El silencio como arma en la frontera armenia

Se cumplen dos años de la ofensiva militar de Azerbaiyán contra Nagorno Karabaj, que significó el desplazamiento forzado de más de cien mil personas. En la frontera ya no hay trincheras ni columnas de humo, pero el silencio del éxodo lo cubre todo.
El silencio como arma en la frontera de Armenia - 2
Borja Abargues Retrato de Hamlet (57 años, Goris). Este militar de la comarca de Syunik ingresó en el ejercito armenio en 1986. Hasta el momento sigue de servicio militar en la frontera armenia desde la ciudad de Goris. “Aquí nadie se preocupa por nosotros. Estamos muy solos, y no nos queda otra seguir defendiéndonos como podamos, si no, nos acabarán arrebatando todo lo que tenemos. Es inimaginable la sensación de ver cómo te quitan absolutamente todo. Hemos visto cómo se apoderaban de nuestras tierras y echaban a la gente de sus casas mientras el mundo miraba hacia otro lado. Queda claro que los armenios no le importamos a nadie”.

@borjaabargues

Armenia.
20 sep 2025 08:00

En Syunik, una aldea anclada en la frontera que separa Armenia de Azerbaiyán, el tiempo parece haberse detenido entre las cicatrices de la guerra, el abandono social y el miedo racional a que el conflicto reaparezca de nuevo. Miedo a que se repitan las crudas escenas de muerte, de pérdida de tierras y el éxodo masivo de personas armenias, que aún late en la memoria colectiva.

Cada aldea fronteriza de la provincia es testigo mudo del desplazamiento forzado tras la ofensiva de septiembre de 2023, que dejó más de 100.000 armenios exiliados del Nagorno-Karabaj. Entre ese éxodo masivo se encontraba Hranush, quien subió en el último autobús que partió de Stepanakert el 29 de septiembre, y que hoy sobrevive en un modesto alojamiento en Jermuk, donde las ayudas estatales a los refugiados del Nagorno comienzan a reducirse drásticamente.

En las aldeas del sur y este de Armenia no hay trincheras abiertas ni tampoco columnas de humo. Pero hay algo mucho más persistente: un silencio que lo cubre todo. Un silencio denso, heredado del éxodo desde la República de Artsaj

En Yeraskhy, a escasos 200 metros de la frontera con Azerbaiyán, también vive Tamar. Una pensión de “viuda de mártir” y un empleo en una destilería de coñac no le alcanza para mudarse lejos de la divisoria, sobre todo cuando por las noches el silbido de las balas perfora la oscuridad de su pequeña casa en el campo.

Muy cerca de una férrea línea militar, la familia Dilanchyan cuida a los animales de su granja en Nerkin Khndoresk, con el sueldo de profesor de Samuel apenas les da para vivir y la tierra árida no da para más.

En las aldeas del sur y este de Armenia no hay trincheras abiertas ni tampoco columnas de humo. Pero hay algo mucho más persistente: un silencio que lo cubre todo. Un silencio denso, heredado del éxodo desde la República de Artsaj, de las fronteras tensas con Azerbaiyán, de la amenaza que no estalla, pero que tampoco se va. Este es el silencio de los desplazados que aún buscan dónde reconstruir su vida sin las ayudas prometidas, de los militares que vigilan la colina armenia cada día y noche, el silencio de los hogares donde la guerra se cuela como una sombra más. Aquí, la línea que separa la paz de la guerra es fina, y se puede escuchar en lo que no se dice.

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Vista aérea del pequeño pueblo de Nerkin Khndzoresk, a escasos 600 metros de la frontera con Azerbaiyán. Perteneciente a la provincia de Syunik y rodeada de granjas, campos de cultivo y caminos de tierra, se trata de una aldea dormitorio. Una gran cantidad de militares pernoctaba allí antes de enrolarse en las filas del ejército armenio en la guerra del Nagorno Karabaj.
Vista aérea del pequeño pueblo de Nerkin Khndzoresk, a escasos 600 metros de la frontera con Azerbaiyán. Perteneciente a la provincia de Syunik y rodeada de granjas, campos de cultivo y caminos de tierra, se trata de una aldea dormitorio. Una gran cantidad de militares pernoctaba allí antes de enrolarse en las filas del ejército armenio en la guerra del Nagorno Karabaj.
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Las calles se vacían mientras cae la noche en la ciudad de Goris. La vida de los armenios del Nagorno Karabaj cambió drásticamente aquel mes de septiembre de 2023. Un bloqueo humanitario y el posterior ataque azerí obligó a miles de personas a enfrentarse a enormes desafíos emocionales y prácticos. Este es un relato en el que la angustia de los rostros contrasta con el vacío de soluciones políticas, mientras la sociedad armenia sufre el desgarro de una diáspora impuesta y la erosión de la poca esperanza que les queda.
Las calles se vacían mientras cae la noche en la ciudad de Goris. La vida de los armenios del Nagorno Karabaj cambió drásticamente aquel mes de septiembre de 2023. Un bloqueo humanitario y el posterior ataque azerí obligó a miles de personas a enfrentarse a enormes desafíos emocionales y prácticos. Este es un relato en el que la angustia de los rostros contrasta con el vacío de soluciones políticas, mientras la sociedad armenia sufre el desgarro de una diáspora impuesta y la erosión de la poca esperanza que les queda.
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Rafik Dilanchyan en su granja de Nerkin Khndzoresk, a escasos 600 metros de la frontera con Azerbaiyán. Rafik es un militar jubilado que vive junto a su hijo, nuera y tres nietos en una pequeña granja familiar. “Todo esto que tenemos nos lo hemos ganado con nuestro trabajo. Nos sentimos desprotegidos, pero no nos queda otra que protegernos y seguir luchando para poder seguir sobreviviendo… ¿Miedo a los azeríes? No tengo miedo a nadie. Protegeré a mi familia como he protegido a mi país”, añade.
Rafik Dilanchyan en su granja de Nerkin Khndzoresk, a escasos 600 metros de la frontera con Azerbaiyán. Rafik es un militar jubilado que vive junto a su hijo, nuera y tres nietos en una pequeña granja familiar. “Todo esto que tenemos nos lo hemos ganado con nuestro trabajo. Nos sentimos desprotegidos, pero no nos queda otra que protegernos y seguir luchando para poder seguir sobreviviendo… ¿Miedo a los azeríes? No tengo miedo a nadie. Protegeré a mi familia como he protegido a mi país”, añade.
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Lida, en el dormitorio de su casa en Khnatsakh. Lida vive junto a su marido en esta pequeña aldea a escasos cien metros de la base militar armenia con el mismo nombre, y a menos de 500 metros de la frontera con Azerbaiyán. Tiene dos hijos, el mayor vive en Moscú y el más pequeño vive en una casa independiente junto a la del matrimonio. “Es duro vivir tan cerca de la frontera, ya que cualquier día puede volver a estallar el conflicto, y sabemos que las fronteras son puntos muy calientes. Muchas noches se escuchan las balas pasar por encima de casa… No se trata de miedo, es más bien respeto. Estamos muy acostumbrados a vivir así… Son muchos años conviviendo con el conflicto”. Lida se muestra mucho más preocupada por el abandono institucional que sufren, que por el conflicto con Azerbaiyán: “Vivimos en una zona, totalmente, abandonada por el gobierno. Nadie se interesa por nosotros y por nuestra seguridad… A veces pienso que no interesamos a nuestros propios mandatarios, ya que vivimos en un abandono social sistemático.”
Lida, en el dormitorio de su casa en Khnatsakh. Lida vive junto a su marido en esta pequeña aldea a escasos cien metros de la base militar armenia con el mismo nombre, y a menos de 500 metros de la frontera con Azerbaiyán. Tiene dos hijos, el mayor vive en Moscú y el más pequeño vive en una casa independiente junto a la del matrimonio. “Es duro vivir tan cerca de la frontera, ya que cualquier día puede volver a estallar el conflicto, y sabemos que las fronteras son puntos muy calientes. Muchas noches se escuchan las balas pasar por encima de casa… No se trata de miedo, es más bien respeto. Estamos muy acostumbrados a vivir así… Son muchos años conviviendo con el conflicto”. Lida se muestra mucho más preocupada por el abandono institucional que sufren, que por el conflicto con Azerbaiyán: “Vivimos en una zona, totalmente, abandonada por el gobierno. Nadie se interesa por nosotros y por nuestra seguridad… A veces pienso que no interesamos a nuestros propios mandatarios, ya que vivimos en un abandono social sistemático.”
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Un turista armenio en la montaña del monasterio de Khor Virap, muy cerca de la frontera con Turquía. A pocos kilómetros de la capital armenia se impone un paisaje montañoso presidido por el monte Ararat. Aldeas como Pokr Vedi fueron el destino elegido por algunos de los refugiados armenios del Nagorno Karabaj. Su cercanía a Ereván y el marcado simbolismo religioso de la zona hicieron de los alrededores del monasterio un lugar de peregrinación y asentamiento.
Un turista armenio en la montaña del monasterio de Khor Virap, muy cerca de la frontera con Turquía. A pocos kilómetros de la capital armenia se impone un paisaje montañoso presidido por el monte Ararat. Aldeas como Pokr Vedi fueron el destino elegido por algunos de los refugiados armenios del Nagorno Karabaj. Su cercanía a Ereván y el marcado simbolismo religioso de la zona hicieron de los alrededores del monasterio un lugar de peregrinación y asentamiento.
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Fotografías de militares armenios expuestas en la panadería de Tavit en la localidad de Nerkin Khndzoresk, a 600 metros de la frontera con Azerbaiyán. “Recuerdo en plena guerra abrir el obrador para esconder aquí a los militares armenios que estaban luchando en el Nagorno Karabaj. Estuvimos conviviendo con ellos mucho tiempo… Les dábamos de comer y les escondíamos de los azeríes que los buscaban continuamente. Aportamos nuestro grano de arena en un conflicto tan injusto como el que nos tocó vivir”.
Fotografías de militares armenios expuestas en la panadería de Tavit en la localidad de Nerkin Khndzoresk, a 600 metros de la frontera con Azerbaiyán. “Recuerdo en plena guerra abrir el obrador para esconder aquí a los militares armenios que estaban luchando en el Nagorno Karabaj. Estuvimos conviviendo con ellos mucho tiempo… Les dábamos de comer y les escondíamos de los azeríes que los buscaban continuamente. Aportamos nuestro grano de arena en un conflicto tan injusto como el que nos tocó vivir”.
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Hranush Yengibaryan en la cocina de su piso en Jermuk: “Adaptarme a mi nueva vida en Armenia no fue fácil. Aunque sea mi país, estaba acostumbrada a la vida en Stepanakert. Desde que tuve que dejar mi casa, nada ha vuelto a ser lo mismo. Llegué en 2023 a la ciudad de Goris junto a un grupo de refugiados. Nos llevaron directos a unos pisos en Hrazdan y estuvimos una breve temporada allí, ya que en un mes nos comunicaron que debíamos buscarnos alojamiento. Gracias a una amiga de mis sobrinas encontré esta vivienda en Jermuk y llevo a aquí un año y dos meses”. El 29 de septiembre de 2023, Hranush fue forzada a salir de su casa en Azatamartikner en el distrito de Stepanakert y, actualmente, vive con una pensión de refugiado de 110 euros al mes en un piso alquilado de 50 m2.
Hranush Yengibaryan en la cocina de su piso en Jermuk: “Adaptarme a mi nueva vida en Armenia no fue fácil. Aunque sea mi país, estaba acostumbrada a la vida en Stepanakert. Desde que tuve que dejar mi casa, nada ha vuelto a ser lo mismo. Llegué en 2023 a la ciudad de Goris junto a un grupo de refugiados. Nos llevaron directos a unos pisos en Hrazdan y estuvimos una breve temporada allí, ya que en un mes nos comunicaron que debíamos buscarnos alojamiento. Gracias a una amiga de mis sobrinas encontré esta vivienda en Jermuk y llevo a aquí un año y dos meses”. El 29 de septiembre de 2023, Hranush fue forzada a salir de su casa en Azatamartikner en el distrito de Stepanakert y, actualmente, vive con una pensión de refugiado de 110 euros al mes en un piso alquilado de 50 m2.
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Arthur y Grigor acaban de enterrar a su padre en el Cementerio de Khor Virap, cerca de la frontera con Turquía. Aunque hay cierta incertidumbre en las cifras oficiales, se estima que entre la primera guerra de 1988 y los últimos enfrentamientos en 2023 ha habido alrededor de 30.000 muertos y miles de desaparecidos. Estos enfrentamientos han provocado también el éxodo de miles de armenios alrededor del mundo, creando así una diáspora armenia que supera en número de población a la que reside en el propio país.
Arthur y Grigor acaban de enterrar a su padre en el Cementerio de Khor Virap, cerca de la frontera con Turquía. Aunque hay cierta incertidumbre en las cifras oficiales, se estima que entre la primera guerra de 1988 y los últimos enfrentamientos en 2023 ha habido alrededor de 30.000 muertos y miles de desaparecidos. Estos enfrentamientos han provocado también el éxodo de miles de armenios alrededor del mundo, creando así una diáspora armenia que supera en número de población a la que reside en el propio país.
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Una niña sale en coche junto a su padre de la localidad de Armash, a tres kilómetros de la frontera con Azerbaiyán. “No podemos dejar de pensar que a pocos kilómetros están aquellos que se enfrentaron a nosotros… Esas fronteras están manchadas de sangre. Me pregunto por qué nos hicieron tanto daño y por qué arrasaron con todo. Creo que no miento si digo que nunca podremos perdonar a los azeríes por todo lo que hicieron”, dice Khatcho Hakopyan, vecino de Armash y cuyo padre fue asesinado en su casa por el ejército azerí un 28 de junio de 1992.
Una niña sale en coche junto a su padre de la localidad de Armash, a tres kilómetros de la frontera con Azerbaiyán. “No podemos dejar de pensar que a pocos kilómetros están aquellos que se enfrentaron a nosotros… Esas fronteras están manchadas de sangre. Me pregunto por qué nos hicieron tanto daño y por qué arrasaron con todo. Creo que no miento si digo que nunca podremos perdonar a los azeríes por todo lo que hicieron”, dice Khatcho Hakopyan, vecino de Armash y cuyo padre fue asesinado en su casa por el ejército azerí un 28 de junio de 1992.
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