Armenia
El silencio como arma en la frontera armenia

En Syunik, una aldea anclada en la frontera que separa Armenia de Azerbaiyán, el tiempo parece haberse detenido entre las cicatrices de la guerra, el abandono social y el miedo racional a que el conflicto reaparezca de nuevo. Miedo a que se repitan las crudas escenas de muerte, de pérdida de tierras y el éxodo masivo de personas armenias, que aún late en la memoria colectiva.
Cada aldea fronteriza de la provincia es testigo mudo del desplazamiento forzado tras la ofensiva de septiembre de 2023, que dejó más de 100.000 armenios exiliados del Nagorno-Karabaj. Entre ese éxodo masivo se encontraba Hranush, quien subió en el último autobús que partió de Stepanakert el 29 de septiembre, y que hoy sobrevive en un modesto alojamiento en Jermuk, donde las ayudas estatales a los refugiados del Nagorno comienzan a reducirse drásticamente.
En las aldeas del sur y este de Armenia no hay trincheras abiertas ni tampoco columnas de humo. Pero hay algo mucho más persistente: un silencio que lo cubre todo. Un silencio denso, heredado del éxodo desde la República de Artsaj
En Yeraskhy, a escasos 200 metros de la frontera con Azerbaiyán, también vive Tamar. Una pensión de “viuda de mártir” y un empleo en una destilería de coñac no le alcanza para mudarse lejos de la divisoria, sobre todo cuando por las noches el silbido de las balas perfora la oscuridad de su pequeña casa en el campo.
Muy cerca de una férrea línea militar, la familia Dilanchyan cuida a los animales de su granja en Nerkin Khndoresk, con el sueldo de profesor de Samuel apenas les da para vivir y la tierra árida no da para más.
En las aldeas del sur y este de Armenia no hay trincheras abiertas ni tampoco columnas de humo. Pero hay algo mucho más persistente: un silencio que lo cubre todo. Un silencio denso, heredado del éxodo desde la República de Artsaj, de las fronteras tensas con Azerbaiyán, de la amenaza que no estalla, pero que tampoco se va. Este es el silencio de los desplazados que aún buscan dónde reconstruir su vida sin las ayudas prometidas, de los militares que vigilan la colina armenia cada día y noche, el silencio de los hogares donde la guerra se cuela como una sombra más. Aquí, la línea que separa la paz de la guerra es fina, y se puede escuchar en lo que no se dice.









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