Brexit
Siete años del Brexit, el acontecimiento que cambió el Reino Unido

El referéndum celebrado el 23 de junio de 2016 ha tenido repercusiones económicas, políticas y sociales en la sociedad británica. Los constantes cambios en el gobierno, la crisis laboral y el debilitamiento de los servicios públicos son parte de un legado que comenzó a fraguarse en la década anterior.
Brexit PINTADA
Graffiti sobre el Brexit. Foto de Duncan C.
23 jun 2023 06:00

En el año 2016, hubo dos sucesos en el mundo anglosajón que tuvieron una inmensa repercusión a nivel mundial. El triunfo de la opción leave frente a remain en el referéndum del Brexit y la victoria de Donald Trump en las elecciones de Estados Unidos supusieron un cambio en el paradigma político global. Hubo numerosos paralelismos entre ambos acontecimientos. El principal fue el hecho de que tanto Nigel Farage, líder del partido político UKIP (UK Independence Party) y referente simbólico del Brexit, como el presidente estadounidense republicano basaron sus respectivas campañas en discursos simples y repletos de mentiras, las ampliamente conocidas como fake news. Además, ambos supieron manejar el relato de forma minuciosa para integrar en la agenda política los temas que ellos eligieron. En 2016, en el Reino Unido y en Estados Unidos se habló principalmente de inmigración y de batallas culturales en lugar de problemas acuciantes como la protección de los servicios públicos, la redistribución de la riqueza o el cambio climático.

Farage y Trump fueron capaces de romper los pronósticos. La gente que vivió aquellos procesos fue consciente de que se estaba viviendo un momento histórico. La mañana del 24 de junio de 2016 supuso una amarga sorpresa para millones de personas que residimos en el Reino Unido. Recuerdo el despertar, con ojos somnolientos, y observar el resultado en mi teléfono móvil. Aquel día en el trabajo había rostros decepcionados y alguna que otra sonrisa cómplice. Las multitudinarias protestas que se habían acentuado en las últimas semanas a favor de permanecer en la Unión Europea pintaron una imagen equivocada de la realidad. Al igual que la masiva campaña para votar por Hillary Clinton en las elecciones estadounidenses de noviembre, que fue liderada a nivel mediático por las estrellas de Hollywood.

Lo que ambos resultados pusieron de relieve fue cómo los discursos populistas de extrema derecha podían calar en la sociedad. Pero sería un error pensar que el Brexit y Trump destaparon un problema que permanecía escondido. De hecho, desde 1990 hasta 2020 los partidos de extrema derecha en Europa lograron triplicar sus votos desde el 5% hasta el 15%. No obstante, lo que significó el año 2016 en esta escalada de discursos reaccionarios contra inmigrantes, mujeres, personas de diferentes culturas y minorías vulnerables fue la consolidación indiscutible de un síntoma particular que se había extendido en todo el planeta. El Brexit y la elección de Donald Trump plasmaron de forma inequívoca una realidad política, social y cultural. En un mundo cada vez más incierto, confuso y volátil, en el que la globalización ha favorecido económicamente a una élite cada vez más minúscula, el recurso simple de atacar a la figura del otro genera réditos electorales. Esa fue una de las lecciones aprendidas por la extrema derecha e implementada de manera exitosa en años posteriores.

El populismo de extrema derecha irrumpe en el Reino Unido

Recuerdo la campaña del Brexit como un ataque frontal entre Nigel Farage, por un lado, y David Cameron, Jeremy Corbyn y diferentes organizaciones de derechos humanos por otro. Desde un punto de vista externo, los argumentos ofrecidos por el primero parecían demasiado burdos como para tener éxito en su objetivo de sacar al Reino Unido de la Unión Europea. Pero al llevar la iniciativa y forzar a sus rivales a defenderse de sus ataques y exponer en público sus fake news, Farage consiguió la hegemonía cultural que tanto ansiaba. Su dominio del relato en los meses previos al Brexit sirvió para que, a ojos de los lectores de periódicos y de la audiencia televisiva, todo se resumiese en inmigración y soberanía nacional. Esto no significa que toda la gente que votase por el Brexit lo hiciese por desprecio a los extranjeros. El profesor Paul Whiteley en su libro Now, Brexit: Why Britain voted to leave the European Union especifica otras razones fundamentales, incluyendo la recesión de 2008 y la política de austeridad implementada en los años posteriores.

La tragedia del resultado del Brexit fue que un populista de extrema derecha capitalizase las ganancias al dirigir un mensaje cargado de odio

En ese sentido, las exigencias de la UE para reducir el gasto de los países integrantes del organismo mermaron la credibilidad de millones de habitantes del continente. En un país como el Reino Unido, que desde la creación de la UE mostró su escepticismo a unirse a esta institución supranacional, el mazazo económico provocado por la crisis acrecentó la desconfianza en su capacidad regulatoria. Mi amigo Kevin Martin, viajero incansable desde su juventud y encantado de vivir en una sociedad multicultural como Londres, votó a favor del Brexit por el déficit democrático que impera en la UE. En otras palabras, el referéndum de 2016 no fue únicamente una respuesta frente a la inmigración. Jeremy Corbyn, por ejemplo, siempre fue un euroescéptico debido a la anomalía democrática y la falta de representatividad ciudadana que prevalece en el organismo europeo. La tragedia del resultado del Brexit fue que un populista de extrema derecha capitalizase las ganancias al dirigir un mensaje cargado de odio.

Porque los comentarios racistas de Nigel Farage fueron constantes durante los años previos a 2016. Si ya en 2013 se refería a la teoría del remplazo islámico en el Reino Unido, semanas antes de la votación la polémica alcanzó su punto álgido cuando apareció frente a un póster en el que se veían cientos de refugiados. La frase “we must break free of the EU and take back control” que aparecía en la parte inferior del póster ilustró perfectamente el contenido en la orientación de la campaña orquestada por Farage. En ese sentido, el líder de UKIP marcó el camino a otros miembros de extrema derecha europeas como Marine Le Pen, Salvini, o los integrantes de Vox, que por aquel entonces pertenecían a un partido residual en España.

Entre una oleada de problemas económicos, llegada de refugiados, conflictos bélicos en diferentes partes del planeta y aumento de las desigualdades, no es de extrañar la polarización que se vio en el Reino Unido. En Escocia, Londres o Irlanda del Norte ganó la opción de quedarse en la UE, mientras que en el resto de Inglaterra y Gales se optó mayoritariamente por consumar el Brexit. También quedó plasmada la brecha generacional existente en la sociedad británica. El 73% de los jóvenes de 18 a 24 años y el 62% de las personas entre 25 a 34 años optaron por permanecer en el organismo europeo. Por el contrario, la mayoría de los mayores de 45 años votaron por salir de la UE.

Para entender el resultado del referéndum celebrado el 23 de junio de 2016, es necesario detenerse en las elecciones generales del año anterior. Los comicios del 7 de mayo de 2015 sirvieron de preámbulo para ofrecer una visión del panorama británico respecto al consenso sobre la permanencia o no en la Unión Europea. El Partido Conservador ganó las elecciones generales, mientras que UKIP alcanzó un crecimiento meteórico del 3% al 12,6% de los votos. Precisamente, fueron los votantes de ambos partidos los que se decantaron por abandonar la Unión Europea. La importancia de Nigel Farage en este proceso es evidente: el 96% de los votantes de su partido optaron por abandonar la UE. Pese a que votantes del Partido Laborista, el Partido Verde y el Partido Liberal Demócrata votaron lo contrario, el Brexit se llevó a cabo con el 52% de los votos.

Brexit: causa y consecuencia de la ruptura democrática global

Cuando David Cameron anunció en 2013 el referéndum sobre el Brexit, el entonces Primer Ministro trató de echar un pulso a la Unión Europea. Pese a su feroz campaña por quedarse en el organismo europeo, su intención era demostrar la capacidad de su país para dictaminar su futuro político. La tardía incorporación del Reino Unido en 1973 fue una muestra de la reticencia del país británico a su integración en el organismo supranacional europeo. Esa desconfianza de base fue aprovechada por UKIP, el partido que dominó el relato durante la campaña por el Brexit.

La crítica coyuntura económica global estuvo ligada en una retórica racista por los representantes más reaccionarios de la política mundial. En Europa, el aliciente de los movimientos de refugiados masivos que comenzaron en 2015 tras la crisis en diversas zonas de Oriente Medio sirvió de alimento para que el populismo de derechas, caracterizado por unos discursos impregnados de xenofobia, controlase el relato a través de los medios de comunicación. La paradoja del Reino Unido es que tanto el Partido Conservador como el Partido Laborista, liderado entonces por Jeremy Corbyn, optaron por permanecer en el Reino Unido. No obstante, las desavenencias dentro del núcleo de David Cameron, y la ambivalencia de la izquierda permitieron que el avance inapelable de los mensajes de UKIP permease a través de la sociedad. En ese sentido, Corbyn fue el gran damnificado durante sus años como máximo representante del Partido Laborista. Su discurso anticapitalista, en contra de las guerras, a favor de una redistribución de la riqueza y de la integración multicultural se vio eclipsado por la dicotomía de un referéndum que no le beneficiaba. Elegir entre leave o remain era una pregunta tramposa para alguien que siempre propugnó cambiar la Unión Europea para convertirla en un organismo democrático. Como diría Slavoj Žižek empleando la metáfora del restaurante: no se trata de elegir las opciones que se nos muestra en el menú, sino en tener la capacidad para elegir aquello que queremos que se incluya en dicho menú.

El hastío provocado por el proceso del Brexit, que debía consumarse el 31 de enero de 2020, es fundamental para entender la abultada derrota del Partido Laborista en las elecciones de diciembre de 2019

Pero el maniqueísmo auspiciado entre leave y remain sepultó las esperanzas de un cambio sistémico tanto en la UE como en el Reino Unido. Pese a que Manchester y Liverpool, ciudades emblemáticas del muro rojo y tradicionalmente votantes del Partido Laborista, siguieron los designios del Partido Laborista, la mayoría de los distritos de las ‘Midlands’ y el noroeste de Inglaterra votó por abandonar la Unión Europea. En los años venideros, el hastío provocado por el proceso del Brexit, que debía consumarse el 31 de enero de 2020, es fundamental para entender la abultada derrota del Partido Laborista en las elecciones de diciembre de 2019. Apenas unos meses antes, la contundente victoria en las elecciones europeas por parte de la Brexit Party, liderada por Farage, influyó decisivamente en el equipo de Boris Jonhson para dirigir la estrategia del Partido Conservador en el futuro próximo. Tras la expulsión de Theresa May, el nuevo líder de los tories trató de captar a los votantes que votaron tanto a UKIP como a la Brexit Party. Apenas unos meses más tarde, y con el lema ‘Get Brexit Done’, los tories obtuvieron una victoria aplastante para gobernar el Reino Unido. El hecho de que la Brexit Party de Farage obtuviese solamente un 2% de los votos en las elecciones generales, en comparación con el 32% que recibió en las elecciones europeas de mayo de 2019, reflejó una realidad inapelable. El Brexit era el tema candente en la sociedad. En cada periódico ocupaba los titulares. En el transporte público matutino, el periódico Metro despertaba a sus lectores con la misma temática, mientras que, por la tarde, el Evening Standard imitaba a su homólogo de papel. Así fue como se gestó una hegemonía cultural en la población británica, creando una burbuja informativa donde únicamente la salida de la UE parecía tener relevancia en la sociedad. Los tories supieron capitalizar esta corriente ideológica capitaneada desde arriba, arrastrando a su partido a todas aquellas personas que habían permanecido fieles tanto a UKIP como a la Brexit Party.

La tragedia del Reino Unido es que el enfado con la globalización económica, la desigualdad social y la incertidumbre no fuese canalizado por un gobernante de izquierdas como Corbyn. Como ha sucedido en Europa, la extrema derecha ha sabido utilizar la crisis global para beneficiarse a nivel electoral e imponer su mensaje en el imaginario colectivo. Las excepciones como Syriza y Podemos han sido menoscabadas a través de vehementes ataques por parte de diversos poderes mediáticos e institucionales. Por otra parte, el ascenso de Fratelli d’Italia de la mano de Giorgia Meloni demuestra el crecimiento imparable del neofascismo.

Crisis económica, manifestaciones sociales y la falta de inmigrantes

Desde aquella del mañana del 24 de junio de 2016 cuando se anunciaron los resultados del referéndum, parece que hayan pasado décadas. La sucesión frenética de acontecimientos en el Reino Unido ha sido incesante desde el resultado del Brexit. Empezando por la esfera política institucional. Tras la inmediata dimisión de David Cameron a consecuencia del veredicto en el referéndum, llegaron años convulsos en el seno del Partido Conservador. Theresa May, Boris Johnson, Liz Truss y Rishi Sunak han ocupado el puesto de Primer Ministro en apenas siete años. Las turbulencias políticas, económicas, sociales y culturales provocadas por el Brexit han generado un descontento general en la población británica.

Todos ellos han continuado la línea comenzada por los más fervientes defensores del Brexit acerca de las supuestas ventajas que traería el abandono de la UE. En los discursos siempre se hablaba de recuperar la soberanía nacional, de controlar la inmigración, de llevar a cabo negocios con países alejados de la órbita europea, y evitar la vigilancia de los burócratas del continente.

El tema de la inmigración fue sin duda el más candente durante la última década. La crisis económica de 2007-2008 obligó a miles de personas a emigrar a otros países. En ese aspecto, la inmigración neta del Reino Unido aumentó considerablemente. A consecuencia del Brexit, el número comenzó a descender. Mientras que la cifra de inmigrantes que llegaban al país británico en relación a los que se marchaban fue de 311.000 en junio de 2016, tres años más tarde el número era de 212.000. El descenso de la llegada de inmigrantes europeos es incluso mayor. Si la inmigración neta de personas procedentes de la UE era de 218.000 en 2015, en 2019 el número era de 48.000.

El rígido control migratorio impide la llegada de europeos al Reino Unido. Para las personas que llevábamos más de cinco años viviendo en el país británico, tuvimos la opción de optar por el permiso de residencia. Paradójicamente, esta visa fue creada bajo el mandato de Theresa May, que desde 2010 hasta 2016 había sido la Secretaria del Interior, destacando por su severidad ante la llegada de inmigrantes. En otra muestra de la contradicción permanente en la que se mueven los tories, May entendió que, pese a ser una defensora a ultranza del rígido control de fronteras, la falta de extranjeros propiciaría una crisis laboral y económica. A veces los capitalistas más acérrimos han de ofrecer medidas socialistas, incluso para los de abajo. Aun así, el daño ya estaba hecho. A consecuencia del Brexit, hay 330.000 trabajadores menos en el Reino Unido. El think tank Centre for European Reform and UK in a Changing Europe especifica que sectores como el transporte, la hostelería y el comercio minorista se han visto especialmente afectados por la falta de inmigrantes.

La relación entre crisis económica y escasez de inmigrantes es incuestionable. La falta de mano de obra y la disminución de recursos han deteriorado aspectos esenciales en la sociedad británica, como el NHS o la construcción de viviendas públicas

Todo ello ha tenido una repercusión evidente en la economía. Actualmente, el Reino Unido es el país con el crecimiento más bajo de los integrantes en el G7, y el FMI apunta a que sufrirá un descenso durante el año. La relación entre crisis económica y escasez de inmigrantes es incuestionable. La falta de mano de obra y la disminución de recursos han deteriorado aspectos esenciales en la sociedad británica, como el NHS o la construcción de viviendas públicas. En el ejercicio fiscal 2018/19 los ciudadanos de la UE pagaron 22.400 millones de libras más en concepto de impuesto sobre la renta y cotizaciones a la Seguridad Social de lo que cobraron en créditos fiscales y prestaciones por hijos a cargo. Por otra parte, los ciudadanos no pertenecientes a la UE pagaron 20.000 millones de libras más.

Todo este perjuicio ha afectado a la clase obrera del Reino Unido. El menoscabo de las condiciones materiales ha encendido la llama que ha provocado numerosas huelgas en los últimos años. Los activistas climáticos, los huelguistas del sector de transporte, educación y sanidad han sido algunos de los colectivos que han salido a la calle en masa para cambiar un sistema económico insostenible.

El Brexit, los recortes sistemáticos en servicios públicos y las convulsiones de la clase política han indignado a la población británica. En ese clima de crecimiento de la pobreza endémica y desigualdades sociales y económicas, la pandemia de Covid-19 y la guerra en Ucrania sirvieron para apuntalar la crisis sistémica que lleva arrasando el Reino Unido durante mucho tiempo.

El Brexit económico, cultural y político

La batalla ideológica sobre si el Brexit fue positivo o negativo se ha desvanecido en los últimos tiempos. The New Statesman, el principal intelectual orgánico británico de centroizquierda británico, lleva años defendiendo la futilidad del abandono de la Unión Europea. Pero incluso los representantes reaccionarios de la extrema derecha parecen haber capitulado ante sus oponentes. El propio Farage reconoció recientemente que “el Brexit ha fracasado”.

Además del Brexit, la pandemia de Covid-19 y la guerra en Ucrania han tenido repercusiones negativas en la sociedad británica. Estos tres factores explican en parte el declive del Reino Unido en diferentes aspectos. En otra de las paradojas típicas del país, se registró un aumento de la inmigración neta en 2022 respecto a años anteriores. Pese al refuerzo de las medidas contra la llegada de extranjeros, la generosa acogida de refugiados procedentes de Ucrania y Hong Kong es clave para entender el aumento en la inmigración neta del año pasado. En este sentido, la actitud del gobierno británico es encomiable. Sin embargo, la política implementada por la clase política para deportar personas a Ruanda, independientemente de su país de origen, muestra un anacronismo inhumano e inherente. ¿Es posible que las actitudes xenofóbicas de los líderes más reaccionarios se hayan suavizado? O, como diría George Orwell, ¿existen inmigrantes y refugiados más iguales que otros? Como contrapunto a Rusia y China en esta nueva Guerra Fría impulsada de manera explícita durante la cumbre del G7 celebrada en Cornwall en 2021, el Reino Unido ha adoptado una política más abierta frente a grupos vulnerables acosados por los países enemigos de occidente. Sin duda, una posición muy diferente a la que se llevó a cabo para recibir inmigrantes de Oriente Medio tras la invasión a Afganistán e Iraq que ellos apoyaron con tanta vehemencia.

Resquicios del Brexit en una coyuntura global desconcertante

A nivel político, el Brexit sirvió para encumbrar a Farage, otorgar a Johnson la victoria de 2019, y sepultar las aspiraciones de un Corbyn atravesado entre el maniqueísmo del Brexit, los ataques recibidos de manera visceral por los medios de comunicación, y la incapacidad de mantener el muro rojo y las ‘Midlands’. La incertidumbre y la crisis económica provocada por la globalización, la evasión fiscal y el flujo constante de capital, factores que han perjudicado excesivamente a la clase trabajadora del noroeste de Inglaterra, fueron utilizados de manera astuta por los defensores del Brexit. Un político tan integrista como Corbyn, conocedor de que el enemigo es de clase y no de raza o género, y que nunca ocultó sus credenciales utilizando su retórica para atacar a las élites capitalistas, fue golpeado y denostado hasta la saciedad. Tras perder las elecciones de 2019, Corbyn se marchó de la política institucional para seguir protestando desde las calles. No sorprende verle a unos metros, como uno más, en las huelgas frente a la brutalidad policial, contra los recortes en servicios públicos, o frente a la privatización de las universidades.

Es por ello que el Partido Laborista escogió a Keir Starmer para sucederle, un seguidor de Tony Blair que es ampliamente aceptado por el establishment. Tras los errores cometidos por Boris Johnson de manera sistemática en su gestión de la pandemia, sus discursos histriónicos y sus gamberradas en los momentos más severos del confinamiento, Starmer parecía disparado a convertirse en el Primer Ministro en 2024 sin apenas despeinarse. Ahora, Rishi Sunak, el miembro más moderado del Partido Conservador, ejemplifica la nueva estrategia de los tories por parecer nuevamente aceptables para la población. El experimento neoliberal de Liz Truss fue tan nefasto que pareció tragicómico. Su temprana expulsión fue una demostración evidente de que la herencia capitaneada por Margaret Thatcher, Ronald Reagan y los Chicago Boys no tiene cabida en este momento histórico. Tristemente, ni Starmer ni Sunak se apartan demasiado de esa línea. Ni el Partido Conservador ni el Partido Laborista ofrecen soluciones para hacer frente al legado devastador que dejó el Brexit y que ha sido acrecentado por la pandemia y la guerra.

Eso no quiere decir que la política sea innecesaria. Todo lo contrario. Sin embargo, se requieren representantes valientes que sepan canalizar el enfado de la sociedad en un movimiento democrático para redistribuir los recursos, aumentan la participación ciudadana y mejorar las condiciones materiales y sociales de la gran mayoría. Hace unos días, Farage dijo que “nuestros políticos son tan inútiles como los burócratas de Bruselas”. El peligro del populismo de extrema derecha es que se banalice tanto la política que la idea de una sociedad de mercado y apolítica permee en todos los estamentos de la sociedad. Porque la solución no son los capitalistas. La solución es una política impulsada desde abajo, forzando a los gobernantes a que lleven a cabo medidas sociales. Únicamente se necesita una confluencia entre la población y los representantes democráticos. Las continuas protestas que se suceden en el Reino Unido han de marcar el camino para los líderes democráticos.

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Flores Magón
28/6/2023 18:59

Muy buen artículo. Impecable en su análisis de las causas y consecuencias de una decisión condicionada por el supremcismo idiota de las élites británicas.

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Javier Ugarte Pérez
28/6/2023 13:31

El artículo está francamente bien. Solo añadiría que, en mi opinión, en el resultado del Brexit influyó el gran peso de Alemania en la UE. Muchos británicos creen que su país no hizo dos guerras contra Alemania para verse ahora obligados a seguir sus directrices. Saludos.

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Max Montoya
Max Montoya
25/6/2023 20:47

He vivido en Inglaterra lo suficiente como para saber que son unos isleños racistas. Todo isleño se cree el centro del mundo (los de la Isla de Pascua llamaban a sus islas «Rapa Nui», es decir, ‘Ombligo del Mundo’), pero los de Inglaterra tras su Imperio marítimo se creen que el mundo les debe una disculpa por liberarse de su yugo comercial. Entiendo que la salida del Brexit fue orquestada por la Banca de London, pues nada se mueve en Inglaterra sin que lo digan las finanzas de la City. Las medidas de regulación bancaria de la UE tras el estallido del a burbuja inmobiliaria de 2008 pueden haber sido la alarma a temer. Es una hipótesis y no he elaborado pruebas para respaldarla como teoría. En la UE, además, la Banca hace lo que quiere. Pero es cierto que en la UE hay más control que en la City, que es el gran paraíso fiscal mundial. Una vergüenza que a los ingleses no les supone nada. Viven al margen de la City, como si la City no fuera con ellos. Imaginaos Gibraltar como barrio en el mismo centro del barrio de Salamanca. Eso es la City.

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