Los últimos días de los pozos: “Decíamos la puta mina, pero vivíamos de ella”

La minería significó, en apenas siglo y medio, un viaje de ida y vuelta en las cuencas del Principado. La depresión económica que viven en la actualidad es una alerta de lo que puede ocurrir a partir del cierre de la minería subvencionada el 31 de diciembre en España.

Rioturbio (Mieres, Asturias).
Teresa Suárez Zapater Una mujer atraviesa uno de los patios interiores de la barriada de Rioturbio (Mieres, Asturias).
27 ago 2018 06:25

El tac tac del pico contra la piedra, las palas rasgando el suelo y el relámpago de la dinamita hicieron vibrar durante décadas la Cuenca del Caudal (Asturias). En la superficie se levantaron poblados mineros. En el subsuelo, se cavaban los pozos. Miles de personas agujereaban las montañas. Sobre esa tierra nerviosa nació Rioturbio en 1958: un pueblo con 602 viviendas para acoger a los miles de migrantes que se instalaron aquí buscando vetas de carbón. Las empresas le dijeron al Gobierno “las casas tienen que estar cerca del trabajo”, narra Ángel Luis García, uno de sus vecinos.

Carmen llegó con 23 años desde Jaén: “Esto estaba siempre lleno de chavales, con su chiringuito y el economato. Había, y ahora ya no hay nada”, rememora sentada en un banco al sol. Hace 18 años, cerró el pozo Tres amigos, el último que dio de comer a gran parte de los habitantes de San Juan, el pequeño valle donde está ubicado Rioturbio.

El próximo 31 de diciembre, comarcas enteras de Asturias y León contemplarán un escenario parecido: el final de su principal motor económico. En esa fecha, echarán la cadena y el cerrojo en todas las minas de carbón que no puedan subsistir sin ayuda estatal.

En cambio, en la zona turolense de Andorra Sierra de Arcos permanecerán abiertas, por ahora, las únicas explotaciones de este mineral de España.

Ha pasado casi una generación después del cierre de la minería programado por el Gobierno en la Cuenca del Caudal. La despoblación se hace evidente en casas y negocios con las persianas echadas. En la carretera que unía los pozos con los centros urbanos, la vegetación se come las bocaminas. Y los caminos a las minas de Polio y Tres Amigos se difuminan entre la grava y el barro.

Chelo Argüelles tuvo un bar durante doce años en Vegadotos, al pie de Tres amigos. En su local, tras terminar la jornada, se podía escuchar a un cantaor andaluz acompañado de un guitarrista asturiano. Entre los clientes también había gallegos, extremeños y portugueses. “Les llamaban los sequías porque hubo varios años malos en el campo y se vinieron para aquí”, recuerda Paulino Pardo, barrenista en Polio.

Perdemos población: entre 2.000 y 3.000 personas al año”, explica Juan Antonio, de 34 años, concejal de Mieres “nos hemos quedado huérfanos y sin alternativas socio laborales. No tenemos futuro”, resume

Paisanas Río Turbio
Un grupo de mujeres, primeras migrantes en intalarse en este barrio, hablan cerca de la pista de juegos de la barriada. A la derecha, Carmen, de Jaén, recuerda los inicios de Rioturbio. Teresa Suárez Zapater

Otro compañero, Florentino Álvarez, de Tres Amigos, subraya la buena integración de personas con orígenes tan diversos: “En aquellos años no ocurre como ahora: se aceptaba a todo el mundo. Además el trabajo tan duro te obligaba a tener compañerismo”, recuerda este hombre, tercera generación en bajar a buscar carbón. “Al portugués le decías ‘el portu’ pero era un mote cariñoso”, concluye.

El robo de la herencia

Para tomar el pulso de la Cuenca del Caudal, todavía están los bares. Por un lado, Rioturbio se apaga: “Quedan dos, de once que había, y por la calle no veo a nadie”, comenta Chelo. La localidad llegó a tener “3.000 habitantes y ahora somos solo 966”, explica Ángel Luis.

En Mieres, en cambio, “es de los lugares en Europa donde hay más concentración” de tabernas, detalla Juan Antonio González Ponte, concejal de Empleo en el Ayuntamiento. “Las prejubilaciones mantienen esos bares”, opina Paulino, que lleva dos décadas retirado. Él se centró en hacer deporte pero conoce a otros que “en casa no estaban… y se habían quedado sin trabajo”, comenta.

Por tanto, es un combate con el final pactado: cuando se mueran los antiguos mineros, en Mieres cerrará parte de su tejido económico. A su vez, estos estertores provocan que, cada año, “perdamos población, entre 2.000 y 3.000 personas”, analiza el concejal. En la década de 1960, había 70.000 vecinos y, ahora, unos 39.000.

Juan Antonio, de 34 años, comparte que la desindustrialización está hundiendo a la antigua capital minera. Su generación, sin el carbón, está “huérfana”, reconoce. “Y no hay alternativas sociolaborales, no tenemos futuro”, añade.

Mieres tiene seis puntos más de desempleo que la media de Asturias (19,28% frente a 13,1%). Juan Antonio, nieto de mineros, comparte este paisaje todavía con muchos de sus mejores amigos. Y la mayoría están en paro. “Ya vivimos peor que nuestros padres”, resume.

Los castilletes de los pozos, los lavaderos y las bocaminas parecen ahora estatuas inútiles del pasado. De igual forma, en Mieres se levanta entre el paisaje urbano el Campus de la Universidad de Oviedo donde se imparte el Grado en Ingeniería de los Recursos Mineros y Energéticos. Ahí estudió el hijo de Paulino y ahora tampoco tiene trabajo. Según las cifras registradas en el primer semestre de 2018, el 48% de los desempleados de la ciudad tienen entre 25 y 45 años.

Pozo Polio -mina abandonada
Aspecto interior de las instalaciones del Pozo Polio, cerrado en 1994 y considerado uno de los pozos más modernos de toda la Cuenca del Caudal. Teresa Suárez Zapater

Por eso, el padre reflexiona: “Las prejubilaciones ayudaron mucho a que no protestáramos. Íbamos a casa con un buen jornal pero hasta muchos años después no te das cuenta de que los hijos no tienen nada y se tienen que marchar de aquí”.

Las cuencas siguen siendo colinas verdes, cielos grises y chapas de metal. Pero la mancha marrón del óxido infecta poco a poco a los castilletes o a las jaulas de los pozos. Y, ahora, es un color más del paisaje asturiano.

José Luis Soto García, antiguo empleado de los pozos San José y Santiago, reconoce el impacto medioambiental que su actividad tuvo en la naturaleza: “Se destrozó con la minería. Nuestros abuelos pasaron de los prados a esa cosa negra que salía del monte y transformaron el entorno”, sentencia.

Aun así, desde el Ayuntamiento, Juan Antonio defiende que no se cierre esta actividad: “En Izquierda Unida exigimos el carbón autóctono frente al de importación. No es incompatible con ser ecologista si se cumplen los parámetros sostenibles marcados”.

Aunque reconoce que no se “puede engañar a la gente con una nueva reconversión industrial”, apunta, “a pesar de que hay carbón a esgaya (en abundancia), como decimos aquí, estamos en la Unión Europea y esta se caracteriza por la lucha a muerte, la competencia, entre países por carbón más rentable”, argumenta.

“Al final se gastó en construir carreteras que servían más bien para marchar la gente de aquí antes de para que venga”, razona un exminero de Santa Bárbara

Desde 1998, el Gobierno ha impulsado tres planes de desarrollo en las comarcas mineras. “Había dinero pero faltaba previsión”, explica Soto. La Sindicatura de cuentas del Principado de Asturias fue más allá en un informe de 2012: “La gestión actual es poco eficiente tanto desde el punto de vista operativo, como en su reflejo financiero”.

En ese análisis de los dos primeros planes mineros, los autores destacan que entre 1998 y 2005 el 79% de los proyectos eran infraestructuras, el 13% planes generadores de empleo y, el 7%, formación. En los siguientes seis años, se planeó destinar el 85% de los fondos a transportes y urbanismo; y, solo, el 3%, para educación. La partida sobrante se dividió a partes casi iguales entre medio ambiente y suelo industrial.

En el periodo del 2013 al 2018, el Gobierno central ha comprometido ayudas de 158 millones de euros para las cuencas asturianas. En total, se presupuestaron 1.922 millones de euros para mantener el pulso de las comarcas mineras del Principado.

La Sindicatura de cuentas calcula que, hasta 2012, 1.135 millones de euros se habían destinado para construir autovías y nacionales. “Al final se gastó en construir carreteras que servían más bien para marchar la gente de aquí antes de para que venga”, razona el exminero de Santa Bárbara. En cambio, el campus de Mieres costó 135 millones de euros.

Fin de la minería Asturias
Un camión con carbón recorre una carretera cercana a la barriada de Rioturbio (Mieres). Teresa Suárez Zapater

Memoria minera

El tac tac del pico, el rascar de las palas o el estruendo de la dinamita se han callado. Los montes han dejado de vibrar. Pero los castilletes en las colinas asturianas son también un recuerdo de los días en que los mineros pelearon por su trabajo. Las movilizaciones en las cuencas pusieron en pie a las diferentes generaciones.

Por eso, en la actualidad, incluso las protestas mineras de 2012 parecen un recuerdo muy lejano. “Hay cierta vergüenza en Asturias de recordar la historia minera”, reflexiona Soto. Desde hace casi una década, él y otros compañeros se ocupan de preservar y dar a conocer el patrimonio minero. 

En los últimos años, la Asociación Santa Bárbara, ha recuperado bocaminas, un reloj del siglo XIX y organiza anualmente unas jornadas de historia y patrimonio minero. 

Aunque Soto piensa en el pasado y reconoce su culpa: “No se trasladó a los hijos e hijas esta cultura. Se les decía: estudia, olvídate de todo: no vayas a la mina”. Por eso cree que este mensaje al final acabó perforando en la generación siguiente: “Y ahora nos falta autoestima a todos los niveles”, apunta.

Desde Santa Bárbara, Soto también defiende recuperar la parte inmaterial en torno a la minería: “No fue todo de color de rosa: hubo muchos muertos, familias rotas, porque de alguna manera valía más el carbón que el minero. Y eso hay que recordarlo”, señala.

En la cuenca de Mieres fallecieron 49 trabajadores en los últimos 100 años; fueron 124 en toda Asturias, aunque en su estudio Catástrofes mineras asturianas, el ingeniero técnico de minas Mario García Antuña eleva a más de 5.000 los fallecimientos en las minas desde 1889. Ese dolor dejó además muchas mujeres viudas que tuvieron que hacerse cargo por completo de las familias. “Mi abuela tenía dos hijos y trabajó en la mina”, explica con orgullo Soto.

Entre el patrimonio de las cuencas, queda también la barriada minera de Rioturbio. Lo que fue un ejemplo de integración entre personas de diferentes orígenes, ahora es casi una ciudad fantasma. “Si alguien viene lo único que va a ver es una barriada degradada, nada más. Hay medio centenar de viviendas vacías, otras en venta o en poder de los bancos. La gente se fue y las dejó ahí, resume Ángel Luis.

La hija de Soto fue una de las que cogió la autopista. Estudió en Madrid, estuvo en Londres, pero su padre le recuerda: “Irás a donde quieras, harás lo que quieras, pero no te olvides nunca de que tu bisabuelo murió en la mina y tu abuelo fue minero al igual que tu padre”.

Paulino, del pozo Polio, recorre también esa memoria dura pero propia cuando sentencia: “Decíamos la puta mina, pero vivíamos de ella. Era todo: desde nuestras familias a lo que fue Mieres”.

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