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Elecciones
Desolation row y las urnas tristes
El pasaje de la desolación se extiende sombrío hacia la lejanía. Un panorama yermo que se te aferra al pecho y te invita a la aquiescencia indolente con lo que hay.
Quizás, en una época tan desolada como los tiempos de urnas tristes que nos aguardan en los próximos meses (elecciones locales, autonómicas, europeas, generales, de comunidad de vecinos…) la mejor arma sea la desafección frente a las mentiras y estupideces que nos llegan a través de todo tipo de soportes desinformativos. Permanecer en casa, tal vez escuchando las variaciones Goldberg o el último tema de hip-hop cañero y después, salir a la calle a luchar contra los molinos de viento del dios Mercado. Se trataría de estar con los cínicos clásicos, utilizar lo que ellos llamaban parresía: hablar y actuar con total libertad de expresión, decir lo que se piensa, hacer cualquier cosa que consideremos adecuada, en cualquier tiempo y lugar. Y los esbirros del poder que respondan como les ordenen. Ya digo: desafección y lucha. ¿Desafección y lucha? ¿Oxímoron? ¿Términos contradictorios? Sólo aparentemente.
Desafección, porque es imposible sentir la más mínima empatía con lo que pretenden vendernos desde el Poder Financiero y los distintos Poderes de Estado. Lucha, porque debería ser insoportable permanecer indiferente y pasivo frente a las innumerables tropelías que a diario se perpetran a nuestro alrededor.
Los políticos de los diferentes partidos -como esos viejos trileros que, a pesar de lo añejo de sus trucos, todavía siguen montando su tingladillo, confiando en que siempre quedará gente dispuesta a dejarse engañar- continúan vendiendo su mercancía fulera de falsa democracia y promesas vacías, con la seguridad de quien sabe que, aunque el personal proteste mucho en los bares y en la cola del ambulatorio, cuando llegue el gran día de “la fiesta de la democracia”, acudirá en masa a los colegios electorales, como acuden las ovejas a la iglesia en la última escena de El Ángel Exterminador, sin que nadie las obligue. Repetirán el rancio ritual de la papeleta en la urna marchita, sin conocer por lo general ni un solo punto del programa de su partido, con la esperanza de que esta vez sí que sí. Y volverán a decirse, sin ningún argumento racional que abone la creencia: “Es muy posible que durante más de 40 años nos hayan tomado el pelo de manera contumaz, pero esta vez si que se notará un cambio significativo, vivimos en democracia y esta vez, por fin, sí que servirá de algo”. Total, para comprobar al día siguiente que, una vez más, todo sigue igual.
Así que, por lo que se refiere a la política en ese territorio al que llaman España, nos esperan los meses arduos de una interminable campaña electoral.
Antaño se señalaba su inicio el último mes previo a una cita con las urnas, con una noche de pegada de carteles en la que los distintos lideres bajaban por una vez a la calle y aprovechaban para hacerse la foto con el cepillo y el cubo de cola en la mano. Ahora, en plena era cibernética, esta escena suena a cuento trasnochado del abuelo Cebolleta. No hacen falta plazos de campaña; en cuanto los distintos estrategas ventean la posibilidad de un adelanto electoral, los líderes y sus palmeros lanzan su más florido y escatológico verbo contra los adversarios que se disputan su supuesto nicho electoral… ¡Y ya la hemos liao…!
Cuenta el historiador Diógenes Laercio de su tocayo el filósofo cínico Diógenes de Sinope que éste solía entrar al teatro tropezando con la gente que salía al acabar la función. Cuando le preguntaron por qué lo hacía, contestó: "Es lo mismo que trato de hacer a lo largo de toda mi vida". Quizás no debería importarnos el ir a contracorriente de la dirección mayoritaria de todos los medios de desinformación y manipulación, así como de aquellas personas que se pierden en la palabrería demagoga y tramposa de los políticos al uso y se suman entusiastas a la gran farsa electoral.
Nos espera en los meses venideros un largo y tortuoso camino a través del paseo de la desolación, hasta llegar a nuestro destino final en el ominoso pantano de las urnas tristes.
Tal vez sería cuestión de caminarlo con desafección y aliento de revuelta.