegó al 29 por 100 y en 2021 alcanzó el 35 por 100. El gasto militar ruso, en comparación, parece insignificante. En 1998, un año antes de que Yeltsin entregara a Putin el país en un estado lamentable, el presupuesto militar ruso se reducía al 3,1 por 100 del estadounidense. A pesar de los enormes esfuerzos realizados después de 2004, cuando Rusia consideró que el proyecto europeo de Putin “de una Europa abierta de Lisboa a Vladivostok” previsiblemente fracasaría, el tamaño relativo del gasto militar ruso aumentó tan sólo al 5,2 por 100 del estadounidense en 2010 para duplicarse hasta alcanzar el 10,7 por 100 en 2016 y volver a caer hasta el 8,2 por 100 en 2021. Si alguna vez se produjo un momento Tucídides, podría parecer que este acecha a la vuelta de la esquina a Estados Unidos y China, como quizá acechó a Rusia en 2021, mientras contemplaba cómo la potencia estadounidense armaba a Ucrania.

Por muy terrible que sea para el pueblo ucraniano, la guerra de Ucrania no es más que una cuestión secundaria inserta en una historia de dimensiones mucho mayores: la de la batalla que se despliega entre una potencia hegemónica global en declive y otra en ascenso. Una función importante cumplida por la guerra actual es la consolidación del control de Estados Unidos sobre sus aliados europeos, que son necesarios como respaldo para el “pivote hacia Asia” concebido por la potencia estadounidense (Obama) sobre lo que solía ser el Mar del Sur de China y que ahora la leal mediacracia occidental denomina el Indo-Pacífico. La tarea de Europa es evitar que Rusia aproveche que Estados Unidos dirige su atención armada a otros rincones del mundo y, si es necesario, unirse a la potencia estadounidense en su expedición asiática (algo para lo que el Reino Unido ya se está preparando activamente). No hay garantía de que no vaya a producirse alguna explosión nuclear en el camino, sobre todo en Europa Occidental. Para los países de esta región, la cuestión más urgente es si se atreverán a aspirar durante las próximas dos o tres décadas a ser algo más que un elemento auxiliar de Estados Unidos en la doble tarea de controlar a Rusia y de prestarle ayuda en su inminente batalla con China, cuestión que Scholz, Macron y compañía deben abordar de inmediato antes de que sea demasiado tarde.

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Opinión
Tribuna Todas las razones para decir ‘Altri non’
Aquí van unos cuantos motivos para juntarnos este domingo en Compostela y dejar clara nuestra postura frente a un expolio que nos están tratando de imponer disfrazado de progreso, pero que sólo trae beneficio económico a unos cuantos indeseables.
Palestina
Eyad Yousef “No cuentes lo que queremos ser, cuenta lo que nunca hemos dejado de ser: un pueblo que quiere la paz"
Eyad Yousef es profesor en la Universidad de Birzeit, Cisjordania, y comparte su experiencia en una universidad que “representa el pluralismo y la libertad que tanto anhela la sociedad palestina”
Relato
Relato Descubrirse las manos
Descubres tus manos: el palmar y el dorso, la posibilidad futura de la pinza atrapacosas, dos miembros que te vinculan al chimpancé y al lémur. Aprendes su mecanismo.

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Una de las victorias ideológicas del PP de Feijóo en Galicia ha sido hacernos creer que pagar por servicios esenciales en los hospitales durante el cuidado de nuestros enfermos es lo natural, que no hay otra manera de abordarlo, pero es mentira.
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Oriente Próximo Israel impone hechos consumados sobre Siria para condicionar la transición según sus intereses
“Está escrito que el futuro de Jerusalén es expandirse hasta Damasco”, dijo este octubre el ministro de Finanzas israelí, Bezalel Smotrich, uno de los exponentes ultras del Ejecutivo.
Ocupación israelí
Ocupación israelí Un tercio de los asesinatos de periodistas en 2024 fueron obra del ejército de Israel
Reporteros Sin Fronteras documenta la muerte de 18 periodistas en Palestina y Líbano este año “asesinados deliberadamente por hacer su trabajo” y habla de una “masacre sin precedentes” de profesionales del periodismo.

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Sarah Jaffe “En realidad tenemos que hacer menos. E impedir que algunas cosas sucedan”
La escritora y periodista Sarah Jaffe aborda el desengaño cotidiano al que nos aboca el mundo laboral e investiga cómo, a pesar de todo, las personas se organizan colectivamente en sus empleos para que “trabajar apeste menos”.
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Un recorrido por los grandes éxitos de la conversión de Madrid en una ciudad irreal.