América Latina
Un fantasma recorre Latinoamérica: la antipolítica

El rechazo a los partidos tradicionales, las asambleas legislativas, y en general a las élites políticas y todo lo que representan recorre el continente y ha marcado la historia de América Latina en los últimos años.
Protesta contra la ley Ómnibus de Javier Miley en Argentina en febrero de 2024 - 2
Protestas contra la Ley ómnibus de Javier Milei en los alrededores del Congreso de la Nación. Mariana Nedelcu
9 feb 2024 06:00

Un fantasma recorre desde hace tiempo América Latina: el fantasma de la antipolítica. Al igual que Karl Marx advertía hace casi 200 años de una ola roja que se extendía sin frenos por Europa, hoy en el continente latinoamericano se expande con rapidez una ola sin un color definido, pero con una serie de valores y principios que se repiten en distintas latitudes: el rechazo a los partidos tradicionales, las asambleas legislativas, y en general a las élites políticas y todo lo que representan. 

Esto puede parecer a priori poco novedoso o irrelevante, pero se trata sin duda de uno de los factores clave para entender lo que está sucediendo en el continente y lo que puede suceder en los próximos años. La antipolítica es fundamental para explicar el repunte de las tendencias autoritarias en varios países, y su combinación con problemas estructurales como las desigualdades económicas o la actual crisis de seguridad ha propulsado liderazgos como el de Javier Milei o Nayib Bukele.

La antipolítica es fundamental para explicar el repunte de las tendencias autoritarias en varios países, y su combinación con problemas estructurales como las desigualdades económicas o la seguridad

Hoy muchos se llevan las manos a la cabeza ante la deriva que parece que poco a poco se impone en la región. ¿Cómo podemos estar así cuando hace nada parecía que se abría un nuevo ciclo progresista? El problema es que esta crisis política venía fraguándose desde hace tiempo, y en los últimos años se le prestó menos atención de la debida. 

El reverso de la ola progresista

Uno de los principales motivos por los que esta profunda crisis de intermediación pasó a un segundo plano en los últimos años fue la interpretación errónea que se hizo de la llamada nueva “ola rosa” de la izquierda latinoamericana. La victoria de candidatos como Boric, Lula o Petro llevó a muchos a pensar que se inauguraba un nuevo periodo progresista en el continente. Los recuerdos de la década ganada, cuando entre 2005 y 2015 la gran mayoría de países de la región fueron gobernados por la izquierda, hicieron que rápidamente se comenzara a hablar de la nueva hegemonía progresista y se indagara poco en las causas que había detrás de esta “ola rosa”. 

Lo que había levantado muchas de estas victorias no eran grandes convicciones progresistas, ni una amplia adhesión de las masas al programa socioeconómico de la izquierda, sino un fuerte rechazo a lo establecido. El desencanto con los partidos tradicionales sumado a la corrupción, las desigualdades sociales, los estragos de la pandemia o la dureza con la que se reprimió el ciclo de protestas de 2019 dio lugar a un fuerte voto de protesta que las fuerzas progresistas supieron capitalizar.

Detrás de las victorias progresistas no hay grandes convicciones progresistas, ni una amplia adhesión de las masas al programa socioeconómico de la izquierda, sino un fuerte rechazo a lo establecido

En muchos casos, los candidatos de la izquierda triunfaron más por su elemento outsider que por su programa o el contenido de sus políticas. Cada uno a su manera encarnaba el rechazo y el hartazgo hacia la clase política tradicional, lo que les permitió convertirse en los portadores de muchos anhelos de cambio. En Colombia un exguerrillero, en Chile un antiguo líder estudiantil de 36 años, o en México y Honduras los representantes de movimientos que habían sufrido múltiples maltratos por parte del poder político. Gente que por su trayectoria política y personal se había visto excluida de los círculos del poder llegaba ahora a los grandes salones subida a esta ola donde el componente antielitista tenía una gran relevancia.

Un reflejo de las dimensiones de esta crisis política sobre la que se formaba la ola progresista es que en casi todos los países de la región los partidos que estaban en el poder fueron castigados en las urnas. Desde 2018 se han producido 18 alternancias de poder en América Latina, lo que muestra un panorama de fuerte deslegitimación política al que no se prestó suficiente atención.

De esta manera, las victorias de las izquierdas se cimentaron sobre las ruinas de los partidos tradicionales. En Colombia y en Chile la segunda vuelta de las presidenciales se disputó entre dos candidatos outsiders que dejaron fuera del balotaje a los partidos tradicionales, mientras que en otros casos como Perú u Honduras los candidatos de la izquierda se la jugaron frente a dinastías políticas que llevaban a las espaldas décadas de desgaste como el fujimorismo o el Partido Nacional hondureño. 

El elemento de crítica a los partidos y la política tradicional estaba presente desde hace tiempo en América Latina, y hoy, este sustrato antipolítico que aún permanece, está mutando hacia fórmulas autoritarias y antidemocráticas. Lo que hoy muchos analistas observan asustados no es un fenómeno nuevo, sino la agudización de una tendencia que llevaba tiempo presente en el sistema.

Antipolítica y autoritarismo

Apenas un par de años después de la llamada ola rosa, la situación en América Latina ha cambiado radicalmente. El Latinobarómetro de 2023, uno de los estudios demoscópicos más importantes de la región, muestra una serie de datos escalofriantes sobre la pérdida de apoyo de las democracias y el aumento de apoyo a fórmulas dictatoriales y autoritarias. 

La cifra de ciudadanos que “prefieren la democracia a cualquier otra forma de gobierno” se encuentra en mínimos históricos (48%) mientras que el porcentaje de ciudadanos que considera que “en algunas circunstancias un gobierno autoritario puede ser preferible” aumentó cuatro puntos desde 2020, llegando al 17%. 

Sin embargo, el dato que más debería preocupar de la encuesta es el progresivo aumento de la indiferencia hacia el tipo de régimen que se lleva dando en la última década. Mientras que el porcentaje de partidarios del autoritarismo bajo ciertas circunstancias se ha mantenido más o menos estable a lo largo del tiempo, rondando un 15% con picos que no superan el actual 17, la tendencia de quienes afirman que “les da lo mismo un régimen democrático que no democrático” es claramente ascendente. Hoy son un 28% de los encuestados mientras que en 2010 apenas llegaban al 16. 

Aquí se encuentra una de las grandes claves de la situación actual. Mientras las democracias no consiguen dar respuestas a los problemas de los ciudadanos, poco a poco va creciendo una indiferencia y desafección hacia el sistema sobre la que se construye una respuesta autoritaria. Esta tendencia también se aprecia a la perfección en las preguntas sobre actitudes no democráticas que recoge el Latinobarómetro, donde todas registran una tendencia al alza. Actualmente un 54% de los encuestados responde positivamente a que “no le importaría un gobierno no democrático si resuelve los problemas”, un 10% más que en 2002. 

La explicación de estos resultados se encuentra entre otros lugares en el enorme rechazo a los partidos políticos, que también ha aumentado significativamente en los últimos años. Además de que un 77% de los latinoamericanos valora mal a los partidos, más de la mitad considera que no son indispensables en una democracia y que el sistema podría funcionar sin ellos.

Lo que estas cifras ponen de manifiesto es que el declive de los partidos y la política tradicional deja un terreno fértil para que florezcan todo tipo de respuestas autoritarias. Del mismo modo que en los últimos años este sentimiento de rechazo a la política se supo encauzar en una dirección progresista y democrática, hoy está siendo cooptado por fuerzas reaccionarias que proponen una versión iliberal y ultraconservadora de la democracia cuando no la rechazan abiertamente.  El ejemplo más claro es el de Nayib Bukele, cuyo vicepresidente Félix Ulloa aseguró esta semana que en El Salvador estaban “eliminando la democracia para reemplazarla por algo nuevo”. 

En los próximos años esta tendencia no se revertirá fácilmente: las crisis política y de seguridad crean un cóctel perfecto para las respuestas promovidas por Milei y Bukele

En los próximos años esta tendencia no se revertirá fácilmente, ya que la suma de una crisis política de largo alcance con la reciente crisis de seguridad crea un cóctel perfecto para que el tipo de respuestas promovidas por Milei, Bukele y otros tantos líderes en la región sigan teniendo éxito. El rechazo frontal a los partidos tradicionales combinado con una política de mano dura que propone soluciones rápidas a los problemas cotidianos de la gente articula un discurso muy efectivo que está conectando en muchos países con un amplio sentir popular. Hacerse cargo de combatir esta hegemonía antidemocrática que poco a poco se va construyendo es tarea urgente para cualquier fuerza política que tenga un mínimo aprecio a la democracia. 

Durante estos años la antipolítica ha actuado como gasolina para todo tipo de fuerzas reaccionarias. El rechazo a los partidos y las élites tradicionales ha terminado mutando en mucha gente en una desconfianza general hacia el sistema que hace que cada vez aumente más el apoyo hacia diversos tipos de fórmulas autoritarias. Dejada en un segundo plano durante muchos años, quizás ha llegado el momento de dar la batalla contra la antipolítica y defender una democracia y unas instituciones que en no mucho podríamos echar en falta. Conseguir que la gente perciba que vivir en un sistema democrático tiene valor por sí mismo es un paso indispensable para frenar esa tendencia. Si no lo logramos cada vez serán más los Bukeles y los Milei que gobiernen a lo largo y ancho del mundo.

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