Opinión
Apuntes para una batalla de las ideas

Vox es la punta de lanza en España de una cruzada intelectual. Plantemos batalla en el terreno de las ideas, pero partiendo de un consenso común que nos distinga del orden neoliberal reinante.

2 ene 2019 13:39

De un tiempo a esta parte, Vox, como anteriormente le ocurrió a Podemos, enseñorea todos los debates presentándose como esperanza o amenaza. A diferencia de la formación morada, el partido de Santiago Abascal no parece tener tan claro que vaya con sus acólitos a asaltar los cielos —aparte de que, dándose el caso, trataría de defenderlos—. En este punto se presenta más humilde. Es consciente de que la influencia que puede ejercer no deriva tanto de su fuerza electoral —sus casi 400.000 votos en Andalucía son respetables, pero minoritarios—, sino de su capacidad de influencia en la agenda política: de marcar prioridades, proponer medidas y rechazar otras.

Frente a la derecha tecnocrática que tiende a eludir las disquisiciones intelectuales —la denostada “derechita cobarde”—, Vox aparece como una auténtica fábrica de ideas, y es precisamente aquí donde reside gran parte de su atractivo. A finales de 2017, Abascal se adhirió de manera entusiasta a la Declaración de París por “una Europa en la que podemos creer”. Partiendo de la constatación de estar viviendo una crisis, el manifiesto, suscrito por algunos de los académicos más conservadores del continente, es una llamada al combate contra la llamada falsa Europa, aquella que cree en el progreso de la historia, los derechos humanos, la igualdad, la diversidad… valores todos ellos propios de una utopía que, para estos ojos reaccionarios, se transmuta automáticamente en distopía.

El espíritu de las Luces y su énfasis en la emancipación constituyan por fuerza nuestro punto de partida alternativo

Que Marine Le Pen y Matteo Salvini hayan llamado a salvar a “la verdadera Europa” ya es de por sí suficientemente indicativo de cómo han calado las soflamas de la Declaración de París.

¿Qué hacemos con el manifiesto de nuestra particular alt-right? Combatir sus ideas con ideas. No deja de ser llamativo que la Declaración de París aluda a las raíces grecorromanas y cristianas de Europa, dotando así a su causa de una connotación sagrada, como si fuera otra guerra santa como las que se predicaron contra los idólatras, los musulmanes, los herejes protestantes y los impíos revolucionarios —aunque ahora, en principio, no se hable de tomar las armas—.

Ni una sola referencia a la Ilustración, eludida por su carácter secularizador y contrario a las tradiciones. De ahí que, por más tinieblas que contengan, el espíritu de las Luces y —especialmente— su énfasis en la emancipación constituyan por fuerza nuestro punto de partida alternativo.

Porque lo que nos distingue de los defensores del statu quo es que no tenemos miedo de los cambios

Aunque el tiempo no pueda ser representado como una flecha disparada hacia adelante, durante los siglos hemos ido acumulando una experiencia histórica. Hoy sabemos —aunque haya quienes prefieran no reconocerlo— que, al contrario de lo que se pensaba en el siglo XVIII, la cultura europea no es ni intelectual ni éticamente superior a ninguna otra; la diversidad, asimismo, nos ha demostrado la relatividad de los estándares morales. Sin embargo, continuamos pensando que los seres humanos tienen derechos inherentes, como son la libertad y la igualdad, aunque —y es esto lo que nos separa del pensamiento y la política mainstream— no nos cabe duda de que solo pueden ser disfrutados si son desarrollados en la práctica, lo que nos lleva a asumir un compromiso. Porque, como recuerdan dos filósofos provenientes de una de esas minorías a las que la Declaración de París niega su condición de europea, pero cuyas obras iluminan nuestro pensamiento, Spinoza y Marx, ser implica hacer y conocer la realidad supone transformarla.

Porque lo que nos distingue de los defensores del statu quo es que no tenemos miedo de los cambios. Si bien madame de Stäel apuntaba en sus Consideraciones sobre la Revolución Francesa que uno de los errores de los revolucionarios fue hacer tabula rasa con las instituciones del Antiguo Régimen, ¿qué otra cosa cabría hacer con las ruinas? Especialmente si, como se ufanaba un Buenaventura Durruti en plena revolución social de 1936, llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones.

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