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Movimiento BDS
Por qué creo que el movimiento BDS nunca ha sido más importante que ahora
Cofundador del movimiento Boicot, Desinversiones y Sanciones (BDS).
En tiempos de perpetración de carnicerías, de agitación inspirada en comportamientos de rebaño y de polarización tribal, muchos serán quienes tal vez consideren que debemos prescindir de los principios éticos considerados en esta situación como un engorro o un lujo intelectual. Yo no puedo hacerlo y no lo haré. Nada deseo más que contemplar el fin de toda violencia en Palestina y en realidad en todas partes y precisamente por eso me comprometo a luchar contra las causas determinantes de la violencia: la opresión y la injusticia.
Tengo amigos y colegas muy queridos en el “campo de prisioneros” de Gaza, como lo llamó una vez el exprimer ministro británico David Cameron, un gueto moderno cuyos 2,3 millones de residentes son predominantemente refugiados descendientes de comunidades, que sufrieron masacres y operaciones de limpieza étnica planificadas durante la Nakba de 1948. El bloqueo ilegal de Gaza por parte de Israel durante los últimos dieciséis años, perpetrado con la ayuda de Estados Unidos, Europa y el régimen egipcio, ha convertido a Gaza en una zona “invivible” en opinión de Naciones Unidas, un lugar en el que el sistema sanitario está al borde del colapso, casi toda el agua es no potable y donde alrededor del 60 por 100 de los niños y niñas padecen anemia mientras muchos de ellos sufren retraso en el crecimiento debido a la desnutrición. Las desgarradoras historias de muerte, destrucción y desplazamiento que mis amigos comparten conmigo me entristecen e indignan al mismo tiempo. Pero sobre todo me motivan a contribuir aún con más energía al movimiento Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS), que cofundé en 2005 como mi modesta aportación a nuestra lucha de liberación.
El movimiento BDS, que se declara antirracista y no violento y que cuenta con el apoyo de sindicatos de trabajadores y agricultores, así como de movimientos en pro de la justicia racial, social, de género y climática, que representan colectivamente a decenas de millones de personas en todo el mundo, se inspira en la lucha sudafricana contra el apartheid y en el movimiento estadounidense por los derechos civiles, pero hunde sus raíces en una herencia centenaria, a menudo no reconocida, de resistencia popular palestina indígena al colonialismo de colonos y al apartheid. Esta resistencia no violenta ha adoptado muchas formas de las huelgas masivas de trabajadores a las marchas encabezadas por mujeres, pasando por la diplomacia pública, la construcción de universidades, la literatura y el arte.
El movimiento BDS cuenta con el apoyo de sindicatos de trabajadores y agricultores, así como de movimientos en pro de la justicia racial, social, de género y climática
Apoyado por movimientos de base, sindicatos y partidos políticos palestinos, que representan a la mayoría absoluta de la población palestina radicada en la Palestina histórica y a la que se encuentra en el exilio, el movimiento BDS exige el fin de la complicidad internacional, que es estatal, empresarial e institucional, con el régimen de opresión de Israel para que los palestinos podamos disfrutar de nuestros derechos de acuerdo con la estipulación de los mismos efectuada por la ONU, lo cual incluye el fin de la ocupación militar y del apartheid, así como el respeto del derecho de los refugiados palestinos a regresar a sus hogares internacionalmente reconocido.
Un aspecto importante, aunque a menudo olvidado, del breve llamamiento lanzado por el BDS en julio de 2005 a todas las personas de conciencia del planeta era su invitación para que «ejerzan presión sobre sus respectivos Estados a fin de que impongan embargos y sanciones contra Israel», invitación reiterada también a “los israelíes conscientes para que apoyen este llamamiento por el bien de la justicia y del logro de una paz genuina”. De hecho, un pequeño pero significativo número de judíos israelíes se ha unido al movimiento BDS y ha desempeñado un papel importante en nuestras campañas, que han conseguido que importantes fondos de inversión, iglesias, empresas, asociaciones académicas, equipos deportivos y artistas, entre otros actores sociales, pongan fin a su complicidad o se nieguen a implicarse en las violaciones de derechos humanos cometidas por Israel.
Esta vez, sin embargo, innumerables gobiernos y medios de comunicación occidentales están repitiendo como auténticos papagayos desinformación perniciosa, mientras afirman que la última crisis comenzó el 7 de octubre pasado con un ataque “no provocado” contra Israel. Calificar de “no provocada” la incursión de los grupos palestinos no sólo carece de ética, sino que constituye un típico tropo racista antipalestino, que nos considera seres humanos relativos, que no merecemos el disfrute de derechos humanos plenos. ¿Por qué otra razón si no podrían considerarse la implacable y lenta muerte, así como la violencia estructural resultante del régimen de injusticia impuestas contra nosotros por el Estado israelí desde hace setenta y cinco años, invisibles o no merecedoras de condena ni acreedoras de la correspondiente rendición de cuentas por parte de Israel?
La reacción del oprimido, se considere o no legal o éticamente justificable, es siempre eso, una reacción a la violencia inicial del opresor
Me inspiran las palabras del filósofo brasileño Paulo Freire, que escribió: “Con el establecimiento de una relación de opresión, la violencia ya ha comenzado. Nunca en la historia la violencia ha sido iniciada por los oprimidos [...]. La violencia es iniciada por aquellos que oprimen, que explotan, que no reconocen a los demás como personas, no por aquellos que son oprimidos, explotados y no reconocidos”. La reacción del oprimido, se considere o no legal o éticamente justificable, es siempre eso, una reacción a la violencia inicial del opresor.
En armonía con el derecho internacional, el movimiento BDS ha defendido sistemáticamente el derecho del pueblo palestino a resistir la ocupación militar y la colonización de Israel “por todos los medios disponibles, incluida la resistencia armada”, tal y como estipulan numerosas resoluciones de la ONU, entre ellas la Res. 37/43 de la AGNU) y la Res. 45/130 de la AGNU, con estricto cumplimiento de la prohibición de “atacar a no combatientes”. Está prohibido hacer daño a civiles, ya sea por parte del opresor o del oprimido, a pesar del enorme desequilibrio de poder y de la igualmente inmensa asimetría moral existente entre ambos.
Incluso antes del 7 de octubre, el gobierno manifiestamente de extrema derecha de Israel, el más racista, fundamentalista y sexista de su historia, había intensificado sus despiadados ataques contra las vidas y los medios de subsistencia de millones de palestinos con total impunidad. El hecho de que la Cisjordania ocupada esté bajo el control parcial de la Autoridad Palestina, implicada en la “coordinación de seguridad” con la ocupación israelí, no ha salvado a los palestinos que allí habitan de una Nakba continua de pogromos, ejecuciones extrajudiciales, desposesión, anexión, construcción de asentamientos ilegales, humillación diaria y negación de derechos básicos.
Los palestinos de Gaza se enfrentan a una oleada sin precedentes de bombardeos israelíes indiscriminados, con munición de fósforo blanco incluida
Comprender el contexto y las causas de la resistencia no implica aceptar sus tácticas de atacar a civiles, siendo el contexto en este caso estremecedor. Los palestinos de Gaza se enfrentan a una oleada sin precedentes de bombardeos israelíes indiscriminados, con munición de fósforo blanco incluida, que han tenido como objetivo escuelas, universidades, barrios residenciales enteros, redes de telecomunicaciones, mercados, mezquitas, así como trabajadores sanitarios del Comité Internacional de la Cruz Roja, personal de la ONU y ambulancias, que ha costado la vida a más de 1.030 niños.
Para agravar este horror, el ejército israelí ha cortado por completo el suministro de agua, alimentos, medicinas y electricidad a Gaza, aplicando su Doctrina Dahiya. Desarrollada en 2008 en colaboración con la Universidad de Tel Aviv, esta doctrina exige atacar a civiles e infraestructuras civiles con una “fuerza desproporcionada” para infligir una destrucción devastadora, lo que constituye un crimen de guerra. El martes, un portavoz del ejército israelí admitió lo siguiente: “En los ataques [a Gaza] nos concentramos en el daño, no en la precisión”. Tratando de justificar su decisión de imponer un “asedio total” a millones de palestinos, el ministro de Guerra israelí, Yoav Gallant, declaró: “Luchamos contra animales humanos y actuamos en consecuencia”. Lamentando la pérdida de vidas civiles en ambos bandos, sin tomar partido ni ignorar la opresión de décadas, Jewish Voice for Peace, la organización antisionista de izquierda estadounidense, condenó el racismo de Gallant afirmando: “Como judíos, sabemos lo que ocurre cuando se llama animales a las personas. Podemos y debemos detener esto. Nunca más significa nunca más, para nadie”.
De hecho, hace unos meses, el estudioso del genocidio Michael Barnett planteó la siguiente pregunta: “¿Está Israel al borde del genocidio?”. Dada la total impunidad de Israel, envalentonado por la arraigada complicidad estadounidense y europea, y dada la atmósfera de deshumanización imperante, el estudioso israelí del genocidio Raz Segal cree que su ataque a Gaza es “un caso de genocidio de manual”. En una situación de violencia tan espantosa, la coherencia moral es indispensable. Quienes no han condenado la violencia original y continuada de la opresión carecen de legitimidad moral para condenar los actos ilegales o inmorales de violencia cometidos por los oprimidos.
En realidad, lo que es realmente crucial en estos momentos, lo que constituye la obligación ética más profunda en el momento presente es actuar para poner fin a la complicidad. Sólo así podemos esperar acabar verdaderamente con la opresión y la violencia. Como muchos otros, los palestinos amamos y cuidamos. Tememos y nos atrevemos. Esperamos y a veces desesperamos. Pero, por encima de todo, aspiramos a vivir en un mundo más justo en el que no existan jerarquías de sufrimiento ni jerarquías de valor humano y en el que se aprecien y defiendan los derechos y la dignidad humana de todos y cada uno de sus habitantes.
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