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Permítanme mostrar mi creciente y hondo pesimismo sobre el devenir de nuestras sociedades democráticas. Los tiempos actuales se asemejan, aunque con rima y métrica diferente, a aquellos vividos en la segunda mitad de los felices años 20. Desigualdad, pobreza, corrupción, totalitarismo, deshumanización…, aderezado con los rasgos distintivo del tiempo presente, por encima de todo la esquilmación sin paliativos de los recursos naturales y su impacto en un cambio climático ya irreversible.
Permítanme una segunda confesión. Mejor dicho, un mea culpa. Nosotros, los economistas, somos una de las principales fuentes del problema. En nuestras recomendaciones, en nuestras propuestas hay ausencia de una visión, de un conjunto de aquellos conceptos políticos y sociales compartidos, de los que depende, en última instancia, la economía. Detrás de todo, el fundamentalismo de mercado. Según este nuevo catecismo, las exigencias humanas y democráticas solo pueden satisfacerse ahora en la medida en que se sometan a las fuerzas inquebrantables del “mercado”, al que debe darse el máximo margen de acción para coordinar la gran diversidad de decisiones económicas y controlar con eficacia la demanda y la oferta.
¿Quieren un ejemplo? Vean la reacción de los burócratas de Bruselas ante cualquier intento de modificar el diseño del mercado eléctrico del que nos hemos dotado. Anteponen el fundamentalismo de mercado, ya no solo a los derechos humanos básicos, sino a la eficiencia misma. Obviamente, y así lo asumieron, el mercado no podía garantizar el pleno empleo, la justicia distributiva o la protección del medio ambiente. El resultado fue un nuevo papel de los economistas como portavoces de los mercados y, junto a ellos, el surgimiento de nuevos expertos estratégicos y especialistas en políticas que hablaban de “lo que gana” y “lo que funciona”. Como corolario, asistimos a una democracia secuestrada por unos pocos, que ha dejado de representar de forma significativa a la sociedad en su conjunto, especialmente a los grupos históricos de pobres, trabajadores y de clase media. Políticamente la rabia de parte de estos grupos se canaliza hacia el fascismo de nuevo cuño.
El gran Leviatan: la financiarización de todo
El pensamiento económico dominante ha fracasado. Los supuestos e hipótesis que están detrás de la inmensa mayoría de las teorías que lo sustentan no se cumplen. El problema es que su aplicación o puesta en práctica han generado unos costes sociales (pobreza, desigualdad), económicos (descenso de la productividad del trabajo y del capital) y políticos (Totalitarismo Invertido) inadmisibles e inasumibles. Lo que denominan reformas son, en su inmensa mayoría, políticas distópicas, profundamente injustas y, sobretodo, tremendamente ineficientes. Por lo tanto, debemos combatirlas académica, política y socialmente. Pero si hay algo que define a la “bestia”, es la “financialización” de la economía en su conjunto.
El concepto de financiarización resume un amplio conjunto de cambios en la relación entre los sectores financiero y real que dan más peso que antes a los actores o motivos financieros (Stockhammer, 2010). Abarca diferentes fenómenos, interconectados pero distintos, como la globalización de los mercados financieros, el aumento de la inversión financiera y de los ingresos procedentes de dicha inversión (Stockhammer, 2004; Dumenil y Levy, 2004a, 2004b; Crotty, 2005; Epstein y Jayadev, 2005; Krippner, 2005; Orhangazi, 2008; Demir, 2009; Lazonick, 2011), la creciente importancia del valor para los accionistas en las decisiones económicas (Froud et al, 2000; Feng et al., 2001; Van der Zwan, 2014; Ertürk, 2020); la estructura cambiante del gobierno corporativo (Henwood, 2003; Jürgens et al., 2000; Lazonick y O'Sullivan, 2000; Jung y Lee, 2021); la creciente deuda de los hogares (Kim, 2013; De Vita y Luo, 2021); la creciente frecuencia de las crisis financieras y la movilidad internacional del capital (Epstein, 2005; Seccareccia, 2012).
Desde el acceso a la energía, la alimentación, o la vivienda, hasta, recientemente, al agua, pasando por las pensiones públicas están siendo y serán sometidos a un intenso proceso de financiarización
Este proceso de financiarización y/o mercantilización se ha extendido a ciertos derechos humanos, que en un principio deberían estar al margen y protegidos de estas dinámicas. Desde el acceso a la energía, la alimentación, o la vivienda, hasta, recientemente, al agua, pasando por las pensiones públicas, todos y cada uno de estos derechos humanos básicos han sido, están siendo, y serán sometidos, si no existe una política pública decidida que lo impida, a un intenso proceso de financiarización, con la extracción de rentas y aumento de la desigualdad y pobreza que ello conlleva. Lo último, la idea de extenderlo en un futuro no muy lejano, aprovechando la lucha contra el cambio climático, a la misma biosfera.
Pero es que además la financiarización ha aumentado la ineficiencia de nuestra economía. Permítanme centrarme en la financiarización de las empresas no financieras, siguiendo la orientación hacia el valor para el accionista, apoyado por las teorías de gobierno corporativo que analizaban las empresas en términos de problemas de agente-principal y defendían la orientación hacia el valor para el accionista como el objetivo corporativo adecuado. Esta evolución ha ido acompañada de una disminución de las tasas de inversión de las empresas y, al mismo tiempo, de un aumento de los ratios de endeudamiento de las mismas. Las empresas han pasado de las políticas de “retener y reinvertir” a las de “reducir y distribuir” (Lazonick y O'Sullivan, 2000). Una creciente literatura empírica ha demostrado que el aumento de la actividad financiera de las empresas no financieras ha tenido un efecto negativo en la inversión real de estas empresas (Stockhammer, 2004; Orhangazi, 2008; Demir, 2009; Seo et al., 2012). La realidad es tozuda, la financiarización de la economía global ha acabado disminuyendo de manera significativa la tasa de inversión en capital y el desarrollo empresarial. Ya saben nuestro argumento. La persistencia en el error sugiere la defensa de ciertos intereses de clase, en este caso en favor los extractores de renta, consolidando un nuevo feudalismo. Y ahí seguimos.
Análisis
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Muy interesante, y creo que el autor mete el dedo en la herida. Un economista SÍ se entera, y sus conclusiones se posan sobre datos. Por apoyar lo importante de este artículo, confirmo, como profesor, que los jóvenes están siendo sumergidos en esta “financiarización” también; los ciudadanos se entregan a ese “modelo vital” en el que la economía debe regir todo, sin cuestionarlo de raíz. Tan asumido está, que incluso “la salvación” a veces se propone en base a “zonas pintorescas” de la Economía. Por ejemplo, hay jóvenes que creen revolucionario y antisistémico invertir en criptomoneda. Es tan fuerte el economicismo, que está regulando y fijando los márgenes de actuación del ser humano individual, su pensamiento y su vida física.